jueves, 18 de abril de 2024

《Regreso a la montaña》


(El Aconcagua visto desde El Plata, Los Andes, Mendoza, Argentina.)


Algunas sentencias de Daniel Fernández Strauch, el "líder oculto" de los 16 sobrevivientes de Los Andes, recogidas de su gran libro testimonial: Regreso a la montaña. Una guía de supervivencia espiritual.


         🏔 🫀 🫂 ✝️


"Para vivir se necesita algo más que estar vivo".


"Somos los lazos que constituímos con los otros".


"La esperanza es hija de la lucidez".


"La desesperanza es una máscara del orgullo desmedido".


"Es más sencillo ocultarse detrás de lo que pretendes ser".


"En la civilización suelo estar más preocupado por conservar la máscara que por rescatarme a mí mismo".


"Vivir obsesionado en lo 'seguro' es parte del miedo que impide arriesgarme a ser lo que debo ser".


"No existen circunstancias favorables o desfavorables, sino respuestas favorables o desfavorables ante las circunstancias que me toquen vivir".




sábado, 13 de abril de 2024

Vestíbulo al Triduo Pascual



LUNES SANTO 

Jn XII, 1-11 

Todo aquel que obra como María ante el Maestro vive pleno , y plenifica lo que rodea.

Todo aquel que piense y sienta como Judas, y no se cuide de los pobres, es ladrón -aun cuando no robe literalmente. 

Todo aquel que ha sido resucitado -o lo será pronto- en el Señor, será reo de muerte -especialmente por los fariseos- y causa de división:

Todo Lázaro será motivo de fe y ocasión de escándalo, a la vez.

¡Dichoso el que, en su trato con Jesús y su Iglesia, sabe ser y hacer al mismo tiempo de Marta, Lázaro y María en Betania: servirá al Señor, comerá con Él y vive de Él!  Amén.


MARTES SANTO

Jn XIII, 21-38

Jesús, ¿qué hace?, ¿cómo está? Está turbado, la está pasando mal mientras siga el traidor (y su diablo) en la Última Cena; desnuda así su corazón –sutil preanuncio de la desnudez de su Cuerpo sagrado en la Cruz– y declara con confianza cuál es su pena, su hondísimo dolor...

Los discípulos, ¿qué hacen? Se miran entre ellos desconcertados y se sienten abrumados ante el terrible incógnito.

El discípulo amado , ¿qué hace? Pues lo que hay que hacer, lo mejor que se puede hacer frente a estos casos o situaciones –y aun estados– donde el tremendo misterio de la luz y de las tinieblas en franco duelo se debaten ante sí –en sí–; Juan se deja amar y reposa entonces su existir en el pecho ya abierto del Amado.

Simón Pedro, ¿qué hace? Varias cosas hace, como acostumbra él, el impulsivo, sí, pero también el discípulo que más amó al Señor (cf. Jn 21,15); éste, primero, se impacienta por conocer la identidad del traidor entre los Doce, acaso intrigado y hasta atemorizado de la posibilidad de que él mismo lo sea –aunque en el fondo de su consciencia sabe que no es él, que no podría ser él justamente, ¡de ninguna manera!... y no se equivocaba al sentir así, no obstante... Cefas no aceptaba, por entonces, que era un inmaduro, un hijito (Jn 13,33) para saber aún lo que es la caridad en serio, y al no comprender que necesitaba de tiempo, espera, educación y paciencia para madurar su entrega incondicional, actúa por segunda vez movido de sus fuertes ímpetus, mas al mismo tiempo, por los nervios y tal vez por los miedos aún no confesados, que lo llevarán a manifestar de una vez su noble lealtad –quizás negando de esta manera locuaz la fatalidad, para su ardiente corazón, de tener que perder a su amado Señor, tan solo de hacerse a la idea de estar separado de su íntimo enamorado: el Maestro.

Judas Iscariote, ¿qué hace? Lo peor que se puede hacer y que lamentablemente todo ser humano, si es sensible y honesto, hace repetidas veces, o apenas en un desesperado momento en la vida de forma descarada y vil; este miserable traiciona –arquetípicamente "miserable" porque traiciona a Dios–, sin embargo antes comete un gravísimo error, en este caso irreversible, que es rechazar la amistad del Amor, del Hombre perfecto y perfecto Dios, no dejándose amar primero –al contrario de Juan– por el único Amigo auténtico y absoluto que hombre alguno puede tener, y que el Iscariote en frente tenía. ¡Qué noche oscura e impía!

Por último, Satanás, ¿qué hace? En el alma de aquel desertor entra frenéticamente y lo saca inmediatamente de allí: del Cenáculo, hogar de paz y de luz, espacio gratuito para el Ágape cristiano, lugar de encuentro con Jesús en medio de sus amigos y a la cabeza de sus discípulos, hábitat de comunión profunda e indescriptible, ethos apostólico de inconmensurable felicidad y de una nueva creación: una relación plena de libertad real para el servicio concreto al hermano necesitado en la verdad divina y en la asombrosa humildad señera de Aquel que les (y nos) había lavado los pies –incluso al amigo Traidor–: el Hijo del hombre y el Enviado del Padre: Jesús de Nazaret.  Amén.


JUEVES SANTO

Ex. XII, 11-14

¿Cómo se recibe al Cordero sin mancha y sin defecto? ¿Cómo se vive la Pascua? ¿Cómo devenir un hombre pascual? ¿Cómo comulgar a Cristo, y también, ser comulgados por la Noche de Gloria?

El que no tiene mancha ni defecto es Él, el divino Codero, no nosotros, los “manchados”. Para ser como Él hay que comerlo y asimilarlo, incorporarlo. Justamente porque tienes miserias -manchas, defectos- debes acercarte a Él -¡con confianza!- y recibirlo en tu corazón. Si fueras puro y perfecto, pues ya no lo necesitarías -¡y Él tampoco a ti!. Entonces, acércate a Él si te sabes hijo de Adán y Eva, pero fíjate bien cómo proceder. Las indicaciones son precisas. No hay excusas para fallar. Ni hay pretexto alguno para ser exterminando por el Ángel, para no evitar el castigo seguro.

Es inminente el Paso, siempre lo es. El paso salvífico de Dios en nuestras vidas es irrevocable. A cada rato, día a día, se produce el “Pesach” (o “Pésaj”). Y siempre, porque es una “institución perpetua” (v.14), fundada por el mismo Yavhé.

Por eso, atiende hombre lo que se te pide. Escucha bien. Mira con inteligencia.

Obedece las instrucciones a pie juntillas. Meticulosamente (no escrupulosamente, que es otra cosa). No son muchos los preceptos; son pocos y los justos, y Dios los manda para la posteridad.

Y ¿qué es lo que manda? ¿Qué exige? ¿Qué desea?

Primero: está claro que comerlo a Él, el Señor Jesús. Segundo: comerlo de noche, en la noche de la Fe. En la noche de la fugacidad de esta vida mortal, en este mundo pasajero de formas aparentes y engañosas, debes comulgar el Pan blanco y bendito que es el Redentor. Aquel que rescató al Pueblo elegido y lo liberó del país de Egipto, es el mismo que hoy se te presenta y se entrega en forma de pan redondo y sin levadura, bajo la figura de esa Hostia consagrada y pequeña que espera ser acunada en tu lengua y ensenada en tu regazo. Abrazo que te ofrece por medio de estas especies el Señor de los Ejércitos de ambos Testamentos, el mismo que continúa su obra liberadora, su gesta divina, su epopeya celeste.

“Cómeme”, es la consigna del Amo, “y cómeme rápido”. Tercera indicación: date prisa en comer a la Víctima pascual. ¿A qué dar tantas vueltas? ¿Por qué tantos rodeos? Acaba ya con los sofismas. Deja de pensar, apaga la mente insidiosa. Deja de imaginarte cosas que no son, ni fueron ni serán.

Es Él. Él es el Ser. Él está allí, presente, como lo estuvo ayer y como lo estará siempre: ¿acaso te asusta este Misterio? ¿Es que no puedes so-portar la inconmensurable Paradoja de un Dios tremendo que con su brazo poderoso hace prodigios increíbles en medio de los israelitas, y el de un Dios frágil y aparentemente impotente con rostro de pan tierno y cotidiano…?

