lunes, 30 de diciembre de 2019

Islotes en brumas.

DIA V

Esta es otra experiencia vacacional que trataré de relatar en pocas líneas... -aunque me quede corto, aunque diga muy poco-.

Estaba acostado, por dormir, hasta que mis amigos decidieron partir hacia el muelle (sí, el mismo muelle que visitara la noche anterior). Yo me olí -vaya a saber uno que Musa influyó en ese sentido- que una aventura especial me estaba convocando, esperando. Por lo que me alisté en un santiamén y salí con la tropa que me estaba por dejar atrás. La noche estaba fresca pero curiosamente acogedora, y yo no entendía porqué. Hasta que arribamos al muelle y, para mi sorpresa, el muelle no se encontraba allí. O mejor dicho, estaba solamente la entrada del muelle pero luego...¡desaparecía entre las brumas! Una neblina marina velaba el muelle, y no solo, sino también velaba el mar, la playa, el cielo, la ciudad y, por momentos, incluso los mismos amigos eran tragados por la espesa niebla gris. Desafortunadamente -o no tanto- los compañeros de la tropa decidieran volver a casa por "frío" (léase: burguesía, sin remilgos). Cuando tenía que acoplarme al resto contra mi voluntad por ser el único que quería quedarme allí y porque la casa quedaba en el otro rincón de la ciudad balnearia, me entero de que faltaba un compadre. Y sí, ¿quién podía ser? Correcto, Don Virula de los Gamos. Secretamente me alegré de que hubiera tomado esa decisión de haberse apartado de la tropilla. Cuando corrí a buscarlo muelle adentro, dejándonos los otros que retornaron en sus coches confortables, escucho un grito desde la playa. En efecto, Don Virula se hallaba debajo del muelle, sobre las rocas y entre violentas olas.

Y me reí... Hacía mucho que no me reía así.

Felizmente bajé raudo a su encuentro, vislumbrando una travesura o alguna pequeña hazaña. Así fue que, mi compañero de tantas travesías y desafíos, me invitaba y retaba al mismo tiempo para conquistar tres minúsculas islas que apenas se divisaban entre tanta bruma. Para alcanzar dichos objetivos había que enfrentarse a duelo, cara a cara, con Poseidón que nos amenazaba con un oleaje revoltoso, con una niebla engañadora y con una llovizna que distraía. Pero la meta no era imposible, aunque sí se trataba de una misión un tanto temeraria. Nadie se encontraba por la orilla ni de pesca a esas altas horas de una noche avanzada que estaba por concluir su turno. (¿O tal vez ya comenzaba el alba? Difícil de saberlo por la magia del clima). Virula y yo estábamos solos, muy solos, a solas con Poseidon. Los peligros eran varios y reales: ser arrebatado por el bravo mar, estrellarnos con las rocas filosas, ser mordidos por los cangrejos o bestias marinas peores, que la policía aparezca de improviso; entre otros riesgos posibles. Difícil operativo. Sin embargo, la decisión ya había sido tomada, y la retirada era inadmisible...


Decía que iba a ser breve. Por eso, no podré contar los detalles de la exploración (ni aún menos el regreso a la base militar pasada la aurora). Lo importante que han de saber es que logramos alcanzar las islas, las cuales fundamos con el nombre de San Pedro, San Juan y Santiago. En las tres pisamos firme a pesar de los múltiples azotes de Poseidón, a quien vencimos, aunque nos halla propinado unas cuantas heridas en el cuerpo. Pero salimos victoriosos. Y mientras en las islotes, mojados de pies a cabeza, cantábamos y bailábamos -en menores paños- y bebíamos whisky con cigarrillos caímos súbitamente en la cuenta de que estábamos realmente vivos, de que eramos nuevamente niños...

¡Salve cuerda locura veraniega!

domingo, 29 de diciembre de 2019

Mar y yermo.

