martes, 15 de enero de 2019

El Fuego de Farra


Compañero de aventuras,
de la Oscuridad enemigo,
Varón de gran fervor,
en la fiestas, querido.

Gran bailarín de danza,
varias maneras de andar,
cuando es grande... guitarreada,
cuando es pequeño... charlar.

En las tinieblas confusas, 
la luz ha de llevar,
en un palo, tronco o vela,
pa' poder iluminar.

Amigo del que fuma,
Hoy le quiero cantar,
al Fuego Místico de farra,
con quien me han de encontrar.

En los bailes nunca falta,
pa' la noche iluminar,
y para un buen arguile,
sus brasas servirán.

Con buen vino y un asado,
los amigos juntarán,
en verano o en invierno,
bajo su brillo estarán.

 Nido de amor y esperanza,
pa' poder filosofar,
a la luz del fuego 'e farra,
todos habrán de cantar.
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viernes, 11 de enero de 2019

Payada vieja

Queridos gallardos: este pequeño recitado fue uno de mis primeros escritos, notarán con facilidad la plaga que hay de errores de métrica y rima, pero les pido compasión y humor para no tenerlos en cuenta; cuesta quizá seguirle el ritmo, pero piensen que lo escribí cuando era apenas un niño. Sin más preámbulos, allá va:

Aquí me pongo a payar
invocando primero a Dios
jamás dejaré de cantar
ni de hacer sonar mi voz

Que me callen si quieren
que la enfermedá me gane
pero yo no voy a poder 
dejar como un infame

a la dama que en mi vida
es mi fiel compañera
 que es amiga consentida
y siempre estuvo cerca

Largas horas pasé junto a ella
bellos fogones y mucho tiempo
sentado escuchándola en silencio
y otras cantando a cuatro vientos

Si no fuera por mi amada
la más hermosa que'e conocido
no se qué sería de mi
sin ella no soy el mismo

Lo digo y reconozco
la quiero de sobremanera
tantas cosas aprendí d´ella
largos años llevó entenderla

De pequeño la conocí
y le agradezco mucho a Dios
porque no la dejé ir
y ahora es mi gran amor

Tantas cosas le debo al Señor
que no me alcanza pa' pagarle
por este inmenso regalo
nunca dejaré de alabarle

Me cambió la vida
admito con sinceridá
¡qué triste sería compadre
si no la hubiera visto pasar!

En ella gasto mi tiempo
ella me ayuda a pensar
la cuido como al oro
pues la quiero de verdá

Tanta gente la conoce
tantos la saben valorar
¡ay de aquel prosaico
que no la supo aprovechar!

Tantas cosas hay por decir d'ella
que mi letra no expresa
la llevo prendida en la sangre
pues su forma esplende belleza

Y no me canso de agradecer
a aquellos que me la enseñaron
a profesores y hermanos
y a Dios que la ha creado
la puso en la mente de un bravo
y a mi por fortuna ha llegado

Debo decirles, y voy terminando
por si no se han dado cuenta,
que hablo de mi guitarra,
la que en silencio rasgueando
ha escuchado todas mis tramas,
mis gozos y cuentas,
la alegría y el llanto,
mis gustos y mis mañas.

Cada payada y cada historia
siempre la cuenta una guitarra
remedio pa' la memoria
que canta proesas pasadas

Ella es el eco del tiempo
mostrando de la tradición su esencia
y si les digo esto no miento
es resonar de la providencia

Y a ella que si pudiera
me la llevaría al Cielo
ojalá que en mi último sueño
allí esté junto a su dueño

Espero que con mi muerte
la farra y ella no se añejen
aunque se diga que el instrumento
va muriendo cuando el cantor envejece

Y cuando éste entrega su alma
a Aquél que se la prestó
ella entrega su canto
al amado que la tocó

a ese que tanto amó
pa' que cuando llegue al Cielo
le diga al Padre Santo:
¡gracias mi Dios por tanto
por darme la voz y el canto!
aquí te entrego mis obras:
tonadas y guitarreadas
de vino sin borra,
que quedaron guardadas
en recuerdo que no se borra.

Brindo y obligo,
y que viva siempre latente
en la sangre de mi gente
pa' que nunca queden pendientes
guitarras llenas de polvo hiriente

y el espíritu noble jamás en reposo
brille como siempre ardiente
con fuego dentro del pecho
pa' que las venas queden calientes

con el fervor de aquellos gauchos
empeñados en todo ámbito
supieron usar sus hábitos
tanto en pelea y en canto

Entre gauchos y matreros
en noches de bailanta
no siempre peleaba el acero
pues se reñían con guitarras

Allí vimos proesas del hombre
en el arte del habla
y como jugando con la palabra
se dio la dignidad su nombre

Y ya me extendí de nuevo
y ahora en verda' los dejo
no pretendo más aburrirlos
con sermones ni consejos

Más un último aquí les dejo:
¡cuídense de ponerse añejo!
pues el diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo.



jueves, 3 de enero de 2019

Politiqueando


Fumaban todos en silencio, y el cielo sangraba anunciando su muerte. Vida feliz tuvo el Sol ese día, pues fue testigo de cómo nueve amigos concordes estrechaban lazos entre vinos y cervezas, entre whiskies y ginebras, entre asados y guitarras. Nueve eran, mas no sobraba ninguno.