¡Oh, cristiano, apúrate en salvarte, apresúrate a comer y beber la Eucaristía, apróntate con tus lomos ceñidos, con tus pies calzados y con el bastón en tu mano (Ex. 12, 11)! ¡¡¡Eres peregrino, no lo olvides!!! Aunque se resista tu mente estrecha y obstinada, aunque tu fantasía te confunda y te oprima, aunque inconscientemente este humilde acto repugne tu orgullo y tu delirio de omnipotencia, tú ponte de hinojos y oye esa Voz desconocida que te dice: “Abre bien tu boca y Yo la llenaré”. “¿Por qué?”, seguimos insistiendo porfiadamente. Porque “Yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué de la tierra de Egipto” (Sal.81, 11).

Pero seguramente tú harías las cosas de otra manera, diminuto mamífero, tú lo harías mejor...!

¡Callaos! ¡Basta ya! ¡Haced silencio! Ábrete a la luz del misterio pascual que irrumpe en tu biografía: al misterio de luz por excelencia, de una Luz eterna que brilla en medio de la noche, que triunfa sobre las tinieblas de la muerte. Nace la Luz en tu noche existencial, noche oscura y cerrada. Luz que vino a este mundo tenebroso y que el mundo no conoció porque prefirió quedarse en la Oscuridad. Luz amable que vino a los suyos a alumbrarnos a una nueva vida, rebosante, vida eucarística, pero los suyos no la recibieron porque sus obras eran y son malas: ellos se enamoraron de sus propias Sombras…

La Pascua, sin embargo, es día memorable porque la Luz venció definitivamente. “Toquen la trompeta al salir la luna nueva, y el día de luna llena, el día de nuestra fiesta” (Sal. 81,4). Luz que sabe a Trigo y huele a Vino sagrado. Luz adorable que se puede beber para ser iluminados en el interior, hasta en los más recónditos rincones del alma replegada sobre sí se introduce la luz que purifica. Luz que ceba todos los nervios que tensan y contraen los cueros de nuestros corazones. Nada puede frenar la potencia de esta beatífica luz. Nada puede desviar la determinación salvífica de semejante luz. Sólo tienes que dejarte proyectar por ella. Sólo tienes que beberla con fruición, comerla con ganas. Tal Luz es el Hombre Perfecto, el Hijo de Dios.

Comer y beber al Crucificado, creyendo y sabiendo, sintiendo y percibiendo que la Luz sin principio y sin ocaso está allí, y no en otra parte. Que este Cordero que se nos pide comulgar de noche y de prisa será el mismo del Apocalipsis que, como lámpara, iluminará a los elegidos, a aquellos que estén inscritos en el Libro de la Vida del Cordero. En aquel entonces, la Ciudad de Dios no necesitará ya más la luz del sol y de la luna (Ap. 21, 23.27). Y serán salvados los que tengan el Nombre en la frente, en los labios y en el corazón: es la única señal de los escogidos de antemano para la Gloria. En todo el ser habrá de estar tatuado el Nombre-sobre-todo-nombre ante el cual toda rodilla se dobla en tu infierno, en tu barro y en tu cielo, glorificando así al Padre de Nuestro Señor Jesucristo (Filip. 2, 9-11). Sí, es una inmensa paradoja, es un misterio realmente admirable.

Come y bebe al Hombre-Dios.

Come y bebe la Luz en la Obscuridad.

Come y bebe el Nombre de Jesús.

Como y bebe el Crucificado-Redivivo.

Sólo así tus dioses egipcios recibirán su justo escarmiento por parte del Dios del universo. (Ex. 12, 12).

 Amén. Aleluya.


HILARIO

viernes, 12 de abril de 2024

Una meditación orante del salmo 68

 


Salmo 68 (69)

[Se recomienda leer antes el salmo en la versión de Mons. Juan Straubinger. Esta meditación fue hecha en Miércoles Santo].

 

Este salmo 68 es de David, pero no es de David, es de Cristo definitivamente.

Este lamento de Cristo se prolonga en los cristianos de todos los tiempos.

Esta súplica visceral de Cristo quiere ser la mía en este día, en esta vida.

En el sentido tipológico, las palabras y los sentimientos de este salmo se actualizan y se manifiestan plenamente en la figura del Siervo Sufriente, Jesucristo, quien se hizo “pecado” (2 Cor. 5,21) y “maldición” (Gal. 3,12) en lugar nuestro ante Dios Padre por puro e infinito -e inconcebible- amor al género humano; por mí, en particular, como por vos, pasó todo esto el Redentor, quedó así de des-figurado y vivió en todo su dramatismo el salmo de hoy que ahora contemplamos y oramos.

Sólo desde esta perspectiva de la redención cobra pleno sentido esta plegaria sálmica.

Sólo insertados en el misterio de la Pasión de Nuestro Salvador podemos experimentar, en alguna medida, la energía divina que contiene el texto sagrado que atendemos en este momento, leído adrede en el centro mismo de la Semana Mayor, ad portas del Triduo Santo.

De otra manera no se podría orar este salmo irrefragablemente crístico. No cabría otra aproximación a estas letras de fuego divino si no se acepta y se obedece el misterioso designio de Dios, el Padre que envía a su Hijo unigénito al último lugar de la Encarnación, anonadándose y tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres... Tal humillación, tal despojo, ya se avizora de modo terrible y espectacular en las líneas davídicas que, como flechas incendiarias, se clavan en el corazón orante y amante del mismo Señor.

Es probable que así y sólo así, considerando esta dimensión salvífica que enmarca -hasta cierto punto- este precioso salmo del Gran Rey, un simple creyente deseoso de acompañar a Jesús en sus Días Santos (los más grandes del Año cristiano) no se aterrorice ni espante ante el cuadro desolador y casi siniestro -que recuerda a aquel otro de Isaías 52- pintado por el salmista con trazos firmes y nítidos, vívidos y vehementes…

Aún más, puede el lector inadvertido o el oyente distraído, llegar a escandalizarse al enterarse de que este salmo habla de Cristo, lo vivió Él, e incluso y antes que todo, lo oró Cristo desde su Sagrado Corazón de Pastor y lo pronunció con sus finos y divinos labios de Maestro. Así pues, ¡ay del escándalo de la estrecha mente humana al comprobar que hay ciertas expresiones en el poema que jamás podríanse ajustar a la Persona del Verbo humanado, como por ejemplo: “Tú, oh Dios, conoces mi insensatez y mis pecados no te están ocultos.” (v.6)!

El cristiano inmaduro, el feligrés desatento, quedaría, por lo menos, desconcertado ante semejante versículo. Sin embargo, hay que vivir el salmo completo, orarlo y caminarlo desde sus adentros de principio a fin -si es que hay un fin... Oración de súplica, poema sangriento que hay que leer con todo el ser, dejando que cada verso impacte en la fina punta del alma, golpe a golpe, gota a gota en derrame continuo, perpetuo…

¡Es Cristo el que ora, ama y sufre este salmo! Y con Él, en Él y por Él nosotros queremos hacer la misma experiencia, buscando ser transfigurados por su Pasión y su Gloria, anhelando y pidiendo un corazón semejante al Suyo.

Por eso, este salmo -como todos los salmos y como la Biblia entera- habla de nosotros; habla de vos y habla de mí. Primero -en todo orden- habla de Jesucristo, centro de los dos Testamentos, Intérprete y Exégeta supremo de toda la Escritura, Clave única y sentido final de toda la Revelación. Pero después de Él y gracias a Él, las Escrituras Santas cuentan nuestra historia, develan nuestra identidad, iluminan nuestras biografías, descubren nuestras personalidades y clarifican nuestras vocaciones. Hoy, ahora, junto al Maestro y al Amado, quiero orar este majestuoso salmo desde la herida abierta de mi existencia doliente e insatisfecha; siempre errante, siempre añorante…

Entonces, con voz alta y potente gemiré desde mis entrañas:

“¡Sálvame, oh Dios! Porque las aguas me han llegado al cuello” (v.1).

Con temor y temblor, voy procurando identificarme con los sentimientos de Cristo, con las emociones del salmista, y me dejo llevar por ese torrente impetuoso de amor sufrido que recorre todo el salmo en su cauce vital y fluctuante de bajadas y subidas abruptas, con sus rápidos y sus escasos remansos; sin diques; desbordante, expansivo…

Que fluya vigorosa esta savia y esta sangre, esta corriente de agua purificadora -más elocuente que la del justo Abel- que me baña por entero en cuerpo, mente y corazón; que aumenta su poder de curación -como el río salutífero del profeta Ezequiel- a medida que me interno en su ancho y profundo caudal de vida abundante, a medida que me abandono dulcemente por sus aguas revitalizadoras… ¡aguas vivas!

