Permiisoo...- se oía la voz fina del joven don Catalino.
Mas, se encontraba que la celda estaba en penumbras, y allí, en la esquina, se alcanzaba a ver la silueta de don Hilario. Éste, se hallaba en la posición tradicional para orar, con su mini banquito de madera color crema, contemplando rotundamente a la "PORTAITISSA". Sí, a María Puerta del Cielo o la "Portera". Era el icono preferido para la vista y el corazón del sensible Hilario.
Volviendo a don Catalino, que se quedó merodeando ante el umbral entreabierto, decide pasar pero con vértigo. Lentamente se aproxima hasta el pequeño oratorio del barbudo, y se acomoda al lado, un poco atrás, para disponerse a rezar.
Silencio deseable existía en ese espacio narniano. Pero de pronto, sin poderse contener el de la barba tupida, exclama:
-¡Ya entendí!
Asombrado el Catalino por semejante exclamación, le pregunta inadvertido:
-¿Qué entiende, Hílari?
Pregunta esperada la del mocito, que tendría por respuesta una larga y sabrosa meditación, aunque también penosa, del viejo Hilario. Y comienza a responder este, pausado y con cierta reverencia.
-Vengo contemplando hace tiempo este bello icono, y de pronto, varias sugerencias se me presentan, o mejor dicho, la Virgen María, la maravillosa Portaitissa me ha hablado.
Silencio abisal. Luego de un hondo respiro, se apresura el
muchacho flacuchento.
-¿Cómo que te habló? ¿Me decís en serio?Pee.. peroo.. los iconoss.. noo..no hablan. ¿Verdad?
-Ay don Catalino, ay.. Y le digo más, uy, sí, uy. ¿Cómo puede ser que me esté preguntando, a esta altura del partido, si los iconos hablan o no?. Pero claro que hablan. Mas ese no es el punto, hoy no me detendré a explicarte cómo es que los iconos hablan. Eso será otro día. Hoy, en este atardecer, quiero compartir contigo una verdad inspirada, reveladora, sobre la mujer, a través de la portaitissa, la GRAN MUJER.
Boquiabierto quedó el frágil Catalino, no terminando de procesar todo lo que había oído en boca del geronte Hilario. No sabía si quedarse con lo primero, con aquello de que "los iconos hablan", o predisponerse a escuchar la verdad revelada sobre la mujer. Demorándose en la praxis para elegir algún rumbo, lo interrumpe don Hilario que sigue con el discurso.
-Mira, muchacho, ves esos grandes, grandísimos ojos. ¡Qué hermosura!. ¡Qué mirada diáfana la de la mujer!. Siempre atenta, hasta el más nimio detalle. Que sentido de la realidad tendría la mujer, que todo lo ve, todo lo interroga, todo lo atraviesa, y de todo se asombra. Aquí cabe, aquella frase tan mentada por el vulgo: "una mirada dice más que mil palabras". O sí, ya lo creo. Todo un universo me descubren esas pupilas penetrantes...
Breve mutismo. Y sigue:
-¿Y las cejas? Igual de grandes que los ojos, y ¿cómo no? Serán las cejas centinelas de unos párpados sentidos. Cejas largas que protejan, como la muralla China, la mirada limpia y diáfana. Cejas que se mantengan inmutables, firmes, ante las vivencias de la vida que muchas veces traicionan los rostros de las damas: a veces, enojadas; otras, embobadas. Cejas que sepan ser dúctiles al dolor y a la alegría.
Se acerca un poquito más don Catalino, para oír mejor al viejo, ya que este terminaba las frases casi suspirando. Y sigue.
-Curiosa nariz, ajena a la ridícula y dañina moda actual de las mujerucas plásticas, que lo primero que se retocan suele ser la nariz. Mas, no es el caso. Esta nariz es naturalmente perfecta. Delgada y delicada. No es tosca o gigante, para meterla en todos lados, o donde no corresponde. Sino para oler el perfume divino. Para oler, olores finos, fragancias celestes. Para olfatear el Mito... (tose don Hilario).
Renueva la marcha, pero cada vez más excitado.
-Boca enjuta y pequeña. Silente, para que hable el Misterio que lleva en sus brazos. Dada, seguramente, al hablar poco y con discreción, siguiendo el eterno consejo de san Martín a Merceditas: "habla lo justo y necesario". No está con la boca abierta, cual mujer chismosa o charlatana, la inmediata "lorito". También, fijate, una leve sonrisa se posa en su rostro, una sonrisa poética, cargada de amor y verdadera felicidad. No, una sonrisa, o mejor dicho risa estruendosa, prosaica, de sonoras y desubicadas carcajadas.