-¿Qué es hacer política? -Se atrevió uno a perforar el cálido silencio con esa saeta inquisitiva. La brisa se hizo viento y huyó rápido de allí, estremeciendo con su paso las hojas de los sauces que, susurrando, contemplaban el episodio. Era el más grandullón de todos el que insolentemente rompió la armonía, el barbudo anfitrión de aquel evento.

Todos se acomodaron en sus asientos notando el ´pondus’ de la pregunta, buscando quizá una posición más cómoda intuyendo el debate que asomaba.

-¡Esto es hacer política! –Exclamó un granadino feroz señalando la mesa-. Estar aquí reunidos, preocupados por el bien común, es hacer política. Una madre desde su casa horneando pan, hace política; hace política un monje desde su celda, orando por la Patria; un anciano enseñando a su nieto a dar los primeros pasos…


-¡No estoy de acuerdo en absoluto! ¡Me niego! –Interrumpió un elegante joven de hablar delicioso y muy leído-. Política sólo se hace influyendo en los cauces institucionales como la universidad, el ayuntamiento o un partido político. Pero aquí reunidos no hacemos política ni por asomo…

-¿Y escribiendo libros? –Dijo uno al que llamaban ‘el abulense’.

-También…

-¿Y dando conferencias u organizando debates?

-Depende.

-¿De la gente?

-Del tema.

-¿Si es sobre política?

-Ahí sí.

-Entonces ahora estamos haciendo política. Tiene razón el granadino, pues.

Se hizo un breve silencio. Quedaron todos pensando. El silogismo parecía correcto, aunque algo no cuadraba. Pero no estaban sus cabezas en ese momento como para revisar el razonamiento, el vino hacía suaves todas las cosas; y verdaderas.

-Yo pienso que un elemento esencial a la política es la noción de bien común –dijo uno que debía ser el presidente de un Foro-. Y que allí donde se busque el bien común se estará haciendo política.

-¡Exacto! –Dijo el anfitrión-. Un sabio decía que allí donde hay agrupación orgánica, hay búsqueda del bien común. Recuerdo que ponía aquel ejemplo de que unas personas en un ascensor que sube no son una agrupación orgánica. Ahora bien, si ese ascensor se avería con las personas dentro, y ellas hacen por salir de allí, ya hay grupo orgánico. Por tanto, hay búsqueda del bien común, que es que todos salgan del ascensor. Y, pues, hay política.

-Lo curioso es que hay bien común cuando dos o más personas se benefician de aquel bien –comentó un tal Raimundo-. Eso está claro. Pero lo grandioso es que basta sólo una persona para hacer política, para preocuparse efectivamente por el bien común, como un monje desde su celda, como una madre horneando pan, porque el hacer política no consiste en ser muchas personas preocupadas, sino en que la preocupación sea sincera y la consecución de tal bien afecte a más personas que sólo a una.

El cielo ya era oscuro, el rojo se hizo negro, y el Sol dejó a su Luna para que velara por aquellos nueve ignorantes que discutían sobre temas de los que no sabían nada. Pero eran muy queridos de Febo, quizá por ese cariño que despierta el ver a unos niños hablar de temas importantes. Lo que uno aprecia no es la discusión, sino la grandeza de corazón, la altura de sus ideales. Eso es lo que enternecía al Sol; y a la Luna también.

Sé que el debate se alargó mucho más. Sé que, habiéndose puesto de acuerdo en qué era hacer política, debatieron sobre si era más efectiva la opción institucional o la opción comunitaria. Sé que unos se tacharon de racionalistas políticos, y otros de ingenuos realistas. Pero lo que no sé es quienes tomaron qué posturas, ni cómo acabó aquello, pues me quedé dormido en el sauce en que agazapado observaba.

Soy un pobre duende que va en busca de historias que contar, de personas que exaltar, de corazones que encender. No busco mi propia gloria, sino la de Aquel que es el único merecedor de ella. No busco entretener con mi historia, sino despertar al dormido, esperanzar al derrotado e interesar al aburrido.

Este es el relato de nueve jóvenes claustrales, de nueve monjes urbanitas que dejarían su huella bendita en este siglo de males.

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E.N.