Desde mi miseria más inmunda y oculta clamo -¡todavía, y siempre!- a un Dios que no dejará que me desespere. Que no me soltará la mano. A un Padre que eternamente está atento y solícito para rescatar el alma de sus elegidos, para liberar a sus hijos oprimidos por innumerables enemigos que “odian sin causa” y que “injustamente hostilizan” (v.5). Con todos mis pesados pecados encima que me hunden y lastiman quiero con todas mis fuerzas seguir mirando al Cielo y esperando a que el Eterno se apiade de mí y no me “esconda su Rostro” hermoso y sereno (v.18). Le ruego que tenga en cuenta mi celo por su Casa y su Iglesia que son prolongaciones -o diferentes nombres para nombrar un mismo Misterio- de su Hijo bienamado; celo que a veces es devorador (v.10), y otras, se tienta con agriarse; celo que llega al punto de hacer enloquecer como alguien que está fuera de sí, como un “ser extraño” (v.9) para hermanos y padres, amigos y conocidos que ya no soportan al loco o al raro

Mas Tú, Señor, Hijo de David, que experimentaste en su grado máximo el celo devorante por la Casa de tu Padre amante, ten misericordia de mí, un pecador.

Señor, tú sabes todo, tú sabes que te quiero. Tú sabes que cuando ultrajan tu Iglesia con viles argumentos, con destructivas opiniones, con estériles polémicas y farisaicas acciones, tales ultrajes, caen sobre Ti, y si caen sobre Ti, Vida mía y mi Santuario, caen sobre mí, tu pequeño servidor, y me desgarran las injurias que te hieren. Pero Señor, por favor, no tengas en cuenta nuestros pecados, olvida las afrentas de tus hijos, miembros todos del mismo Cuerpo místico, que te hacemos y que nos hacemos al dividirnos y atacarnos con “anatemas”, torpezas, mezquindades y “etiquetas”, ideologías religiosas y sutiles idolatrías; antes bien, oh Dios, acuérdate de nosotros según la abundancia de tu magnífica bondad que no declina por nada y que siempre vence y gana, por los siglos de los siglos.

Padre bueno, “bien conoces Tú mi afrenta, mi confusión y mi ignominia” (v.20), compadécete de mí y consuélame con tu Presencia omnipotente y la de tu Hijo bendito en el Espíritu santificador de entrambos; pues aunque no haya nadie que se compadezca ni auxilie a un peregrino solitario (v.21), mi corazón sabe que Tú, oh Dios mío y Señor mío, no abandonas a los que te buscan sinceramente y con el alma ardiendo.

Por eso, que se alegren, sí, que se alegren los humildes que buscan a Dios (v.33), que no se desanimen los miserables, que no se depriman los aturdidos por malos pensamientos y falsas imágenes, porque hay un Dios que escucha (v.34), defiende y enaltece a los que están en angustias (v.18). Es el Dios de los pobres y Libertador de los cautivos. Es el Señor. A Él la gloria y el honor por todas las edades. Amén. Así sea.

 

HILARIO

lunes, 11 de marzo de 2024

THE CHOSEN 

 Una encendida apreciación



 1.2.24


Es mi deseo esta vez (o acaso una exigencia del corazón tiernamente herido) compartir una viva y revitalizadora impresión, un noble admiración, una verdadera alegría. Anoche he acabado de ver la serie cristiana The Chosen. Se me hizo tarde el concluirla porque no podía dejar de ver los dos últimos capítulos “al hilo”. En verdad, creo que podría ver la serie entera sin interrupción. De hecho, ya me encuentro con ganas de volver a verla, de principio a fin, y eso que aún no he terminado de decantar todo lo que esta gran obra (¿maestra?) ha podido -y puede- ofrecer. Pero la “adicción” que adrede asoma en estas líneas hacia tal obra cinematográfica no se debe tanto a la calidad de los recursos que se utilizaron, al alto nivel de sus personajes (quizá a expensas de uno, el que interpreta al Mesías: Jonathan Roumie, del que hablaré más adelante), del vestuario, de la escenografía, de la fotografía, de la música, etc., sino a la figura central de Jesús de Nazaret. Lo que acabo de afirmar no va para nada en detrimento al inmenso logro alcanzado por su creador y director (Dallas Jenkins) y a todo el equipo con el que trabaja. Al contrario, el mismo fundador de la serie afirmó que, de hacer cine cristiano, lo haría a lo grande, con magnanimidad, belleza e intensa emoción. Y puedo decir que lo conquistó, colmadamente. Que en estas primeras tres temporadas, de ocho episodios cada una, ha podido capturar toda la atención del televidente, ha llegado a conmover las fibras más íntimas de muchos espectadores que, probablemente, hayan empezado a ver la serie dramática con cierto escepticismo pero que rápidamente tal estado de la mente viró a una especie de devoción, o compulsión, por la obra de marras.


Me atrevo a ponderar el trabajo de Dallas Jenkins a la altura de la gran obra mundialmente aclamada del artista indómito Mel Gibson, con su película La Pasión de Cristo. En efecto, con ambas he tenido la misma experiencia de transformación, de renovación de la mentalidad, de sincero arrepentimiento. El Cristo recreado por ambos cineastas ha resonado con el Cristo interior, con el Jesús que ha ido creciendo y dibujándose en el alma, en la misma imaginación que ayuda a la vivencia de fe, en el transcurso de 15 años en la práctica cristiana, especialmente a través del ejercicio continuo y reposado de la Lectio Divina. Es difícil expresar, de hecho, tales vivencias, intuiciones y sentimientos que provoca el Señor en la persona que busca seguirlo. Cada experiencia con Jesucristo, sin dudas, es totalmente personal y única, irrepetible e inédita. Sin embargo, me apresuro a conjeturar que a muchos cristianos en el mundo entero las figuras de estos Cristos que han sido interpretados fielmente por dos bendecidos actores (el de la Pasión es Jim Caviezel) ha calado hondo en el sentir creyente auténtico. Se nos antoja el Salvador genuinamente cercano gracias a tales presentaciones, llenas de fe, de transparencia, de cordialidad y de suma reverencia por el Hijo de Dios. Y esta cercanía se debe a la fascinación que causa la humanidad del Verbo eterno, esa santísima humanidad que tanto enamoraba y enloquecía a Teresa de Jesús y… ¡a cuantos más! Por eso decía al principio que si hay un motivo de obsesión, una razón legítima para volverse adicto por las dos creaciones susodichas del “séptimo arte”, se debe a este Jesús irresistible y encantador, «el más hermoso de los hombres» como canta el salmista, que tiene el poder de cautivar hasta el individuo más indiferente y la fuerza de rescatar hasta el hombre más desesperado. 


Inmediatamente hay que aclarar que tal redención no la produce el arte en sí -los actores, las escenas-, pues no. Quizás esté de más semejante aclaración, pero lo cierto y vigente es que toda redención, la sanación y liberación anheladas, son obras exclusivas de la Gracia de Dios. El que opera incesantemente es el Espíritu Santo, quien labura misteriosamente en el corazón de los hombres: en los corazones rotos de innumerables personas que todavía hoy esperan al Mesías, al único Salvador: Nuestro Señor Jesucristo. En este mundo posmoderno y poscristiano, posmetafísico y posreligioso, las sombras avanzan y el mal se expande descaradamente. Pareciera no tener dique la malicia y la mentira en la sociedad actual. Se presenta, a menudo, demasiado desolador el panorama del siglo XXI: la creciente falta de Fe, el aumento incontrolable de la violencia, el avance arrollador de la pornografía, la dominación de las riquezas y el reinado del éxito laboral con su ascendente estrés y depresión, y un largo y desalentador etcétera… También dentro de las comunidades creyentes pareciera reinar la discordia, haber un retroceso en el camino cristiano, estarse la caridad enfriando de manera vertiginosa. Muy intrincado y complicado se presenta la opción por seguir al Señor. Abundan las opiniones, las contradicciones, los juicios y las murmuraciones. Todo en nuestra decadente generación parecería conspirar para elegir y atender al Maestro,  «lo único necesario». Son tantos los dilemas, los problemas, los conflictos, las presiones y las crisis de todo tipo que un servidor está tentado -o puede estar seriamente tentado- de abandonar el Credo. De darle las espalda a Dios. De marcharse de la Iglesia para siempre. Hasta de convertirse en enemigo de Dios y de la Iglesia, un resentido,… ¡un desesperado!


Sin embargo, el Padre no nos abandona jamás. El Creador no se desatiende de sus creaturas, de su creación, aunque muchas veces así parezca ante nuestras minúsculas y duras entendederas. Y por lo tanto, hay signos y señales, símbolos y sacramentos que nos manifiestan su Presencia creadora, restauradora, santificadora. Que nos susurran -o gritan- que el Reino de los Cielos ya está acá, entre nosotros, que el tiempo se ha cumplido: que hay que convertirse nomás, y volver a creer al Evangelio. Siempre están los mensajes del Eterno, para el que quiera verlos, para el que se compromete a escuchar con inteligencia y humildad. 


