lunes, 3 de enero de 2022

El jardín de la patagonia.

DIA V

La levantada en este día costó porque a la noche anterior habíanse tocado y cantado unas zambas sentidas y continuas, una tras otra, sin interrupción, regadas por vino de nuestra tierra natal; se oía nuestro canto por toda la vecindad trafuleña. Después de nuestra primera guitarrada patagónica, con el ánimo encendido, resolvimos ir, una vez más, a por las truchas. La noche estaba fresca pero agradable, con un cielo completamente estrellado. De camino al muelle nos cruzamos con unos paisanos de estos lares que también iban finalizando su fogón, con un tendal de víctimas etílicas sobre el ancho mesón. Esa noche, también una vez más, no pescamos nada. Sólo se ganó en el aprendizaje; de el arte de ser pescador, un varón paciente, perseverante y vigilante, que no se desanima ante el clima adverso ni ante los resultados estícolos.

Pero todo eso, con su emoción y su sentimiento, había sido la noche anterior. La jornada de hoy comenzó tarde, con otro viaje, el último de esta primera etapa: nadie quiere volver a salir del gran huerto cerrado, la villa escondida.

Partimos, en efecto, a otra Villa: La Angostura. Allí nos íbamos a reunir con  el último miembro que faltaba para completar la comunidad de viajeros: Don Branca. El resto del equipo se conformaba por los siguientes gallardos: Marqués del Godoy, Don Virula de los Gamos, Don Ojota Fonsé, Jimmy el Cazador, Dom Abbuba, Creso O'Conner y el que relata estas apresuradas crónicas (el "Abate").

Dichosamente unidos, decidimos recorrer la extraordinaria Bahía Manzano, uno de los lugares más hermosos y exquisitos de estas tierras sureñas. Pudo un observador volver a estar en el Puerto Manzano donde supo jugar en la infancia, cuando la mirada de niño veía todo con prístino asombro, y acogía todo en el alma infante con sencillez y sumisión cariñosa. Con esta nostalgia dentro del pecho, el caminante descubría el bosque de los encantos, subiendo y bajando por entre senderos terrosos delineados por altísimos pinos y cipreses, maravillado de las cabañas de piedra y madera con un subido buen gusto, procurando identificar multitud de flores, de árboles y arbustos, aspirando profundamente ese aroma especial a pinocha y agua dulce, sorprendo duendes y delfas por las copas de los bárboles... Dejándose invadir lo más posible por toda la belleza del Manzano, de esta angosta villa, de este arrinconado topos donde todo comunica el trabajo del divino Artesano parejamente al del artífice humano en sublime armonía y perfecta connivencia.

Terminamos con Don Branca en el Nahuel Huapi, primera aproximación a este lago legendario, al que veremos más adelante con más frecuencia. Era el ocaso, nuevamente, y unas cervezas aguachentas iban a conspirar contra nuestro espíritu recreado.