viernes, 25 de octubre de 2019

Crónica de una experiencia campera.




Partimos de la ciudad bien temprano. Era un día de semana, por lo que tuvimos que suspender las actividades y los deberes que nos solicitaban en la familia y en el trabajo. “Irresponsabilidad” llamarían a esta decisión los hombres serios de nuestra aldea siempre preocupados de mantener un status social y económico respetable, y aún más, exitoso. Dejar todo tipo de solicitación temporal con cierta displicencia y mudarse al campo, montaña adentro, era una falta grave contra la religión del Nuevo Orden Mundial y contra el venerable Hombre Posmoderno. Pero los que nos marchábamos al campo por dos días entendíamos -o empezábamos a entender- que el hombre es algo más que una máquina de producir y de acaudalar bienes para una existencia cómoda y confortable. No podía reducirse la existencia a procurar un bienestar material para así alcanzar la felicidad. ¡Engañosa trampa, señuelo moderno de raíces protestantes! El homo economicus, modelo de nuestro mundo actual, se ha infiltrado entre las filas católicas y su ponzoña es casi imperceptible. El homo religiosus, en cambio, que yace dormido en el corazón de los fieles y olvidado en las mentes católicas, reclama todavía ocupar el puesto eminente que antaño tuvo indiscutiblemente. Por eso, y por muchas razones más, irse a andar a caballo por días en la montaña mendocina mientras todo el mundo seguía con sus “urgentes” e “impostergables” ocupaciones laborales era un verdadero esputo en la cara a toda la posmodernidad reinante y un grito de reivindicación por el hombre eterno que anida en el pecho de todos los mortales.

Por cierto, vale aclarar que esta acción de escape a la montaña  -más que "escape", "retorno" hacia la tierra bendita- no significa descrédito o desdén a todo deber de estado que en sí es algo bueno, e incluso, es medio de santificación. Nada de eso. Se trata más bien de no caer en la esclavitud del hombre que sólo persigue “llenar sus bolsillos” y llevar una vida segura y lujosa, es decir, una vida aburguesada. No se invita a la huida de los deberes que nos urgen para una subsistencia digna y honrada -piso de un realismo tradicional-, sino a comprender la Realidad toda con ojos cristianos y aprender a priorizar -y antes que eso a escuchar- los reclamos del espíritu que ansía lo infinito, lo absoluto y lo permanente. Hecha esta aclaración, vuelvo al inicio del relato para no alargar más esta crónica sentida y oportuna, que procurará ser breve para no cansar al benévolo lector.

Habiendo dispuesto todo lo necesario para la cabalgata -polainas y pilcha gaucha, pipas y tabacos, vinos y petaca con whisky, vaso y cuchillo, bolsa de dormir y demás bártulos-, me recoge el Palanca en su coche junto al Pelado. De casa nos dirigimos en busca del Negro que nos levantaría en su chata para finalmente buscar al jefe de la travesía, el Gordo, que nos aguardaba ansioso en Chacras de Coria donde estaba su hogar. Una vez los 5 acomodados en nuestros asientos, arrancamos derecho a Potrerillos entre mates y charlas amicales. Llegamos a media mañana y nos dispusimos a acomodar todo para partir campo adentro con los caballos. Si eran 5 los jinetes, 5 eran los nobles y hermosos caballos, el cual se destacaba especialmente el soberbio corcel del Gordo -y el mío también tenía su atractivo por su pequeña estatura y su pelaje tordillo-. Apenas llegamos a la estancia en la montaña, arriba Don Carlos, el último para sumarse al grupo de caballeros cuyanos. Ya éramos 6 y ya terminábamos de dejar todo listo para iniciar el paseo: caballos bien ensillados (en orden: pelero, mandil, carona, casco, encimera y cincha 1ra, pellón, sobrepuesto, pegual y cincha 2da) y equipados con alforjas rebosantes de carnes, brebajes y otros utensilios.