Así, por ejemplo, esta serie dramática basada en la Vida de Jesús, vista por sus elegidos, es un signo elocuente para esta época convulsa. Es un milagro, así lo veo yo. Incluso que esté, por caso, en la plataforma nefasta de Netflix no deja de asombrarme pero ¡cuánto me alegra que pueda difundirse masivamente la Buena Noticia por medio de semejantes instrumentos diseñados para el Mal! Se revela así, una vez más, que Dios hace lo que quiere con los medios que Él dispone. Que es Soberano y Omnipotente. Que nada se le escapa. Que es el Gran Jugador. Y que el Evangelio seguirá proclamándose hasta el fin del mundo y hasta los últimos rincones de la tierra que habitamos. Y que Jesús, Dios y hombre perfecto, sigue siendo el único Mediador entre el Padre y nosotros, entre Cielo y Tierra: Él y su admirable Cruz. No hay otro camino. «No hay otro Nombre dado por el cual ser salvos» (Hch 4,12).


The Chosen seguirá teniendo éxito (pese a los fariseos de turno, al mundo enfurecido y gracias a la gente sencilla) debido a que el protagonista de la misma serie “taquillera” es el Amado y es el Amor: "el Amigo del hombre" -como gustaban llamarlo los Santos Padres-. Todos somos llamados, y llamados por este Amor invencible, y podemos ser elegidos por el Amado para seguirlo y servirlo en el prójimo. Sólo una cosa es necesaria:

–"FOLLOW HIM". 


{Continuará…}


P.d.: Después de escribir esta apreciación me enteré que la serie constará de cuatro capítulos más, o sea en total serán siete temporadas, y que el capítulo cuarto ya ha sido estrenado. Les dejo un enlace para ver el adelanto de lo que se viene... Deo gratias!

P.d.2: Para el que no pueda ver la serie en Netflix puede descargarse la aplicación Angel Studios y disfrutarla gratis desde allí con buena calidad. Tanto este dato como la recomendación 'encendida' de ver The Chosen fue gentileza de un sabio monje benedictino, actual secretario del Abad Primado, en Roma. Providencial encuentro, agradecida sugerencia.




Hilario.

sábado, 9 de marzo de 2024

Le mystère de la femme.

 

Y siempre ellas


Y siempre ellas...

No faltan. Nunca.

En todas partes se encuentran, con o sin invitación, estando el deseo enardecido por ellas o no. O no estándolo, sencillamente. Acaso estando el deseo en otra parte, avivado y tenso hacia otras realidades.

Pero da igual. No hay caso.

Ellas aparecen igual, de distintas maneras, bajo mil escaramuzas. Insistentemente ellas aparecen y atraen, irresistiblemente atraen.

Excitan. No, no es la palabra a veces, no en este caso.

Interfieren. Eso. Siempre interfieren, para bien o para mal. A menudo para mal...

Son las rivales perfectas.

Son las rivales en el amor del mismo Creador -y no lo digo yo...

Son como el mar, como las olas de mar...

De un mar que nuevamente intento contemplar, en la tarde final de mis vacaciones. En una tarde extraordinaria, de intensos rosados colores salpicando aguas y nubes, dunas y espumas. Explosión de la Naturaleza que se despide del verano, en un adiós estival de tonos melancólicos y agridulces sabores.

Las olas reflejan la acción de las hijas de Eva.

Ese ir y venir constante, mecánico, implacable. No dejan un instante de lamer la tierra herida. Retornan incansablemente a las costas pacíficas para dejarle minúsculas partículas marinas, de origen desconocido, incierto. Peligoroso...

La influencia que ellas, las olas, tienen sobre la arena blanda es poderosa. Hace miles de millones de años ejercen el mismo poder sobre infinitas playas, hasta en las islas más remotas.

Notable influencia, deslumbrante ejercicio.

Las agrietadas costas piden a gritos la solidez de las rocas, las fuertes escolleras, los gigantes acantilados. Para que las olas se estrellen, sin más, y no dejen huellas en el barro.

Para que el limo costero no sufra permanentemente la pleamar y la bajamar, rítmicas en su oleaje musical.

No se puede estar siempre en guardia. Es agotador...

Pero las aguas seguirán estando. Más violentas o menos violentas, seguirán su curso regular. Tienen una ley inscrita: ellas cumplen.

Ellas son, existen. Así son ellas, mon ami.

¡Y cuánto atraen las olas! 

¡Qué poder magnético se esconde entre sus crespas cabelleras!

¡Qué hechizo se acumula en las aguas inconmensurables!

Embrujo de marineros.

La suprema "Tentación" para algunos santos amantes y juglares, como el Pobrecillo.

Musa y maga de poetas enamorados.

Enemiga de amores mejores para orantes apasionados y pecadores.

Y al mismo tiempo...

Son ellas las que permiten arribar al puerto añorado.

¡Ellas!, la misma puerta del cielo -al menos una Mujer lo es...

Con todo, hay que acostumbrarse a lidiar con estos fenómenos del cosmos, de un mundo caído que clama a gritos la liberación. Y en la Esperanza aguardamos la anhelada y dichosa liberación. Hay que aprender a estar con ellas -con Ella- buscando que sean oasis de paz y de compasión, canales de gracia y de comunión. Fuentes de castidad. 

Para eso, hay que luchar.

¡Cuánto habrá que luchar, amigo mío!

El mayor don en la tierra también es el mayor riesgo y la fatigosa conquista.

Además...

Ellas somos nosotros.

Ella soy yo. Mi correlato existencial y mi costilla mística. Todo ha de ser salvado y saneado.

Y aunque el mar siga allí, imperturbable, en un continuo reflujo de aguas saladas orillando sus encantos, yo sigo mirando la Estrella de la tarde.

Mi Undomiel.

Con las manos sucias y el cuerpo ajado descanso en la Pietas...


¡Esposa y Madre, no me sueltes!

viernes, 8 de marzo de 2024

¿Hay pique?

Confesión atardecida


¡Qué extraño...!

Llevo más de una semana de vacaciones, es el séptimo día que me encuentro en la playa al atardecer, buscando la soledad para contemplar el mar y esperar la inspiración poética, y nada. El mar no me dice nada. La belleza desbordante de lo que contemplo no me sugiere nada. 

Y recuerdo los días pasados, las vacaciones anteriores frente al mismo espectáculo, la exacta escena, y las palabras inspiradas brotaban con facilidad; todo me hablaba, todo el cosmos me gritaba. El mar me decía sus encantos, me susurraba mil secretos. Antaño me salía espontáneo escribir con cierta belleza, con mi rudimentario y algo ingenuo arte, lo que observaba y todo lo que me producía en el interior, aquello que absorbía con mis ojos, con todo el alma.

Ahora es distinto. ¿Es realmente distinto? Ahora pareciera que las cosas callan. Que la belleza del mundo sigue ahí, ante mí, pero ya mi alma no puede descifrar su número, destilar su esencia. El mar está como mudo para mí, en mi interior, aunque las olas sigan bramando y rugiendo, o cantando con voz antigua e idéntica. Todo sigue igual allí afuera. Sin embargo, acá dentro, en mis hondos adentros todo ha cambiado; está cambiando, constantemente. O mejor dicho, muchas cosas han cambiado, aunque otras tantas permanezcan inmutables. Acaso sea el "yo" consciente el que permanece; este sujeto que vive, que sigue existiendo y sigue insistiendo para buscar la luz de las cosas, el secreto de la tierra, para capturar el sentido de lo creado y alcanzar, quizá, el mismo misterio del ser. Para adorarlo, nada más, y ciertamente nada menos. Pero necesito del arte, necesito del pensamiento subido y la emoción intensa como dos alas que se despliegan para tomar vuelo y avistar el horizonte completo. Para abarcar lo grande y terrible del universo, la majestuosidad de lo que existe, y ser arrebatado por todo lo bello, bueno y auténtico que tienen las cosas, y que poseen las personas.

Mas, empero, nada dice el mar...

Ahora estoy escribiendo lo que recién pensaba, meditando esta impotencia de mi vena poética, esta sensación de incapacidad por no saber qué ver ni dónde oír. Para no dejarme arrastrar por ese sentimiento de gratitud y esa sensación de expansión por tanta belleza contenida en un atardecer marino, por no entusiasmarme artísticamente, ¡románticamente!, por el poder magnético y casi eterno del Océano Atlántico...

