domingo, 28 de enero de 2024

Juicios apresurados...

 


 

Hace tiempo que en los ambientes católicos pululan dictámenes y sentencias morales que no hacen más que socavar todo proceso de conversión o cualquier iniciativa para colaborar con las familias, las parroquias y las instituciones sociales que contribuyen a la realización, al menos parcial, del bien común completo. Y creo que estas sentencias o juicios simplistas y apresurados son consecuencia de una errónea concepción antropológica.

Resumidamente el inconveniente es el siguiente: desde que se empezó a enfriar la caridad, el pensamiento racional que daba luz a la recta doctrina inscripta en la ley natural gracias a la divina, empezó a dar lugar a lo que he convenido llamar cientificismo-moral o moralismo-científico. De tal modo, que la vida moral empezó a ser escrita o dicha no por auténticos moralistas católicos, sino por científicos moralistas que se creen católicos. Por supuesto que esto se ha dado, en gran parte, de manera inconsciente y con  las mejores intenciones, aunque no siempre.

Es que un error en la concepción de la persona humana puede derivar en imprudentes juicios o razonamientos sobre la intencionalidad de sus actos o sobre la responsabilidad de los mismos. Lo que en última instancia significa que, en un desenlace trágico o fatal, un hombre puede ser sentenciado injustamente.

Ahora bien, debo aclarar que este escrito no pretende abarcar exhaustivamente el tema, ni creo que eso sea posible, sino que intenta algunas  aproximaciones sucesivas a la naturaleza insondable del hombre. Lo cual ayudaría, desde algún punto de vista, a echar luz sobre tema tan simple pero profundo a la vez. Adelantamos entonces que un acercamiento adecuado al misterio humano será crucial para sortear reduccionismos cientificistas, que en estos temas son tan espurios como inconducentes.

Distinción importantísima esta, entre problema y misterio, de carácter terminológica o conceptual que posibilita una mayor comprensión de la naturaleza del hombre. Según el filósofo existencialista Marcel (1951):

“Un problema es algo que encuentro, que aparece íntegramente ante mí y que por lo mismo puedo asediar y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por consecuencia sólo puede pensarse como una esfera donde la distinción de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y valor inicial. Mientras que un problema autentico puede resolverse con una técnica apropiada en función de la cual se define, un misterio trasciende por definición toda técnica concebible.”

Es decir, el gran problema es ver todo como un problema. En cuanto a la metodología de la investigación el problema hace las veces de guía en el estudio. Y no está mal. Pero no pueden trasladarse tales criterios o parámetros a la vida moral de la persona y pensarla como algo que se soluciona con una técnica apropiada o un recetario de actos morales.

El misterio, por su parte, es algo que nos rodea, que nos es propio y nos sobrepasa a la misma vez. Aquello que no puede tomarse como objeto, ni como algo mesurable. El Misterio se desenvuelve en dos ámbitos: en el de lo meta-técnico y en el de lo meta-problemático. Es decir, aquello a lo que la técnica no tiene acceso y en donde lo problemático es insuficiente. Y además, comprende justamente todos aquellos factores que creemos entender y tener por ciertos, entre los cuales podemos contar los biológicos, psicológicos, culturales y espirituales. Por supuesto, que en cierta manera podemos acceder a ellos, sobre todo a los primeros tres. Pero, su rostro más profundo está totalmente velado. Y este rostro es el que me interesa que no se intente descubrir, pues el mismo intento es cuanto menos un desafío a lo sobrenatural.

Pedro Laín Entralgo describe en su libro “Teoría y realidad del Otro” los tipos de relaciones o encuentros que podemos tener con las demás personas. Uno de ellos es en el que se genera una relación de ‘objetuidad’ y como nota principal resalta lo siguiente:

“La abarcabilidad. Reducido a objeto, el otro es, en principio un conjunto de caracteres o propiedades perfectamente abarcable… Sea cualquiera mi modo de objetivarle, el otro en cuanto objeto es para mí un conjunto abarcable de datos particulares.”

Para esta concepción luego de una exhaustiva descripción fenomenológica del objeto-persona puedo definirlo acabadamente y por tanto predecir su comportamiento, como se hace con las variables de un fenómeno estadístico. Y no solo esto, sino que puedo catalogar su accionar en determinados esquemas de pecado. Básicamente son tres los movimientos intelectuales que se necesitan para lograr esto: Aprender las leyes morales universales, ver el caso en particular y dictaminar si se aplica o no. Pero lo que se escapa en estos casos, es una pequeña cosa, no vaya a creer que es mucho. La pequeña cosa que se escapa es “el hombre”.