Eran alrededor de las 11 de la mañana cuando emprendimos la cabalgata. Cruzamos el arroyo del Salto y entonamos al unísono el comienzo de un canto adecuado que nos acompañaría durante toda la expedición: Ya me voy para los caaampooos, y adioooos… Sí, “La Tupungatina”. El mundo y sus afanes quedaban atrás; mientras que la magia del campo montañés comenzaba a operar en los corazones andariegos. Y andando, nos íbamos pasando las caramañolas del ejército forradas artesanalmente con cuero que contenían vinos tintos, frescos y ricos. Mientras corría el vino, entonábamos a capela tonadas emocionantes y algún que otro gato y/o cueca, siempre cuyanos. A estos cantos los ahumábamos con algunos cigarros y pipas encendidas que hacían el viaje más placentero. Era el Gordo algunas veces, y otras, Don Carlos, quienes nos aleccionaban sobre cuestiones camperas, ecuestres y afines. También nos indicaban el nombre de los lugares que recorríamos o veíamos en lontananza. Así divisamos “La Casa de Piedra” (una enorme piedra ahuecada  por dentro donde se agazapan pumas en inviernos crudos), luego de sortear temibles rosas mosquetas que arañaban con sus espinas a los mancarrones. Luego almorzamos en “El Corral” (la gente del campo es esencial para nombrar las cosas) que se encontraba en la “Quebrada de la Manga”, resguardada por la montaña del “Rincón Colorado” desde donde nacía la famosa “Cascada del Salto”. El almuerzo fue sabroso y copioso. Sin embargo, tuvimos que seguir el ascenso hasta llegar a la “Pampa de la Pulcura” donde vimos una tropilla de guanacos por primera vez y desde donde se veía a lo lejos el imponente “Cerro Bayo” en cuyo “Rincón Bayo” se hallaba entronizada en una ermita Nuestra Señora de las Nieves, Patrona del agua y de las actividades de montaña. Hacia allí nos dirigíamos, claro, porque el motivo último de la travesía era irle a rogar a la Virgencita de que intercediera ante su Hijo para que el cielo se abriera y derramara sus bendiciones. Llegamos allí casi a la hora del crepúsculo, rezando un Rosario con devoción campera. Entonamos un Salve Regina sentido y allí le expresamos infantemente a Ella, Nuestra Madre, todas nuestras peticiones. Después, el silencio contemplativo desde una ubicación única con una panorámica sobrecogedora. Y se hizo el momento de acción de gracias.

No obstante, el silencio y el agradecimiento se vieron interrumpidos por un animal vislumbrado en la cima del Cerro Bayo. Algunos dijeron que se trataba de un puma; otros no vieron nada por eso no opinaron. Sin embargo, volvió a aparecer el bicho movedizo correteando una liebre, y esta vez yo fui el aquel que dije: “¡Vean el puma, cómo persigue a la liebre!”, pero el resto confesó que ese no era el puma que habían visto hacía unos instantes, sino el perro que nos acompañaba (cuyo nombre no logro recordar). Como sea, todos quedamos contentos de haber visto un "león" (así le llaman al puma la gente del campo), y el que diga lo contrario será achurado. Después de este episodio simpático y excitante, subimos la montaña para rodearla. Ocurrió en este trecho que el Pelado columbró unos guanacos a unos 100 metros y decidió dispararles con su arma (legal), saltando del pingo con una agilidad sorprendente para los años que el Pelado se cargaba encima. Y fue así que dio 3 tiros sin poder acertarle a las bestias que descendían de la falda de la montaña a gran velocidad. Otro emocionante episodio para recordar. Después llegamos al primer gran mirador  en el mismo Cerro Bayo desde el cual se podía contemplar con júbilo el Dique Potrerillos en toda su grandeza y belleza. También pudimos ver la Ruta 7 y la mítica “Pampa de los Hoyos”. Pero tocó descender hasta el lugar donde pernoctaríamos: en el “Agua de la Pampa de la Pulcura”, donde brotaba un manantial mágico. Allí nos detuvimos y desensillamos los fletes, atándolos en arbustos de acerilla (planta que abunda en aquellos altos parajes). Estábamos cansados pero el espíritu se mantenía en alto, jovial, alegre. Así concluía la primera etapa de la cabalgata y comenzaba el intervalo eutrapélico-cuyano. Pero antes de seguir con la crónica, comparto un acontecimiento de aquella dichosa jornada con su posterior reflexión.   

No solo de cantos estaba sazonada la cabalgata, también había carcajadas sonoras por chistes oportunos e ingeniosos, y conversaciones interesantes sobre distintos temas, pero puntualmente sobre todo lo que tuviera que ver con lo que estábamos haciendo. Así fue que, cabalgando, yo le preguntaba al Gordo: “¿Qué es lo que más te gusta de esto?”. “¡Todo!”, me respondió con su voz lenta y grave. “¿Qué es todo?”, insistí yo, ávido de aprender. “Todo es… -y luego de unos segundos de silencio me dio su respuesta desde la experiencia amante- es celebrar la amistad de otro modo, disfrutar de las charlas cuando hay que charlar con serenidad pero antes que eso disfrutando más de los silencios, contemplar la naturaleza y dejarse invadir por toda su belleza transformadora, cantar tonadas ´con el alma y con el corazón´, desconectarse de todos los problemas de la ciudad, conocer al caballo y todo lo que tenga que ver con montar uno por mucho tiempo, curtirse por la cuota de sacrificio que hay en cabalgatas largas como éstas, disfrutar al fin de la jornada la noche con un gran fogón y mucha comida y bebida, mirando las estrellas radiantes o la luna brillante hasta quedarse dormido en la intemperie, amanecer con el sol en la frente y volver a casa con el corazón cargado de alegría, de paz y de nostalgia…”