¿Qué nos pasó, corazón?

Recién caminaba en círculos, fumando pipa, tratando de aligerar el espíritu y de dilucidar los motivos de mi desazón, o tal vez, de una pena escondida. Una penita que se me escapa. Una penita vespertina de mar. No es acedia lo que tengo. No. Es otra cosa. Sigo mirando de hito en hito la extensión marítima, estas aguas que en la tarde de hoy martes se mantienen bastante quietas, inesperadamente quietas. Indefensas... Acaso como estoy yo ahora. Con cierta sensación de debilidad, rumiando la fragilidad de mi personalidad, a par de palpar lo fugaz y efímero de todo lo que me rodea, de sentir ardientemente la caducidad de la vida y la mortandad que sella las cosas de este mundo pasajero. 

Y daba vueltas en la abandonada torrecilla de vigilancia de los guardavidas. Casi nadie queda en la playa, y aprovecho la yerma costa para seguir escrutando el misterio de la cosas, de la vida y de la muerte. No hay distracciones al momento, milagrosamente. ¡Y qué reposo, cuerpito mío! ¡Qué de distracciones carnales, indómitas, se hallan en las playas concurridas! Y eso que esta fecha debería ser más tranquila para alguien que busca una auténtica vacacación de cuerpo, mente y corazón. Es Marzo ya, pero todavía sigue la concupiscencia visitando a los hijos de Adán que quieren amistad con el mar y alianza con los deseos puros.

Continúo en la pequeña y desvencijada torre de madera oteando la línea divisoria que  une (¿o separa?) cielo y mar. Contemplo alborozado unas nubes bajas color rosado, aunque soportando un viento frío, y quedo a la espera de nuevas epifanías...

Y me causa ironía que esté en el puesto de guardavidas. ¿Qué vidas debo guardar? ¿Qué vida puedo guardar yo? Apenas me mantengo en pie, agónico, luchando contra tantos malos pensamientos que se agitan como borrascas intempestivas en un día claro y sereno de mar. Apenas logro resistir ante los furtivos y arteros ataques de insidiosos Dementores que succionan el ánima, que me desvitalizan con sus presencias sombrías y elusivas. Sí, me quitan energía tantas tentaciones e ingentes estímulos cargados de malicia, de mentira y de sensualidad proterva.

Sólo debo guardar mi alma: rotunda es la consigna. Pero en verdad, ¿es que soy yo, pobre carroña para aguiluchos hambrientos, el que podrá guardarse? Si hasta necesito guardarme de mí mismo: guardarme a mí de mí; de mi yo dominante y posesivo, del ego destructivo. Ya hay quien guarda las almas y los mares. Hay un único Guardián de Israel. Existe un Salvador, y sólo Él puede manternos en pie, alejados del enemigo interno que tenemos y nos traiciona a la primera.

Su nombre es Jesús. Y él es el verdadero "Salvavidas". Él sólo tiene el derecho y el poder de vigilar desde su torre de marfil, desde el seno de María, y desde la diestra del Padre todopoderoso. 

Si en esta tarde mis pensamientos han desembocado en su Persona es porque lo deseo profundamente. Tal vez lo necesito más que nunca, más que cuando era un adolescente en vacaciones que se iba a la playa con sus pipas y sus libros ansioso de elevar sus pensamientos y atento a las inspiraciones que le provocaban las cosas y el éxtasis de la vida. Pocas preocupaciones habían en aquel entonces. El rostro de las cosas y de los casos humanos lucía más afable. Cerca de la superficie de la existencia todo resulta más "simpático" y placentero...

Sin embargo, ahora mi biografía va centrándose más en Él, en descenso directo al corazón profundo. Y no lo puedo evitar. No lo puedo controlar. Parece un movimiento irrevocable. Ninguna otra cosa o experiencia me dan el sentido, la orientación justa, la motivación que necesito para salir a correr o para ascender montañas o para lanzarme tras las olas por puro afán de enfrentarlas y atravesarlas, y de obedecer un impulso interior que me manda a ir mar adentro, hasta el fondo, hasta el fondo de todo, hasta el fondo de los acontecimientos y de cada persona en particular, con una confianza infinita, porque hay un Padre de los océanos que mira desde Arriba y un Espíritu que auxilia desde dentro. Y no hay más. Son ellos Tres la razón de mi vida, y mis ganas. Por Ellas emprendería algo grande y peligroso, , mas si hago estupideces temerarias, ¿no serán inconscientes ensayos de querer una existencia superior? "Superior", no en el sentido de ser "más que otros" o de ser alguien reconocido y exitoso en la sociedad, sino de vivir divinamente siendo humano. Vivir en estado pascual. Vivir el misterio de la Encarnación del Señor, a quien intento seguir con pasión, y no menos, con compasión a este miserable que cae habitualmente pero no cede a la gran tentación del desánimo. Con misericordia por todos los miserables de la tierra que lo buscan y procuran seguirlo, con mayor o menor lucidez y valentía. Todos estamos embarcados en la misma expecional aventura: arribar al puerto y a la patria de la Trinidad bendita.

Y voy terminando este escrito sincero, con los dedos entumecidos, con las últimas luces de un crepúsculo singular. Y voy sospechando la inquietud de estos días de playa y sol, de arena y mar, con poca gracia y angustiada oración. El desasosiego, pues, ¿no será que buscaba en el mar, en el cielo, en el bosque, en los pinos, en la arena, en los libros, en la pipa y en el mate una inspiración vacía de sólido contenido? ¿No será que andaba obsesionado con la vanidad de las apariencias estéticas? ¿En el fondo, no me estaría buscando a mí mismo, a ese yo vanidoso oculto tras el poncho y la boina, como lo estoy ahora...? Quizás por eso todo permanecía mudo, porque buscaba la nada. La nada es muda, y es moda. La nada es muerte y trágica farsa.

Lo que da vida, fuerza y luz ya lo tenía dentro mío, y yo buscaba afuera como tonto. ¡Estúpido!, es Él... es Dios. Y en adelante, seguirá siendo Él, y ojalá que cada vez más. Él, la razón de todo, Él y sólo Él el único motivo de inspiración. Él le da sentido a todo e ilumina este mundo. Por tanto, ¿qué me obliga a quedarme mirando el mar en esta tarde de verano? Pues, una vez más, Él: que hay Alguien en las aguas verde azuladas, que hay un Tú al que dirigirme desde el fondo de mi alma. Y que ese Tú me ama, eternamente me ama, me llama, me elige y me destina a la Gloria.

¿Lo demás? Frivolidades.

Amén. 



jueves, 7 de marzo de 2024

Libre regreso al verso libre...

 SILENCIO Y LUZ

Gus,
un amigo d'orsiano.


“Silencio y luz”.

Tal fue el saludo

De un amigo peregrino

Que busca al Uno.


Silencio y luz.

¡Maravillosa expresión!

¡Profunda meditación!

Benéfico mantra.


Silencio y luz.

¡Cuánto fuego en la expresión!

¡Cuánta manifestación!

¡Qué de encantamientos…!


Silencio y luz,

Y ya la paz me visita.

La quietud se adivina

En el orden interior que retorna.


¡Silencio y luz!

¡Afuera el barullo!

Las opiniones arrugo

Y las tiro al tacho de mi desdén.


Silencio y luz:

Basta de ruidos.

Basta de vicios.

Fin a las heridas torpes de los hombres.


Silencio y luz.

Bálsamo de la mente.

Áncora fiel y clemente.

Amigas del desierto.


Silencio y luz;

Signos en la Consciencia.

Huellas de Su presencia.

Promesas de un buscador del Ser.


Silencio y luz

Son palabras que necesito,

El estilo que busco y preciso;

Un deseo insobornable.


De silencio y luz

Anhela ser mi plegaria…

Mientras atisbo la Nada

Más amable que la Noche.


En silencio y luz

Quiero a veces recordar

Cómo gozaba el amar

Entre celdas y claustros monacales…


El silencio es luz,

Y la luz, silencio.

¡Tú eres mi Silencio!

¡Tú eres mi Luz!


Amén. 


Regreso al Atlántico...


Otra tarde atento al Otro



Se oyen rumores distintos

En arbustos marítimos

Y a mis espaldas distingo 

Pequeños seres divinos.


Zumban los mosquitos en la arena

Importunando a un observador.

Mientras, el sol dora la marea

Con un mar rutilante, abrumador...


¡Bravío! Las olas claman 

Tu presencia, tu llegada.

La cita está preparada:

Es hora de la llamada.


¡Sólo dilo!

Yo vigilo.


¡¡¡Ven!!!


