sábado, 14 de abril de 2018

Cavilaciones 2: Nostalgia de Cielo

Y qué decir... ante tanta belleza el alma queda muda. Sólo el silencio puede ser lo suficientemente respetuoso; ante tantos colores, sonidos y aromas, no se puede más que callar al único sentido capaz de producir sonido y dejar que los otros actúen. Ésta vez, ya no expreso, explico, expongo, nada, sólo oigo, huelo, veo y admiro... El ASOMBRO..., la contemplación, la observación es aquí donde toman su sentido cabal, pleno y maravilloso. Es aquí donde la Tierra anhelante de Dios se eleva con picos interminables queriendo tocar el Cielo por lo menos con una sola piedra. Pero el Cielo generoso, conociendo su debilidad y sabiendo que ésto no será posible, le regala bendiciones y anticipos permanentemente cubriendo de nieves eternas las hermosas e imponentes montañas de mi Cordillera de los Andes aquí en la paradisíaca Mendoza mía.
En estos viñedos hermosos trocados de fuertes colores amarillos , rojos y verdes, aquí escribo este humilde homenaje y esta inexperta e inacabada explicación de la mezcla perfecta entre gozo y nostalgia que siente mi alma.



Luego de haber disfrutado una vez más de una clase de Microscopia y contemplar la infinitud del mundo celular y miniatura, ahora me encuentro ante la infinitud de lo grande, lo enorme, como es este colosal paisaje. Mi posición es realmente envidiable para cualquiera que fuese sensible ante lo bello. Me encuentro sentado, sólo y a la vez acompañado; ante mis ojos: espalderos a siniestra y parrales a diestra; detrás de mi, una viña escurridiza que me acaricia la espalda; debajo de mi un gran tronco viejo que pareciese que lo hubiera colocado el mismísimo Alfredo Bufano aquí que tipos como él y como los gallardos vengan aquí a escribir e inspirarse; delante de mi, viñas como ya dije, plantaciones de alfalfa para el ganado y la granja, álamos amarillos formados cual escuadrón de doble línea; mas allá aún hermosas copas de árboles altos y frondosos, más allá la Precordillera, tan bella y marrón como siempre, y aún más allá cercando a mi país, la magnífica Cordillera, con el cordón del Plata nevado como siempre, y cercano a él, el glorioso volcán Tupungato con su punta redondeada inconfundible ante nada. Siguiendo con la composición del lugar que me parece importante describir para que entiendan a lo que voy con tanto rodeo. Multitud de pájaros revolotean sobre las viñas, y a la vera del camino me hace sombrea un árbol de dos troncos crecido casi sobre la acequia que alimenta los surcos. Desde aquí veo la granja, unas vacas, incontables ciervos y numerosos olivos, cedros, pinos y álamos que me rodean y cierran todo el espectacular escenario del que participo como expectante admirador. La ciudad no está aquí, sólo los ruidos lejanos de autos apurados se mezclan con el barullo de los teros, catas, palomas y lechuzas que son perseguidos por los aguiluchos, y de algunos insectos camperos también. Creo que con esto es suficiente para que ustedes, queridos amigos literarios, puedan "meterse en mi pellejo" o por lo menos atinar a hacerlo. Hay tanta paz y tanta belleza que es difícil expresarlo, pero para cenar ésta introducción me encuentro ante el típico paisaje rural mendocino.