Luego de esta respuesta sencilla y a la vez profunda del Gordo volvió a reinar el silencio compañero. Y yo cavilaba a mis adentros lo que me decía y lo confrontaba con lo que estaba viviendo, y me sentía afortunado y bienaventurado por vivir todo aquello. ¡Cuántos jóvenes (millennials) son los que se pierden de vivir experiencias así…así de intensas y decisivas! Uno queda marcado con cosas de este tipo si se las vive con el corazón abierto, como si el alma fuera una esponja que succiona todas las impresiones. El poder terapéutico que tiene el campo con todos sus encantos es inimaginable. Uno deja la ciudad repleto de heridas que sin piedad el mundo posmoderno y anticristiano inflige, y el campo, cual hospital fundado por el Divino Médico, va curando y engasando todas las llagas del espíritu humano. La naturaleza, la realidad, la cosa, no solamente va sanando, sino que va produciendo en el fondo del alma un gozo indescriptible. Se trata de un ocio en estado puro. Descanso y solaz, reposo y fiesta en apretada juntura. Inunda el júbilo todas las fibras del ser y uno se extasía ante la Creación. Hasta el más minúsculo detalle asombra y no pasa desapercibido. Todavía más, es el mismo contexto -el ethos campero- el que te aguza la mirada interior y afina los cinco sentidos. Entonces uno advierte los variopintos colores de las piedras, el degradé que luce en las yerbas monteses, las formas llamativas de las rocas, las coloraciones de los minerales que tiñen los cerros, los sonidos de los pájaros con sus pintorescos plumajes, el canto y el baile de las vertientes y los arroyos, los mil aromas que libera la montaña libérrimamente, las figuras de las nubes pasajeras, el cielo y sus movimientos, los cambios de toda la natura,… En fin, el asombro se renueva a cada paso dado y uno va dejándose habitar por todo eso que observa, que aspira, que oye, que palpa, que paladea. Y a la par de esta experiencia, las meditaciones que afloran sin uno buscarlas, como también las oraciones que brotan naturalmente, como si todas las circunstancias invitaran a la plegaria. “La naturaleza es católica” me dijo un primo mío tiempo ha. ¿Puede haber, entonces, un remedio más eficaz y un manjar más sabroso para el alma que este que describo?

Bien. Como este acontecimiento luminoso, muchos más sucedieron en toda la cabalgata, pero no hay tiempo de relatarlos uno a uno. Así las cosas, seguimos con la crónica…

Querido lector gallardo y farrero, ¿acaso alguna vez ha presenciado una farra sin guitarra? Probablemente no. Pues bien, este servidor sí que tuvo esa ocasión. Presencié una auténtica farra con violas ausentes pero con cantos cuyanos nacidos del alma que obligaban al pago de los cogollos y a respetar las canciones como se debe. Todo esto se dio en el marco de un asado triunfal hecho por el Palanca, con chinchulines espectaculares que él mismo había llevado cuidadosamente. El fuego y la luna iluminaban a los cantores que sin cesar traían temas nuevos desde el fondo de sus corazones. También hubo discusiones enérgicas y chacotas incisivas en la noche. Hasta que por fin llegó la hora del descanso merecido. Yo, inexperto en todo esto, sufrí la crudeza del frío por andar desguarnecido. Pero dormí feliz, con el choco junto a mí.

Al otro día, con el sol en la jeta, nos amanecimos. El desayuno fue frugal pero rico. Levantamos campamento lentamente, ensillamos los caballos y, de paso, practicamos un poco el tiro al blanco. Nos quedaba todavía una segunda etapa repleta de maravillas. Subimos desde donde estábamos hasta el “Rincón de los Novillos Muertos”, y desde ahí, hasta el “Rincón de los Leones” donde se hallaba el segundo mirador con otra vista fascinante. Bajamos hasta el “Agua de los Juanchos” donde nos paramos para almorzar como Dios manda. Luego proseguimos el viaje a través de la conocida Quebrada de la Manga donde nuevamente nos topamos con 2 guanacos que fueron perseguidos furiosamente por el Gordo y el Pelado. ¡Ay, que casi los pillan! Tuvimos que regresar a la granja sin un guanaco a cuestas (pero habrá una revancha…) Y repetimos el camino de ida a la inversa con sus mismos -y siempre distintos- paisajes. Llegamos al Salto, pasamos por la cervecería "Jerome" que estaba cerrada para rigor de nuestra sed, cruzamos el arroyo con la Iglesia de los Redentoristas a un costado, y finalmente retornamos al punto de partida: la granja de Don Carlos. Allí dejamos a los ya familiares caballos y los despedimos con ternura criolla.

