Fumaban
todos en silencio, y el cielo sangraba anunciando su muerte. Vida feliz tuvo el
Sol ese día, pues fue testigo de cómo nueve amigos concordes estrechaban lazos
entre vinos y cervezas, entre whiskies y ginebras, entre asados y guitarras.
Nueve eran, mas no sobraba ninguno.
-¿Qué
es hacer política? -Se atrevió uno a perforar el cálido silencio con esa saeta
inquisitiva. La brisa se hizo viento y huyó rápido de allí, estremeciendo con
su paso las hojas de los sauces que, susurrando, contemplaban el episodio. Era
el más grandullón de todos el que insolentemente rompió la armonía, el barbudo
anfitrión de aquel evento.
Todos
se acomodaron en sus asientos notando el ´pondus’ de la pregunta, buscando
quizá una posición más cómoda intuyendo el debate que asomaba.
-¡Esto
es hacer política! –Exclamó un granadino feroz señalando la mesa-. Estar aquí
reunidos, preocupados por el bien común, es hacer política. Una madre desde su
casa horneando pan, hace política; hace política un monje desde su celda, orando
por la Patria; un anciano enseñando a su nieto a dar los primeros pasos…
-¡No
estoy de acuerdo en absoluto! ¡Me niego! –Interrumpió un elegante joven de
hablar delicioso y muy leído-. Política sólo se hace influyendo en los cauces
institucionales como la universidad, el ayuntamiento o un partido político.
Pero aquí reunidos no hacemos política ni por asomo…
-¿Y
escribiendo libros? –Dijo uno al que llamaban ‘el abulense’.
-También…
-¿Y
dando conferencias u organizando debates?
-Depende.
-¿De
la gente?
-Del
tema.
-¿Si
es sobre política?
-Ahí
sí.
-Entonces
ahora estamos haciendo política. Tiene razón el granadino, pues.
Se
hizo un breve silencio. Quedaron todos pensando. El silogismo parecía correcto,
aunque algo no cuadraba. Pero no estaban sus cabezas en ese momento como para
revisar el razonamiento, el vino hacía suaves todas las cosas; y verdaderas.
-Yo
pienso que un elemento esencial a la política es la noción de bien común –dijo
uno que debía ser el presidente de un Foro-. Y que allí donde se busque el bien
común se estará haciendo política.
-¡Exacto!
–Dijo el anfitrión-. Un sabio decía que allí donde hay agrupación orgánica, hay
búsqueda del bien común. Recuerdo que ponía aquel ejemplo de que unas personas
en un ascensor que sube no son una agrupación orgánica. Ahora bien, si ese
ascensor se avería con las personas dentro, y ellas hacen por salir de allí, ya
hay grupo orgánico. Por tanto, hay búsqueda del bien común, que es que todos salgan
del ascensor. Y, pues, hay política.
-Lo
curioso es que hay bien común cuando dos o más personas se benefician de aquel
bien –comentó un tal Raimundo-. Eso está claro. Pero lo grandioso es que basta
sólo una persona para hacer política, para preocuparse efectivamente por el
bien común, como un monje desde su celda, como una madre horneando pan, porque
el hacer política no consiste en ser muchas personas preocupadas, sino en que
la preocupación sea sincera y la consecución de tal bien afecte a más personas
que sólo a una.
El
cielo ya era oscuro, el rojo se hizo negro, y el Sol dejó a su Luna para que
velara por aquellos nueve ignorantes que discutían sobre temas de
los que no sabían nada. Pero eran muy queridos de Febo, quizá por ese cariño
que despierta el ver a unos niños hablar de temas importantes. Lo que uno
aprecia no es la discusión, sino la grandeza de corazón, la altura de sus
ideales. Eso es lo que enternecía al Sol; y a la Luna también.
Sé
que el debate se alargó mucho más. Sé que, habiéndose puesto de acuerdo en qué
era hacer política, debatieron sobre si era más efectiva la opción
institucional o la opción comunitaria. Sé que unos se tacharon de racionalistas
políticos, y otros de ingenuos realistas. Pero lo que no sé es quienes tomaron
qué posturas, ni cómo acabó aquello, pues me quedé dormido en el sauce en que
agazapado observaba.
Soy
un pobre duende que va en busca de historias que contar, de personas que
exaltar, de corazones que encender. No busco mi propia gloria, sino la de Aquel
que es el único merecedor de ella. No busco entretener con mi historia, sino
despertar al dormido, esperanzar al derrotado e interesar al aburrido.
Este
es el relato de nueve jóvenes claustrales, de nueve monjes urbanitas que
dejarían su huella bendita en este siglo de males.
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E.N.
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