Estimados amigos gallardos,
Hoy -y no sé porqué hoy, y no cuando me sucedió-, quisiera compartirles una experiencia notable que me sucedió. Claramente, no era la primera vez que me acontecía (lo que voy a contar), sino que varias veces ya me había pasado. Pero la última vez, recibí un rayo luminoso para saber (en el sentido más original de "saborear"), de donde provenía tal experiencia conmovedora y/o salvadora.
Dejando de un lado consideraciones protocolares, pasemos a la médula de la cuestión. Lo que me aconteció fue así: iba en el colectivo 102, como cualquier lunes o miércoles (esos días suelo tomarme el colectivo para ir a trabajar, de ida y de vuelta), volviendo a mi hogar, cansado del laburo agitante y agitador, una mujer joven, común, sin muchas pompas ni adornos, queda de pie enfrente mío. Yo, sentado, indiferente que tenía una muchacha delante de mí, le pregunté lleno de vergüenza por mi demora, a la actitud previsible en tales lugares:
- Disculpe, ¿quiere sentarse?- le pregunto con rubor.
- ¡Ay! No, gracias. No te hagas problema- me contesta tímidamente pero con una reveladora SONRISA.
Este hecho, vulgar, cotidiano, fue la fuente de inspiración para desarrollar mi siguiente hipótesis.
Ustedes rápidamente pensarán: "don Hilario, seguro que te enamoraste, y querés justificar o compartir tu enamoramiento". Pues, claro que no. Esperen. Les puedo asegurar que no me enamoré (sé que no me van a creer), pero el tema en cuestión no rondará en el tópico que imaginan.
Subrayo el gesto responsorial de la mujer: sonrisa. Lejos de ser romanticón, pude ver el asombroso y tremendo poder de la sonrisa. Del arma letal de la sonrisa. No porque ella me haya "enamorado", que podría ser tema de otro artículo (se la paso de taquito don Catalino), sino porque me dio vida y paz, y luz. Es un arma mortal, decía, porque hasta el más pintado, o el más gruñón, o el más idiota, o el más aburrido, quedan totalmente desarmados e inundados de luz. ¿Recuerdan aquel frio del que habla la Escritura, ese que "enfriará la caridad" en tiempos oscuros y gélidos como los de hoy? ¡Cómo olvidar esa temible y acuciante expresión apocalíptica! Dejando contemplaciones escatológicas, les describiré el poder de la susodicha arma. Sí, es capaz de generar vida en cualquier situación, en cualquier lugar, en cualquier momento, a cualquier persona. La sonrisa destruye este frio devorador, este hielo congelado y congelante que se llama INDIFERENCIA, o peor aún: ODIO. Fenómenos estos muy comunes en nuestros días. Baste, por ejemplo, subir al micro y ver cómo el chofer te hiere con su rostro resentido; o cómo las viejas parroquianas, que se creen más que el cura párroco, te echan sin más de la sacristía, o si son un poco más ubicadas te increpan ferozmente diciéndote "Mi´jito, el padre fulano no está, y el horario para confesar está en secretaría"; o cómo una mujeruca rencorosa, ante un halago tuyo, te responde vanidosa con su carita impertinente, levantando levemente las cejas. En fin, doy 3 ejemplos, aunque puedo dar mil. Y usté, querido interlocutor, seguro que también. Miles de escenas así, vivimos o sufrimos, por día. Entonces, ¿qué diantres hacer ante esos casos desventurados?
Lejos de dar una receta exquisita o la pócima de Chafar, compartiré la que actitud que yo he tomado, o estoy intentando adoptar, para tales momentos desdichados y feos.
<<Sonrío>> "Eh, pero don Hilario, no has descubierto el sol.." Tranquilos. Puede ser que el sol ya estaba descubierto, simplemente voy a agregar insumos para que esa sea sonrisa viable. Porque, díganme, ¿quién nació sonriendo? Todos nacieron llorando. ¿Quién se ha muerto, literalmente, de la risa? Quizá Filipo Neri. Y les digo más, sin ser irreverente, ¿quién a descubierto en el Evangelio, al Cristo riente? Esto no es mío, es de don Chesterton. "Bueno, bueno, don Hilario, ¿a donde apunta?". Digo, que la sonrisa cuesta, que el saber reír es virtud, si es que no es don. Es un arte. Peligroso arte, aunque me atrevería a decir que es un arte redentor, que redime. Y acá llegamos al meollo de la cuestión.