Como empecé, el alma queda muda...
Y gracias a Dios así fue y es, pues significa que no he perdido el principio del conocimiento, esto es, el asombro. Ayer leí algo que decía que cuando el hombre admira pero no ve a Dios detrás de todo esto pierde la capacidad y el sentido de admirar. Gracias a Él reconozco que todo es obra suya, pues el orden admirable que hay tanto en lo microscópico como en lo macroscópico no puede ser fruto de un azar; es lógico y obvio pensar que hubo un Ser anterior a todo, que creó y crea todo. Pero ésto además de verlo patente en este paisaje, o a través de un microscopio, o en cualquier parte a donde me encuentre también lo se por gracia de Él mismo. ¡Cuántas cosas recibidas de su mano larga, generosa y magnificiente sin tener yo derecho alguno a exigirle nada, y sin mérito alguno!. Y aquí me detengo: "sin mérito alguno..." resuena esta frase en mi interior una y otra vez: "sin mérito alguno...", "cuánto me ha dado...", pies para desandar caminos, ojos para asombrarme y llorar, voz para hablar y cantar, manos para escribir, guitarrear, trabajar y abrazar. Tacto para sentir el calor del fuego o el frío de un viento helado. Y saliendo de mi: familia, casa, amigos, una china hermosa, una guitarra, u estudio, una hoja y lápiz, un árbol, dos tres, cientos, miles,... en fin: el mundo entero con todas sus maravillas. ¡Qué increíble!, y siguiendo aún más, hacia lo intangible: amor, cariño, entendimiento, razón, fe, motivos, sentidos, etc. El alma de sólo pensar en los millones de dones, o mejor, "gracias" que ha recibido se colma y se rebalsa de gozo, de llanto, de contentos, de santa NOSTALGIA.
Así es, tanta belleza ante mi, tantas cosas detrás de mi, tantos motivos para alabarlo y amarlo por sobre todo, y el hombre ciego, si, ciego no quiere reconocerlo. Yo, pecador, lo niego como Pedro en cada falta. Tanto amor hacia nosotros, y nosotros, que nos sobran motivos, nos faltan las obras que son en definitiva la verdadera expresión del amor. Como decía una Santa: "obras son amores y no buenas razones". Esta frase esconde y a la vez revela una profunda y gran verdad. "Obras, obras" eso es lo que le hace falta a este alma tan feliz pero que se cree "llena de amor" para con Él; pero sin obras, no soy nada. Y anteriormente, y a la vez conjuntamente: sin oración tampoco soy nada, y sin Él tampoco soy nada, nada de nada, nada más miseria, nada más pecado, vanidad de vanidades, nada, sepulcro blanqueado, raza de víboras... Sin obras, sin expresión del verdadero amor, no estoy amando de verdad; por la mujer que amo soy capaz de todo, pero por Cristo no soy capaz de mover un dedo, ni de arrancarme un pelo, y me convierto en "Licenciado en excusas", como diría mi buen amigo Emigrante.
La nostalgia de Cielo me invade y a todos estos seres vivientes aquí también, y con su belleza lo expresan a gritos, pero sin amor no puedo merecerlo, a decir verdad, jamás voy a ser merecedor; sin amor, sin obras, sin oración, sin Él, sin dejar que Él mismo me haga por sus méritos merecedor de aquello que todos aquí anhelan fervientemente, no podría nunca llegar al Cielo que tanto añoro y espero. Esta es la cruda realidad de mi alma, que al oír el "amarás a tu Dios por sobre todas las cosas" un escalofrío le corre por la médula de los huesos; y al pensar que este no es más que le primero y principal mandamiento siento que estoy tan lejos de alcanzar a Dios como la cima de los picos nevados que mencioné antes. Todos los aquí presentes, que también ya nombré, son merecedores del Cielo: montañas, árboles, pájaros y animales, todos, pues todos ellos están entregados absolutamente a su Voluntad y Providencia, todos, menos yo.



Camilo di Benedetto

lunes, 9 de abril de 2018

Jueves Santo

(momento en que Cristo pasa la noche en el calabozo luego de ser sentenciado a muerte por el Sumo Sacerdote)...

JUEVES SANTO

Hasta cuándo Señor
voy a seguir así,
hasta cuándo te diré
que Si te quiero seguir,
mintiéndome con proyectos
que nunca logro cumplir;
hasta cuándo esta incongruencia:
de querer y no asumir
querer ser tu fiel caballero
mas no me entrego entero a ti;
y continúo en la farsía
de excusarme para aquello,
que debiera brotar sincero
del corazón con alegría:
que es el Amor Verdadero
que un día te prometí
que sería para tí
hasta mi día postrero.