Antes de la vuelta a Mordor, bebimos unas buenas pintas de cerveza brindando por todo el magnífico periplo que vivimos entre amigos y entre cuyanos.




-FIN DE LA CRÓNICA-

El Jinete Bisoño.


PS: Dos días después de la invocación a la Virgen de las Nieves nevaba abundantemente en la Cordillera mendocina. ¡LAUS DEO ET VIRGINI MATRI!

miércoles, 16 de octubre de 2019

Confesiones de Ransom.

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17Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, 18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. 21 De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, 23 pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?

 

Carta a los Romanos 7, 17-25.

 

53 Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida. 55 ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? 56 Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley. 57 ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!

 

Primera Carta a los Corintios 15, 51-56.

 

Agranda la puerta, padre, 

porque no puedo pasar;

la hiciste para los niños,

yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,

achícame, por piedad;

vuélveme a la edad bendita

en que vivir es soñar.

 

Miguel de Unamuno.

 

Corazón al descubierto,

horizonte de poesía,

timbre eternal y durmiente

en esas voces que afinan

el universo cascado

-lágrima, sudor y espina-.

Mirada cordial e intensa

su idioma que no declina.

Alfabeto de esperanza,

niñez de belleza herida

trayendo esquelas del Reino

en su esencia de semilla.


José Ferrari, Romance de la niñez inmaculada.

 



—Entre nosotros los seres parten después de un tiempo. Maleldil les saca el alma y la ubica en otro sitio: en el Cielo Profundo, esperamos. A eso le llaman muerte.
—Oh, Hombre Manchado, no es extraño que tu mundo fuera el elegido para ser el recodo del tiempo. Viven mirando el cielo propiamente dicho y, como si eso fuera poco, Maleldil los conduce a él al final. Han sido favorecidos más que todos los mundos.
Ransom sacudió la cabeza.
—No. No es así —dijo.
—Me pregunto si no te enviaron aquí para enseñarnos muerte —dijo la mujer.
—No entiendes —dijo Ransom—. No es así. Es algo horrible. Tiene un olor inmundo. El mismo Maleldil sollozó al verlo.
Era obvio que tanto la voz como la expresión facial de Ransom eran algo nuevo para ella. Durante un instante vio sobre el rostro de la Dama el estremecimiento, no de horror sino de total perplejidad, y después, sin esfuerzo, el océano de su paz lo cubrió como si nunca hubiera existido y ella le preguntó qué había querido decir.
—Nunca podrías comprenderlo, Dama —contestó—. Pero en nuestro mundo no todos los sucesos son agradables o bienvenidos. Puede existir algo ante lo cual te cortarías los brazos y las piernas para impedir que ocurra... y sin embargo, ocurre entre nosotros.
—¿Pero cómo puede uno desear que cualquiera de las olas que Maleldil hace rodar hacia nosotros no nos alcance?

C.S.Lewis; Perelandra, cap. V.



