miércoles, 16 de octubre de 2019

Confesiones de Ransom.

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17Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, 18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. 21 De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, 23 pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?

 

Carta a los Romanos 7, 17-25.

 

53 Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida. 55 ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? 56 Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley. 57 ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!

 

Primera Carta a los Corintios 15, 51-56.

 

Agranda la puerta, padre, 

porque no puedo pasar;

la hiciste para los niños,

yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,

achícame, por piedad;

vuélveme a la edad bendita

en que vivir es soñar.

 

Miguel de Unamuno.

 

Corazón al descubierto,

horizonte de poesía,

timbre eternal y durmiente

en esas voces que afinan

el universo cascado

-lágrima, sudor y espina-.

Mirada cordial e intensa

su idioma que no declina.

Alfabeto de esperanza,

niñez de belleza herida

trayendo esquelas del Reino

en su esencia de semilla.


José Ferrari, Romance de la niñez inmaculada.

 



—Entre nosotros los seres parten después de un tiempo. Maleldil les saca el alma y la ubica en otro sitio: en el Cielo Profundo, esperamos. A eso le llaman muerte.
—Oh, Hombre Manchado, no es extraño que tu mundo fuera el elegido para ser el recodo del tiempo. Viven mirando el cielo propiamente dicho y, como si eso fuera poco, Maleldil los conduce a él al final. Han sido favorecidos más que todos los mundos.
Ransom sacudió la cabeza.
—No. No es así —dijo.
—Me pregunto si no te enviaron aquí para enseñarnos muerte —dijo la mujer.
—No entiendes —dijo Ransom—. No es así. Es algo horrible. Tiene un olor inmundo. El mismo Maleldil sollozó al verlo.
Era obvio que tanto la voz como la expresión facial de Ransom eran algo nuevo para ella. Durante un instante vio sobre el rostro de la Dama el estremecimiento, no de horror sino de total perplejidad, y después, sin esfuerzo, el océano de su paz lo cubrió como si nunca hubiera existido y ella le preguntó qué había querido decir.
—Nunca podrías comprenderlo, Dama —contestó—. Pero en nuestro mundo no todos los sucesos son agradables o bienvenidos. Puede existir algo ante lo cual te cortarías los brazos y las piernas para impedir que ocurra... y sin embargo, ocurre entre nosotros.
—¿Pero cómo puede uno desear que cualquiera de las olas que Maleldil hace rodar hacia nosotros no nos alcance?

C.S.Lewis; Perelandra, cap. V.



