domingo, 30 de noviembre de 2014

El ciego luchador.


"Toda oración es una lucha del hombre con Dios". Mons. Straubinger.

¿Tan difícil es ver a Cristo? Pregunto. ¿Tantas son las fórmulas que nublan la lente humana y no dejan ver el Misterio? De no creer. A vuelta de hoja en el Evangelio, se nos muestra un Jesús mendigo de nuestras miradas. ¿Por qué? ¿Cuál es el poder de estos ojos toscos? ¿Qué arcana magia se oculta en el iris del diminuto mamífero parlante? ¿Dónde es que está esa secreta reserva de pureza para, simplemente, ver?

Con vértigo escribo estas líneas, sabiendo que Otro me ve, y que espera que yo lo vea. Pero, ¿cómo podré lanzarme a la tremenda aventura de ver? Por ventura, ¿podré ver al Salvador y quedar en pie? ¿Tendré los cojones suficientes que tuvo el ciego de nacimiento para ver directamente el Rostro del Amor Hermoso, y, acto seguido, postrarme en profunda adoración? Descarto -o no lo consideraré ahora- que el problema sea esto último: <adorarlo>. Por el contrario, o por lo mismo, me inquieta, me interpela, me acusa el VER. Ya quisiera volver mi mirada a Él. Ya desearía tener la dicha del ciego apasionado. Pero, ¡stop! ¿Acaso no he -no hemos- tenido esa dicha ya? ¿Acaso Jesús no pasó -y aún pasa- a vernos y a hablar con nosotros? 

Quizá, querido gallardo lector, le fastidie mi prosaica forma de expresar una reflexión religiosa. Quizá, ya lo harté con todas las preguntas que he hecho, desde el principio de este mísero escrito. Pensará que no encuentro la salida; que todo este texto es puro divague o un simple capricho. Traten de no olvidarse que los interrogantes abren puertas; habilitan a los Misterios de Dios; dilatan un rico pensamiento. Y esta es un poco mi loca idea: que se animen a ahondar más sobre la oración. ¿¿¿Sobre la oración??? ¿Y qué tiene que ver el "ciego", y el "ver", con la oración? Tranquilos, trataré de darle coherencia y sentido, a mi estrepitosa meditación. Si no logro mi cometido, sepan disculpar.

Avancemos. Nos habíamos quedado perplejos, considerando la dicha excepcional del ciego, pero que no es sólo "su" dicha, sino la dicha de todo hombre. De todo cristiano. Y acá comienzo a describir, tímidamente, la posible solución. Y aquí comienza a vincularse, el Antiguo y el Nuevo Testamento, en frágil equilibrio.

¡Así es! Sospecho, como sospecho que Alguien quiere poseerme, que la respuesta rondará en el siguiente tópico: limpiar el ojo para ver la Luz humanada. Pues, ¿tanto costará comprender que, aquel gemido sacerdotal del Redentor en la Cruz, ese estruendoso grito de "TENGO SED" que hiciera el Maestro, espera como bebida deleitosa nuestra pobre vida mortal? Claro que sí, así es Dios. A riesgo de ser temerario, y hasta necio, lo afirmo. "ABYSSUS ABYSSUM INVOCAT". En efecto, el abismo insondable del Amor tierno y delicadísimo de Dios, reclama, invita, llama, al abismo de nuestra desgraciada y perra miseria. ¡Sorprendente! ¡Dios es Sorprendente! La oración es un juego vertiginoso entre estos dos abismos inmensos que se pelean, que se baten, que se pugnan. En este escenario vital de la plegaria, donde el Creador y la creatura combaten, todo es peligroso. Más correcto es decir que, para nosotros será terriblemente peligroso, ya que una cosa es cierta: si Dios nos gana, "perdemos la vida". Con esto último, logro intuir que el orante es un loco, un desquiciado, un perfecto desafiante. Pues sabe que su derrota es segura. Y no solo eso, ya que en este tipo de luchas, no existen las huidas, ni menos quedar tumbado en el suelo. Es de vida o muerte. Aunque, acá, en este punto del sinuoso bosquejo, florece la tremenda paradoja: LA DERROTA DEL BOXEADOR ORANTE, ES SU VICTORIA.
Éste es su indecible triunfo, su exquisito trofeo: ser vencido, poseído, por el Dios de los Ejércitos. Éste es el vértigo del Amor. Éste es el camino fascinante del católico que conduce a la Vida. Primero ceguera, por fin la visión, y, entre medio, el firme combate. ¡Cintura y resistencia! A lo Jacob, que tras una larga disputa con el Ángel de Dios, termina consiguiendo la bendición del Eterno.(Gen 32, 24-29) Si no, díganme, ¿qué significa "Israel" sino "COMBATIENTE DE DIOS"? Seamos, entonces, otros "ISRAELES". Y no cesemos de guerrear por el Reino.., y contra el Diablo.