H.

miércoles, 6 de marzo de 2024

"¿Vocación de publicanos?"

 LA ORACIÓN DEL PUBLICANO

Por: Un Cartujo.



  Siento la necesidad de pararme en el episodio del publicano algún tiempo porque estamos ante una verdadera oración teologal que pone la mirada sobre Dios y nadie más: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, tan distinta de la oración con la que el fariseo expone sus peticiones, complaciéndose en su propia persona. Es una oración que busca a Dios. El mismo Jesús nos lo garantiza. Es una oración que se refiere a nosotros porque nadie tiene nada que decir salvo implorar la misericordia divina por nuestra condición de pecadores.

  Es importante reconocer que nuestros pecados no nos impiden presentarnos ante el Padre misericordioso. Al contrario. Sólo Él puede tener piedad y hacer, por el misterio de su ternura y poder, que seamos justificados, agradables, acogidos con benevolencia por haber creído que él está lleno de compasión y misericordia.

  Insisto sobre este punto porque me parece que constituye el núcleo de nuestra oración teologal como pobres herederos de Adán que somos. Algunas tradiciones espirituales falsas y una “educación cristiana” estrecha han conseguido que, en la inmensa mayoría de los casos, el pecador esté convencido de que a los ojos de Dios no tiene derecho a existir y que lo mejor que puede hacer es huir lo más lejos posible del implacable vengador del cielo. ¡Qué caricatura del evangelio!

“Dios amó tanto al mundo que le entregó a su único Hijo para que el mundo sea salvado, no condenado” (Jn 3,16-17).

  Podríamos añadir numerosas citas en este sentido del evangelio y de las epístolas. El pecado se ha convertido en el revelador del amor profundo e infinito del Padre hacia sus hijos. Todos tenemos vocación de publicanos porque todos somos pecadores llamados a buscar la intimidad con Dios. Él nunca nos dirá: “Vete primero a purificarte y luego preséntate ante mí”. Al contrario, si reconocemos la verdad de nuestra pobreza y nos dirigimos a su misericordia él nos dirá: “Ven para que te purifique, ven y alegra mi corazón y el cielo entero”.

  La paradoja del amor divino es tan fuerte que no me parece excesivo decir que la oración del publicano es la única forma normal de oración teologal para nosotros. Nunca podremos presentarnos ante Dios sin llevar en el corazón obstáculos, como pecados, huellas que dejan esos pecados, obstáculos involuntarios, pero demasiado reales para dejar obrar a Dios en nuestra vida, etc. Todos y siempre nos presentamos ante nuestro Padre como el hijo pródigo seguros de que nos abrazará antes de que empecemos a darle explicaciones.

  Habría mucho que decir en este sentido sobre la oración de curación, la oración de esos múltiples pecadores, débiles y enfermos cuya purificación se revela en el evangelio a través de la presencia de Jesús, con una sola palabra de su boca o un simple gesto de su parte. Y esto siempre es verdad. ¿Quién puede hablar de esas curaciones rápidas y progresivas de almas heridas, de corazones presos, de sensibilidades revueltas que en el secreto de una oración dirigida directamente a Jesús se han visto curadas y resucitadas en la medida en que han creído en Él, han tenido confianza y han intentado amarle?

  En esos casos realmente se trata de una oración teologal. Se produce un encuentro con el Hijo de Dios y un cambio: “Él toma sobre sí nuestras debilidades” (Mt 8,17) mientras que la vida divina empieza a brillar en nuestro corazón; no sólo nos da esta consolación, sino que también nos hace partícipes de su propia vida.

  ¿No es también una oración de publicano la oración de Jesús que repiten desde siglos e incansablemente los hesicastas? El texto de la jaculatoria con la que rezan está parcialmente tomado de la fórmula de publicano: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Generaciones de monjes no han tenido otra oración interior distinta de esta que a su vez les ha llevado a la intimidad silenciosa con Dios, al fondo de su pobreza.

  “Tu rostro busco, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26,8-9). Este versículo del salmo, entre muchos otros, permite presentir el profundo deseo del Señor que anima tantos corazones. ¿Encontrarán el medio de llegar hasta el fin de su búsqueda? ¿No nos perderemos en el camino o cansados por la falta de éxito, nos sentaremos desanimados al borde del camino?

  Me pregunto si esos buscadores de Dios a la deriva cuentan con las ayudas suficientes. Saber esto debería causar una herida en nuestro corazón. Ojalá el Padre infinitamente misericordioso escuche nuestra oración por ello. 

  Para terminar, tengo que reconocer la imprudencia que he cometido empezando estas páginas cuyo tema desborda enormemente mi competencia. Gracias por perdonarme. Amén.


[Fuente: Ver a Dios con el corazón. La práctica de la oración del corazón.]

martes, 6 de febrero de 2024

¿El fariseísmo es tradicionalista o el tradicionalismo es farisaico?


Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?». El les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres». Y les decía: «Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: «Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro "corbán" –es decir, ofrenda sagrada– todo aquello con lo que podría ayudarte...» En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!».
Mc 7, 1-13

El evangelio de hoy pareciera destinado a toda clase de "tradicionalismos", especialmente el tradicionalismo de tipo "religioso". Tres círculos distintos se congregaban habitualmente alrededor del único Maestro: primero) los apóstoles; segundo) la muchedumbre; y tercero) los fariseos (con saduceos, escribas, sumos sacerdotes o ancianos en ciertas ocasiones). "Los discípulos" del Señor se encuentran claramente en el primer círculo, y a menudo, en el segundo, pero jamás en el tercero. Las escenas donde aparece Jesús con este último grupo "farisaico" siempre son conflictivas, problemáticas, violentas. No es que Jesús busque "meterse en problemas" pero con esta gente resulta inevitable no chocar. No es problemático el Rabí, el gran problema suyo (y de todo verdadero creyente) es el fariseo, o mejor habría que decir, los fariseos, en plural, porque esta "raza de víboras" suele ir junta, en patota, escudada en la institucionalidad, en el ritualismo y en el reglamento.  O tal vez no sea un problema para Cristo el diabólico fariseísmo -"diabólico" porque siempre el sujeto poseído por este espíritu oscuro busca separar, sembrar cizaña, señalar las diferencias y levantar muros-, sino, simplemente, un instrumento para que se cumpla la justicia divina: para que se lleve a cabo el plan de redención. Sí, indudablemente sería -de ser así- un instrumento completamente inconcebible para la estrecha mente humana, insólito, un instrumento terrible y crudelísimo. O quizás veía el Salvador en el fariseísmo una enfermedad incurable, totalmente irremediable. O todo esto a la vez: problema-instrumento-enfermedad-y pecado. En tal caso, el fariseo es un individuo irredento pues no ama "la luz verdadera que ilumina a todo hombre", como dice el Prólogo de Juan el Teólogo. Se trata de aquel personaje descrito por el Profeta que, siendo "vasija", discute con la Sabiduría encarnada al creer que Ella "nada entiende" (cf. Is 29). Aún más, el fariseísmo es el pecado que no será perdonado jamás porque es lo que rechaza al Espíritu Santo. "¡Qué perversidad la vuestra!", les dice Isaías en visión a los fariseos. La ciencia de éstos fallará -y falla-, y su aparente """prudencia""", segura y satisfecha, se evaporará. Se irá deshaciendo, como barro caliente entre manos de alfarero. El fariseísmo es un ensayo de satanismo arropado de santidad. Fariseo es aquel hombre hospitalario con los malos pensamientos. El "paseador de los logismoi", que, llevando sus canes hambrientos, éstos pequeños monstruos van devorándolo todo allí donde sus patas sucias se introducen, especialmente  encarnizándose con el pellejo del prójimo fiel a Dios. Y así está diseñado su olfato canino: buscan presas que se acomoden a sus colmillos afilados y acerados, cuerpos que sacien la sed de venganza -de "justicia", dirán ellos- que les hace, irónicamente, perder la razón. Por eso perseguían al Nazareno, y como jauría de mastines sanguinarios, se reunían en torno a él. Y cada palabra del fariseo era -y es- un ladrido que procura intimar a la persona. Cada frase, un intento de morder, de herir, de lastimar. El "mastín farisaico" quiere bajar al adversario, como sea, pero sabe que sólo nunca lo logrará por eso necesita la compañía de otros depredadores como él para ir a la caza del virtuoso, del santo, del contemplativo... en una palabra: del auténtico creyente, del hombre de fe madura. No soportan que un varón solitario alabe al Padre "en espíritu y en verdad". Les exaspera que exista un genuino discípulo que quiera aprender a escuchar a Jesucristo, Verbo eterno. No toleran que hayan pocas personas que, unidas en el mismo espíritu de libertad y de verdad, desacaten lo establecido por cierta sociedad convencional y apostólica; que cuestionen aquello llamado flamantemente "TRADICIÓN" -concepto ilustrísimo para sus desaforados sirvientes pero para los que desean sencillamente ser hijos de Dios, un peligroso engendro en boca de aquéllos-; que "coman con manos impuras", o dicho de otro modo más al día, que levanten las manos en el Padrenuestro (¡¿que comulguen en la mano?!) o que no recen en latín. ¡Escándalo! Los fariseos son los únicos que celan por la pureza de todos los movimientos existentes en la """verdadera fe""", en la expresión intachable de la """santa religión""" que ellos observan y proclaman.

