jueves, 3 de enero de 2019

Politiqueando


Fumaban todos en silencio, y el cielo sangraba anunciando su muerte. Vida feliz tuvo el Sol ese día, pues fue testigo de cómo nueve amigos concordes estrechaban lazos entre vinos y cervezas, entre whiskies y ginebras, entre asados y guitarras. Nueve eran, mas no sobraba ninguno.

-¿Qué es hacer política? -Se atrevió uno a perforar el cálido silencio con esa saeta inquisitiva. La brisa se hizo viento y huyó rápido de allí, estremeciendo con su paso las hojas de los sauces que, susurrando, contemplaban el episodio. Era el más grandullón de todos el que insolentemente rompió la armonía, el barbudo anfitrión de aquel evento.

Todos se acomodaron en sus asientos notando el ´pondus’ de la pregunta, buscando quizá una posición más cómoda intuyendo el debate que asomaba.

-¡Esto es hacer política! –Exclamó un granadino feroz señalando la mesa-. Estar aquí reunidos, preocupados por el bien común, es hacer política. Una madre desde su casa horneando pan, hace política; hace política un monje desde su celda, orando por la Patria; un anciano enseñando a su nieto a dar los primeros pasos…


-¡No estoy de acuerdo en absoluto! ¡Me niego! –Interrumpió un elegante joven de hablar delicioso y muy leído-. Política sólo se hace influyendo en los cauces institucionales como la universidad, el ayuntamiento o un partido político. Pero aquí reunidos no hacemos política ni por asomo…

-¿Y escribiendo libros? –Dijo uno al que llamaban ‘el abulense’.

-También…

-¿Y dando conferencias u organizando debates?

-Depende.

-¿De la gente?

-Del tema.

-¿Si es sobre política?

-Ahí sí.

-Entonces ahora estamos haciendo política. Tiene razón el granadino, pues.

Se hizo un breve silencio. Quedaron todos pensando. El silogismo parecía correcto, aunque algo no cuadraba. Pero no estaban sus cabezas en ese momento como para revisar el razonamiento, el vino hacía suaves todas las cosas; y verdaderas.

-Yo pienso que un elemento esencial a la política es la noción de bien común –dijo uno que debía ser el presidente de un Foro-. Y que allí donde se busque el bien común se estará haciendo política.

-¡Exacto! –Dijo el anfitrión-. Un sabio decía que allí donde hay agrupación orgánica, hay búsqueda del bien común. Recuerdo que ponía aquel ejemplo de que unas personas en un ascensor que sube no son una agrupación orgánica. Ahora bien, si ese ascensor se avería con las personas dentro, y ellas hacen por salir de allí, ya hay grupo orgánico. Por tanto, hay búsqueda del bien común, que es que todos salgan del ascensor. Y, pues, hay política.

-Lo curioso es que hay bien común cuando dos o más personas se benefician de aquel bien –comentó un tal Raimundo-. Eso está claro. Pero lo grandioso es que basta sólo una persona para hacer política, para preocuparse efectivamente por el bien común, como un monje desde su celda, como una madre horneando pan, porque el hacer política no consiste en ser muchas personas preocupadas, sino en que la preocupación sea sincera y la consecución de tal bien afecte a más personas que sólo a una.

El cielo ya era oscuro, el rojo se hizo negro, y el Sol dejó a su Luna para que velara por aquellos nueve ignorantes que discutían sobre temas de los que no sabían nada. Pero eran muy queridos de Febo, quizá por ese cariño que despierta el ver a unos niños hablar de temas importantes. Lo que uno aprecia no es la discusión, sino la grandeza de corazón, la altura de sus ideales. Eso es lo que enternecía al Sol; y a la Luna también.

Sé que el debate se alargó mucho más. Sé que, habiéndose puesto de acuerdo en qué era hacer política, debatieron sobre si era más efectiva la opción institucional o la opción comunitaria. Sé que unos se tacharon de racionalistas políticos, y otros de ingenuos realistas. Pero lo que no sé es quienes tomaron qué posturas, ni cómo acabó aquello, pues me quedé dormido en el sauce en que agazapado observaba.

Soy un pobre duende que va en busca de historias que contar, de personas que exaltar, de corazones que encender. No busco mi propia gloria, sino la de Aquel que es el único merecedor de ella. No busco entretener con mi historia, sino despertar al dormido, esperanzar al derrotado e interesar al aburrido.

Este es el relato de nueve jóvenes claustrales, de nueve monjes urbanitas que dejarían su huella bendita en este siglo de males.

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E.N.

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