 A contienda doble, una fe de roble.

Don Hilario de Jesús+










miércoles, 26 de noviembre de 2014

El poder de la sonrisa.


Estimados amigos gallardos,

Hoy -y no sé porqué hoy, y no cuando me sucedió-, quisiera compartirles una experiencia notable que me sucedió. Claramente, no era la primera vez que me acontecía (lo que voy a contar), sino que varias veces ya me había pasado. Pero la última vez, recibí un rayo luminoso para saber (en el sentido más original de "saborear"), de donde provenía tal experiencia conmovedora y/o salvadora.

Dejando de un lado consideraciones protocolares, pasemos a la médula de la cuestión. Lo que me aconteció fue así: iba en el colectivo 102, como cualquier lunes o miércoles (esos días suelo tomarme el colectivo para ir a trabajar, de ida y de vuelta), volviendo a mi hogar, cansado del laburo agitante y agitador, una mujer joven, común, sin muchas pompas ni adornos, queda de pie enfrente mío. Yo, sentado, indiferente que tenía una muchacha delante de mí, le pregunté lleno de vergüenza por mi demora, a la actitud previsible en tales lugares:
 
- Disculpe, ¿quiere sentarse?- le pregunto con rubor.
- ¡Ay! No, gracias. No te hagas problema- me contesta tímidamente pero con una reveladora SONRISA.

Este hecho, vulgar, cotidiano, fue la fuente de inspiración para desarrollar mi siguiente hipótesis.

Ustedes rápidamente pensarán: "don Hilario, seguro que te enamoraste, y querés justificar o compartir tu enamoramiento". Pues, claro que no. Esperen. Les puedo asegurar que no me enamoré (sé que no me van a creer), pero el tema en cuestión no rondará en el tópico que imaginan.

Subrayo el gesto responsorial de la mujer: sonrisa. Lejos de ser romanticón, pude ver el asombroso y tremendo poder de la sonrisa. Del arma letal de la sonrisa. No porque ella me haya "enamorado", que podría ser tema de otro artículo (se la paso de taquito don Catalino), sino porque me dio vida y paz, y luz. Es un arma mortal, decía, porque hasta el más pintado, o el más gruñón, o el más idiota, o el más aburrido, quedan totalmente desarmados e inundados de luz. ¿Recuerdan aquel frio del que habla la Escritura, ese que "enfriará la caridad" en tiempos oscuros y gélidos como los de hoy? ¡Cómo olvidar esa temible y acuciante expresión apocalíptica! Dejando contemplaciones escatológicas, les describiré el poder de la susodicha arma. Sí, es capaz de generar vida en cualquier situación, en cualquier lugar, en cualquier momento, a cualquier persona. La sonrisa destruye este frio devorador, este hielo congelado y congelante que se llama INDIFERENCIA, o peor aún: ODIO. Fenómenos estos muy comunes en nuestros días. Baste, por ejemplo, subir al micro y ver cómo el chofer te hiere con su rostro resentido; o cómo las viejas parroquianas, que se creen más que el cura párroco, te echan sin más de la sacristía, o si son un poco más ubicadas te increpan ferozmente diciéndote "Mi´jito, el padre fulano no está, y el horario para confesar está en secretaría"; o cómo una mujeruca rencorosa, ante un halago tuyo, te responde vanidosa con su carita impertinente, levantando levemente las cejas. En fin, doy 3 ejemplos, aunque puedo dar mil. Y usté, querido interlocutor, seguro que también. Miles de escenas así, vivimos o sufrimos, por día. Entonces, ¿qué diantres hacer ante esos casos desventurados?