Sin embargo, puede ser también que a Jesús, el Hijo del hombre, le resulten inmbancables los fariseos; ¡la secta de los fariseos!. Puede ser -y así fue- que los únicos enemigos personales del Maestro hayan sido los fariseos, casta sacerdotal e intelectual de toda época, gente de poder e influencia, ejemplos de moral y civilidad. Podrán -lo dudo- ostentar todos los títulos respetables de personas íntegras, de grupo piadoso y comprometido, de comunidad devota y perseverante -de "gente bien", como dicen ahora- pero en una de esas les estará faltando aquello esencial que le da sentido a toda vivencia de fe y, en realidad, a la humana existencia misma: a saber, el corazón. Sí, el fariseo puede llegar a ser irreprensible, pero jamás será un "hombre de corazón". Y esto importa -¡a Dios, a Cristo y su Esposa, le importa!-: tener un corazón, un corazón que ame, un corazón que sienta y se conmueva, un corazón que sufra y padezca, un corazón que busque constantemente con todas sus manchas y sus pesares a entregarse, a darse, a... latir. Eso, un corazón que vaya aprendiendo a latir con el Evangelio "proclamado al mundo entero". Como el Evangelio es "vida en abundancia" requiere y se corresponde con otro órgano humano que también esté vivo, vital, con capacidad de engendrar y de vibrar; ¡¡¡de amar!!! Con el raciocinio -la ideología- no ocurre lo mismo. La mente se acopla a "tradiciones de mayores" y a leyes imperecederas; se amolda sólo a la "letra que mata". Pero el "Espíritu que vivifica", eso, es patrimonio del corazón: su finalidad, su ámbito, su latencia.  "Los mandamientos de los hombres", que tanto gustan a  fariseos, son cosas fáciles de memorizar los cuales, una vez aprendidos -con firme adoctrinamiento y pocos sobresaltos-, te dan un cargo y una posición en una pequeña sociedad del mundo eclesial. Pasas a ser "alguien", a pertenecer al "club". Sólo hay que aprenderse y recitar mecánicamente un par de listas importantes que me darán el carnet de "católico bien formado". Hay que profesar -¡¿inconscientemente?!- un credo elaborado e instalado por vaya a saber quiénes y en qué momento de la Historia. Hay que adherir -¡¿ciegamente?!- a una serie de postulados y de creencias indiscutibles que nunca deben ser sometidas a discusiones entre el domesticado rebaño. ¡Guay de aquella oveja que se atreva a balar algo distinto o contrario al común balido monitoreado por pastores severos e impolutos! No hay lugar para los contestatarios en semejantes rediles amurallados. En toda grey aburguesada, los inquietos están de más...

Y sin embargo, el que tiene corazón,  tiene alas. Necesita volar y traspasar muros y fronteras. No se puede contener. El pulso íntimo reclama expansión, universalidad -catolicidad en serio. No se trata de no honrar a Dios con los labios como enseñaron "los mayores", sino de tener el corazón cerca de Él -y de Él en el prójimo, en el variado, amplio, miserable e inestable prójimo, del cual todos formamos parte. Se trata de seguir rindiendo culto a la Trinidad respetando las tradiciones antiguas, pero sin que se torne una mueca vacía el gesto auténticamente cultual que sí o sí procede de un corazón abierto, sincero y responsable en su elección por el Dios vivo y verdadero. El problema es aferrarse demasiado a lo que dicen los otros, a lo que dictan """los maestros""", a lo que juzga la autoridad consabidamente pedante y soberbia. Es apegarse a "los que la ven" y "los que pueden" para no quedarse atrás o al margen del caminito ovino de "alta seguridad". Y en nombre de este seguimiento partidista se cometen toda serie de sandeces y de crueldades. Se falta a la caridad, sin o con anestesia, da igual. Lo más grave de fondo es que se "anula la Palabra de Dios". Aunque no se sepa, éste es el hecho: se conculcan y se invalidan las palabras de Jesús que "son espíritu y vida". Pero, ¿quién sabe que esto pasa? ¿Quién lee la Palabra a solas, en su cuarto cerrado, meditándola día y noche? ¿Qué "doctor de la ley" enseña estas cosas, alienta a la rumia permanente y entregada de las Sagradas Letras, de la Escritura Santa? ¿Qué "jefe de iglesia" animará a su feligresía para que cada miembro busque y se encuentre personalmente con el Cristo viviente -salvaje- de los evangelios? Es un riesgo enorme. Tal consigna apostólica o consejo pastoral podría tener alcances insospechados. Atender a tales propuestas acarrearía en los individuos transformaciones radicales, grandes modificaciones en la conducta, mas sobre todo en la mentalidad: en la forma de ver las cosas, en la manera de sentir en la vida. Ver y sentir como Jesús, con el espíritu de las bienaventuranzas. Y esto es peligroso para cualquier comunidad programada. Es muy peligroso que, de repente, un miembro -o un "dígito" del ordenador- comience a proceder y procesar toda información de otra manera al preestablecido. Que vaya cambiando su rutina, que se desplace de su lugar asignado, que altere el plan eficiente y que rompa el circuito preciso. "¿No es mi palabra como fuego –oráculo del Señor– como martillo que pulveriza la roca?", dice el profeta Jeremías (23,29). Sólo la Palabra y el Espíritu tienen el poder de pulverizar el corazón endurecido como piedra. Sólo la Revelación es fuego devorador que consume el corazón -lo consume sin consumirse, como la zarza ardiente, ya que el corazón está hecho para portar el Fuego sagrado.

La pregunta sería, entonces: ¿tengo corazón o sigo a la tradición? A propósito planteo la disyuntiva. El examen es: ¿mi corazón realmente está cerca de los "sentimientos de Cristo" -como pide San Pablo-, o me preocupo de decir como un robot oraciones que suenen bien y se ajusten al Misal y al Catecismo? Y ojalá de la boca pía salieran sólo oraciones formuladas, y no murmuraciones, críticas, juicios apresurados y vulgaridades varias. Es más simple aún la cuestión: ¿dónde está mi corazón? ¿Cómo descender hasta allí? Para luego poder clamar con brío y paz: SURSUM CORDA!!! ¿Qué permanece hasta el fin de los tiempos: las tradiciones de los hombres o la Palabra de Dios? ¿Quién o qué discierne la Tradición de las tradiciones: el corazón profundo o un sistema de pensamiento?...


Soy el primero que me acuso en el texto evangélico de hoy. Me provoco a mí mismo con estos interrogantes (...al fariseo que se agazapa en mi interior, y me acecha con su hocico rabioso...).

lunes, 5 de febrero de 2024

Suplicar ser tocados por Él.


«Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.»

Mc 6, 53-56 

+

Sólo los enfermos reconocen a Jesús, El-Que-Sana.

Si está lejos, en alguna travesía, los esperan a que se acerque hasta su orilla.

Cuando el enfermo encuentra personalmente al Sanador, se lo lleva a toda la región del propio ser para que no deje ningún rincón sin curar, sin iluminar, sin restaurar.

El cuerpo y el corazón saben, sospechan la presencia del Señor, intuyen, oyen los pasos del Médico itinerante, y fácilmente acuden a su Presencia sanadora -aunque mucho se resista la mente sombría y obcecada. (La mente es la más terca en dejarse evangelizar.)

Jesús entra en todas partes. Es atrevido y va para adelante, encara, se introduce en cada geografía de la existencia, con o sin invitación, pues su deseo devorador es salvar a todo el hombre: al ser humano completo.

Nada puede detener la Salud que Él trae y ofrece, y hasta se le escapa la energía curativa desde las franjas de su manto milagroso.

Sólo hay que tener fe.

Hay que creer que Cristo sí puede curarnos. ¡Sí, hoy, ahora, a mí!

¿Quién sugirió lo contrario...?

¿Quién dudó un instante de esta creencia?

¿Quién pensó que estos relatos evangélicos son de un pasado remoto, irrevocable, inactual,... inaceptable?

