viernes, 29 de diciembre de 2017

Un Reclamo desde el Cielo

La noche era serena, las estrellas alumbraban desde el firmamento inconmensurable. Miles y miles de ellas se agrupaban y relucían con un dejo mágico color plata. Don Virula nunca supo definir bien lo que esta escena le producía: tristeza mezclado con esperanza y alegría, como quien va muriendo por un dulce amor imposible, por una gran historia que no fue, pero que lo llenaba de orgullo. Era quizás el sentir del pulso de una sangre noble y magnánima, destinado a grandes hazañas, y vivir en una sencilla casa de barrio en medio de una ciudad moderna en el siglo XXI. Era el saberse alejado de la posibilidad de sus profundos anhelos.
Todo esto experimentaba cuando terminaba el día, y sencillamente se detenía a contemplar el cielo en su jardín. Acudía a esta acción como sediento al agua fresca de un manantial. Observar las estrellas siempre habían producido en él, el impacto del silencio; bastaba unos instantes, y todo el ser se aquietaba y callaba, ante la majestuosidad de la creación estelar. Era la medicina segura que hacía elevar al cielo todas las potencias y  subir el espíritu por encima del tiempo, del mundo y sus deberes. Como el agua fría de la mañana en el rostro somnoliento, que despierta todos los sentidos dormidos. Esto era para Virula aquel momento, era su descanso por excelencia.

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En esta oportunidad, sucedió que el Virulana venía de leer una serie de libros de caballeros: comenzando por el Quijote, siguiendo por el poema del Mio Cid, seguido de Ivanhoe (una sencilla novela de Walter Scott), había terminado ese mismo día "El Último Cruzado" sobre Juan de Austria y su memorable victoria de Lepanto contra la flota turca, y próximamente iba a leer a Amadis de Gaula. Por si esto era poco, había repasado un cuadernillo que había estudiado en el colegio, sobre la historia de las cruzadas, Carlomagno, etc...
No es necesario aclarar el estado en que se encontraba tras estas lecturas. Sus amigos conocían bien que poseía una gran debilidad por estos temas, y que durante semanas lo escucharían hablar sobre cómo restaurar la Orden de los Templarios, el dolor que le producía la caída de la gran Constantinopla, la necesidad de apalear a los infames, de asesinar moros y hasta incluso verían cómo iría a afilar la réplica de "La Tizona" que poseía en su casa, y amenazaría al chofer del 42 con hundirle la espada en el pecho si no trataba bien a las damas.
De esta forma se entregó al silencio de aquella noche. Sin embargo algo era distinto aquella vez. ¿Qué era? ¿Qué era lo que fuertemente clamaba ese ejército de puntos brillantes a lo lejos? ¿Qué es lo gritaban desde el cielo?
Para lograr oír siempre fue menester la actitud pasiva, la escucha serena y desinteresada. Pronto tuvo la sensación de que las estrellas marchaban, todas en un mismo sentido, el sentido de la órbita lunar. Las estrellas eran como soldados silenciosos que caminaban en la noche. Una a una iban pasando las escuadras. Don Virula las veía, como quien contempla los cascos de los milicianos desde arriba. Parecía como que todas inevitablemente caminaban hasta su fin. Interpretó entonces que aquellos eran los hombres de la historia, que desfilaban el breve lapso de la vida. Todos mostraban irónicamente el poco valor del tiempo de una sola vida frente a toda la historia. ¿Qué es un solo hombre frente a las incontables almas que pasaron? ¿De qué le sirvió a aquel quejarse, o aquel otro vanagloriarse? ¿De qué sirve el éxito?
Las estrellas comenzaron a clamar "¿Es que acaso no lo entienden hombres? ¿No comprenden lo insignificante de sus vidas? ¿Cuándo despertaran los hombres? ¿Cuándo verán la realidad? ¡Cuando sabrán que todas las personas que ya murieron claman día y noche diciendo: "torpe fui", "qué necio he sido", "ahora es muy tarde para repararlo"!
Es entonces cuando de pronto se vislumbra en una misma mirada, en un mismo cuadro, toda la historia de la humanidad. ¡Cuántos rostros, cuántas historias! Nada son frente a la historia. Nadie lo dice, la vida dura lo que un soplo.
¡Y la vida es para Dios! no somos dueños de nuestra vida, lo quieran o no, somo simples siervos inútiles.
Fue aquí donde Virulana comenzó a ver aquellas estrellas que brillaban con gran esplendor, hermosas y orgullosas en el oscuro firmamento, como burla ante la inmensidad de la nada. Y recordó aquellos valientes cristianos que lucharon bajo la bandera del Rey Celestial. Aquellos si comprendieron el pequeño e infinito sentido de nuestras cortas vidas y la de los hombres. Milicia es la del hombre en esta tierra. Esto es lo que hace grande al hombre, esto es lo único que lo salva, es la única puerta que une el tiempo y el infinito, el barrio de la ciudad con los muros de Jerusalén, de los edificios a los bosques encantados. Luchar por Cristo ennoblece al hombre, o mejor dicho, Él nos enaltece.  Esta es la sed de gloria que Don Virula sentía ante el desfile del ejército estelar, y al mismo tiempo lo entristecía, pues al mirarse, solo encontraba caprichos, vanidades, orgullos y deseos temporales; su gloria estaba en la tierra, en una corona perecedera.
Esto es lo que desde lejos nos reclama Amadis de Gaula, Godofredo de Bouillón, Reinaldo de Chatillón, San Luis Rey de Francia, todos los mártires desde Esteban hasta nuestros días, los santos y tantos hombres cuyos principios eran irrevocables. Hombres Viriles de una alcurnia divina, donde en cada gesto se destilaba su nobleza. Tuvimos su ejemplo y hemos abandonado el espíritu de los caballeros cristianos por pompas, hasta incluso femeninas y asquerosamente vanidosas. Hemos decidido mandar nosotros, hemos puesto a Dios a nuestras órdenes, y lo acomodamos a nuestra manera de manera tal, de que no nos incomode mucho. ¿No será acaso el gran triunfo del enemigo? "¡Cobardes!" nos gritará el tribunal de aquellos hombres de gloria que no supieron rendirse hasta la muerte. Y no tendremos defensa, pues si, somos cobardes, somos cobardes ante nuestro siglo, ante nuestra sociedad, ante nuestros amigos, hasta tal punto que callamos nuestra pertenencia a la Santa Iglesia para que no nos molesten. Somos cobardes ante nuestros caprichos, nuestras vanidades, nuestros deseos, nuestro cuerpo, nuestras pasiones. Qué lejos quedó aquel noble trato del soldado que había sido armado caballero, qué lejos quedó en nosotros el trato cortés y respetuoso ante nuestras mujeres, qué lejos quedó la valentía de ajusticiar de un puñetazo a aquel que levante ofensas contra el cielo. Nada de eso somos, somos un puñado de cristianos acobardados por el enemigo, que vivimos simulando lo que no somos, o peor aún, mostrando lo que si somos, fariseos. Qué indigno somos de aquella estirpe, de aquel linaje de los mártires en el coliseo, de los caballeros cruzados, de los bravos españoles, de los cristeros, al fin y al cabo, de la Sangre de Nuestro Rey.

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El tiempo apremia, los enemigos nos han rodeado. ¿Encontraremos los gallardos la valentía de una última cruzada? ¿Podremos morir al grito de Viva Cristo Rey? ¿Seremos dignos de entrar en el más glorioso reino jamás visto ni oído? O seguiremos entretenidos por el mundo...

Don Virula se arrodilló, y clamó diciendo:

"Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo, porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios..."


Don Virulana de los Gamos

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Retazos de la infancia

RETAZOS DE LA INFANCIA 

Tiempos aquellos de tardes desgranadas 
Entre juegos y fantasías
Infancia de pureza amical 
Niñez rebosante de alegrías 

Recuerdos lejanos que acometen 
La nostalgia de ser feliz entre juguetes 
Lejanos hechos que no supieron 
de miradas ahogadas por cizaña 

Inocencia sitiada en cumbre 
Donde la luz solar acaricia 
Y enciende con su fuego a la vida 
Regocijando la niñez infinita

 Serena alegría de gozar en realidad 
Sin preocupaciones ni vanidad 
Don desmedido de la Divinidad
espesura de dicha al niño se da.

Es la niñez por sabiduría del Criador,
Parábola de dicha eterna
 Cargando sobre sus hombros 
El honor de excelencias futuras  

igual que el eco estridente de la montaña 
Que es presagio de tormenta 
El niño con su sencillez 
Atisba la vida entre coro angelicales.

Busca retornar el alma
Deseosa de infancia sutil 
De mirada profunda, bella y veraz
a la inmacula belleza del infante vivir

Retazos tibios de una melodía 
Que hieren el pecho 
Fragmentos acrisolados de vida sencilla
Que el alma en su compás 
Busca vislumbrar

martes, 19 de diciembre de 2017

¡Es insólito!