Lejos de dar una receta exquisita o la pócima de Chafar, compartiré la que actitud que yo he tomado, o estoy intentando adoptar, para tales momentos desdichados y feos.

<<Sonrío>> "Eh, pero don Hilario, no has descubierto el sol.." Tranquilos. Puede ser que el sol ya estaba descubierto, simplemente voy a agregar insumos para que esa  sea sonrisa viable. Porque, díganme, ¿quién nació sonriendo? Todos nacieron llorando. ¿Quién se ha muerto, literalmente, de la risa? Quizá Filipo Neri. Y les digo más, sin ser irreverente, ¿quién a descubierto en el Evangelio, al Cristo riente? Esto no es mío, es de don Chesterton. "Bueno, bueno, don Hilario, ¿a donde apunta?". Digo, que la sonrisa cuesta, que el saber reír es virtud, si es que no es don. Es un arte. Peligroso arte, aunque me atrevería a decir que es un arte redentor, que redime. Y acá llegamos al meollo de la cuestión.

Trataré de clarificar con un ejemplo, la experiencia que trato de balbucear:

Usté, se toma el bondi, para ir al destino preordenado. Cuando se está subiendo, a eso de las 7am, se topa con el colectivero aterrador. Acá está lo interesante. Es obvio, o estaría bueno que lo vayan sabiendo, que le va a contestar mal. Al menos, la mayoría de las veces. Por eso, es que usté tiene 2 opciones. Anote. O bien, puede agachar la cabeza, o ponerse los audífonos, o mirar la red-bus, pagar en la maquinita amarilla y seguir caminando indiferente hasta el fondo, donde se va a sentar (si hay lugar). O bien, puede decir con vos clara y poderosa, dirigiéndose al conductor del micro: "Buen día, ¿cómo le va?", e instantáneamente mostrarle una sonrisa enfática y comprometedora.

Hasta acá, las actitudes posibles. Ahora analicemos cada cual, y saquemos conclusiones.

En el primer caso, el frio mentado, no se lo detecta ni se lo para ni se lo enfrenta. Al contrario, dejamos que siga circulando nauseabundo, dentro del cacharro colorido. Cual peste negra, se irá transmitiendo de persona en persona, de pasajero a pasajero, por contagio, por contaminación. En cambio, fíjense la segunda actitud. Ese maldito frio, el cual para el hombre moderno es pan cotidiano, queda totalmente derrotado, apagado, enterrado. Sí, es la sentencia paulina: "No hagas el mal, antes bien, vence al mal, con el bien". Apliquemos este apotegma, para dicho artículo: "No enfríes la caridad, antes bien, vence a la frialdad con la sonrisa". Queda bastante claro, ¿no? Sin embargo, avancemos un poco más. Decíamos, más al comienzo, que se trata de un arma. Y si hay un arma, es porque hay una guerra. A lo que me refiero, siguiendo con el segundo caso, yo le sonrío al colectivero, y este, intentando querer responderme con agresividad o violencia o larvada indiferencia, percibirá que está desarmado. Porque acá está el secreto de la saeta de la sonrisa. Ella, se introduce subrepticiamente al objeto-sujeto (en este, el chofer del autobús x), y lo desarma por completo, impidiéndole una contra reacción. Más claro, vos a cualquiera que le sonreís, sea padre, madre, pariente, amigo, novia, monje, o lo que fuese, lo derretís. "Sonríe y triunfarás".