Esto último, lo terminó diciendo con ira, con vehemencia, con un
oculto dolor. Pero continúa.
-Toca, toca el icono, acaricia su rostro con respeto. ¿Alcanzas a percibir la suavidad de su piel, la pureza de su mejilla? Es que, no sientes lo mismo que yo, no te dan ganas de darle un beso señero, pero no por eso pasional (en el mejor de los sentidos). ¿Cómo es posible que tantas mujeres hoy, se afanen en el maquillaje y la peluquería, y se olviden que son bellas sin tanta artillería? Tanto maquillaje encima, ¿no ocultará tal vez una inocencia perdida? Sí, mi querido Catalino, acércate despacio al icono, y dale un beso romántico a la Madre del Único Romántico.
Y con esto, se hace a un lado don Hilario para que el entusiasmado oyente le deje un sello de amor en la frente, a la enamorada
Portaitissa.
- ¡Qué delicia!, ¿verdad? Oíme. ¿Te has detenido a contemplar el cuello? Toda una figura de que es el sostén del hogar. Todo un símbolo de que la mujer se debe mantener erguida, alta, no inclinada a lo rastrero, vacuo, banal, fenomenológico, llano, inmundo, y un largo etc... Está para que sostenga a parvulitos traviesos, y no para la venta nocturna. Y esas manos, ¡qué manos!. Manos fuertes, vigorosas y bien grandes. Hechas para cobijar y prestar refugio. Hechas para secar lágrimas o lavar caras. Hechas para una acaricia, tal vez. Aunque también, hechas para el trabajo sencillo y sagrado. No el trabajo que se define por ostentación, aplausos o un indigno profesionalismo. Manos también, ¡ay juna!, para corregir. Cuánto hace falta, querido Catalino, que las mujeres vuelvan a aprender el arte de las "golpizas" educadoras. Manos, por último, para señalar, para indicar, para sugerir lo excelso, lo sublime, lo pletórico. Que no, ¡canejo!, para manosear o para hurguetear la iniquidad.
Silencio prolongado, a causa del fin del discurso de don Hilario, que casi finalizó a los gritos. Pero esos gemidos quedaron enterrados por el silencio imperial que se imponía hidalgo.
Mucho tenía para meditar el joven orante, mucho tenía... El silencio feroz, las penumbras espesas, el sudor que le brotaba a borbotones, todo eso le indisponía a seguir allí. Asique, incómodo por la situación, se yergue levemente, y cuando está a punto de salir del cuarto, lo retiene don Hilario.
-Espera, amigo. Toma estos versos que me fueron dictados por unas hadas, la noche pasada, mirando de reojo a la Portaitissa.
Agarra el pergamino el muchacho, y se aleja presuroso, cerrando la puerta con larvada violencia. Al otro lado del umbral, despliega el papel arcano, y comienza a leer meditabundo:
Rostro equilibrado
por el dolor y la lúdica.
Rostro abnegado
que un secreto indica.
Ojos enormes
que se dejan invadir.
Ojos inermes
que se dejan herir.
Nariz que olfatea
el Misterio en cada rincón.
Boca que desea
expresar lo del corazón.
Manos enérgicas
que se entregan fortísimas.
Telas espléndidas
te adornan mi Purísima.
Don Hilario de Jesús+
Querido Don Hilario.
ResponderEliminarRecuerdo como si hubiera sido hace tres días auqella rica anécdota que irrumpió en mi vida.
Pero ¿De qué sirve algo rico para quien no sabe cotizar? ¿De qué sirve una bella melodía para quien no sabe oír? ¿O una estuporosa pintura para quién no sabe contemplar?
Es por ello que, si bien rica, no era para mi más que una anécdota en mi vida.
Pero hoy, hoy es diferente. Todo ha cambiado. Es un punto de inflexión, una metanoia que irrumpe en mi alma sin pedir permiso y sin movimientos de cortesía. Estas palabras reveladas por la Señora son como un lazarillo para mi, palabras que guían a un pobre infeliz que no sabe ver, y que me gritan con voz suave (pero potente): -¡Hijo! ¡Aquí estoy, sigo esperándote! ¡Te mostraré el Amor!
No podría afirmar que hoy maté al Dragón, se que sigue buscándome alrededor de la montaña. Pero hoy recordé, gracias a ti Don Hilario, que tengo una Madre de carne y hueso.
Es mia (y tuya) esa Madre que me alienta en la batalla. Es frágil, pero concibe Fortaleza; es delicada, pero gallarda; camina entre lodo y pantanos, pero huele a rosas.
No dejes nunca de contarme todo lo que te diga, estoy aquí ansioso por saber mas..