Recientemente había ido Zaqueus al centro del pueblo de Las Antiguas Chacras para hacer algunas compras escenciales para su hogar. Al caminar por estas calles divisó un puesto de periódicos, y al pasar por su lado hubo un titular que le llamó la atención. "ES INSÓLITO" declaraba un periodista enfurecido, para luego explicar que los policías locales habían recibido la orden de no responder a la violencia con la que los trataban unos hombres manifestando algún desacuerdo, llegando incluso a arrojarles piedras y otros objetos peligrosos ardiendo en llamas.

"Ciertamente, es insólito" Pensaba para sus adentros el de la Guerma. Imaginaba a los pobres hombres que habían tenido que sufrir tal salvajismo de tener cara a cara a su agresor y no hacer más que observarlo. Pero de pronto irrumpió en sus pensamientos, como una ola que inunda y tapa todo, nuestro Dios vivo, Jesucristo. De alguna manera el titular de este periódico obligaba a Zaqueus a pensar en Él.

"Sí que es insólito, Señor. Es una locura quedarte quieto mientras te golpean sin oponer resistencia alguna, es injusto, es peligroso, es... Es justo lo que tú hiciste." Pensó como cayendo en la cuenta.

Comenzó a caminar con esto en la cabeza pero supo que no iba a terminar allí, por lo que hizo las compras rápidamente y, una vez en su casa, sentose en el jardin para meditarlo con un mate amargo.

"¡Es injusto, es salvaje, es humillante! Es... ¿Es injusto? Ellos atentan contra mi cuerpo, pero, si por amor, no respondo a su violencia, ¿No gano infinitas veces más de lo efímero que pierdo? Si mis manos descansan al costado de mi cuerpo y mi corazón descansa en Dios, ¿Qué puedo perder? Sin embargo, además de no responder a su violencia por amor a Cristo ¿No debería amar a mi agresor y procurar su bien? ¿Cómo hacer esto? No quiero que me golpeen Señor, pues de hacerlo ellos salen perjudicados, y quererlo para ofrecerlo como sacrificio sería egoista, pues para ser golpeado hace falta un golpeador. Guíame Señor en el amor, de ser golpeado por alguien ¿Cómo explicarle que su golpe derriba, en última instancia, a su propia alma?"

El agua tibia era señal del largo tiempo que había pasado mirando la montaña mientras reflexionaba esto, tiempo bien invertido, mas aún le quedaban algunas dudas.


"Es insólito. Lo insólito es poco común, extraordinario. Tú eres insólito, Señor. En tí quiero ser insólito, imitando tus pasos. No deseo enaltecerme ni generar renombre, ya que, esto de ser insólito es respuesta de un comportamiento social en el que lo usual es alejarse de Tí. Sé que mis comportamientos son más parecidos a los socialmente usuales que a los insólitos. Quizás algún día sea usual acercarse a Tí e insólito alejarse de Tí, hasta ese día deseo, mediante tu gracia, ser insólito por y para Tí Señor"

Sabiendo que su reflexión sería bien guiada por aquellos Orantes que tanto apreciaba, decidió marcharse aunque sea una noche a aquellos montes, a hablar de esto y a preparar su alma para la venida del Niño Jesús.

Don Zaqueus de la Guerma.

jueves, 14 de diciembre de 2017

La conversión del Peregrino Libanés. (1ra. Parte)

Aquella noche, caminando atenuado por sus pensamientos sin tener un rumbo preciso, el peregrino libanés logra ver –luego de horas- entre miradas perdidas hacia la nada, un punto tan diminuto como el ojo de una aguja.  No era nada nuevo que llamara su atención ya que bastante irritado y colapsado lo tenían sus pensamientos, pero, a medida que acortaba la distancia a pasos largos, daba cuentas de que aquel punto lejano ya no constituía un algo sino más bien un alguien.
En ese momento el del Líbano paso de tener  además de sus hundidos pensamientos como molestia principal, una intriga y algo de miedo  con sabor amargo que lo único que lograba era ser una carga más a sus espaldas.  A medida que ambos mutuamente se acercaban entre si, el libanés notó que este individuo – ya estando a unos 50mts de distancia - se arrojó a la orilla de un pequeño arroyo que corría al costado del tenebroso y oscuro camino  y  prendió su pipa disponiéndose a fumar un buen tabaco en horas ya de madrugada. Acercándose ya con más cautela y motivado por la intriga de tal personaje, logró distinguir que este sujeto era de avanzada edad, tenía una barba que casi llegaba a su barriga y su rostro estaba tan envejecido que podría decirse que había estado presente en numerosísimas batallas, calamidades y épocas diferentes. Sus manos estaban encalladas por donde se las mirase y su cuerpo era algo robusto. Lo curioso es que al parecer este anciano –que recitaba pequeños poemas mirando el cielo, arrojado en la orilla- no había notado la llegada del libanés y este ya estando a escasos metros, un poco atolondrado al momento de pronunciar sus primeras palabras es interrumpido por una pregunta del anciano, quien siquiera lo había mirado aún y sin sacar la mirada del cielo y luego de aspirar una buena bocanada de su pipa le interroga de esta manera;
-¿Por qué huyes de mí? ¿Acaso no entiendes que no es posible?
El peregrino libanés quedo atónito ante tales preguntas y sin encontrarles ningún sentido respondió;
-No comprendo tu acometido. ¿Acaso nos conocemos o hemos visto alguna vez?
-Pues claro que sí, ¿luego de toda una vida junto a ti no eres capaz siquiera de reconocerme? He estado presente en tus aciertos y  desaciertos, jamás dude en estar presente en tus alegrías como en tus penas. Yo te vi nacer rodeado de personas que te amaban, en aquel momento llegue para quedarme, dándote así mi regalo. Pero desde aquel entonces solo veo que me malgastas y peor aún, teniendo una vida tan vana y alejada de la realidad caes en los pensamientos que hoy te atenúan en desdicha y que te han traído hasta aquí creyendo que alejándote y sacándome de tu pensamiento algo cambiará, posponiéndome como si de algo sirviese,  pero, debes saber que eso no es posible.
El peregrino estaba tan confundido que no emitía sonido alguno y luego de unos instantes e intentando comprender todo lo dicho por el anciano, rendido al pensamiento le pregunta;
-¿Quién eres tú? ¿Y quién te crees que eres para soltar de tu boca tales palabras?
A lo que el anciano, luego de una pequeña risilla, respondió;
-Yo soy el tiempo. Todo lo doy y todo lo quito. Porque el reloj gobierna la rutina de los hombres. Soy tan abundante como escaso a la vez. La vida, tu vida, está hecha de tiempo, pero así mismo es una carrera contra el tiempo.
Te quejas de la vida que llevas, allí estás, reprochándola… pero a su vez sentado y enquistado en tus vicios y gobernado por tus pasiones. Sabes que es hora de cambiar esa vida mal trecha que llevas y aquí estoy yo, esperando a tu lado. Me guardas en tu bolsillo pensando que estoy a merced tuya para que en algún momento te dignes a cambiar. Pero… debo decirte que estas en lo incorrecto; cuando menos lo esperes, yo ya me habré esfumado, abandonándote y dejándote a merced del Creador.
El peregrino sentíase como en un sueño y pensaba que pues en eso andaba pero eso no lo detuvo a seguir insistiendo y le retrucó al tiempo;
-¡Con que eres el tiempo! ¿Dónde andabas cuando te necesité? Cuando resignado a esta vida deplorosa no encontraba sentido y me largo a caminar bajo mis pensamientos que son mi cruz, ¿te dignas a aparecer y reclamarme?                                                                          
Respondió el tiempo;        
El tiempo son las cosas que cambian, cambia la luz y se vuelve de noche, cambia el tamaño de tus ojos al crecer, cambia la talla de tu ropa y cambian tus zapatos. Ese es el tiempo. Allí está presente, en el mismísimo cambio de las cosas.
¿A qué quieres llegar? Pregunto el libanés.
-A que yo he aparecido frente a ti siendo el tiempo mismo y pues como he dicho, aparezco en el cambio mismo y veo en tus ojos esas ansias de cambiar y conocer la Verdad e ir por el buen camino, por el camino donde el tiempo no se malgasta y hace valer esta vida cada segundo. Pero noto constantemente ese miedo y tibieza que no os deja avanzar, y lamento decirte que no podré esperarte para siempre.