En efecto, no solamente lo desarmaste al colectivero, sino que lo derretiste, lo cautivaste, te lo ganaste. No solamente, apagaste el frio destructor, sino que hiciste que la caritas venza. ¿Y todo en cuánto tiempo? ¿Cuánto tuviste que hacer? ¿Qué hay que leer para formarse en el "arte de la sonrisa"? Nada de eso pichón. ¿Cómo se aprende a nadar? Nadando. Aquí se aplica exactamente lo mismo. ¿Cómo se aprende a reír o a sonreír? Riendo o sonriendo. Quizá al principio cueste, como todo. Y haya que, inclusive, "forzar la máquina". Pero luego nos despojaremos, casi sin darnos cuenta, de ese esfuerzo colosal por sonreírle a nuestra empleada, a nuestros vecinos, al mendigo que va a pedir comida, etc.., y pasaremos a hacerlo con naturalidad, con gracilidad y con sabiduría. Con flexibilidad y con kinesiología. ¡Con belleza! Como nos enseñó la Virgen de la Sonrisa:

 
Virgen de la sonrisa,
Madre de la alegría.
Vengo a ponerme
delante de tus ojos buenos.
Necesito esa luz de tus ojos serenos
y esa esperanza de tu rostro amable.
Te doy gracias María,
porque estás a mi lado
en todos los momentos.
Cuando sufro, tengo tu alivio.
Cuando estoy feliz, compartes mi gozo.
Vengo a buscar tu ayuda de Madre
para mí y para todos mis seres queridos.
Te pido que hagas nacer en nosotros a Jesús.
Así podremos vivir con alegría,
y saldremos adelante
en medio de las dificultades de la vida.
Danos fortaleza, paciencia, valentía,
y mucha esperanza para seguir caminando.
Madre de la alegría,
derrama tu consuelo
en todos los que están tristes y cansados,
deprimidos y desalentados.
Que la hermosura de tu rostro,
lleno de fuerza y de ternura,
nos llene a todos de confianza,
porque comprendes lo que nos pasa
y somos valiosos
para tu corazón materno.
Amén.
 
 
 
Don Hilario de Jesús+



 






















viernes, 21 de noviembre de 2014

¿Hoy será necesario explicarlo?



Mis cálidos saludos para ustedes caballeros.
Estuve haciendo mi rato de 11' de lectura, antes de penetrar en el reino del "todo es posible", cuando encontré este texto exquisito de un Sensible escrito para gente sensible.
Desearía escuchar los comentarios de algún Gallardo -sea elfo, humano o quien sea- que se atreva a transcribir lo que este texto haya suscitado en su azotea:
  
"..Y hoy, una vez más, despegué, como mis camaradas, contra todos los razonamientos, contra todas las evidencias, contra todas las reacciones del momento. Llegará la hora en que me de cuenta de que tenía razón contra mi razón. Me he prometido, si vivo, un paseo nocturno a través de mi pueblo. Entonces, quizá me habitúe, por fin, yo mismo. Y veré.
   Quizá no tenga qué decir acerca de lo que vea. Cuando una mujer me parece bella no tengo nada que decir. La veo sonreír, eso es todo. Los intelectuales desmontan el rostro para explicarlo en función de los fragmentos, pero entonces ya no ven la sonrisa.
   Conocer no es desmontar ni explicar. Es acceder a la visión. Más para ver conviene antes...." (Piloto de guerra, A. De Saint Exupéry, Ed. Sudamericana, p.47)   

Saludos cordiales

DC(+)

martes, 11 de noviembre de 2014

Don Hilario y don Catalino, contemplando la Portaitissa.



Permiisoo...- se oía la voz fina del joven don Catalino.