Cuyo, 16 de Octubre de 1.996
Yo, Ransom, ya de vuelta en mi Tierra baldía me he propuesto volcar en papel, tinta y sangre humana, todas mis vivencias en aquél lejano planeta que, estoy seguro, me han marcado para siempre. La herida física que me dejó este viaje cósmico puede que se remedie como puede que no -me da lo mismo ya-, pero la otra herida, la del alma, esa no tendrá cura en esta vida, sino en el hospital de Arriba, en el Cielo Profundo: allí Él, Maleldil, me enjugará las lágrimas y me curará todas y cada una de mis hondas llagas. Pero hay cosas que jamás podré olvidar de aquél mundo-jardín… Esa Dama Verde, su presencia tan… supernatural, y al mismo tiempo, tan cercana y entrañable, ha operado un cambio radical en mi corazón. Sí, me está haciendo ver las cosas de otro modo, me da una óptica para ver la Realidad de otra manera. Me está auxiliando para que pueda volver de la vejez a la juventud primordial. Me ayuda a entender la razón de mi envejecimiento acelerado y el motivo de mi desdicha al no sentirme joven, al saberme marchito, mustio, desflorado como jardín barrido por el zonda despiadado. Y no me refiero a la edad, a la salud, a este cuerpo que se dirige irrevocablemente a la muerte. No. Es el espíritu el que envejece y se debilita de día en día. ¿Por qué? ¿Cómo frenar esa caída, esa segunda caída? ¿Cómo escaparme de esta doble cárcel: la del cuerpo y la del mundo?
Oh, Dama Verde, que hay cosas que hubiese querido decirte y que tal vez mucho más me hubieses iluminado de haberlas vos sabido. Pero no, no debía yo hablarte sobre los mitos -reales, por demás- de mi esfera cuando tu mundo recién se está inaugurando y tú eres la Señora de esa nueva creación. Lejos de mí el envejecerte vertiginosamente, Señora y Dueña mía. Tu servidor sólo se desahoga…, aquí, ¡tan lejos de ti!, ahora, en esta hora tenebrosa. Procuro saber el secreto, mientras escribo y pienso, de tu juventud poderosa, inconmovible, inmortal. Yo sí ya que he envejecido y no tengo otra alternativa para mi liberación que la de retornar a esa juventud dichosa que se me fue en el ayer, en un abrir y cerrar de ojos. Dime, Señora Verde, cómo podré volver, siendo ya viejo, a la juventud soñada, aquella que vi radiante en Ti. Cómo puedo no saber lo sabido, ni razonar lo razonado. Cómo logro convertir esta vida mía, gastada, cansada, en una diáfana aventura siempre novedosa y sorprendente. Cómo alcanzar tu serenidad sin tormentas cuando mi experiencia telúrica me arrastra, me hunde y me aplasta. Cómo conquistar el fuego de un asombro magnífico y virginal habiéndome tendido en las cenizas de una existencia gris y resabida. No conoces mi desarmonía, no entiendes las agonías que padezco por mi aguijón... ese sabor hediondo del pecado, tú, Mujer, ni lo sospechas. Mi carne es tu carne, y a su vez, no es tu carne pura. ¡Paradoja que nunca entenderás! "Paradoja"… este concepto con su denso significado se encuentra a kilómetros de distancia de tu realidad. Maleldil trajo esa palabra y le otorgó un símbolo exacto que no pude columbrar en tu mágico terruño: dos maderos cruzados haciendo la forma de cruz… Tú, tú que no has probado el fruto prohibido, tú que juegas con los animales y los vegetales con infante ternura y graciosa destreza, tú que eres transparente como un cristal finísimo y límpido sin mácula que lo empañe, tú que eres felizmente libre y libremente feliz, tú que oyes constante el susurro de Maleldil: ¿cómo podrás aconsejar y consolar a un Manchado como yo, a un doblemente Caído, a un Herido profundamente de muerte trágica?
Hay cosas que tú haces y que yo no hago pero que deseo con toda el alma hacerlas. Las persigo, mas no las puedo asir. Yo veía cómo tratabas a los seres todos con extrema delicadeza, con amor derrochador y con dulzura infinita. Yo, en cambio, soy torpe y malo con las criaturas, comenzando con los de mi especie: los maltrato y destrato todo el tiempo que estoy con ellos, desatendiendo el misterio sagrado que habita en cada uno de ellos, desoyendo sus reclamos de amistad sincera y sus cuitas y sus penas, desatendiendo todas sus solicitaciones cordiales. Tú no haces esto; todo lo contrario, espontáneamente te sale amar, y darte sin cálculos ni límites, y lo que es más arrobador es que lo haces “de acuerdo a tu corazón”, como vos mismo me lo dijiste en una audiencia memorable. Yo detesto un sinfín de acciones que hago, de palabras que digo, de omisiones que tengo, de pensamientos que poseo. ¡Qué distintos somos, oh Madre y Reina de aquel mundo encantador y paradisíaco! Tú jamás tendrías la necesidad de hacer estas confesiones que yo ahora hago, de este otro lado del espacio, aquí donde nuestro Amado Maleldil tomó forma humana y nos amó hasta el fin; aquí y ahora suspiro por ti, por tener otra audiencia, por seguir en tu compañía, por continuar en tu servicio, por habitar en tu planeta eternamente… hasta que el Cielo Profundo baje engalanada como una Novia enamorada, o bien Perelandra ascienda ingrávida entre aclamaciones dejando lejos, muy lejos, los cielos contaminados de esta Tellus que yace en silencio desesperante, aguardando quizás el retorno de Maleldil…    
Me siento un estúpido… Lo último que escribí no tiene ningún sentido. Es un absurdo. Me dirijo a un ser que nunca jamás volveré a ver (¿es que acaso existió realmente?). Ella no me responderá. Lo que pasó allá, más allá de este planeta oscuro y silencioso, quedó allá mismo, con mi Dama Verde. Aunque me hizo bien escribirle. ¡Ah, la realidad es muy otra! No es el mundo ideal que vi en Perelandra. No. Nada queda de aquello. O quizá sí, sólo quede este recuerdo vibrante, esta nostalgia aguda por aquella experiencia única que ojalá algún bendito día pueda volver a tener…
Ya amanece… y la inmensa bola roja se asoma por el horizonte. ¿Estará amaneciendo también en Perelandra?
Dama Verde, tú que tienes la luz de mi Edén perdido, ilumina mi interior para contemplar al Único, al Absoluto: a Maleldil.
 Ransom Villavicencio~




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