El peregrino libanés empezó poco a poco a comprender por qué el tiempo decía lo que decía y de la manera en que se lo decía. Pero aun así, peregrino – duro de corazón- no confiaba totalmente en las palabras del tiempo pero no por soberbia, sino más bien por ese miedo al transitar ese cambio que de niño había dejado atrás.
Ese fue el momento en que abrumado por la situación hizo lo que mejor sabía hacer en ese entonces y fue correr y huir de la realidad por el camino oscuro a pique rápido sin voltear hacia atrás y fue allí cuando el tiempo, jugándose su última carta para convencerle, luego de espirar por decepción ante el peregrino huido, se levantó del costado de aquel arroyo y comenzó a soltar ‘‘tiempo’’ en el cuerpo del libanés quien al ir alejándose comenzó a sentir tal peso abrumador como si los años cargasen en él. Y viose en frente suyo algo así como una ilusión donde había un hombre viejo, feo de por sí, arrugado y sucio, arrojado en la tierra a merced de la primer jauría de perros hambrientos que pasasen, estaba despojado de paños y desnutrido y lo único que hacía era maldecir y  sollozar por qué nunca tuvo las agallas para cambiar esa vida llena de mentiras e impurezas.
El peregrino libanés al ver esto freno sus calzadas repentinamente y se reconoció a sí mismo en aquella ilusión y largándose a llorar en el camino se regocijó como tal y solo alareaba entre sus lágrimas y llantos la palabra ¡No quiero seguir llevando esta vida!
A los minutos de tal situación, peregrino sintió la presencia de El Tiempo frente a él y alzando la mirada le exclamó;
-Tiempo, a dónde vas con tanta prisa, ya no puedo esperar más, has deshojado mi piel como a un árbol en soledad en aquella visión. Tiempo cruel y doloroso, con la distancia vendrás a robarte mis recuerdos, aunque creo que no podrás, porque en este momento comprendo por qué debo cambiar. Necesito que me guíes, ¿por dónde debo empezar?
El tiempo le respondió con una sonrisa de oreja a oreja;
-¡Calma! No te apresures. A medida que tu vida vaya pasando te iré acompañando, tu no me verás pero estaré allí. Tu mente aún está muy confundida en profundos pensamientos, debes seguir por aquí, por donde has estado pisando. El camino aun es largo y te deparará muchas sorpresas.
Y así fue como en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo había desaparecido y el peregrino libanés se encontraba nuevamente solo en el camino oscuro y poco a poco empezó a sentir nuevamente esa pesadumbre en su cabeza, pero esta vez daba cuentas de que debía seguir por tal camino y así emprendió nuevamente la marcha.
Pasada aproximadamente una hora de viaje, el peregrino logra divisar un nuevo puntillo en la lejania.


Continuará.
                                                                                                                 

                                                                                                                   El Peregrino Libanés






Cuando el hombre se hizo Dios. (Parte 2)

Por todos los medios quiso impedir Don Virula la falsa concepción del hombre. Pidió ayuda a los obispos y letrados, sin embargo, los pocos que lo escucharon, nada pudieron hacer contra el fervor ciego de los hombres. Este pequeño pensamiento se había metido en el subconsciente de la civilización, como un virus que comenzó a debilitar el magnánimo y glorioso espíritu cristiano. La sublime Edad Media comenzaba a ver su declive, mas, ¿quién de la época podría sospecharlo? Si acaso los caballeros de aquel entonces vieran una pizca de sus consecuencias, habrían levantado las armas de las naciones contra el enemigo. Y he aquí su astucia, nadie dudaba del poderío de las milicias cristianas, más el enemigo se infiltró con otros métodos.
Al fin, casi rendido, Don Virulana cayó dormido. Y por esos misterios inconmensurables de las musas, al abrir los ojos, grandes cosas habían cambiado. A decir verdad, las ciudades eran un poco mas modernas, y se notaban grandes avances en diversos aspectos. Quieran creerlo o no, encontróse nada más y nada menos que en el año 1517, en Wittenberg para ser precisos.
Al salir a caminar por aquellas calles, fue notando que había gran revuelo en la gente. Algunos murmuraban por lo bajo, otros miraban sonriendo, y muchos pasaban dando gritos de alegría y de triunfo. De pronto vio que se acercaba al palacio del lugar, y que la muchedumbre se agrupaba a las puertas de la iglesia del palacio. Inmediatamente presintió el flaco que algo malo pasaba, y recordó los agravios que había visto recientemente, dos siglos atrás. Sin dudarlo aceleró su paso, y se aseguró de tener su espada en la vaina. Comenzaba a perder la paciencia y a sentir una ira inexplicable. Al llegar a la muchedubre gritó con furia:


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-Correos malditos, si no quieren que os degüelle, dejadme ver que ocurre y que alguien me explique este alboroto.- A lo que un joven respondió:
-Es fray Lutero señor, ha pegado estas 95 tesis aquí- A lo que el Virula respondió:
-Dejadme verlas-.
Una a una comenzó a leerlas, en ellas se cuestionaba gravemente dogmas que todos conocemos. En ese instante llegó un soldado y dijo:
-Oídme tu, fuera de aquí, no queremos que gentuza como tu se meta en asuntos que jamás entenderá- A lo que contestó:
-Dime caballero, y qué es lo que entiendes tu- A lo que el soldado le contestó:
-Solo se que la Iglesia pagará por sus errores, y tu con ella si no te apartas-.
En ese instante el soldado se acercó a Don Virula, pero antes de que lo tome, guiado por la furia, descargó la espada con gran fuerza, y en un golpe mortal en la cabeza, derribó al desprevenido soldado. Al momento de caer muerto, se escuchó a lo lejos el grito de otros soldados. Lo habían visto,y ahora debía correr para salvarse.
La noche caía, luego de haberse ocultado varias horas, Virula se encapuchó y se metió en una posada para beber un trago de vino y escuchar algunas noticias. Una vez allí, se sentó solo en una mesita redonda, en el rincón más oscuro que encontró. Mientras esperaba su copa, vio que en la mesa de al lado, había un grupo de cinco personas, con elegantes atuendos que bebía grandes cantidades de cerveza. Aquellos ya se encontraban bastante pasados de alcohol. Una vez que Don Virula tuvo su copa, en el momento en que pegaba el primer sorbo, no pudo evitar oír a uno de aquel grupo que decía con gran dificultad:
-¡A la salud de Martín Lutero!, amigo mío, has librado a la mitad de Europa de sus ataduras- A lo que todos riendo gritaban "Salud" y chocaban sus grandes pintas y bebían. Lutero permanecía más callado que el resto.
Los ojos de Don Virula se abrieron de par en par, sin poder creer lo que escuchaba.
-Amigo mío- decía otro -los reyes se pelearán a causa tuya, ya ves el peso que tienes-
-Ya no necesitamos indulgencias- Gritaban y reían los borrachos de aquella mesa.
Don Virula comenzó a tener un debate interno, ¿Era lícito asesinar a Martín Lutero para salvar a Europa? La respuesta demoró un segundo y fue clara, SI, era lícito, sin más. Se levantó, tomó una botella de vino, se la reventó a Lutero en la cabeza, y en el momento en que se disponía a cortarle el cuello, los hombres allí presentes se abalanzaron sobre él, a los cuales comenzó a derribarlos. Logró cortar el cuello de dos de ellos, mas luego llegó la guardia y lo tomaron prisionero. Supo después que había asesinado a un tal Calvin y a un tal Bretten.

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Esa misma noche estuvo Don Virula en prisión. Un cuarto pequeño en una torre fuera de la ciudad, donde encarcelaban a los asesinos. Lo colgaron de los dos brazos, sin que sus pies toquen el suelo. Lo único que había allí, era una pequeña ventanita donde podía ver la ciudad a lo lejos. Y en aquella vista, a la espera de su ejecución, contempló como se partió el mundo antiguamente cristiano, creando una grieta demasiado grande. En la pluma de aquel hombre siniestro, se encontraba el veneno de los tiempos, y a cada letra suya, se marcaba una herida que la historia jamás repararía. Si tan solo los hombres de aquel momento hubieran sabido sus consecuencias, no hay dudas que la sangre de Lutero hubiera corrido más veloz que sus palabras.
Y he aquí, que en el momento de la ejecución, Don Virula despertó nuevamente...

Continuará...

Don Virulana de los Gamos

UN AMIGO SE HA IDO


Un amigo se ha ido
Ese que tanto admiraron mis oídos
Un pañuelo de lino
Es lo que queda conmigo

Con torpeza abrazo la tela
Queriendo sentir tu presencia
Más me conviene  abrazar la Cruz
Si quiero saberme unido a tí en la Luz

En Cristo te encuentro amigo
Sé que en Él estoy contigo
Que sean nuestros pies fieles andantes
Y nuestros corazones humildes amantes

Volver a verte urge en mi mente
Mas mi corazón te sabe presente
Alejen de mí tu pañuelo si logra despistarme
Del único camino que nos une orantes

Zaqueus de la Guerma

miércoles, 13 de diciembre de 2017

¿Vale Roma la vida de un hombre justo?