Sin embargo sé que hay muchos que no caen en este error, ahora recuerdo uno que tal vez en este blog todos conozcan. Estoy hablando del P. Brown que logra aceptar esta imposibilidad o mejor dicho esta paradoja o tal vez este misterio y por eso cuando explica su método dice:

“Yo no intento eludir al hombre. Lo que yo intento es meterme dentro del asesino... en verdad... ¿No ve usted que esto es mucho más que lo otro? Me meto dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de uno, muevo sus brazos y piernas; pero espero y trabajo hasta hallarme dentro de un asesino, pensando sus pensamientos, acunando sus pasiones; hasta que logro vivir en su postura encogida y su odio concentrado; hasta que veo el mundo con sus mismos ojos ensangrentados y entreabiertos asomando por entre las rendijas de su abstracción medio loca, corriendo tras de la perspectiva de un callejón recto que desemboca en un pozo de sangre; hasta llegar a ser un verdadero asesino” .

En Chesterton la mirada es in toto, en el todo. Se desenvuelve en una psicología integral de la persona. La piensa como él piensa y por eso puede acercarse aún más a ella. No es un objeto externo donde cabrían elucubraciones matemáticas, es él mismo en la posibilidad de cometer un crimen. Su pensamiento no es meramente intelectual o analítico, es hondamente vivencial. Para el P. Brown, y lógicamente para Chesterton, cabría este párrafo precioso de Unamuno que dice:

“Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea específico para pensar; mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida.”

Por ahora agregamos que para adentrarse en estos temas es necesario dejar de lado la concepción problemática de la vida y dar lugar al Misterio de la vida. No sería prudente cansar al lector, por lo que  más adelante seguiremos profundizando sobre estos temas. Paciencia, querido amigo…


viernes, 26 de enero de 2024

Frívolo, Flojo y Furioso.

Abel Grimmer


Del libro El Evangelio de Jesucristo. (1957)

Por el Padre Leonardo Castellani.

Mt 13, 1-23; Mc 4, 1-20; Lc 8, 4-15

La Parábola del Sembrador es la primera de las ocho denominadas “del Reino” que Mateo pone seguidas y Marcos y Lucas separadas; pues muy probablemente Cristo las improvisó en diferentes ocasiones, ya una, ya la otra. Los rabbíes trashumantes eran improvisadores, como nuestros payadores; y tomaban pie de cualquier cosa que vieran para sus poemas, o recitados de estilo oral, mejor dicho.

Ésta del Sembrador es una de las dos parábolas que Cristo mismo interpretó, a pedido de los discípulos; y no se puede negar que fue vivo, porque interpretó las más fáciles; o será que nos parecen fáciles a nosotros, porque ya están explicadas autoritativamente.

Entre el recitado y su interpretación está intercalado en los tres Evangelios el turbador pasaje que llaman “la motivación de las parábolas”, en el cual el Salvador siendo preguntado, por un fariseo probablemente: “¿Por qué les hablas en parábolas?” contesto en suma con esta salida: “¡Para que no entendáis!”. Pero para que no entendieran ¿no era lo más práctico callarse? Si un Salvador no quiere salvar, lo más seguro y barato es callarse la boca.

Es una respuesta irónica de Cristo. Ironía ensenan que es decir las cosas al revés; como por ejemplo, hablar de la gran cultura argentina. La verdad es que ironía es la indignación templada y como forrada por la inteligencia; como cuando Cristo le dijo a Nicodemus: “Tú debes saberlo bien, que eres Maestro de la Ley.” La ironía es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los anéticos: “el hombre magnánimo usa de la ironía” dice Aristóteles: “vir magnanimus utitur eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea inglés o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco desarrollados. No se puede decir esto ni de la ciudad de San Juan ni del Maestro Calderón de la Piragua, que es de origen inglés. Pues bien, Cristo tenía el sentido del humor pese al juicio contrario de Cronin en Las llaves del Reino.

Cristo respondió muchas veces irónicamente. La ironía es estilo indirecto; y además es estilo pregnante, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo. Cristo pues podría haber respondido en estilo directo más o menos: “Yo predico como debo predicar, es la forma más adecuada que existe para enseñar verdades estrictamente religiosas; es decir, misterios; en la forma que ya profetizara de mí el Rey Profeta en el Psalmo 77, y el Profeta Isaías en su Recitado Sexto... Yo sé perfectamente y de antemano que vosotros, oh fariseos, de esta forma mía de predicar, os haréis una piedra de tropiezo y una ocasión de perdición; pero es porque en el fondo queréis perderos. Unos saldrán diciendo que no entienden, otros entenderán más de lo que hay, unos que es difícil, otros que es pedestre, otros que eso no es para ellos sino para los “chinos”... “para esa maldita plebe que no conoce la Ley”, como dicen ustedes los fariseos, cuando están entre ustedes. Pero yo no por eso voy a dejar de predicar como corresponde... y como a mí mejor me parece y place, ¡últimamente, caramba!... Ustedes no me pagan mis prédicas, yo predico como mejor me parece...”.