Mas el mundo con sus tramas
junto con diablo y la carne
me tienen en firme amarre
que son mis caídas y mañas,
mi soberbia y mi holgazana
manera de vivir en casa,
que mis padres me reclaman
al menos con hacerme la cama;
pues la Pereza es dama
del maldito señor Pecado
que en el más zonzo recado
me tiende sus artimañas.

Por eso Señor te pido
que ponga mi Vanidad en remojo,
si para eso fuese requerido
arrancar mis dos ojos,
pues ya llegue ciego, tuerto o cojo
al Cielo quiero entrar,
porque sería sino un rufián
si no entrase bien herido,
porque al fin he comprendido
que se entra por la puerta de Servicio.

Y aquí me tienes Dios mío
velando aunque sea una hora,
oyendo que tu alma llora
sabiendo el dolor del suplicio.
El tiempo ya no demora,
al alba llegará tu juicio
que el infame hombre se otorga,
¡qué ingratos hemos sido!

En cada falta, un olvido
en cada olvido, un descuido,
y éste triste no es más
que otro intento de amor fallido,
al que nunca te correspondo
aún sintiendo el gemido
de tu pena que cala hondo,
y yo como siempre tonto,
te dejo un amor vacío.

Por eso repito y digo:
¡hasta cuándo Señor, hasta cuándo!
te voy a dejar esperando
en aquel calabozo de olvido,
en que paciente tú orando
aguardas beber la copa
de la Voluntad del Padre Santo,
traspasado luego tu costado,
en una Cruz y sin ropa
mueras de amor desbordado.


jueves, 5 de abril de 2018

Nascantur In Admiratione (parte I)


-Y si me lo tuvieras que relatar, ¿qué fue lo que descubriste?”- Azuzó su entrañable amigo de años.
-Un tesoro, un fino cofre que guarda riquezas; hoy en día invaluables…
-Y... ¿qué pasó? ¿Lo dejaste hundir en las profundidades del abismo? ¿O lo abandonaste a la suerte una noche en el campo?
- ¡Te me estás adelantando mi amigo!, todavía no te hablo de él que ya quieres saber qué fue de su suerte. No interesa tanto saber qué fue de él, sino lo que porta, lo que guarda. Lo que lo hace único y deseable a la vez. Y si me permites, te contaré.
-Bueno, bueno -retrucó su incontenible amigo. - Si así gustas puedes comenzar por el principio. Aunque ya intuyo de qué clase de riquezas hablas...
-Puedo deslumbrarte todavía en qué clases. Me conocerás bien, aunque aquí te haré dudar... Son esas riquezas que todo hombre añora, al menos los hidalgos. Por las que, se podría decir, se entablan reñidas batallas y enérgicas querellas. Poseerlas es un don tan preciado, y un premio de victoria a conseguir. Es difícil poner el límite... A la vez es don y regalo, aunque también premio y corona.
-Algo ya intuyo… Digamos que es algo gratuito, que se encuentra en el trajinar de la vida, pero por el que hay que pelear para hacerse dueño ¿Estoy en lo correcto?
-Usted es ávido mi amigo. Siempre valoré su puntería, como un águila que conoce y ya ha reconocido a su presa. Aunque conoce tan solo el mecanismo para encontrar el bello tesoro, le falta dilucidar de qué riquezas se trata.

Y agarrando una copa de whisky, pegando un seco y profundo sorbo de aquella bebida color marrón caramelo, contestó su amigo: - “Hable con soltura mi estimado, trataré de desentrañar el misterio”-.