Todo, pero todo lo enfermo que tengamos, lo aparentemente incurable que carguemos, hay que colocarlo frente al divino Terapeuta. Todo es todo, no una parte -no lo que considero mostrar, lo que con mi estrecho criterio me parece en estado de descomposición... ¡no! ¡Todo!

Todo lo que carece de firmeza, todo aquello que nos cause asco o acedia, todo lo repugnante, lo vil, lo miserable que escondamos, llevémoslo a la plaza interior, a la Consciencia, y a la vista de todos, con plena lucidez y valentía, con sinceridad y fina atención dejemos que Él nos toque. Y nos sane.

Supliquémosle, con llanto y grito -físicos, no metafóricos- que nos toque enteramente. Tacto y contacto entre la Salud y la insania, entre el Salvador y la pérdida, entre la Fuerza y la debilidad. Sí, mucho contacto, de piel a piel, de cuerpo a cuerpo, de corazón a corazón entre el Amado curandero y el pobre necesitado. ¡Comulgarlo!

¡Qué error o qué inconsciencia la de cierta cosmovisión "católica" al despreciar y dejar el cuerpo a un lado en la economía salvífica!
¡Qué falso, qué necio y qué grave maltratar la carne, denigrar lo físico y condenar la corporeidad!
Al Hijo de Dios lo tocaban, el Dios humanado se dejaba tocar. Sólo así su Carne bendita cura nuestra carne; su Cuerpo inmaculado, nuestro cuerpo.

Es pedirle que nos dé la gracia de poder tocarlo con la cumbre del alma pero es también dejarse tocar por su Poder regenerador. Omnipotente.

Esto es lo único importante, queridos hermanos: tocar. La fe, la confianza, se va volviendo una cuestión física, sensorial.

Alcanzar a tocarlo, alcanzarlo -¡ya fuimos alcanzados-, es la única tarea. La misión, la exigencia. Llegar a tocarlo -y dejarse tocar por su Mano y por su Manto- para quedar sanos y salvos. Y después, o al mismo tiempo, ayudar a otros a que lo encuentren a Él. Ser camillas de otros postrados en espíritu para cargarlos hasta el Doctor supremo. Servir a los cuerpos inválidos para que, por lo menos, rocen las orlas del manto sagrado del dulce Nazareno.

¡Qué dicha!

Que así sea.


H.

domingo, 28 de enero de 2024

Juicios apresurados...

 


 

Hace tiempo que en los ambientes católicos pululan dictámenes y sentencias morales que no hacen más que socavar todo proceso de conversión o cualquier iniciativa para colaborar con las familias, las parroquias y las instituciones sociales que contribuyen a la realización, al menos parcial, del bien común completo. Y creo que estas sentencias o juicios simplistas y apresurados son consecuencia de una errónea concepción antropológica.

Resumidamente el inconveniente es el siguiente: desde que se empezó a enfriar la caridad, el pensamiento racional que daba luz a la recta doctrina inscripta en la ley natural gracias a la divina, empezó a dar lugar a lo que he convenido llamar cientificismo-moral o moralismo-científico. De tal modo, que la vida moral empezó a ser escrita o dicha no por auténticos moralistas católicos, sino por científicos moralistas que se creen católicos. Por supuesto que esto se ha dado, en gran parte, de manera inconsciente y con  las mejores intenciones, aunque no siempre.

Es que un error en la concepción de la persona humana puede derivar en imprudentes juicios o razonamientos sobre la intencionalidad de sus actos o sobre la responsabilidad de los mismos. Lo que en última instancia significa que, en un desenlace trágico o fatal, un hombre puede ser sentenciado injustamente.

Ahora bien, debo aclarar que este escrito no pretende abarcar exhaustivamente el tema, ni creo que eso sea posible, sino que intenta algunas  aproximaciones sucesivas a la naturaleza insondable del hombre. Lo cual ayudaría, desde algún punto de vista, a echar luz sobre tema tan simple pero profundo a la vez. Adelantamos entonces que un acercamiento adecuado al misterio humano será crucial para sortear reduccionismos cientificistas, que en estos temas son tan espurios como inconducentes.

Distinción importantísima esta, entre problema y misterio, de carácter terminológica o conceptual que posibilita una mayor comprensión de la naturaleza del hombre. Según el filósofo existencialista Marcel (1951):

“Un problema es algo que encuentro, que aparece íntegramente ante mí y que por lo mismo puedo asediar y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por consecuencia sólo puede pensarse como una esfera donde la distinción de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y valor inicial. Mientras que un problema autentico puede resolverse con una técnica apropiada en función de la cual se define, un misterio trasciende por definición toda técnica concebible.”

Es decir, el gran problema es ver todo como un problema. En cuanto a la metodología de la investigación el problema hace las veces de guía en el estudio. Y no está mal. Pero no pueden trasladarse tales criterios o parámetros a la vida moral de la persona y pensarla como algo que se soluciona con una técnica apropiada o un recetario de actos morales.

El misterio, por su parte, es algo que nos rodea, que nos es propio y nos sobrepasa a la misma vez. Aquello que no puede tomarse como objeto, ni como algo mesurable. El Misterio se desenvuelve en dos ámbitos: en el de lo meta-técnico y en el de lo meta-problemático. Es decir, aquello a lo que la técnica no tiene acceso y en donde lo problemático es insuficiente. Y además, comprende justamente todos aquellos factores que creemos entender y tener por ciertos, entre los cuales podemos contar los biológicos, psicológicos, culturales y espirituales. Por supuesto, que en cierta manera podemos acceder a ellos, sobre todo a los primeros tres. Pero, su rostro más profundo está totalmente velado. Y este rostro es el que me interesa que no se intente descubrir, pues el mismo intento es cuanto menos un desafío a lo sobrenatural.

Pedro Laín Entralgo describe en su libro “Teoría y realidad del Otro” los tipos de relaciones o encuentros que podemos tener con las demás personas. Uno de ellos es en el que se genera una relación de ‘objetuidad’ y como nota principal resalta lo siguiente:

“La abarcabilidad. Reducido a objeto, el otro es, en principio un conjunto de caracteres o propiedades perfectamente abarcable… Sea cualquiera mi modo de objetivarle, el otro en cuanto objeto es para mí un conjunto abarcable de datos particulares.”

Para esta concepción luego de una exhaustiva descripción fenomenológica del objeto-persona puedo definirlo acabadamente y por tanto predecir su comportamiento, como se hace con las variables de un fenómeno estadístico. Y no solo esto, sino que puedo catalogar su accionar en determinados esquemas de pecado. Básicamente son tres los movimientos intelectuales que se necesitan para lograr esto: Aprender las leyes morales universales, ver el caso en particular y dictaminar si se aplica o no. Pero lo que se escapa en estos casos, es una pequeña cosa, no vaya a creer que es mucho. La pequeña cosa que se escapa es “el hombre”.

Sin embargo sé que hay muchos que no caen en este error, ahora recuerdo uno que tal vez en este blog todos conozcan. Estoy hablando del P. Brown que logra aceptar esta imposibilidad o mejor dicho esta paradoja o tal vez este misterio y por eso cuando explica su método dice:

“Yo no intento eludir al hombre. Lo que yo intento es meterme dentro del asesino... en verdad... ¿No ve usted que esto es mucho más que lo otro? Me meto dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de uno, muevo sus brazos y piernas; pero espero y trabajo hasta hallarme dentro de un asesino, pensando sus pensamientos, acunando sus pasiones; hasta que logro vivir en su postura encogida y su odio concentrado; hasta que veo el mundo con sus mismos ojos ensangrentados y entreabiertos asomando por entre las rendijas de su abstracción medio loca, corriendo tras de la perspectiva de un callejón recto que desemboca en un pozo de sangre; hasta llegar a ser un verdadero asesino” .

En Chesterton la mirada es in toto, en el todo. Se desenvuelve en una psicología integral de la persona. La piensa como él piensa y por eso puede acercarse aún más a ella. No es un objeto externo donde cabrían elucubraciones matemáticas, es él mismo en la posibilidad de cometer un crimen. Su pensamiento no es meramente intelectual o analítico, es hondamente vivencial. Para el P. Brown, y lógicamente para Chesterton, cabría este párrafo precioso de Unamuno que dice:

“Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea específico para pensar; mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida.”

Por ahora agregamos que para adentrarse en estos temas es necesario dejar de lado la concepción problemática de la vida y dar lugar al Misterio de la vida. No sería prudente cansar al lector, por lo que  más adelante seguiremos profundizando sobre estos temas. Paciencia, querido amigo…