DIA IV

Todavía hay un modo más de decir lo que se sospecha sobre el mar -igualmente, no es posible no tener sospechas o intuiciones cuando se aloja el mar en el interior. Para eso hay que permanecer en la playa, hasta tarde, esperando a que las muchedumbres se vayan y dejen la costa desértica. No es sencillo aguardar el momento del ocio en vacaciones de este tipo. De más está señalar que los ruidos y las imágenes invasoras que se van acumulando durante el día interfieren el ejercicio contemplativo. Sí, conspiran contra el ojo que intenta mirar con asombro las bellezas presentes en la playa tanta agitación interna. Por ello es preciso esperar a que se aquieten las aguas de adentro, aunque las de afuera sigan su curso natural. También cuesta la permanencia para contemplar porque el clima, si bien no llega a ser hostil, es poco amistoso y favorable... Al menos, a primera vista,  pareciera ser desfavorable la climatología para el acto contemplativo. Sin embargo, después uno empieza a intuir que quizás sea adrede que la Naturaleza muestre un rostro así de hosco para lograr de este modo guardar su secreto, su magia, su esencia. Parecido a los athonitas o a los monjes antiguos que se mostraban agresivos y distantes en primera instancia para celar sus vidas solitarias, pero después de superada esta estapa mudaban su semblante que se hacía amable y abrían sus labios para explicar verdades profundas.
Pues bien, así acontece, de alguna manera, el acercamiento que un visitador ocasional  hace con respecto al mar. No se puede entrar en diálogo con la naturaleza, de estas latitudes o de cualquier otra, si no se soportan las primeras agresiones y destratos que intimidan, incomodan y repelen. Hay que hacer frente a esa realidad, y desde ya, también asumir la soledad que rodea al contemplador.

El mar sugiere tantas cosas... Para la vida contemplativa o eremítica, por caso. ¿Se podría hablar de un magisterio marino? Así como se habla de una "espiritualidad del desierto", también se podría hablar de una " espiritualidad del mar". Hay semejanzas entre uno y otro estadio. Tanto uno y otro no varían demasiado en el sitio en el que se encuadren: el mar es casi el mismo aquí que en la otra punta del mundo. Ambos atraen de entrada pero luego cansan en su monotonía, en el paisaje inalterable -no siempre encanta el mar; puede aburrir. También, ambos lugares pueden enloquecer al que lo habita: es folclórica la locura de los corsarios como la de los hombres del yermo. Los dos ámbitos van configurando la personalidad de aquellos que perduran en el tiempo en semejantes parajes. Mar y yermo se besan, océano y desierto se abrazan.

Pero toca volver, nuevamente, y dejar atrás el mar eremita, padre de ermitaños. Pero dejarlo físicamente no significa darle la espalda existencialmente. Se puede llevar el océano en el alma. O todavía más, ya existe un océano en la interioridad. El alma posee, de hecho, una hondura y una extensión mayores que el Atlántico. Hasta puede hablarse de un Océano divino de amor que yace oculto en el ánima del visitador, del viajante mortal. El Amor oceánico que anima al contemplativo es infinitamente más encantador que todos los mares que pintan la Tierra. Mi tierra, frágil y pequeña, es capaz de ese Océano anterior al universo. Está en uno la decisión de sumergirse en esas Aguas vivificantes y allí vivir, como pez en su agua... ¡Hábitat sobrenatural del mamífero parlante!


sábado, 28 de diciembre de 2019

Muelle en la noche tempestuosa.

DIA III

Existe una experiencia maravillosa cuando se va al mar que no hay que dejar de hacer: arrimarse de noche a la punta del muelle y permanecer allí, vigilante. Esta experiencia única se acentúa si al contexto descrito se le suma una tormenta feroz. Esto significa que el viento azota con más vehemencia y hay que agarrarse firme de la baranda. Significa un olor salado que se infiltra por los poros. Significa un sin fin de sensaciones más, todas ellas intensas. Es el vértigo mismo. Se trata de quedar suspendido sobre olas temibles que rujen y que hacen estremecer los puntales del muelle costero. Es, además, observar el noble oficio y arte de la pesca: su rito, su ritmo, su mística y su gracia. ¿En qué traes tu recreación, pescador nocturno? Tu que sabes de paz y de paciencia, instrúyeme silenciosamente. Sin embargo, lo más especial y tremendo de esta vivencia es lo terrible. El terror de una tempestad que se divisa en lontananza, pero que se avecina. Borrasca que ilumina el cielo oscurecido por rayos implacables que se descargan insistentemente sobre las aguas profundas. Terror antiguo de marineros intrépidos. Espectáculo cósmico que aterra, que espanta, que hechiza. Tentación de ser envuelto, absorbido, por esas fuerzas desatadas de la natura. Es un terrible despliegue que invita a pensar sobre el Terrible que ordenó esa tormenta. Sobre el Terrible hacedor de ese océano, de esos rayos, de esos truenos, de esos vientos, de esas nubes. Director de esa obra teatral telúrica. Domador de borrascas marítimas que minimizan al humano arrogante, prometeico.
¿Estuve yo presente cuando hiciste todo esto, Señor de las tormentas? Desde luego que no. Decididamente no.