- “¡Y lo harás, más porque me apodan Little John!”. En ese momento prendió T.Y.W. una exuberante y larga pipa, que algunos amigos suyos ya la nombraban “Galadriel, la dama”; y del crepitante tabaco que se quemaba fue degustando los variados sabores que se fusionaban en aquella mezcla. Era un buen “Mix Danish”, de esos que el viejo continente sabe preparar. Y es una mezcla propicia para una charla tan delicada y bella, como la que iba a comenzar con su amigo. Azuzó la boquilla y una bocanada de intenso y dulce humo brotó de su boca. Y comenzó a hablar:

- Sabes, mi enérgico amigo, he descubierto la dulzura misma. Eso que siempre queremos hacer para agradar a nuestros hermanos, la he encontrado de forma natural, en detalles, en movimientos, en palabras, en gestos. Encontré una dulzura profundísima, mezclada con una pizca correcta de pudor y vergüenza. Cualquier hombre se desarmaría entero ante aquella sencillez llamadora. Y por su humildad sincera, aquella dulzura es solo capaz de florecer cuando se ha descubierto el tesoro, y uno se ha propuesto a conquistarlo.
- Me los has puesto difícil... Seguí que ya me arrimo, ¡pásame el tabaco!
- Prosigo entonces. No solo las monedas de oro dentro del cofre valen por montones. Sino que el mismísimo continente de estos tesoros es de una belleza fina y delicada. Como blancos mármoles y marfiles que atraen la vista, de eso está hecho esta arca. Vivos detalles con movimiento, sin perturbaciones, sin groseros espasmos, tan solo un reposar calmo en melódicas formas y texturas. Sus líneas, sus curvas, sus ángulos y caras invitan a detener y posar la mirada.
-Apuesto que como ese tesoro hay muchos más, por supuesto no son todos iguales.
- ¡Por supuesto que no!
-Pero dime amigo, habiendo tantos de estos tesoros en el mundo, ¿por qué te has impresionado con este?
-Tienes razón, es innegable que hay variados y múltiples tesoros. Pero, hasta que uno no se detiene a mirar no cae en la cuenta de lo que es. Pienso que renací al asombro, o me limpié los ojos de aquello que me impedía ver.
- “Nascantur in admiratione” ... Uno puede pasar toda una vida mirando el cielo, pero no mirar las estrellas. Y bien, dime… ¿cómo era ella?
- ¿Quién? ¿De qué hablas?
-Vamos amigo, no quieras hacerte el misterioso que ya te he sacado el juego. Apenas me hablaste de un contenido y un continente ya me sonaba a algo femenino.
-Tienes razón, creo que cualquiera lo hubiera sacado hablando así de un tesoro. Quería guardarte la emoción hasta el final, o al menos jugar un rato hasta que lo descifraras.
-Y bien, ¿cómo es ella?
-Delicadez, delicadez pura. Sus movimientos son lentos, finos, finísimos, como si el moverse fuera un arte y el arte un movimiento. Sus ojos son vivos, profundos, con un dejo inmenso de alegría y júbilo. Oscuros, son dos abismos que cautivan y llevan a contemplarlos. Sus miradas son penetrantes y llenas de mensajes, aunque sinceras, y buscan lo que tiene que buscar: la mirada del otro. Sus manos son frescas, aunque frágiles, puras, y con un movimiento siempre de gracia. Pareciera, a veces, como si estuviera ella danzando. Sus cabellos, sus largos y lacios cabellos, se deslizan como finas sedas de un velo de desposorio. Al girar la cabeza es como si todo a su alrededor girara, siendo ella la directora de una orquesta, y las notas su grácil dinamismo. Aunque hay también quietud, todo es sereno, pausado, sin estridor. Cuando se sienta, es como si un pequeño instante rompiera la ergástula del tiempo; sus manos, sus manos de porcelana reposan serenas sobre su regazo. Sus piernas, en gesto de formal pasividad, forman un símbolo de reposo, un intrincado laberinto donde las miradas mas curiosas se pierden en modos y modales…

-Me has empezado a enamorar mi amigo, ¡para ya!
-Pienso que es difícil no jugar con los imagos y los deseos con un relato así, pero allí no termina, y tú lo sabes bien.

The Young Writer

martes, 3 de abril de 2018

De cantos a poesía, de poesía a Vida

Si los antiguos griegos invocaban a las musas para que canten himnos a Zeus antes de redactar, bella costumbre, hoy yo escucharé cantos de alabanza al Señor para escribir las siguientes líneas, pues el tema que intentaré penetrar se relaciona en demasía.