Pero el amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación produce estilo indirecto, ironía. Y así Cristo, en vez de responder larga y directamente, respondió breve e incisivamente: “Hablo así para que se cumpla lo que dijo Iéyada el Profeta:para que viendo no veáis –porque vosotros os dáis de muy videntes y sois ciegos– y oyendo no oigáis; porque este pueblo me tiene mucho en la boca y poco en el corazón; y de ese modo no entiendan, y yo no los sane, y tropiecen y se pierdan... Para eso hablo en parábolas.”

Esto se llama una profecía conminatoria, esas profecías que se hacen para que no se cumplan; y cuanto más atroces, son más piadosas; como cuando uno le dice a su hijo: “Vos vas a acabar en la cárcel.” Prever lo que va a pasar no siempre es desearlo; y decirlo de antemano con gran fuerza a fin de ponerle óbices, eso es amor y no es odio. Así pasó en Nínive con el Profeta Jonás.

En la parábola del Sembrador, el Sembrador es Cristo, y las tres clases de semillas malogradas son tres clases de hombres que fallan en la fe; en quienes se malogra “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.

Estos tres hombres se podrían denominar el Frívolo, el Flojo y el Furioso. Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla; porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos –o cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada. Y así hay tres clases de hombres con respecto a lo religioso, que se pueden simbolizar en Don Juan Tenorio, el Fausto y el Judío Errante. Y si quieren personajes históricos y no legendarios, digamos por ejemplo Casanova, Goethe y Napoleón, para no salir de nuestros tiempos.

Nuestros hechiceros tiempos se especializan en la fabricación en serie de hombres frivolos –con venia del galicismo–, que en español se dice: livianos, casquivanos, volanderos, botarates, pueriles, no desarrollados. El biólogo Carrel dice –quizá con exageración– que la gran mayoría de la población de EE.UU. no está desarrollada psíquicamente más allá de la edad mental de 14 años.

No lo sé. Lo dudo. Quiera Dios que nosotros hayamos llegado siquiera a los 12.

En los tipos frívolos o distraídos la fe no puede ni prender siquiera, porque ella pertenece al dominio de Lo Serio: allí cae sobre el camino, es sembrada en la calle. Ellos pueden hablar de Dios y aun saber el Credo, como Don Juan; pero lo Religioso está amputado e ellos; o mejor dicho, está atrofiado. Don Juan Tenorio no es el símbolo del “pecadorazo español”, como cree Ignacio Anzoátegui, del hombre que “cree fuerte y peca fuerte” de Lutero. ¡Ni por pienso! Don Juan Tenorio con sus bigotazos, sus desplantes, sus bravatas, sus conquistas y su espada pronta, es un varón poco desarrollado; el doctor Marañón lo clasifica incluso entre los 'feminoides”. Por eso entiende tan rápidamente a la mujeres en lo superficial; porque es amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un misterio profundo y respetable, por no decir adorable; para el achiquilinado es algo como el ratón respecto al gato: algo enteramente claro y perspicuo. Don Juan Tenorio está lleno de malos pensamientos y pequeñas porquerías; pero no peca, hablando en serio; el pecado es una cosa seria y no es lo mismo ser pecador que chico malcriado. Las que pecan serían en todo caso las mujeres que lo siguen, como el caburé no tiene la culpa que las gorrionas se le vayan encima: pecado de bobería, que es uno de lo más peligrosos que hay. Esa Margarita, por ejemplo, que Goethe quiere damos como un portento de inocencia... Es una mujercita un poco corrompidita; la prueba es que se hace la bobito. Quizá nos equivoquemos ¿no?