Siendo un sábado en horas ya de madrugada y luego de despedir al joven, pero quemado por la vida, Don Eutrapelio Cozzetti, tomo las llaves de mi bolsillo para dignarme a arrojarlas a su cerradura con suma cautela, ya que las horas habían pasado volando luego de una exquisita noche de puro vino cuyano y platicas para recordar con la muchachada, los tal vez mal pero bien llamados ``Los Iluminatis``. Anteriormente ya en viaje de vuelta venia rumeando (como bien diría un monje orante) la idea de llegar al cálido hogar para ver alguna película digna de las charlas elevadas que recientemente habían repercutido en mi mente. Así fue como, luego de entrar lento y astuto como zorro, me acelero en búsqueda de aquel filme.
Pasados largos periodos de tiempo y ya comenzando a sentir decepción en la búsqueda, cuando ya resignado me largaba al lecho, mi vista alcanza a leer un titulo que al mínimo discernimiento de aquellas letras que  llegaban a mi entendimiento lector, no dudó en pensar que terminaría mi trasnochada con aquella clásica película. Esta no era ni más ni menos que…Gladiador.
Durante y luego de acabar esta gran película quedé estupefacto al ver tantas semejanzas e increíbles comparaciones con la vida real que uno mismo lleva pero… entre todas estas, hubo una que no pudo evitar que explotara mi cabeza y comenzara a aplaudir (siendo las 5 30am)  y sintiéndome en carne propia un legendario soldado romano de la gran legión extranjera con una gran misión por delante. ¡No les miento que mientras escribo recordando ese bello momento mi piel se arrincona en mil puntillos!
En la última escena de tal peliculón, luego de caído muerto Máximo (sin no antes sacarle la vida al emperador) en las arenas del gran coliseo romano, siendo este, hombre justo atrapado en las redes de la desdicha de aquel emperador ambicioso y deseoso de poder, lleno de envidia y ejemplo de hombre pecador y fariseo, baja a las arenas la hermana del emperador, quien era ejemplo de verdadera y pura mujer. Al acercarse esta al ya fallecido Máximo, levanta su mirada hacia el senado y frente a todo el pueblo romano se atreve a declarar estas palabras;
¿Vale Roma la vida de un hombre justo? En alguna época creímos que si, vuelvan a darnos esa fe.
Luego de escuchar semejante frase no pude evitar empezar a aplaudir y gritar como bien dije más arriba. En ese preciso momento me digné y prometí escribir sobre tal frase, porque realmente tiene para sacar mucho jugo.
Roma… el llamado mundo civilizado de aquel entonces se había decidido a burlarse y llegar al punto de matar a este justo hombre quien despojado de todos sus bienes ya no era más que una simple y sencilla persona sin nada en su poder. No puedo evitar poner a este personaje en el lugar de Jesucristo, crucificado por el mundo civilizado, por el mundo que lo aclamó, por el hombre. ¿Realmente vale el mundo la vida de nuestro Señor?  En algún época creímos que si, vuelvan a darnos esa fe. Cuan miserable y ciego es el hombre ante Dios, quien se convirtió en criatura humana para redimir nuestros pecados y así poder vivir junto a su gloria la vida eterna. En la actualidad, el hombre cada día mas alejado de Dios, cada vez es más distante y difícil llegar al puerto seguro. En alguna época el mundo aclamó el nombre del señor, evangelizo por este y hasta se entrego sangre para darle la victoria, se podría decir que en aquellos remotos tiempos, valió la pena que el hombre más justo por excelencia que haya pisado la tierra entregara su vida por amor al nefasto e insolente hombre, que, a su vez se reconocía como tal y pedía eterna misericordia y justicia. Bellas épocas donde se erguían a sudor y sangre templos dedicados a adorarle, épocas donde al niño se le enseñaba la belleza, la armonía y como encontrar al Santísimo en aquellos lugares. Pero…estas épocas pueden observarse hoy solo en tinta y papel, en antiguos libros que muestran lo que el hombre pudo llegar a ser y fue, y esto porque poco a poco el maldito y condenado modernismo y progresismo fue debilitando al hombre, lo descarriló y sigue descarrilándolo a tal punto de que el pensamiento moderno le hace creer que el hombre triunfo siempre en la historia, que se intelectualizó, que el progresismo es la solución ante toda costumbre sana o mala, la manera de avanzar como humanidad ``cuerda`` cuando en realidad se ha llegado a convertirla en verdadera monstruosidad gobernada netamente por sus pasiones descontroladas y el antropocentrismo.
Entonces yo les vuelvo a preguntar ¿Realmente valió la pena que este carpintero, Dios y hombre a la vez, entregara su vida a semejantes razas de hombres tan poco dignas de aquella? Pues les responderé con la segunda parte de la frase de la cual partió este escrito; En alguna época creímos que si, por favor, vuelvan a darnos esa fe. Así es caballeros, en algún momento el hombre estaba convencido de que no fue en vano, pero hoy en día habiendo un mundo tan alejado de Dios, dictador de leyes contra natura y tantas barbaridades, uno muchas veces afloja en la cordura y pierde un poco el rumbo y esa fe y certeza que tenía empieza a disiparse. Cito a Tolkien en una frase bellísima de la saga del señor de los anillos dicha por Sam; ¿Cómo volverá el mundo a ser como era antes después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final, todo es pasajero. Como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brille, brillará más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo que ya lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran pero no lo hacen: Porque todos ellas luchan por un común denominador. Frodo: ¿Y por qué luchas tu Sam? Sam: Para que el bien reine en este mundo Señor Frodo! Se puede luchar por eso! Fin de cita.
Justamente esta segunda parte de la frase de la película y agregando el comentario de Tolkien, nos da el camino por donde debemos ir, somos tan solo un puñado quienes portamos la Verdad y por más costoso, retorcido y problemático que sea el camino que nos presenta la realidad, no debemos bajar los brazos, nosotros tenemos la tremenda misión de un centurión de la legión romana de hacer reinar el bien y la verdad en este mundo, debemos devolver esa fe que había en la humanidad de que realmente valió la pena la crucifixión y muerte de nuestro Señor Jesucristo luego de hacerse hombre! No hay lugar para fariseos ni tibios, amigos del mundo y a su vez de Dios, tampoco lo hay para quien esta errado en la verdad y nosotros tenemos la misión de cumplir la tamaña empresa de dar a conocer el camino, la luz y verdad. Ser verdaderos apóstoles que combatan, aclaren y preparen el camino para tantas ovejas perdidas del rebaño del señor acompañado de la siempre presente, oración.
Entonces vuelvo a preguntar; ¿Vale Roma la vida de un hombre justo? ¡Pues claro que lo vale señores! Tenemos la gracia que El nos ha entregado para siempre portar la Verdad y darla a conocer y a su vez ser ejemplo de verdadero caballero cruzado. Somos el ultimo bastión de nuestro Señor en este mundo tan cegado y viciado y créanme que podrán atacarnos, basurearnos y hasta arrebatar nuestras vidas pero jamás podrán derribar la fortaleza de Jesucristo en este mundo, la Iglesia, que está viva y la componemos todos nosotros. Créanme cuando les digo que realmente vale la pena luchar por eso. ¿Quién me sigue?

                                                                                                          El Peregrino libanés


viernes, 1 de diciembre de 2017

La despedida de Don Hilario de Jesús (2da. Parte).



La fecha del "fugas mundi" se avecinaba con una velocidad inusitada, silenciosa. Por eso Hilario decidió actuar y convocar rápidamente a todos sus amigos para darles por fin la noticia insinuada. Sería un encuentro particular, donde habría una gran festejo rebosante de sentida felicidad, pero al mismo tiempo se haría presente Doña Melany con sus apremiantes solicitaciones. Habria risas, y antes que ellas, sonrisas henchidas de asombro y de vera alegria. Conjuntamente estaría el llanto reprimido o aquel nudo en la garganta significando un desgarro real: el adiós a un amigo amado. Para todos sería difícil; mas, también, para todos este hecho les sería fácil de asumir puesto que nada había en el acontecer de la vida que la oración no enderezara para la Única dirección y cargara de un sentido liberador y bienaventurado. "La oración hace fácil lo difícil, posible lo imposible". Hete aquí, pues, que estos amigos de la Comarca mendocina, del barrio Liquidámbar, eran amigos orantes... orantes amigos.

Entonces fue que un viernes previo a ese tiempo tan hermoso y poético que es el Adviento, la compañía de Don Hilario se reunirían en el legendario rincón del jardincillo popular del barrio Liquidambar. Allí estaban todos presentes, sin ninguna baja, y ya eran horas las que llevaban conversando. Después de haber atacado con solemne furia la pata de jamón de un año y medio, junto al costillar que crocante había quedado luego de chispeantes y vivarachas llamas, y habiendo bebido ya unas cuantas cervezas artesanales, se disponen a una plática más profunda con el estómago lleno, las pipas danzando y los vasos de vino al tope.

En esto de descorchar tintos, Don Virula toma la palabra, y abre la íntima conversación:

-Compadre Hilario, yo sé porqué estamos aquí reunidos, pero le pido que se exprese con claridad que los corazones de la mayoría de los compadres sigue en vilo.
-Amigo, amigos -comenzó diciendo el barbudo mientras terminaba de limpiar su pipa con el atizador, y alzando la mirada, continúa-, muchos acá han contemplado mi corazón al descubierto entre tantas farras y tertulias, y han sabido que nunca me he sentido satisfecho aquí, feliz en este mundo chato, en esta vida rastrera de una sociedad prosaica y de una cultura nihilista. Mis quejas las han oído. Mis vivencias las han observado. No puedo seguir aquí entre ustedes... "hay heridas demasiado profundas, que echan raices", diría Frodo. ¡Debo partir! Y pronto, para hallar la verdadera cura del alma.

Se oyeron diferentes sonidos en el quincho que provenían de los oyentes que habían reaccionado de tan variadas formas ante tal noticia. Reinaba el silencio y un asombro perplejo. Es Jens el que tuvo que intervenir a causa de un descontento interior por lo que acaba de decir su amigo.