Cuyo, 16 de Octubre de 1.996
Yo, Ransom, ya de vuelta en mi Tierra baldía me he propuesto volcar en papel, tinta y sangre humana, todas mis vivencias en aquél lejano planeta que, estoy seguro, me han marcado para siempre. La herida física que me dejó este viaje cósmico puede que se remedie como puede que no -me da lo mismo ya-, pero la otra herida, la del alma, esa no tendrá cura en esta vida, sino en el hospital de Arriba, en el Cielo Profundo: allí Él, Maleldil, me enjugará las lágrimas y me curará todas y cada una de mis hondas llagas. Pero hay cosas que jamás podré olvidar de aquél mundo-jardín… Esa Dama Verde, su presencia tan… supernatural, y al mismo tiempo, tan cercana y entrañable, ha operado un cambio radical en mi corazón. Sí, me está haciendo ver las cosas de otro modo, me da una óptica para ver la Realidad de otra manera. Me está auxiliando para que pueda volver de la vejez a la juventud primordial. Me ayuda a entender la razón de mi envejecimiento acelerado y el motivo de mi desdicha al no sentirme joven, al saberme marchito, mustio, desflorado como jardín barrido por el zonda despiadado. Y no me refiero a la edad, a la salud, a este cuerpo que se dirige irrevocablemente a la muerte. No. Es el espíritu el que envejece y se debilita de día en día. ¿Por qué? ¿Cómo frenar esa caída, esa segunda caída? ¿Cómo escaparme de esta doble cárcel: la del cuerpo y la del mundo?
Oh, Dama Verde, que hay cosas que hubiese querido decirte y que tal vez mucho más me hubieses iluminado de haberlas vos sabido. Pero no, no debía yo hablarte sobre los mitos -reales, por demás- de mi esfera cuando tu mundo recién se está inaugurando y tú eres la Señora de esa nueva creación. Lejos de mí el envejecerte vertiginosamente, Señora y Dueña mía. Tu servidor sólo se desahoga…, aquí, ¡tan lejos de ti!, ahora, en esta hora tenebrosa. Procuro saber el secreto, mientras escribo y pienso, de tu juventud poderosa, inconmovible, inmortal. Yo sí ya que he envejecido y no tengo otra alternativa para mi liberación que la de retornar a esa juventud dichosa que se me fue en el ayer, en un abrir y cerrar de ojos. Dime, Señora Verde, cómo podré volver, siendo ya viejo, a la juventud soñada, aquella que vi radiante en Ti. Cómo puedo no saber lo sabido, ni razonar lo razonado. Cómo logro convertir esta vida mía, gastada, cansada, en una diáfana aventura siempre novedosa y sorprendente. Cómo alcanzar tu serenidad sin tormentas cuando mi experiencia telúrica me arrastra, me hunde y me aplasta. Cómo conquistar el fuego de un asombro magnífico y virginal habiéndome tendido en las cenizas de una existencia gris y resabida. No conoces mi desarmonía, no entiendes las agonías que padezco por mi aguijón... ese sabor hediondo del pecado, tú, Mujer, ni lo sospechas. Mi carne es tu carne, y a su vez, no es tu carne pura. ¡Paradoja que nunca entenderás! "Paradoja"… este concepto con su denso significado se encuentra a kilómetros de distancia de tu realidad. Maleldil trajo esa palabra y le otorgó un símbolo exacto que no pude columbrar en tu mágico terruño: dos maderos cruzados haciendo la forma de cruz… Tú, tú que no has probado el fruto prohibido, tú que juegas con los animales y los vegetales con infante ternura y graciosa destreza, tú que eres transparente como un cristal finísimo y límpido sin mácula que lo empañe, tú que eres felizmente libre y libremente feliz, tú que oyes constante el susurro de Maleldil: ¿cómo podrás aconsejar y consolar a un Manchado como yo, a un doblemente Caído, a un Herido profundamente de muerte trágica?
Hay cosas que tú haces y que yo no hago pero que deseo con toda el alma hacerlas. Las persigo, mas no las puedo asir. Yo veía cómo tratabas a los seres todos con extrema delicadeza, con amor derrochador y con dulzura infinita. Yo, en cambio, soy torpe y malo con las criaturas, comenzando con los de mi especie: los maltrato y destrato todo el tiempo que estoy con ellos, desatendiendo el misterio sagrado que habita en cada uno de ellos, desoyendo sus reclamos de amistad sincera y sus cuitas y sus penas, desatendiendo todas sus solicitaciones cordiales. Tú no haces esto; todo lo contrario, espontáneamente te sale amar, y darte sin cálculos ni límites, y lo que es más arrobador es que lo haces “de acuerdo a tu corazón”, como vos mismo me lo dijiste en una audiencia memorable. Yo detesto un sinfín de acciones que hago, de palabras que digo, de omisiones que tengo, de pensamientos que poseo. ¡Qué distintos somos, oh Madre y Reina de aquel mundo encantador y paradisíaco! Tú jamás tendrías la necesidad de hacer estas confesiones que yo ahora hago, de este otro lado del espacio, aquí donde nuestro Amado Maleldil tomó forma humana y nos amó hasta el fin; aquí y ahora suspiro por ti, por tener otra audiencia, por seguir en tu compañía, por continuar en tu servicio, por habitar en tu planeta eternamente… hasta que el Cielo Profundo baje engalanada como una Novia enamorada, o bien Perelandra ascienda ingrávida entre aclamaciones dejando lejos, muy lejos, los cielos contaminados de esta Tellus que yace en silencio desesperante, aguardando quizás el retorno de Maleldil…    
Me siento un estúpido… Lo último que escribí no tiene ningún sentido. Es un absurdo. Me dirijo a un ser que nunca jamás volveré a ver (¿es que acaso existió realmente?). Ella no me responderá. Lo que pasó allá, más allá de este planeta oscuro y silencioso, quedó allá mismo, con mi Dama Verde. Aunque me hizo bien escribirle. ¡Ah, la realidad es muy otra! No es el mundo ideal que vi en Perelandra. No. Nada queda de aquello. O quizá sí, sólo quede este recuerdo vibrante, esta nostalgia aguda por aquella experiencia única que ojalá algún bendito día pueda volver a tener…
Ya amanece… y la inmensa bola roja se asoma por el horizonte. ¿Estará amaneciendo también en Perelandra?
Dama Verde, tú que tienes la luz de mi Edén perdido, ilumina mi interior para contemplar al Único, al Absoluto: a Maleldil.
 Ransom Villavicencio~




lunes, 14 de octubre de 2019

Carmensa (un cuadro).