Mas, se encontraba que la celda estaba en penumbras, y allí, en la esquina, se alcanzaba a ver la silueta de don Hilario. Éste, se hallaba en la posición tradicional para orar, con su mini banquito de madera color crema, contemplando rotundamente a la "PORTAITISSA". Sí, a María Puerta del Cielo o la "Portera". Era el icono preferido para la vista y el corazón del sensible Hilario.
Volviendo a don Catalino, que se quedó merodeando ante el umbral entreabierto, decide pasar pero con vértigo. Lentamente se aproxima hasta el pequeño oratorio del barbudo, y se acomoda al lado, un poco atrás, para disponerse a rezar.
Silencio deseable existía en ese espacio narniano. Pero de pronto, sin poderse contener el de la barba tupida, exclama:

-¡Ya entendí!

Asombrado el Catalino por semejante exclamación, le pregunta inadvertido:

-¿Qué entiende, Hílari?

Pregunta esperada la del mocito, que tendría por respuesta una larga y sabrosa meditación, aunque también penosa, del viejo Hilario. Y comienza a responder este, pausado y con cierta reverencia.

-Vengo contemplando hace tiempo este bello icono, y de pronto, varias sugerencias se me presentan, o mejor dicho, la Virgen María, la maravillosa Portaitissa me ha hablado.

Silencio abisal. Luego de un hondo respiro, se apresura el
muchacho flacuchento.

-¿Cómo que te habló? ¿Me decís en serio?Pee.. peroo.. los iconoss.. noo..no hablan. ¿Verdad?

-Ay don Catalino, ay.. Y le digo más, uy, sí, uy. ¿Cómo puede ser que me esté preguntando, a esta altura del partido, si los iconos hablan o no?. Pero claro que hablan. Mas ese no es el punto, hoy no me detendré a explicarte cómo es que los iconos hablan. Eso será otro día. Hoy, en este atardecer, quiero compartir contigo una verdad inspirada, reveladora, sobre la mujer, a través de la portaitissa, la GRAN MUJER.

Boquiabierto quedó el frágil Catalino, no terminando de procesar todo lo que había oído en boca del geronte Hilario. No sabía si quedarse con lo primero, con aquello de que "los iconos hablan", o predisponerse a escuchar la verdad revelada sobre la mujer. Demorándose en la praxis para elegir algún rumbo, lo interrumpe don Hilario que sigue con el discurso.

-Mira, muchacho, ves esos grandes, grandísimos ojos. ¡Qué hermosura!. ¡Qué mirada diáfana la de la mujer!. Siempre atenta, hasta el más nimio detalle. Que sentido de la realidad tendría la mujer, que todo lo ve, todo lo interroga, todo lo atraviesa, y de todo se asombra. Aquí cabe, aquella frase tan mentada por el vulgo: "una mirada dice más que mil palabras". O sí, ya lo creo. Todo un universo me descubren esas pupilas penetrantes...

Breve mutismo. Y sigue:

-¿Y las cejas? Igual de grandes que los ojos, y ¿cómo no? Serán las cejas centinelas de unos párpados sentidos. Cejas largas que protejan, como la muralla China, la mirada limpia y diáfana. Cejas que se mantengan inmutables, firmes, ante las vivencias de la vida que muchas veces traicionan los rostros de las damas: a veces, enojadas; otras, embobadas. Cejas que sepan ser dúctiles al dolor y a la alegría.

Se acerca un poquito más don Catalino, para oír mejor al viejo, ya que este terminaba las frases casi suspirando. Y sigue.

-Curiosa nariz, ajena a la ridícula y dañina moda actual de las mujerucas plásticas, que lo primero que se retocan suele ser la nariz. Mas, no es el caso. Esta nariz es naturalmente perfecta. Delgada y delicada. No es tosca o gigante, para meterla en todos lados, o donde no corresponde. Sino para oler el perfume divino. Para oler, olores finos, fragancias celestes. Para olfatear el Mito... (tose don Hilario).