¿Quién supiera explicar el poder que cargan aquellas ondas sonoras, las de la música, que, viajando hasta penetrar el alma misma, emocionan a cualquier gallardo?

Y es que, hay algo tan puro en la música, que reconozco inexplicable, más, si me permiten, intentaré compartir este pensar. Para comenzar debemos afirmar que ni la melodía ni las palabras están completas la una sin la otra, (de esto quedan eximidas las obras musicales que prescinden de palabras claro está) lo que no quiere decir que no sean bellas por sí mismas. Es más bien que, unidas ganan un sentido más abstracto, esquivo a simple vista, pero es el sentido final, último y primordial, poético quizá. 

Que bello es leer poesía, tan musical, rítmica en su orden. Más si les digo yo, gallardos, que en la música vivo la poesía ¿Me creerán? O mejor dicho, ¿Me comprenderán? Quizás sea que endulza el oído, despierta los ojos e imanta al alma hacia el Bien. Pues cuando ella, la elfa, canta para mí, sus trenzas se transforman en un mar dorado, un sinfín de cabellos, cada uno una nota, una cuerda, una historia, y si el astro mayor en ese instante se apagase dejando al mundo sin calor ni su brillante luz, tendría yo los minutos que queden del canto de ella para sobrevivir en su poesía, en sus ojos tan llenos de una luz que obliga a reflexionar sobre la Luz primera. Si lo he dicho antes, y vuelvo a decirlo, poesía es un amigo cantando con su niña compartiendo todo su sentir en una mirada, el menor de los Gamos. Y por primera vez lo escribo, poesía en vida es su hermano mayor, el Viru, guiándonos a sus amigos en zambas una noche de invierno junto a un fuego. Vivir en la poesía es cantar alabanzas al Señor, y si ya el admirable San Agustín habló sobre el tema, tan solo quisiera agregar que en todas estas situaciones se enciende la vena que permanece dormida en mi corazón, la que existe y no existe, esa que hace que cualquier cosa bella del mundo en la que se posen mis ojos sea un caudal infinito de rimas ordenándose en versos para admirarla, como medio claro para llegar siempre al Señor. Dirá Bécquer:

''¿Qué es poesía? 
Dices mientras clavas en mí tu pupila azul
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía eres tú!''

Y así expone el poeta que la poesía no está encarcelada en una hoja entre renglones como si fuesen barrotes, lejos de ello. Ella vive y por ella a veces llegamos a la Vida, vive en el punto donde se encuentran realidad e imaginación, belleza y razón. Y esta, la música, es solo uno de los varios fenómenos que encienden esta vena del corazón, pero de ella he querido escribir hoy.

¿Qué tendrás, zamba? ¿Qué tendrán ustedes, cantores enamorados? Que irradian fragancias de poesía, ¿Que tendrá mi guitarra? Que me guía en las rimas por donde su poético capricho (Que sospecho debería llamarlo providencial) la lleve, ''Hoy canta por ella'' Manda a veces, y así obedezco yo cantando a ella; ''Esta vez cántale a tu madre, la más bella'' Dice luego, y en su inamovible decisión, desarma la piedra de mi corazón sin excepción, pues el Amor es el destino al que conduce su camino.

Has de ser Tú, Señor, que en forma de versos atraes mi corazón. ¿Acaso la usas de puente? ¿Es en esa poética rima que me llamas por mi nombre? Tiene que ser Él, que valiéndose de la belleza de la poesía viva me revela su gloria, enamoraría incluso hasta al más frío, pues cuando una mirada entregada a la poesía se posa en Creación alguna, indefectiblemente asegurará: ''Esto es obra Suya''

Veo oportuno aclarar que solo las melodías y cantos ''puros'' son las que elevan el alma y despiertan la vena, pues no pretendo jamás llegar a la contemplación mediante la música burda, a no ser que sea por el desprecio de la misma, que no encendería la vena de mi corazón.

Zaqueus de la Guerma

lunes, 2 de abril de 2018

Yo, el ancla

El siguiente texto es escrito para expresar el sentir de este gallardo enamorado de sus amigos...