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Año 1820

  Avanzada la noche, después de bailes y cantos teñidos al metal por el parlante, nos arrimamos al fogón. Éramos un grupo reducido: tres guitarras, unos cantores y un racimo de oyentes alrededor. Todos jóvenes, menos uno. Allí estaba, con la presencia de un fierro machacado y endurecido por la vida, inconmovible, y parco a veces. No he llegado a contar con una mano los que te tienen por inteligente, querido amigo.
  
  Andaba la noche lenta y espesa, como un buque que surcara aguas tranquilas. Unos tocaban, otros cantaban, pasaban el mate, el vino a escondidas, y alguna frase indecisa osaba filtrarse entre las melodías. 

  -Ella sabe que la estás mirando- me interrumpió P. a mi derecha.

  Lo miré risueño y respondí:
  
  -¿Qué me importa?- Y volviendo el alma a la punta de mis ojos y mi mirada al centro de su rostro, dije:- Te juro que podría contemplarla así toda la vida.

  Y en ese momento me olvidé de P.

  Empezó Patio de Nogales. Pasé mecánicamente el mate, volví luego a lo mío.

 ``Un desafío cifrado para mí: ’’, me decía, ``eres un amanecer en cerrojos’’. Una extraña resonancia despertaba, como si hubiéramos derramado lágrimas gemelas. Pero tu hondura era más violenta que la mía (apenas la sutura de un posible, de algo que el Cielo no permitió). La estela de una noche que pasó y cambió tu vida, borró implacable mil estrellas… Y tu mirada… Podía adivinarse en tus ojos la muda imploración de tu enorme soledad. Una inmensa interrogación clavada y entrevista a la tímida lumbre del fogón, entre cantos varoniles que templaban la noche.

  Negra era la noche…, como tus cabellos, como tus vestidos, como tus ojos profundos apretando dos noches; tan negro era todo… Pero nada era tan negro como tu pena y esa muda imploración de tu enorme soledad adivinada en tu mirada. Y tan hermosa…, que podría contemplarte todo una vida. ¿Cuál es tu secreto, mujer? ``Eres un amanecer en cerrojos, o tal vez un misterio’’, remembraba yo viejas palabras.

  Acabó la velada y cada uno partió adonde debía, con el pecho hinchado y el alma contenta, plena de paz y alegría. Tal vez sólo quien estuvo allí sabría la verdad que esas sencillas y últimas palabras significan. Como ellos, volví en paz; pero con una imagen quemándome el alma todavía.


El Alpataco



Leyendas del Mar Desconocido (I)

Muchas historias y leyendas suelen habitar en los confines más íntimos del Mar Desconocido, mi hogar. Bajo cada roca cubierta de musgo en la Isla de los Corsarios puede hallarse un mito escondido; al pie de cada pino un cuento olvidado toma forma y el viento mismo parece cantar mientras roza los afilados peñascos de aquel pedazo de suelo olvidado.