-Pero, compadre -empieza como tartamudeando el belga por la tensión del momento-, comprendo lo que dice con respecto a la podredumbre imperante en el cosmos; no obstante, es menester distinguir lo verdadero, bueno y bello que hay en todas las cosas. Se puede abrazar la vida mientras refleje al Ser. Si usted parte aún considerando esto, ¿no estaría huyendo de también del trigo que está en la cizaña?
-Jens, tanto tiempo juntos y aún dudas de ello... -respondía con voz queda el barbudo. Y prosigue:- Claro que no me escapo de las excelencias de esta espléndida Creación. Bien sé que la paradoja se encuentra en cada minúsculo detalle de nuestras existencias y por eso no me hallo desequilibrado como para fugarme de tanta cosa querida por el Criador. Es sencillamente que el corazón no se siente a gusto en este pasajero mundo, pero amo la vida en su nobleza y en sus altos ideales, como amo a la mujer, a los niños, al asado entre amigos y a las mateadas en familia durante las vacaciones -termina el viejo un tanto agitado por un pathos que amenazaba indómito-.

Todos seguían con el silencio contemplativo de los ojos lo que salía de la boca de Don Hilario. Las palabras golpeaban de diversas formas los corazones presentes. Sí, es que si bien Hilario era amigo de todos, no por ello no tenía sus preferencias con pocos a quienes ya les había descubierto el corazón de modo más íntimo. Era a estos que las palabras del Viejo le sonaban como un "grave bajo profundo". Así, sin contenerse por más tiempo, revienta en lágrimas el Morocho:

-¡Qué cabrón, qué maricón! -iba pronunciando con temblor Don Ojota- Te vas como si nada, te vas para siempre... ¿Y nosotros qué? ¿Acaso no podremos acompañarte en esta nueva aventura? Sé que me costará adaptarme al nuevo modo de vida que se lleva en ese Monasterio, pero más me costará que un pedazo de mi corazón se desgarre... -y luego de tranquilizarse un poco, remata resuelto Fonsé:- ¡Yo iré contigo!
-Y yo también -agregó el de Los Gamos mayor.
-Y yo... -balbuceaba un pensativo Don Pelayo, recién venido a la Patria para restaurarla con un puñado de valientes cuyanos, que no cesaba de fumar sus puros "Toscanos" traídos de sus viajes por las Uropas. Intentaba, el antiguo Emigrante, ordenar sus ideas  en la cabeza a medida que la conversación avanzaba, pero lo que más le costaba era callar a su corazón inquieto que bramaba fuego y trueno. Entonces interrogaba y se interrogaba así:- yo, ¿podré seguirlo en esta empresa tan noble y alta? Mi corazón me empuja a abandonarlo todo y seguir en pos de sus huellas, pero yo dejé mi Madre Patria y toda la parentela porque vi en sueños tener una misión en esta tierra natal, Ahora bien, ¿no podré hacer patria desde la trinchera monástica? ¿No será, en esta guerra de dimensiones insospechadas, un crucial puesto de batalla para frenar el avance del Enemigo y de los enemigos de la patria amada? ¡Ay, qué difícil se hace cumplir la Voluntad del Padre, ch`amigo! -y se agarraba la sien con su enorme manota.
-Quiero decir algo... -se oyó desde un rincón en penumbras donde sólo se veía con claridad una pera reluciente; en efecto, era Pericles ahora el que tomaba la palabra con solemnidad:- La toma de las grandes decisiones en nuestra vida jamás serán definidas en un clima de bulla y entusiasmo juvenil. Sólo se llevan a cabo determinadas determinaciones en el silencio, en la soledad y en el recogimiento. Y con paciencia, procurando velar y orar para no caer en la tentación. ¿Cuál tentación?, ustedes me dirán. La tentación que acaece en los jóvenes de buen corazón y metas altas, y es la de entrar a desesperarse por no saber con claridad qué camino seguir para cumplir el Querer Divino a rajatabla. Ya mucho tenemos con el ser fiel en lo poco...
-Sí -interrumpe el Marqués de repente y con candor-, hasta me atrevería a decir que esa "segunda vocación", digamos, viene como añadidura divina por el sólo hecho de perseverar fieles en Evangelio. Aún más, podría ser este motivo de querer discernir en cuanto antes el modo en que Dios quiere que yo me santifique, un obstáculo para justamente postergar ese deber primario y primordial que todo cristiano tiene; a saber, la escucha atenta y amorosa y constante de la Palabra Divina.

Cada vez se tornaba más interesante la noche con intercambios inteligentes y apasionados de pensamientos peregrinos. Poco a poco se iban sumando los más tímidos del grupo para ir aportando cada uno su parecer, o ir compartiendo su desazón o dicha. Por esto coemnta a media voz el melancólico Zaqueus:

-Lo que dice el Marqués es muy cierto, tan cierto que las mejores revelaciones para hacer camino al andar las he recibido mientras leía las Sagradas Escrituras. Y si bien es cierto que de los aquí presentes quizá sea yo el más bollante cuando de hacerse un lugar en el mundo se trata, no es menos cierto que mi corazón reposa tranquilo en el Señor ,como Juan en la Última Cena. A tal punto que el que me pregunta con cierta insolencia o mucha inocencia: "¿dónde estás, en la vida de mundo, en la carrera de la vida?", yo me limito a contestar con firmeza y sencillez: "En el Corazón de Jesús"...
-¡Qué certeras palabras, Guerma! ¡Qué fuerte! -y luego de esta exclamación se quiebra en sollozos el sensible Jimmy.
-La verdad que sí -retoma la palabra Hilario que parecía haberse ausentado por unos instantes.- Tan cierto es lo que dice Zaq que yo descubrí mi llamado durante una Lectio Divina. En ese momento, tan feliz y lleno de paz, lloré y lloré y lloré... pues la convicción de seguirlo a sólo Él me había por fin visitado. Y todo esto obra del Amor Hermoso -mientras paladeaba este último Nombre Divino se le iban llenando los ojos de lagrimas reprimidas y no siguió porque el nudo de la garganta se había apoderado de su discurso.
-¡Salud, Hilary! -lanzó un The Young Writer que por primera vez en la historia de las juntadas había decidido no llevar su cuadernito de apuntes y anotar todo en su memoria. Y con mucho fervor y una buena sonrisa adherida a su nariz, felicitaba a su amigo:- Creo que estoy orgulloso de vos. Sospecho que tu ejemplo interpelará a nuestros corazones. No me imagino que esta amistad siga su curso indiferente sabiendo que un amigo estará más cerquita del Amigo con mayúscula pidiendo por nosotros. Eso sí, te vamos a extrañar, camarada -y con el copón que tenía en la mano, alza  su mano y traga un largo sorbo de vino Viejo Isaías, como no podía ser de otro modo.

A esta confidencia ya se animaron los que restaban aparecer en las muestras de afecto y buen ánimo.

-Te queremos, viejo barbudo, que ahora puede que seas un ejemplo, pero que bien travieso fuiste años atrás... Pero me consuelo sabiendo que tendrás toda una vida para purgar tus pecados, jajaja -decía en alta voz el casi ebrio Joselito.
-Sé un monje, si eso es lo que vas a ser, de verdad. Nada de beaterías, ni imposturas, ni mariconeadas de ningún tipo. Sé auténtico -remató Don Catalino.
-Y buena onda -sumó el Medina.
-Y no dejes de chupar vino y fumar pipa con boina, porque si no, nos obligarás a irte a secuestrar para hacerte recordar que antes de ser monje, eres un gaucho, mierda -risas diáfanas se hacían sentir por aquella hora en el rincón a causa del ya ebrio Don Ávila de la Manchita.
-Te enviaremos cartas... -suspiró Don Rionnes.

Don Hilario, que ya se había recuperado de la emoción anterior, habla de esta manera:

-Gracias a todos por sus sentidas palabras. Sé que cuánto me quieren y nunca dudé de su amor hacia mí, como nunca yo puse en duda el amor que les tributo. Sólo el Altísimo sabe lo que mi corazón siente ahora por ustedes, y ha sentido en tantos años de amistad y camaradería. Quisiera decirles tantas cosas pero prefiero guardármelas como un secreto mío que será revelado sólo cuando este tierra y este cielo pasen, y todos nos reencontremos en el Reino futuro, la Taberna Eterna. Es bueno y justo que entiendan que nada de esto ocurre por mérito mío. Es Él, siempre ha sido Él -perdía el Viejo su mirada en el inmenso firmamento. Y termina su agradecimiento con una petición:- Sólo le pido al Starets Abubba que me bendiga aquí entre ustedes y me deje partir.
-Oh, Don Hilario de, ¡vaya que lo serás!, de Jesús -inicia su plegaria el pálido geronte.- Conmovedor a sido tu camino hasta aquí, pero más conmovedor será el camino nuevo que ahora emprendes. Te he visto jugar de niño por entre los liquidámbares y los abedules de nuestro pueblo. ¿Quién lo hubiera imaginado, caro mío? Tú de monje. ¡Vaya que Dios es grande y misericordioso! -y parándose del añejado tronco de eucalipto, levanta su brazo e imparte la bendición de los peregrinos:- Yo te bendigo, hijo y amigo mío, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Que los Angeles te lleven en sus palmas, San Cristóbal te acompañe, y la Reina y Madre nuestra sea tu guía y tu sostén hasta la muerte. Amén.