Fue el cambio el que hizo que yo, Zaqueus, desconcertado sacara la vista del piso y comenzara desesperado a buscar cómo perseguir la Luz. Pues como en el Evangelio, había sido claro, y he aquí el porqué del nombre de mi gallardo bautismo... ''Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa''

La misión era clara y aterradora, buscar al Dios vivo. Pero mi inestabilidad era contraproducente al momento de elaborar un plan para conseguir aquello.
Para reconfortar mis miedos me fue dada una mano amiga, que si el azar fuese real habría perdido yo la cordura por la sorpresa al ver quién me ayudaría. El noble Jimmy, un pequeño y gordo morocho la última vez que yo de él había sabido, fue mi fiel amigo. Y de a poco comenzó a introducirme en este grupo de gallardos. Maravillado por su estilo de vida comencé a observar en detalle los comportamientos de aquellos, tuvo lugar ahí el descubrimiento que cambiaría mi percepción de la religión, ellos no eran felices por saberse buenos, por el contrario, su felicidad estaba firmemente ligada al saberse malos... Fue un largo proceso, y sigue siendo, el de comprender aquello. Comencé a preguntarme cómo haría yo para encajar en este grupo de amigos, y mis preocupaciones fueron incluso más grandes que sus expectativas, pues ellos solo querían compartir un trago junto a un alto fuego, reir de las cosas que ameritan la risa, cantar a la noche y a las mujeres, y acompañar unos a otros en la Ruta.

Pronto pude sentirme ya parte del grupo, y ahí pude tomar un rol entre ellos, el ancla...  Reposado en el fondo en silencio, aportando un simple, pero mágico, sauce para ofrecer comodidad a mis amigos. En este navío que intenta constantemente corregir el rumbo siempre con el cielo como destino, yo quise ser el ancla. Aquellos estudiosos gallardos quienes con sus meditaciones logran enclarecer mi alma eran mi navío, entonces si iba a ser yo el ancla, intentaría serlo de la mejor manera. Así, luego de leer alguno de los emocionantes escritos del erudito Don Virula, lo recibiría yo en mis pagos, con un fuego para calentar sus pies, un vino para calentar su garganta, e historias de mujeres y zambas para calentar el corazón. Así entonces podría yo en el silencio llenar mi alma escuchando a mis amigos hablar bajo las estrellas para cuando llegue la soledad sopesar sus palabras y meditar en intentos de contemplación de la Belleza. Y fue silente que logré aprender de cada uno de los gallardos, la nobleza de estos conmovía mi corazón y mis ojos intentaban e intentan atrapar cada detalle del comportamiento de estos torpes cristianos. No de mi aprendizaje queda excluido por la distancia el Odiseo Emigrante, cautivo lejos de su propia Itaca mendocina. Sus escritos son un haz de esperanza en la vida entregada a Cristo para mi alma.

Y como si poco fuese lo que recibía espiritualmente, luego ellos, observadores, comenzaron a agradecer y con sinceridad, mi actitud de ancla, supe entonces que yo apreciaba tanto a los marineros como ellos a mí. Y con una sonrisa comencé a pensar que de eso se trata la amistad, una balsa llena de pobres hombres, incapaces de llegar por sí mismos. 

Amigos lectores, gallardos y nobles
No se entienda por desventura
Que de su charla se nutre unicamente mi alma
Más sepan, marineros, siempre allí encuentro la calma

Si ayer mi mano estuvo sola
Hoy una de las soñadas elfas la toma
Más de una manera u otra mi presencia siempre los espera

Bajo el sauce potente
Mi mirada quemando el horizonte
Anhelando siempre una boina que asome 

Y así dar mecha al fuego protector
Y el ávido lector Young a su pipa dé calor
mientras la noche se lleva entero el color

Siempre una silla expectante
Espera ser un día por fin reclamada
Por el Odiseo errante, gallardo Emigrante

Dichoso yo cuando el fuego es alto
Abundan los tragos y cantos
Conque de la noche siempre lo mejor
Son marineros y gallardos, buscadores del amor


Zaqueus de la Guerma