Pero de estas leyendas no hay una más soprendente que la mítica pelea entre el corazón y la mente.
Y fue que un día,  por diferencia de razones y argumentos, el corazón decidió abandonar a la inteligencia. Pues ella tenía grandes deseos de grandeza y éxito. Y se la pasaba encerrada razonando. Actitud, en verdad, insípida y estúpida.
No había nada mejor que perseguir el amor y es por ello que emprendió el viaje por montañas y mares. Siempre siguiendo el rastro de aquel que parecía eludir todas sus trampas y emboscadas.
Mucho tiempo lloró el corazón, pues no podía abrazar aquello que quería; y mucho tiempo también viajó, pues gozaba de una vigorosidad y voluntad constante. Conoció ciudades y castillos, entró en mercados y plazas pero nunca encontró aquello que deseaba.
Y fue un día, meta suspirar y latir, que cayó en un pozo del que no pudo salir por más de que lo intentó varias veces. Pues estaba lloviendo y el borde era resbaloso. Pero el corazón siguió  y siguió intentándolo durante mucho tiempo. Tan ofuscado estaba en su tarea que no se dio cuenta que en el fondo del pozo había una soga.
Ahora bien, la mente había quedado en casa, contenta de la ausencia de su compañero. "No más cursilerias" se decía "ahora me concentraré en lo importante. Y compró papel y lápiz con los que hizo millares de planes y mapas... en unos se concentraba en como lograr ser rey mientras que otros trataban sobre la correcta colocación de los cubiertos en la mesa. Tomando la Filosofía Tomista hacía las mas curiosas averiguaciones y teorías y pasaba noches en vela discutiendo consigo misma sobre si debía echar uno o dos cerrojos a la puerta, o si Platón mostraba la apología de Socrates de una manera exagerada.
Pero nada de estas cosas servían en absoluto, pues la mente no tenía en su ser el movimiento ni la voluntad. Podía debatir durante años la brillantez del sol, pero nunca salir al jardín a admirarlo. Pues a ella no le interesaban tales cosas.
Fue entonces que, un día, un cirujano pasó por la casa de la mente y la vio toda enterrada en papeles escritos y arrugados. Y como era hombre respetuoso no intervino en aquello ni llamó a la puerta, pues sabía que la mente no podría abrirla y aquello solo serviría para importunarla. El doctor siguió entonces su camino. Recorrió muchos caminos y pasó por muchas ciudades ofreciendo sus conocimientos a los necesitados.
Un día caminando por el campo, le pareció oír un sordo sonido como de rasqueteo en la  tierra. Y, asomándose al pozo, vio que el corazón se encontraba allí, el pobre todavía intentaba subir por el borde.
-Buen día- dijo el médico.
-Para usted- respondió el otro sin detenerse en su trabajo inutil.
-¿Porque rascas el borde? 
-Pues, para salir.
-¿No ves que allí, en el suelo, hay una soga con la que puedes salir?
-Oh- dijo el corazón contrariado- no lo sabía, pero de nada sirve aquello.
-¿Por qué es eso?- preguntó interesantísimo el doctor.
-Pues, porque no sé como se usa. La mente sabría, pero no me cae bien. Es muy orgullosa.- dijo el corazón cruzándose de brazos y deteniendo por un momento su tarea.
El doctor dijo entonces:
-Si te ayudo a salir ¿vendrás conmigo?
-Por un tiempo al menos, porque tengo que buscar al amor- respondió el otro.
-Pues bien entonces- dijo el médico estirando una mano.
Y, habiéndolo sacado, lo llevó a la casa de la mente. Al ver a donde se dirigían, el corazón quiso huir, pero el hombre lo sostuvo con fuerza y lo llevó cargado. Al llegar a la casa, buscó hilo y aguja y unió a las dos partes como una. Puso al corazón debajo para que caminara y se moviera. Y puso a la mente encima para que viera el camino.
Y desde aquel día se dice que el hombre no es solo inteligencia ni solo sentimiento pues uno nunca existirá en esta tierra uno sin el otro.


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El Corsario Negro

lunes, 7 de octubre de 2019

Oración para ser otro Jesús.

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Conviérteme y yo me convertiré, porque Tú, Señor, eres mi Dios.

Jer 31, 18.

16 Pero al que se convierte al Señor, se le cae el velo. 17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. 18 Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu.

II Cor 3, 16-18.

 (Oración colecta)
Dios todopoderoso y eterno,
que con amor generoso
sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu misericordia
perdonando lo que inquieta nuestra conciencia
y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

(Oración después de la comunión)
Dios todopoderoso,
sácianos con el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo,
para que nos transformemos en aquello que hemos recibido.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

XVII Domingo “durante el año”.

513. La catequesis, según las circunstancias, debe presentar toda la riqueza de los Misterios de Jesús. […] 514. Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf Jn 20, 31). Lo que se ha escrito en los evangelios ha sido “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31). 515. Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena.

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte (“Los misterios de la vida de Cristo”).

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pi­des y pídeme lo que quieras!

San Agustín; Confesiones, Libro 40.

La diferencia entre Cristo y san Francisco es la que da entre el Creador y la criatura, y por cierto no ha existido criatura alguna con mayor conciencia de tan colosal contraste como el mismo san Francisco. Pero, admitida este verdad, es cabalmente cierto y de brutal importancia decir que Cristo fue el dechado que Francisco se propuso imitar, que en muchos puntos las vidas humanas e históricas de ambos fueron curiosamente coincidentes y, por encima de todo, que, comparando a Francisco con nosotros, fue cuanto menos una aproximación muy sublime a su Maestro y, con todo y ser intermedio y reflejo, un espléndido y aún así misericordioso espejo de Cristo.

Chesterton; San Francisco de Asís, Cap. VIII: “El espejo de Cristo”.

“El que me siga, no andará en tinieblas” (Jn 8, 12), dice el Señor. Son palabras de Cristo que nos exhortan a imitar su vida y sus ejemplos, si queremos ser verdaderamente iluminados y liberados de toda ceguera interior. Por eso, nuestra máxima preocupación debe ser meditar la vida de Jesucristo. 2. La enseñanza de Cristo es superior a la de todos los santos, y quien posea su espíritu encontrará en ella un maná escondido. Pero acontece que muchos, aunque escuchen con frecuencia el Evangelio, sienten poco deseo de practicarlo, porque no tienen el espíritu de Cristo. Por lo tanto, el que quiera comprender y saborear plenamente las palabras del Maestro debe asimilar toda su vida a la de Cristo.