Todos al unísono contestaron: "AMEN".


jueves, 30 de noviembre de 2017

La despedida de Don Hilario de Jesús (1ra. Parte).




Siempre había sospechado que la juventud que había abrazado con tanta pasión sería como una frágil y bella flor que debía de consumirse antes de tiempo. Eso intuía sin saber muy bien de qué se trataba. Ese recóndito pero poderoso deseo de plena satisfacción del corazón le auguraba un muerte próxima. La plenitud que fuertemente lo atraía le señalaba un fallecimiento prematuro. Una tumba sin rostro se le aparecía en sueños. Los verdugos se apostaban en los umbrales de todas sus duermevelas. Ecos de un Requiem resonaban en los rincones de su cuarto y la letra rumoreaba "no abraces así la vida, muchacho, pues tu destino está fijado: vida te dejará y tu juventud se marchitará..."

Esto que Don Hilario había experimentado tiempo ha se fue cristalizando al paso de sus años mozos. La inquietud de saberse un extranjero en el siglo fugitivo iba cobrando expresión al cabo del tiempo. Esta profunda insatisfacción fue tornándose cada más intensa que ya se parecía más a aquella sed lacerante que experimentan los que andan perdidos por las arenas del desierto. Es que no era este desierto del mundo el que lo iba a calmar de su insatisfecha sed; sino, antes bien, era aquel otro Desierto el que lo había cautivado en su más profunda esencia. "Cuánta utilidad y gozo divinos aportan la soledad y el silencio del Desierto a sus enamorados, sólo lo saben aquellos que lo han saboreado". Eran dos los desiertos que al adolescente Hilario se le presentaban para su elección (elección que por cierto sabía irrevocable). Del desierto pasajero de un mundo sin Dios ya nada le llenaba, ni siquiera los lícitos placeres terrenales que tanto disfrutaba podían colmarle. Había probado más de una vez la manzana terrena pero volvía a tener hambre luego de haberla gustado, como la sedienta Samaritana junto al pozo de Jacob que anhelaba beber una agua que apagara por siempre su sed. La amargura contenida en este yermo -"tierra baldía"- lo llevó a Hilario a concentrarse en otro Yermo...



Y así, "sólo la sed lo alumbró, aunque era de noche". Dejándose guiar por la santa nostalgia y haciéndose semejante a un parvulito, fue que se aproximaba cada vez más a las riberas de esa Estepa Dorada, donde "los hombres ardientes pueden, siempre que lo desean, entrar y permanecer en su interior; hacer germinar vigorosamente las virtudes y alimentarse con fruición de los frutos del paraíso". Estos manjares del Edén eran los que sólo complacían a Hilario. Pudo comprobar que en ese universo mundo, oculto para él durante largo tiempo, la vida no era constreñida por brazos llenos de vitalidad, sino, por el contrario, uno era el que quedaba como absorbido por una nueva Vida llena de fascinación y encanto. Vida nueva en un mundo nuevo sin fronteras donde la ley era la libertad en el amor y en la verdad. Donde el Espíritu que todo lo vivifica y renueva, hacía estallar el alma de alegrías y mágicos sabores. ¡Qué lejos el espíritu maloliento de aquel gélido y putrefacto desierto donde la ley es el odio y su efigie es la malicia!

Así las cosas, luego de haber andado un camino sinuoso aunque romántico, Don Hilario de Jesús decidía marcharse a un Monasterio lejano. La hora había llegado. Aquel que se hacía llamar "El Viejo" partía a la montaña nevada -a los "Lugares Altos"- para no volver jamás a su patria, a su barrio Liquidámbar. Tal vez este su apodo fuera por lo antedicho al inicio: los viejos son los prontos a morir, los amigos de la muerte. E Hilario sabía que su partida era como un morir viviendo; que el sabor de aquella huida era similar al último expirar. Mas no había otro remedio. La decisión ya había sido tomado con firme resolución, pues claro había sido el Señor en su llamar hiriente. Quedaba sólo la dulce espera y el último adiós a sus seres tan queridos, que quizás ya algo sospechaban de la inminente fuga del De Jesús...


jueves, 23 de noviembre de 2017

Don Romualdo y los amigos

Vagué por la Argentina, desolado ante la partida definitiva del Hidalgo Manchego y su fiel escudero Sancho. Volvieron a su patria, y es que la tierra llama. Lo mismo hice yo. Y allí que estaba, recorriendo los rincones más recónditos de la Patria, por conocerla mejor.

Estando en la Pampa, conocí un guitarrero cantor, un aguerrido poeta. Don Romualdo se llamaba el señor, y vi en él un fulgor en su mirada y un furor en su ímpetu tal, que intuí sería inspiración para mis relatos. Pero necesitaba conocerlo mejor, así que pedí al párroco de la zona alojamiento en su casa por un tiempo. El Padre Luis era un gauchazo ensotanado, sin problemas me permitió compartir la casa parroquial con él por algún tiempo.

Tras haberme instalado bien, pasados unos días volví a visitar a don Romualdo.

-¿¡Cómo anda don Romualdo!? –grité yo desde lo lejos acercándome donde él ordeñaba las vacas por segunda vez en el día.

-¡Don Pelayo! ¿Cómo usted por aquí? –me dijo soltando la ubre de la vaca para venir a mi encuentro.

Así es, Pelayo me pusieron mis padres cuando chico, y así me llamo ante Dios. Se acabó el llamarme Emigrante, pues ya volví, y mi nostalgia se tornó en gozo y ganas de a la Patria servir.

-Venía a ayudarle en lo que fuera menester, compadre. Ya sabe que si necesita un par de brazos, tiene los míos, dispuestos a servirle –le dije yo, contento por la idea de trabajar la tierra y el ganado.

-Fíjese lo qu’es la Providencia, que justo iba a ponerme a hacer un asado, y ando necesitando una boca más, porque no v’ia poder terminarme tuita la carne yo solito.

Reímos los dos un rato y terminamos de ordeñar las vacas que faltaban. Inmediatamente nos pusimos con el asado, fue costillar la pieza elegida y algunos chinchulines. Sacó mientras tanto don Romualdo un queso curado y una botella de buen vino. Y charlando estuvimos un buen rato, hasta que don Romualdo cambió de tema:

-Me dijo usted el otro día que sabe historias dignas de contar, ¿por qué no se cuenta alguna compadre? Que ya está dispuesta el alma después de esta botella de vino –dijo, ansioso por escuchar alguna historia.

Vivía solo don Romualdo, era un hombre curtido por el silencio y la soledad. No quería decepcionarlo con ninguna historia fútil, pues si no mejor era no hablar. Así que le dije:

-Como guste compadre, pero antes présteme una guitarra, que necesito invocar a los santos con una bella poesía del Martín Fierro, no vaya a desmemoriarme en el camino y no tenga sentido la historia.

Me pasó la guitarra, y comencé a cantar el inicio del Martín Fierro, pidiendo a los santos del cielo que alumbraran mi pensamiento y que me refrescaran la memoria en ese momento en que iba a contar mi historia, y aclararan mi entendimiento.

--------------Continuará…-----------------

Don Pelayo

miércoles, 8 de noviembre de 2017

La Gallina Mentirosa

Después de haber creado Dios todas las cosas, paseaba la gallina con el pavo, y éste decía:

-¿Sabe que puedo abrir la cola como un abanico? Así engatuso a las pavas, con mi cola tan colorida y vistosa.

La gallina, que no quería ser menos, viendo que no tenía una destreza peculiar, dijo:

-Qué bien, señor Pavo, me alegro por usted. Mi habilidad especial es saber volar, y volar muy alto.

El pavo, entristecido porque la habilidad de la gallina era mejor, se marchó con la cola gacha.

Esto iba diciendo de sí la gallina al resto de animales, y se iba ganando fama entre ellos, y ella estaba henchida de orgullo y satisfacción, y convencida de su habilidad. Hasta que un día, hablando con ella el pájaro carpintero, decía éste último:

-¿Sabe que poseo la destreza de esculpir con mi pico un nido en el interior de un árbol? Así mis crías están protegidas de toda acechanza.

A lo que respondió la afamada gallina:

-Me alegro por usted, señor Pájaro Carpintero, mas ya sabrá usted que mi habilidad especial es volar bien alto, más que las águilas.

-¡No me diga! –respondió el carpintero emocionado- Justo la semana que viene hay una exhibición de aves, en el acantilado norte, cerca de aquí, ¿por qué no se inscribe?

La gallina, completamente segura de sí misma y de su habilidad, respondió contenta:

-¡Por supuesto!, allí nos veremos.

Y allí que se presentó la semana siguiente. Había gran multitud de pájaros, de todos los tamaños y colores. Y, uno a uno, se colocaban en el borde del acantilado y saltaban para comenzar a volar, y hacían toda clase de piruetas y acrobacias, cada cual mejor que el anterior.

Y le llegó el turno a la afamada gallina, y todos contemplaban expectantes su caminata hacia el borde del acantilado. Ella, convencida de su habilidad, se paró en el borde y pegó un salto. Pero por más que agitaba las alas no conseguía volar, y cayó en picado en el mar, y se ahogó en él.