Renueva la marcha, pero cada vez más excitado.

-Boca enjuta y pequeña. Silente, para que hable el Misterio que lleva en sus brazos. Dada, seguramente, al hablar poco y con discreción, siguiendo el eterno consejo de san Martín a Merceditas: "habla lo justo y necesario". No está con la boca abierta, cual mujer chismosa o charlatana, la inmediata "lorito". También, fijate, una leve sonrisa se posa en su rostro, una sonrisa poética, cargada de amor y verdadera felicidad. No, una sonrisa, o mejor dicho risa estruendosa, prosaica, de sonoras y desubicadas carcajadas.

Esto último, lo terminó diciendo con ira, con vehemencia, con un
oculto dolor. Pero continúa.

-Toca, toca el icono, acaricia su rostro con respeto. ¿Alcanzas a percibir la suavidad de su piel, la pureza de su mejilla? Es que, no sientes lo mismo que yo, no te dan ganas de darle un beso señero, pero no por eso pasional (en el mejor de los sentidos). ¿Cómo es posible que tantas mujeres hoy, se afanen en el maquillaje y la peluquería, y se olviden que son bellas sin tanta artillería? Tanto maquillaje encima, ¿no ocultará tal vez una inocencia perdida? Sí, mi querido Catalino, acércate despacio al icono, y dale un beso romántico a la Madre del Único Romántico.

Y con esto, se hace a un lado don Hilario para que el entusiasmado oyente le deje un sello de amor en la frente, a la enamorada
Portaitissa.

- ¡Qué delicia!, ¿verdad? Oíme. ¿Te has detenido a contemplar el cuello? Toda una figura de que es el sostén del hogar. Todo un símbolo de que la mujer se debe mantener erguida, alta, no inclinada a lo rastrero, vacuo, banal, fenomenológico, llano, inmundo, y un largo etc... Está para que sostenga a parvulitos traviesos, y no para la venta nocturna. Y esas manos, ¡qué manos!. Manos fuertes, vigorosas y bien grandes. Hechas para cobijar y prestar refugio. Hechas para secar lágrimas o lavar caras. Hechas para una acaricia, tal vez. Aunque también, hechas para el trabajo sencillo y sagrado. No el trabajo que se define por ostentación, aplausos o un indigno profesionalismo. Manos también, ¡ay juna!, para corregir. Cuánto hace falta, querido Catalino, que las mujeres vuelvan a aprender el arte de las "golpizas" educadoras. Manos, por último, para señalar, para indicar, para sugerir lo excelso, lo sublime, lo pletórico. Que no, ¡canejo!, para manosear o para hurguetear la iniquidad.

Silencio prolongado, a causa del fin del discurso de don Hilario, que casi finalizó a los gritos. Pero esos gemidos quedaron enterrados por el silencio imperial que se imponía hidalgo.
Mucho tenía para meditar el joven orante, mucho tenía... El silencio feroz, las penumbras espesas, el sudor que le brotaba a borbotones, todo eso le indisponía a seguir allí. Asique, incómodo por la situación, se yergue levemente, y cuando está a punto de salir del cuarto, lo retiene don Hilario.

-Espera, amigo. Toma estos versos que me fueron dictados por unas hadas, la noche pasada, mirando de reojo a la Portaitissa. 

Agarra el pergamino el muchacho, y se aleja presuroso, cerrando la puerta con larvada violencia. Al otro lado del umbral, despliega el papel arcano, y comienza a leer meditabundo:

Rostro equilibrado
por el dolor y la lúdica.
Rostro abnegado
que un secreto indica.

Ojos enormes
que se dejan invadir.
Ojos inermes
que se dejan herir.

Nariz que olfatea
el Misterio en cada rincón.
Boca que desea
expresar lo del corazón.

Manos enérgicas
que se entregan fortísimas.
Telas espléndidas
te adornan mi Purísima.


Don Hilario de Jesús+