domingo, 28 de enero de 2024

Juicios apresurados...

 


 

Hace tiempo que en los ambientes católicos pululan dictámenes y sentencias morales que no hacen más que socavar todo proceso de conversión o cualquier iniciativa para colaborar con las familias, las parroquias y las instituciones sociales que contribuyen a la realización, al menos parcial, del bien común completo. Y creo que estas sentencias o juicios simplistas y apresurados son consecuencia de una errónea concepción antropológica.

Resumidamente el inconveniente es el siguiente: desde que se empezó a enfriar la caridad, el pensamiento racional que daba luz a la recta doctrina inscripta en la ley natural gracias a la divina, empezó a dar lugar a lo que he convenido llamar cientificismo-moral o moralismo-científico. De tal modo, que la vida moral empezó a ser escrita o dicha no por auténticos moralistas católicos, sino por científicos moralistas que se creen católicos. Por supuesto que esto se ha dado, en gran parte, de manera inconsciente y con  las mejores intenciones, aunque no siempre.

Es que un error en la concepción de la persona humana puede derivar en imprudentes juicios o razonamientos sobre la intencionalidad de sus actos o sobre la responsabilidad de los mismos. Lo que en última instancia significa que, en un desenlace trágico o fatal, un hombre puede ser sentenciado injustamente.

Ahora bien, debo aclarar que este escrito no pretende abarcar exhaustivamente el tema, ni creo que eso sea posible, sino que intenta algunas  aproximaciones sucesivas a la naturaleza insondable del hombre. Lo cual ayudaría, desde algún punto de vista, a echar luz sobre tema tan simple pero profundo a la vez. Adelantamos entonces que un acercamiento adecuado al misterio humano será crucial para sortear reduccionismos cientificistas, que en estos temas son tan espurios como inconducentes.

Distinción importantísima esta, entre problema y misterio, de carácter terminológica o conceptual que posibilita una mayor comprensión de la naturaleza del hombre. Según el filósofo existencialista Marcel (1951):

“Un problema es algo que encuentro, que aparece íntegramente ante mí y que por lo mismo puedo asediar y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por consecuencia sólo puede pensarse como una esfera donde la distinción de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y valor inicial. Mientras que un problema autentico puede resolverse con una técnica apropiada en función de la cual se define, un misterio trasciende por definición toda técnica concebible.”

Es decir, el gran problema es ver todo como un problema. En cuanto a la metodología de la investigación el problema hace las veces de guía en el estudio. Y no está mal. Pero no pueden trasladarse tales criterios o parámetros a la vida moral de la persona y pensarla como algo que se soluciona con una técnica apropiada o un recetario de actos morales.

El misterio, por su parte, es algo que nos rodea, que nos es propio y nos sobrepasa a la misma vez. Aquello que no puede tomarse como objeto, ni como algo mesurable. El Misterio se desenvuelve en dos ámbitos: en el de lo meta-técnico y en el de lo meta-problemático. Es decir, aquello a lo que la técnica no tiene acceso y en donde lo problemático es insuficiente. Y además, comprende justamente todos aquellos factores que creemos entender y tener por ciertos, entre los cuales podemos contar los biológicos, psicológicos, culturales y espirituales. Por supuesto, que en cierta manera podemos acceder a ellos, sobre todo a los primeros tres. Pero, su rostro más profundo está totalmente velado. Y este rostro es el que me interesa que no se intente descubrir, pues el mismo intento es cuanto menos un desafío a lo sobrenatural.

Pedro Laín Entralgo describe en su libro “Teoría y realidad del Otro” los tipos de relaciones o encuentros que podemos tener con las demás personas. Uno de ellos es en el que se genera una relación de ‘objetuidad’ y como nota principal resalta lo siguiente:

“La abarcabilidad. Reducido a objeto, el otro es, en principio un conjunto de caracteres o propiedades perfectamente abarcable… Sea cualquiera mi modo de objetivarle, el otro en cuanto objeto es para mí un conjunto abarcable de datos particulares.”

Para esta concepción luego de una exhaustiva descripción fenomenológica del objeto-persona puedo definirlo acabadamente y por tanto predecir su comportamiento, como se hace con las variables de un fenómeno estadístico. Y no solo esto, sino que puedo catalogar su accionar en determinados esquemas de pecado. Básicamente son tres los movimientos intelectuales que se necesitan para lograr esto: Aprender las leyes morales universales, ver el caso en particular y dictaminar si se aplica o no. Pero lo que se escapa en estos casos, es una pequeña cosa, no vaya a creer que es mucho. La pequeña cosa que se escapa es “el hombre”.

Sin embargo sé que hay muchos que no caen en este error, ahora recuerdo uno que tal vez en este blog todos conozcan. Estoy hablando del P. Brown que logra aceptar esta imposibilidad o mejor dicho esta paradoja o tal vez este misterio y por eso cuando explica su método dice:

“Yo no intento eludir al hombre. Lo que yo intento es meterme dentro del asesino... en verdad... ¿No ve usted que esto es mucho más que lo otro? Me meto dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de uno, muevo sus brazos y piernas; pero espero y trabajo hasta hallarme dentro de un asesino, pensando sus pensamientos, acunando sus pasiones; hasta que logro vivir en su postura encogida y su odio concentrado; hasta que veo el mundo con sus mismos ojos ensangrentados y entreabiertos asomando por entre las rendijas de su abstracción medio loca, corriendo tras de la perspectiva de un callejón recto que desemboca en un pozo de sangre; hasta llegar a ser un verdadero asesino” .

En Chesterton la mirada es in toto, en el todo. Se desenvuelve en una psicología integral de la persona. La piensa como él piensa y por eso puede acercarse aún más a ella. No es un objeto externo donde cabrían elucubraciones matemáticas, es él mismo en la posibilidad de cometer un crimen. Su pensamiento no es meramente intelectual o analítico, es hondamente vivencial. Para el P. Brown, y lógicamente para Chesterton, cabría este párrafo precioso de Unamuno que dice:

“Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea específico para pensar; mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida.”

Por ahora agregamos que para adentrarse en estos temas es necesario dejar de lado la concepción problemática de la vida y dar lugar al Misterio de la vida. No sería prudente cansar al lector, por lo que  más adelante seguiremos profundizando sobre estos temas. Paciencia, querido amigo…


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