Y es que:


“El que mienta, que tenga memoria, no vaya a acabar creyéndose su mentira”



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E.N.

jueves, 5 de octubre de 2017

La liebre y el conejo

En un día cálido cualquiera, una liebre corría ágil de un arbusto a otro. Apareció entonces un conejo, y se burló a voces gritando:

-¿De qué te sirve correr, necia liebre? Pierdes el tiempo pudiendo aprovecharlo en el estudio de las plantas, como yo. ¿No sabes acaso que el conocer las plantas y sus tipos es lo más noble que un animal puede hacer?

Y así era en efecto, el conejo era muy erudito, pero el estudio le quitaba tiempo para el ejercicio.

En eso se hizo el silencio en el bosque, y ambos animales se pusieron alerta. Como un gigante apareció de un gran salto un puma, y comenzó a perseguirlos. La liebre, ágil, se escapó fácilmente, pero el conejo quedó rezagado y cayó en las garras del puma feroz.


"El que se salva sabe; el que no, no sabe nada"

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El Emigrante Nostálgico

miércoles, 4 de octubre de 2017

Cuando el hombre se hizo Dios. (Parte I)

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Será quizás que tanto soñar y anhelar una civilización cristiana, misteriosamente un día, Don Virula despertó en el año 1300, y vio con asombro que se encontraba en la querida edad media, en el seno europeo. No le fue necesario preguntar nada a nadie para que se sintiera perfectamente ubicado, con todo lo que esto demanda. Emocionado, decidió caminar y respirar aquello que tanto amaba, aquello que tantas horas lo desvelara, aquello que le hacía hervir la sangre: la Europa cristiana, sus guerras, sus héroes, sus hazañas, sus leyes y su cultura. 
Mientras caminaba por la ciudad, veía las inmensas catedrales en construcción, las banderas y crucifijos descubiertos en alto en cualquier esquina, la arquitectura, el arte, el culto, monasterios, obispos,  caballeros majestuosos y las damas bien vestidas. Parecía que todo tenía armonía, y se podía intuir allí, que todo se hacía para mayor gloria de Dios.
Siento la fuerte tentación de detenerme a describir con lujo detalle lo anterior, más no es el fin de la entrada, y por esto, he resumido al máximo esta pequeña composición de lugar, para dar con el hecho importante que sucedió allí.
Resulta que al caminar, vio una muchedumbre que se reunía en la plaza. Con cierta intriga, se acerca el Virula a observar más de cerca, y descubre que todos estaban atónitos escuchando a un importante catedrático que daba un discurso parado sobre una fuente. Llamaba la atención la energía del hombre al hablar, y la pulcritud de su oratoria. Por suerte, Don Virula era flaco, y pudo escabullirse entre la multitud hasta alcanzar uno de los primeros puestos, donde pudo oír bien. Alzando la vista, escuchó:
-Damas y caballeros, oíd bien mis palabras, puesto que llega la hora que tanto habéis esperado, desde vuestro padre Adán, hasta nuestros días. Día glorioso que contempláis, en que tantos hombres valerosos desearon ver. Al fin hemos logrado romper nuestras cadenas, al fin hemos logrado la libertad humana, para alcanzar nuestra plenitud. Vendrán días sublimes, puesto que hemos enterrado el dilema de la humanidad entera, y a partir de hoy, yo, ante todos vosotros, me declaro, dios y señor del universo.-

La multitud aplaudió con una fuerza descomunal, y vitorearon con gritos chillones al locutor. Don Virula quedó totalmente descolocado, y su mandíbula llegaba hasta al piso, por no creer lo que estaba oyendo. En un principio le pareció todo absurdo, pero algo le indicaba la tragedia universal que estaba presenciando, quizás fue que tuvo la sensación que a los presentes se les dibujaba una sonrisa siniestra, maligna. Turbado como estaba, reunió fuerzas para interrogar al orador, y dijo:

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-Disculpe, hombre, ¿cómo os llamáis?- A lo que le respondió:
-Mi nombre es Ockham, a su servicio- Y Virula volvió:
-Dígame, señor Ockham, ¡Cómo es que os declaráis dios, ¿no tenéis miedo a la Santa Ira?, cómo es que pronunciáis dicha blasfemia!- Todos rieron, y al ver el apoyo del público al hombre, Ockham respondió:
-La santa ira la desencadeno yo cuando me sea menester, y puedo lanzarla hacia ti, puesto que soy dios, sin embargo, me tomaré el tiempo que sea necesario para explicarte, cerdo infame, y de paso terminar de hacer entender a la humanidad entera su necedad. Debéis comprender amigo mío, que el hombre ha vivido tanto tiempo ya bajo el yugo del dios creador. Sin embargo, eso ya no existirá, puesto que en verdad, nosotros hemos creado a dios, y por lo tanto somos amos de dios.- Don Virula, no pudiendo creer lo que le decía, respondió:
-¿Cómo diablos dices eso, cómo puedes tú, ser humano limitado crear a dios mismo?-
-Mirad joven imberbe, lo que tu cabecita os indica, es que tú has sido creado por dios, y digo cabecita, porque allí es donde mora tu concepto de dios, es por esto que en verdad, nosotros mismos con nuestra cabeza, creamos a dios, él es nuestra creatura, formada en el seno de nuestra inteligencia. He aquí mi sabiduría, es por esto que mi empresa ha comenzado, le daré al hombre el arma más poderosa del mundo, le daré el poder de someter a dios. Dios, no es el ser más grande y el hombre, ya no debe intentar conocerlo, ni contemplarlo, todo eso es falacia. El hombre es su propio dios, y nuestra inteligencia gobernará ahora sobre el orbe. ¡Escuchad bien todos, comenzaremos desde hoy a construir una nueva era, la era el hombre, y todo aquello que venga del hombre, por venir de nuestra mente, será acogido con solemnidad!-
Todos aplaudían, Don Virula fue apartado por la muchedumbre que rendía culto al hombre. Fue en la angustia de una gran tensión que pudo comprender que el hombre había decidido romper con Dios. Ahora los nuevos dioses de la tierra, comenzarían a dictar nuevas leyes, y destruirían la ley de Dios. Y fue en la cima de un cerro, donde contempló cómo se propagaba la herejía. En la sencillez del planteo, se escondía el designio más diabólico jamás visto. Por todas las calles se corría la voz de un nuevo nacimiento del hombre, que, cortada la cabeza, cortada la potestad más importante del hombre (la de ser un ser transfigurable por Dios), el mundo se dio vuelta para quedar patas arriba, y la cosmovisión cristiana fue muriendo, dando a luz a la mirada del todo desde el hombre mismo. Una nueva era, un…. RENACIMIENTO, el cual, fue corrompiendo el arte, la cultura, la música, y todo lo mencionado en la introducción, al fin y al cabo, ¡al hombre!

Continuará...

Don Virulana de los Gamos

martes, 3 de octubre de 2017

Licenciado en Baldosas

"Padre, me acuso de haber pecado de miradas indecentes". ¿Cuántas veces hemos tenido que confesarnos de esto? Hay veces que lo hacemos de forma automática (no el confesarnos, sino el pecar), sin pensarlo, de tan arraigado que tenemos este vicio.

Pero, ¿de quién es la culpa? ¡Ah! La culpa se comparte amigo. Digamos que toda falta en sociedad, o toda falta que implica a otro, tiene dos caras, como una moneda: la cara de la falta en sí, y la cara del escandalo que se provoca por esa falta. Pongamos un ejemplo, hacer un comentario pecaminoso es malo en sí, pero también es malo por el escándalo que genera en quien oye dicho comentario, pues puede inducirle a pecado. Entonces, un pecado, por el escandalo puede transformarse en dos: el mío y el del otro.

Esto pasa con las miradas pecaminosas. Ellas visten provocativas, y nos inducen a pecado, ese del que tanto nos confesamos. ¿¡Que ha pasado con la moda femenina!? Ya la única moda femenina decente que queda es la que usan los varones... (y ni si quiera).

¿Mi teoría? Las mujeres han ido compitiendo con las damas de compañía, y les han ido quitando clientes, o mejor, se han convertido en ellas... Ha sido una especie de guerra fría, en vez de carrera de armamentos ha sido carrera de "desvestimento". Ojalá las mujeres de hoy vistieran como las cortesanas del siglo XIX... Pero no, ni las más recatadas. Para que vean un vestigio simbólico de esta guerra fría entre mujeres de mundo y de compañía, puedo nombrar el collarín que se usa hoy, de color negro, en rombitos, que envuelve la garganta. Diganme si ese collarín no era propio de las trotacalles del siglo XIX..., y ahora lo usan todas...

En fin, esta guerra fría perjudicaría, por pura lógica, al negocio de la prostitución pero, lejos de traer ese beneficio, conlleva el maleficio de perjudicar al varón. Y el varón cae frecuentemente, pues es su debilidad. Esto genera un ambiente social muy manchado, unas personas muy súbitas en pecar contra el sexto, por no hablar del noveno.