Dejo a los pescadores en su juego misterioso y en su puesto de centinelas. Me siento mal por haberlos dejado... Abandono la vigilancia.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Soledades marinas.

DIA II

De sus soledades vengo... De las del mar. Tan inmenso, y, sin embargo, uno solo. Tan solo.
Lo mismo acá y allá. Bien acá sobre mis pies y más allá donde se pierde la vista.
El mismo mar, ayer y hoy, hasta que desparezca, como canta el Apocalipsis.

Soledad marina que me invitas a la soledad.
Soledad del mar que me compartes tu soledad. ¿Para qué? ¿Por qué? No podría saberlo.
Buscas que me haga solitario. Y al mismo tiempo, no me darías tus secretos si no fuera solitario -o ansiara serlo.

¡Cuántos secretos escondes, oh mar, que pareces indiferente!
¡Cuánto tienes que contarme, mar, que citas a la hora del crepúsculo!
Pero me hablas... Con tu danza, con tu melodía, con tu perfume. Tienes un lenguaje que solo lo interpreta aquel que te atiende con demora y con afecto.
Inconmovible como eres conmueves al que logra ver en ti un sacramento.
Es tuya la presencia misteriosa que refiere arcanos divinos, que señala seguro el mundo invisible.
Por ello no te atienden los playeros circunvecinos. Temen contemplarte desinteresadamente. Pacientemente.
Eres -me atrevo a decirlo- mas celeste que el cielo que te abraza. Sí, y aunque no sea feliz la comparanza, confieso que entreveo el paraíso más en tu figura que en la del firmamento.
Atraes. No sueltas. Inmantas poderosamente.

Pero es el momento de volver a casa y dejarte nuevamente en tu insospechable soledad, tanto o más violenta que la de las altas montañas.
Soledad cartujana del mar: no me abandones en esta tierra populosa y bullanguera.



jueves, 26 de diciembre de 2019

Escollera.

DIA I

Otra vez el mar... La inmensidad. La nostalgia.
El mar que daña. Que lástima. Que hiere.
El olor a sal, a gaviota en vuelo, a océano abierto.
Otra vez un mar que es, sin embargo, una novedad. El primer mar. La buena noticia de lo infinito y de lo ilimitado que da alegría.
Sí, alegra el corazón ver el mar. Pero duele... Se sufre lo que no tiene nombre.
¿Qué es? Los días lo dirán. O no.

Espuma crema que lames la roca, lame mi corazón.
Espuma que no cesas de lamer la roca estancada, continúa tu obra.
No abandones tu oficio,  tu labor, tu misión.
Es tuyo el papel de desgastar el mineral adusto.
Tu incansable vocación es signo y figura de la misericordia divina.
Tu arremetes con gracejo la piedra empeñada en enfrentarte, en sostener el conflicto. Ese orgullo mineral...
Envuelven las olas la escollera enmohecida, sujeta a las algas y al viento enfurecido, y la limpian, la lavan, la descubren en su primordial color. Agua salada que nombras la piedra cubierta de musgo.
Porfiadas olas que estremecen los pétreos cimientos de la costa y hacen cantar a la playa entera. O mejor, suman su voz al coro que deleita la costanera de Miramar.
¿O es un grito? Si lo fuera, de seguro que desgarraría el alma de aquel que contempla la escena en vacaciones.
De profundis playero de un gallardo melancólico que se deja impresionar, inspirar, por el contexto especial. Con un whisky en la mano, con un cigarrillo en la boca y con una pena en el pecho.

Mar nuevo de resonancias antiguas.
Mar tan antiguo que el Edén de enseñanzas nuevas.
Mar mío, mar tuyo, mar que baja del cielo a sanarnos las heridas...