Tomás de Kempis; Imitación de Cristo, Libro primero.

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ORACIÓN PARA SER COMO JESÚS

Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre,
Dame tu imagen y tu semejanza.
Dame tu santidad.
Dame el reproducirte fielmente.
Dame tu inteligencia para tener tu lógica y tus criterios.
Dame tu voluntad para hacer tus obras y tus acciones, hasta las más pequeñas.
Dame tu corazón para poseer tus sentimientos y tus afectos todos.
Dame tu psiquis para ser sano y equilibrado como tú.
Dame tu vida para vivir como viviste y vives.
Dame tu Espíritu para vivir tus Misterios.
Dame tu Navidad y tu Pascua.
Dame tus experiencias en el Tabor y en el Gólgota.
Dame tu existencia para existir conforme a ti y mostrar tus rasgos al mundo entero.
Dame todos tus secretos para que los rumie y paladee.
Dame tus bienaventuranzas para que las cante y actúe.
Dame tus fatigas y tus labores para trabajar idéntico a ti.
Dame tus lágrimas tres veces benditas.
Dame a tu Madre, te lo ruego, Jesús mío, dámela.
Dame tus caricias para sea cariñoso a tu modo.
Dame tu pasión para vivir apasionadamente como tú y testimoniarte con esa misma pasión.
Dame todos tus sentidos internos para alcanzar tu verdad.
Dame tu humildad para hacerme de tu sabiduría.
Dame tu sentido común para andar tus huellas.
Dame tu memoria para que recuerde siempre a tu Padre.
Dame tu imaginación para que me adentre en tus fantasías.
Dame tu cogitativa para que tenga tu percepción.
Dame tus sentidos externos para que capte tu realidad.
Dame tus ojos para ver lo que tú ves y como tú ves.
Dame tus oídos para oír todo lo que sólo tú oyes y puedes oír.
Dame tu olfato para oler tus aromas y fragancias.
Dame tu gusto para saborear tus manjares.
Dame tu tacto para palpar las cosas como tú las palpas.
¡Dame tu cara!
Dame tus palabras para hablar tus palabras a los mortales.
Dame tus silencios para hacerme silencio y así comunicarte.
Dame tus testimonios para manifestar tu acontecimiento al universo.
Dame tu oración para orar como tú oraste y oras desde toda la eternidad.
Dame el convertirme en tu oración para atraer a todos hacia ti.
Dame tu fuego para incendiar la Tierra como tú lo pediste.
Dame el transformarme en tu fuego para quemar a los corazones.
Dame tu luz para ver la luz de la Trinidad y para iluminar a mis hermanos.
Dame tu fe, tu esperanza y tu caridad para ser divino como tú.
Dame tus virtudes para ser perfecto como tú.
Dame tus gustos y aficiones para disfrutar de tus juegos y recreaciones.
Dame tu entusiasmo sagrado.
Dame tu risa y tu sonrisa y que se me grabe en el rostro ahora y por siempre.
Dame tu locura para que experimente la locura de tu Encarnación y de tu Evangelio.
Dame tu Cruz para sufrir como tú y para clavarme allí, y allí permanecer.
Dame tu sangre preciosísima, y que viva ebrio en tu santísima embriaguez.
Dame tus latidos para hacerlos míos, míos, míos.
Dame tu cuerpo todo entero.

Dame toda tu forma de ser y de pensar, de sentir y de hablar, de modular y de andar, tus temperamentos y tus humores dámelos también, dame tus capacidades, dame completamente todo lo que atesores en “los más escondidos meandros de los oscuros laberintos que rodean las luminosas profundidades de tu Sacratísimo Corazón”.

Dame la transfiguradora obsesión de pensarte todo el tiempo, de buscarte, de perseguirte incansablemente, de querer poseerte y asimilarte y encarnarte; en una palabra, dame la divina manía de no poder vivir sin tu presencia y sin tu nombre.

Dame el saberte mi absoluto, mi dueño, mi hacedor, mi todo, mi vida, mi centro, mi cumbre, mi amor, mi felicidad, me encanto, mi paz, mi pasión, mi delirio, mi nostalgia…

¡Cuántas cosas más podría pedirte que me des… de ti, Señor Jesús!

Dame todo lo que, en verdad, ya me has dado pero que no siento, no vivo, no experimento, no poseo, no tengo, no alcanzo, no descubro, no veo. Eso, eso que necesito, que eres tú mismo, en toda tu humanidad y en toda tu humanidad; tu Persona: ¡eso dame! Entrégateme, “y no seré yo quien viva…”

Y todo esto que te pido, oh Señor mío, dámelo ya, ahora, en cuanto antes, en este siglo malo, en este mundo aparente, en esta tierra desolada, en esta vida pasajera.

Amén. Que así sea. ¡Ven Señor Jesús!