Pero, ¿toda la culpa la tiene la mujer? Obviamente  que no amigos, pero sí gran parte. Está el dicho castellano: "La ocasión hace al ladrón", pero no es muy cierto este dicho, pues puede haber ocasión sin que necesariamente haya ladrón. Mejor lo refleja el mismo dicho francés: "Vous serrez l'ocassion, vous serrez le larron", pues sin ocasión no habrá ladrón. Pero habiendo ocasión, el ladrón en potencia se puede contener virtuosamente. Y esto son las mujeres provocativas, ocasión de pecado, de forma que si evitasen la provocación, no habría pecados derivados de ella.

Y ese es nuestro deber: contenernos virtuosamente. Puesto que es difícil que modifiquemos la ocasión de pecado, habrá que redoblar esfuerzos por no caer en esa tentación.

Y ¿cómo?, ¡si es muy difícil! Aquí les traigo la solución compadres: Licenciatura en Baldosas.

Un buen católico debe conocer todas las baldosas de la ciudad, debe ser perito en ellas, debe llegar al punto de no ubicarse por calles sino por tipo de baldosas. "De mi casa al colegio voy por la vereda de baldosas grises y rugosas, tamaño mediano, giro después en la vereda de baldosas rojizas con blanco, para después girar en la vereda de baldosas grises con forma de rombo, una vez allí, la puerta del colegio está en la baldosa numero 97". Obsesivo. Pero al menos salva su alma. Conocedor de su debilidad, el buen católico va por la calle mirada al suelo, pues sabe que si levanta la mirada, alguna minifalda o escote le estará tentando. Y así, con el paso del tiempo, el buen católico se convierte en licenciado en baldosas.

Emigrante Nostálgico.

Una Peña como las de antes (III)

Una Peña como las de antes.
…Y luego de los intensos aplausos que respetuosa y largamente sonaron, los guitarreros retomaron con una preciosa zamba, que agitando pañuelos más de una pareja bailó…

 Tomo la pluma para narrar una de las farras que más he disfrutado.

 Había un grupo de cuyanos que emprendió un viaje a las tierras del norte. Luego de recorrer el jardín de la república, cuna de la independencia, y de visitar la colorida Jujuy, los viajeros esperaban ansiosos su próximo destino. Salta, la bien llamada “Linda” recibía a los mendocinos, quienes esperaban disfrutar de unos bellos días en las tierras del general Martín Miguel de Güemes.

 ¡Qué decir de aquellos pagos! todo lo que en el folclore nacional se cantaba se hacía visible a los ojos de aquellos jóvenes, de entre los cuales se encontraban varios gallardos. La plaza 9 de Julio, su catedral y un sinfín de lugares y monumentos que hinchaban de patriotismo a quien los viese.
 Pero para no dar más vueltas y llegar a la escena que dio inicio a mi relato, paso a contar la última noche en la norteña provincia.

 ¿Porque podían estar más ansiosos esos gallardos, sino en asistir a alguna de las renombradas peñas donde el guitarreo y los bailes típicos son constantes? Con las mejores prendas que pudieron rescatar del largo viaje, usando boinas para entonar con la tradicional ciudad, marcharon hacia la renombrada “Casona del Molino”. ¡Cuántos célebres maestros del folclore habrán pasado por el famoso rincón salteño donde se encuentran los amigos, las guitarras y los bombos para disfrutar de una verdadera peña, expresión de nuestras costumbres!

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 Entraban a la vieja casona, pasando por los primeros cuartos, donde ya varias personas se acomodaban para disfrutar de las comidas típicas de nuestro país. Estuches y partituras ya se iban divisando, y las salas estaban decoradas con un tradicional aspecto gauchesco.
 Tras recorrer la larga casa, el grupo de mendocinos se acomodaba en el patio trasero, lugar más amplio del “bolichón”, donde paisanas ubicaban a los viajeros en distintas mesas y a la luz de las velas les ofrecían empanadas y locro.
 Allí no había artistas contratados. Cada cual llevaba su música. Por suerte en este grupo estaba Don Camilo y alguno de sus secuaces, que lo acompañaban con guitarras y un bombo.

 Consumida la cena, llegaba el momento ansiado, donde en cada cuarto y patio de la casa vieja distintos músicos comenzaban a producir tradicionales cantos. Y para no quedarse atrás los de la tierra del buen vino comenzaron a hacer sonar los infaltables temas de los Chalchaleros, Rimoldi Fraga, Jorge Cafrune y más.

 La fiesta estaba armada. Al ser numerosos los de Mendoza y generar tantas risas, aplausos y famosos “aro, aro...”  atrajeron a distintos paisanos y turistas, que se sumaban pidiendo canciones y bailando en pareja.
 La alegría y diversión se desbordaban en la peña. Las paisanas traían vino, la gente bailaba cuecas, gatos y chacareras, las risas sobraban y ya se veían más de un par de sonrisas violetas por el buen beber.
 La mirada atenta de Don Ábila había distinguido a una pareja, ambos de cincuenta y pico, que animosos venían acompañado la velada. Cuando los cantores avisaron que iban a entonar una zamba, ellos se miraron. Pero no solo se vieron, sino que se entendieron y compenetraron con la mirada; sin quitar los ojos que intensamente depositaban en el otro sacaron el pañuelo que anudado envolvía sus camisas, y armaron espacio para “volar” la zamba.

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 No son mis palabras suficientes para describir el magnífico momento que fue ver bailar esa zamba. Digna de otro escrito, que encierre en palabras lo que una lluvia de aplausos le daba fin aquella ocasión. Aquella pareja quedaría en la memoria de varios de los presentes aquella primaveral noche.

 Luego del popular popurrí de temas que reprodujeron, Don Ábila y Don Calixto Medina insistieron al di Benedetto que cambiasen el repertorio y cantasen las del “Palote”. Querían que el resto de los comensales pudiesen oír las letras del gran poeta cuyano Alfredo Bufano, y honrasen a nuestros caídos y veteranos malvinenses.

 Así fue como comenzaron a sonar las canciones del querido “Ale Lópe”. Con orgullo y patriotismo uno de los jóvenes tomo la palabra ante todos para comentar quien era el autor de esas canciones que evocaban a los mártires, a Mendoza y a los caídos y veteranos del sur. Y en modo apostólico explicó que era lo que este grupo de cuyanos entendía con el folclore, sus tradiciones y la sana música. También el porqué de recordar a nuestros combatientes y no dejarlos en el olvido.
 Esas palabras habían generado un ambiente distinto y emotivo en la que ya era una épica noche. Y con el pecho inflamado de emoción todos los viajeros entonaron “A LOS HÉROES QUE QUEDARON” sintiendo cada oración en el alma.

 Al finalizar la canción, se puso de pie aquel paisano que había bailado (o como dije, “volado”) la bella zamba. Pidiendo permiso tomo la palabra y dijo:

-    -  Quiero agradecerles de todo corazón por lo que acaban de hacer. No dejen jamás de cantar y honrar a los caídos en la guerra y tampoco se olviden de nosotros, los veteranos.-

Así era, aquel hombre que había hecho humedecer la mirada de algunos gallardos con la zamba, era nada más y nada menos que uno de nuestros veteranos de guerra, y sin saberlo le habían hecho un gran homenaje. Y Continuó con lágrimas en los ojos diciendo:

     -   No saben la alegría que me da ver a un grupo de jóvenes que mantengan tan presentes a los que luchamos allá en el sur. Sufro mucho el que no se conmemore como se debe a nuestras islas. Muchos días me levanto con un sentimiento extraño en el pecho por la guerra. Y aquí mi esposa –y con la mirada señalaba a la paisana con la que había bailado la zamba (aquella indescriptible mirada) y que ahora lo sostenía con un abrazo- les puede asegurar que esos días son difíciles para mí.-

 Y terminó diciendo:

    - Hoy fue un día de esos. Y ahora llegar esta noche y encontrarme aquí con este gesto, que decirles… se me llena el alma de esperanza por nuestra querida Argentina.  Muchas gracias de verdad.-

 A más de un viajero puedo asegurarles (incluyéndome) que se les escaparon sentidas lágrimas. Y para no ser menos, otro de los comensales, cordobés si mal no recuerdo, también se paró para tomar la palabra. Este había pasado la noche sentado con una botella de vino y un cenicero, pero no por eso no había cantado y aplaudido a lo largo de la velada. Con un nudo en la garganta dijo:

-      -    ¡Yo también luché en Malvinas!-
 No pudo decir más, solo soltó un cortado ¡Viva la Patria! que al unísono respondieron por igual todos los presentes.

 ¿Providencia? Seguramente la que quiso reunir una misma noche en un rincón salteño a dos veteranos de guerra y a un grupo de jóvenes que sin saberlo cantaban en su honor.

 Y para no aflojar al homenaje, todos los que asistieron a la peña salteña se pusieron de pie y entonaron “NO TE RINDAS” para los veteranos. Había una mezcla entre emoción, respeto, orgullo y alegría en la famosa “Casona del Molino”. Los mendocinos abrazados uno al lado del otro sin aún poder creer lo que sucedía y coronando una especial noche se desbordaban de patriotismo. Al terminar la canción un cada vez más fuerte ¡Viva la Patria! se repetía y no hubo persona que no tuviese la piel de gallina. Y luego de los intensos aplausos que respetuosa y largamente sonaron, los guitarreros retomaron con una preciosa zamba, que agitando pañuelos más de una pareja bailó…

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 -Don Ábila de la Mancha-