Trataré de clarificar con un ejemplo, la experiencia que trato de balbucear:
Usté, se toma el bondi, para ir al destino preordenado. Cuando se está subiendo, a eso de las 7am, se topa con el colectivero aterrador. Acá está lo interesante. Es obvio, o estaría bueno que lo vayan sabiendo, que le va a contestar mal. Al menos, la mayoría de las veces. Por eso, es que usté tiene 2 opciones. Anote. O bien, puede agachar la cabeza, o ponerse los audífonos, o mirar la red-bus, pagar en la maquinita amarilla y seguir caminando indiferente hasta el fondo, donde se va a sentar (si hay lugar). O bien, puede decir con vos clara y poderosa, dirigiéndose al conductor del micro: "Buen día, ¿cómo le va?", e instantáneamente mostrarle una sonrisa enfática y comprometedora.
Hasta acá, las actitudes posibles. Ahora analicemos cada cual, y saquemos conclusiones.
En el primer caso, el frio mentado, no se lo detecta ni se lo para ni se lo enfrenta. Al contrario, dejamos que siga circulando nauseabundo, dentro del cacharro colorido. Cual peste negra, se irá transmitiendo de persona en persona, de pasajero a pasajero, por contagio, por contaminación. En cambio, fíjense la segunda actitud. Ese maldito frio, el cual para el hombre moderno es pan cotidiano, queda totalmente derrotado, apagado, enterrado. Sí, es la sentencia paulina: "No hagas el mal, antes bien, vence al mal, con el bien". Apliquemos este apotegma, para dicho artículo: "No enfríes la caridad, antes bien, vence a la frialdad con la sonrisa". Queda bastante claro, ¿no? Sin embargo, avancemos un poco más. Decíamos, más al comienzo, que se trata de un arma. Y si hay un arma, es porque hay una guerra. A lo que me refiero, siguiendo con el segundo caso, yo le sonrío al colectivero, y este, intentando querer responderme con agresividad o violencia o larvada indiferencia, percibirá que está desarmado. Porque acá está el secreto de la saeta de la sonrisa. Ella, se introduce subrepticiamente al objeto-sujeto (en este, el chofer del autobús x), y lo desarma por completo, impidiéndole una contra reacción. Más claro, vos a cualquiera que le sonreís, sea padre, madre, pariente, amigo, novia, monje, o lo que fuese, lo derretís. "Sonríe y triunfarás".
En efecto, no solamente lo desarmaste al colectivero, sino que lo derretiste, lo cautivaste, te lo ganaste. No solamente, apagaste el frio destructor, sino que hiciste que la caritas venza. ¿Y todo en cuánto tiempo? ¿Cuánto tuviste que hacer? ¿Qué hay que leer para formarse en el "arte de la sonrisa"? Nada de eso pichón. ¿Cómo se aprende a nadar? Nadando. Aquí se aplica exactamente lo mismo. ¿Cómo se aprende a reír o a sonreír? Riendo o sonriendo. Quizá al principio cueste, como todo. Y haya que, inclusive, "forzar la máquina". Pero luego nos despojaremos, casi sin darnos cuenta, de ese esfuerzo colosal por sonreírle a nuestra empleada, a nuestros vecinos, al mendigo que va a pedir comida, etc.., y pasaremos a hacerlo con naturalidad, con gracilidad y con sabiduría. Con flexibilidad y con kinesiología. ¡Con belleza! Como nos enseñó la Virgen de la Sonrisa:
Virgen de la sonrisa,
Madre de la alegría.
Vengo a ponerme
delante de tus ojos buenos.
Necesito esa luz de tus ojos serenos
y esa esperanza de tu rostro amable.
Te doy gracias María,
porque estás a mi lado
en todos los momentos.
Cuando sufro, tengo tu alivio.
Cuando estoy feliz, compartes mi gozo.
Vengo a buscar tu ayuda de Madre
para mí y para todos mis seres queridos.
Te pido que hagas nacer en nosotros a Jesús.
Así podremos vivir con alegría,
y saldremos adelante
en medio de las dificultades de la vida.
Danos fortaleza, paciencia, valentía,
y mucha esperanza para seguir caminando.
Madre de la alegría,
derrama tu consuelo
en todos los que están tristes y cansados,
deprimidos y desalentados.
Que la hermosura de tu rostro,
lleno de fuerza y de ternura,
nos llene a todos de confianza,
porque comprendes lo que nos pasa
y somos valiosos
para tu corazón materno.
Amén.
Don Hilario de Jesús+
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