viernes, 27 de diciembre de 2019

Soledades marinas.

DIA II

De sus soledades vengo... De las del mar. Tan inmenso, y, sin embargo, uno solo. Tan solo.
Lo mismo acá y allá. Bien acá sobre mis pies y más allá donde se pierde la vista.
El mismo mar, ayer y hoy, hasta que desparezca, como canta el Apocalipsis.

Soledad marina que me invitas a la soledad.
Soledad del mar que me compartes tu soledad. ¿Para qué? ¿Por qué? No podría saberlo.
Buscas que me haga solitario. Y al mismo tiempo, no me darías tus secretos si no fuera solitario -o ansiara serlo.

¡Cuántos secretos escondes, oh mar, que pareces indiferente!
¡Cuánto tienes que contarme, mar, que citas a la hora del crepúsculo!
Pero me hablas... Con tu danza, con tu melodía, con tu perfume. Tienes un lenguaje que solo lo interpreta aquel que te atiende con demora y con afecto.
Inconmovible como eres conmueves al que logra ver en ti un sacramento.
Es tuya la presencia misteriosa que refiere arcanos divinos, que señala seguro el mundo invisible.
Por ello no te atienden los playeros circunvecinos. Temen contemplarte desinteresadamente. Pacientemente.
Eres -me atrevo a decirlo- mas celeste que el cielo que te abraza. Sí, y aunque no sea feliz la comparanza, confieso que entreveo el paraíso más en tu figura que en la del firmamento.
Atraes. No sueltas. Inmantas poderosamente.

Pero es el momento de volver a casa y dejarte nuevamente en tu insospechable soledad, tanto o más violenta que la de las altas montañas.
Soledad cartujana del mar: no me abandones en esta tierra populosa y bullanguera.



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