jueves, 26 de diciembre de 2019

Escollera.

DIA I

Otra vez el mar... La inmensidad. La nostalgia.
El mar que daña. Que lástima. Que hiere.
El olor a sal, a gaviota en vuelo, a océano abierto.
Otra vez un mar que es, sin embargo, una novedad. El primer mar. La buena noticia de lo infinito y de lo ilimitado que da alegría.
Sí, alegra el corazón ver el mar. Pero duele... Se sufre lo que no tiene nombre.
¿Qué es? Los días lo dirán. O no.

Espuma crema que lames la roca, lame mi corazón.
Espuma que no cesas de lamer la roca estancada, continúa tu obra.
No abandones tu oficio,  tu labor, tu misión.
Es tuyo el papel de desgastar el mineral adusto.
Tu incansable vocación es signo y figura de la misericordia divina.
Tu arremetes con gracejo la piedra empeñada en enfrentarte, en sostener el conflicto. Ese orgullo mineral...
Envuelven las olas la escollera enmohecida, sujeta a las algas y al viento enfurecido, y la limpian, la lavan, la descubren en su primordial color. Agua salada que nombras la piedra cubierta de musgo.
Porfiadas olas que estremecen los pétreos cimientos de la costa y hacen cantar a la playa entera. O mejor, suman su voz al coro que deleita la costanera de Miramar.
¿O es un grito? Si lo fuera, de seguro que desgarraría el alma de aquel que contempla la escena en vacaciones.
De profundis playero de un gallardo melancólico que se deja impresionar, inspirar, por el contexto especial. Con un whisky en la mano, con un cigarrillo en la boca y con una pena en el pecho.

Mar nuevo de resonancias antiguas.
Mar tan antiguo que el Edén de enseñanzas nuevas.
Mar mío, mar tuyo, mar que baja del cielo a sanarnos las heridas...

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