domingo, 29 de diciembre de 2019

Mar y yermo.

DIA IV

Todavía hay un modo más de decir lo que se sospecha sobre el mar -igualmente, no es posible no tener sospechas o intuiciones cuando se aloja el mar en el interior. Para eso hay que permanecer en la playa, hasta tarde, esperando a que las muchedumbres se vayan y dejen la costa desértica. No es sencillo aguardar el momento del ocio en vacaciones de este tipo. De más está señalar que los ruidos y las imágenes invasoras que se van acumulando durante el día interfieren el ejercicio contemplativo. Sí, conspiran contra el ojo que intenta mirar con asombro las bellezas presentes en la playa tanta agitación interna. Por ello es preciso esperar a que se aquieten las aguas de adentro, aunque las de afuera sigan su curso natural. También cuesta la permanencia para contemplar porque el clima, si bien no llega a ser hostil, es poco amistoso y favorable... Al menos, a primera vista,  pareciera ser desfavorable la climatología para el acto contemplativo. Sin embargo, después uno empieza a intuir que quizás sea adrede que la Naturaleza muestre un rostro así de hosco para lograr de este modo guardar su secreto, su magia, su esencia. Parecido a los athonitas o a los monjes antiguos que se mostraban agresivos y distantes en primera instancia para celar sus vidas solitarias, pero después de superada esta estapa mudaban su semblante que se hacía amable y abrían sus labios para explicar verdades profundas.
Pues bien, así acontece, de alguna manera, el acercamiento que un visitador ocasional  hace con respecto al mar. No se puede entrar en diálogo con la naturaleza, de estas latitudes o de cualquier otra, si no se soportan las primeras agresiones y destratos que intimidan, incomodan y repelen. Hay que hacer frente a esa realidad, y desde ya, también asumir la soledad que rodea al contemplador.

El mar sugiere tantas cosas... Para la vida contemplativa o eremítica, por caso. ¿Se podría hablar de un magisterio marino? Así como se habla de una "espiritualidad del desierto", también se podría hablar de una " espiritualidad del mar". Hay semejanzas entre uno y otro estadio. Tanto uno y otro no varían demasiado en el sitio en el que se encuadren: el mar es casi el mismo aquí que en la otra punta del mundo. Ambos atraen de entrada pero luego cansan en su monotonía, en el paisaje inalterable -no siempre encanta el mar; puede aburrir. También, ambos lugares pueden enloquecer al que lo habita: es folclórica la locura de los corsarios como la de los hombres del yermo. Los dos ámbitos van configurando la personalidad de aquellos que perduran en el tiempo en semejantes parajes. Mar y yermo se besan, océano y desierto se abrazan.

Pero toca volver, nuevamente, y dejar atrás el mar eremita, padre de ermitaños. Pero dejarlo físicamente no significa darle la espalda existencialmente. Se puede llevar el océano en el alma. O todavía más, ya existe un océano en la interioridad. El alma posee, de hecho, una hondura y una extensión mayores que el Atlántico. Hasta puede hablarse de un Océano divino de amor que yace oculto en el ánima del visitador, del viajante mortal. El Amor oceánico que anima al contemplativo es infinitamente más encantador que todos los mares que pintan la Tierra. Mi tierra, frágil y pequeña, es capaz de ese Océano anterior al universo. Está en uno la decisión de sumergirse en esas Aguas vivificantes y allí vivir, como pez en su agua... ¡Hábitat sobrenatural del mamífero parlante!


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