Fausto si peca: cuando seduce a Margarita sabe lo que hace; y por eso vacila y tiembla. Mientras, Don Juan no sabe lo que es vacilar, y ésa es una de sus fuerzas. Fausto es el hombre que ha recibido la fe, que es capaz de lo ético y lo religioso –es capaz del amor y no solamente del deseo–: pero en el cual la fe se secó pronto porque él no quiso sufrir; y por tanto no quiso obrar conforme a la fe; y la fe sin obras es muerta. Cristo declara netamente que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que la religión los va a remolcar por un camino que les causa pavor; y por eso desenganchan al momento. Con éstos el diablotiene más trabajo, pero también más cosecha. Con los primeros, “las aves del aire fuliginoso” se limitan a comerse las semillas antes que nazcan; aquí ya interviene Mefistófeles con discursos, promesas y vivezas; y hasta con golpes de mano a veces. Lo demoníaco, que en Don Juan está oculto, aquí se hace visible.

El tercer caso es más tremendo: allí la fe existe, pero está cubierta y como fagocitada y convertida en fermento de acción... y desesperación. Lo demoníaco es aquí inmediato: no necesitan un Mefistófeles al lado. Fermento de acción mundana, por supuesto, no de acción interna, que es la verdadera acción: de agitación, hablando en plata. Todos esos hombres a presión, esos hombres agitados y poderosos que han hecho grandes cosas –ruinosas– en la Historia (“Gigantes viri famosi” los llama el Génesis) como Napoleón Primero o Hitler, son en el fondo hombres religiosos; pero su religiosidad está desviada. La Semilla cayó entre Espinas.

Lo Religioso es lo que impulsa al Judío Errante a su fatídica errabundia: si no puede pararse es porque tiene fe, pero su fe está aprisionada por una pasión; símbolo poderoso que creó el Medioevo para significar el mismo disperso y errabundo pueblo judío.

Ashaverus tiene verdadera inquietud religiosa: sabe que ha pecado contra Cristo y que ese pecado no es una cosa indiferente ni siquiera corriente, sino extraordinaria y horrorosa; pero no llega a postrarse ante el Muerto a pedir perdón. Y entonces el desasosiego espiritual, que es el manantial de la religiosidad, en vez cae volverse fe se vuelve angustia.

Pero estos terceros infieles son los que más fácilmente se convierten: la Desesperación es la Enfermedad de Muerte, pero al mismo tiempo es el Remedio. Ashaverus se convertirá al final; el que no se convierte nunca es Fausto: Goethe se equivocó al hacer convertir a Fausto en su Segunda Parte. De hecho Goethe, que fue el verdadero Fausto, no se convirtió nunca, que nosotros sepamos. Fausto es la Duda; y la Duda no puede convertirse porque entonces se aniquila a sí misma, hablando en el mundo de las Ideas; puesto que sabemos que todo hombre puede convertirse si quiere.

Pero en el mundo de las Esencias, Fausto convertido es una contradicción; lo mismo que un Caifás convertido.

En nuestros chapuceros tiempos modernos hay de todo, como en las revistas argentinas: hay el Desesperado, hay el Dubitante y hay el Distraído-Divertido; o si quieren de otro modo, existen el Afiebrado, el Amputado y el Atrofiado, los tres tipos que previó Cristo. Pero como hemos dicho, nuestra época se especializa en este último; lo mismo que las revistas argentinas: en el Divertido-Distraído.

Consolémonos: también hay tres tipos en los cuales la Semilla no se malogra, que son el Penitente, el Pío y el Perfecto. En unos da 30; en otros, 60; en pocos da el 100 por uno, los cuales se llaman los Hombres del Ciendoblado. Éstos son los hombres que hacen todas las cosas que predican; que tienen una fe total y todos sus actos expresan esa fe. Los que gritan son oídos en este mundo; pero mucho más son oídos los que no gritan y hacen. El Ciendoblado es el hombre cuya vida predica el Evangelio sin muchas palabras; que cuando habla del sufrimiento, sabe lo que es sufrir; cuando habla de la renuncia, sabe lo que es renunciar; cuando habla del martirio, sabe lo que es el martirio. Y cuando habla del Amor de Dios, dichoso él, sabe lo que es el Amor.

Nada de eso sabe el frívolo. Hoy día casi todo es “calle”. El diablo ha inventado un Camino Anchísimo para confort del hombre moderno: una “autoestrada”. Ha hecho que todo se vuelva calle y trocha, hasta el hogar, hasta la escuela, hasta la iglesia; no puede pararse uno, todo es para caminar, como el mundo entero para el Judío Errante; y, naturalmente, todas las Semillas caen en el camino. Y, naturalmente, de esa manera ha obligado al Sembrador a tomar el arado y convertirse en Arador.

“Los pecadores me araron el lomo”, dice el Profeta David profetizando los azotes de Cristo; mas llegará un tiempo en que Cristo habrá de tomar el azote y ararnos a nosotros, paraque nos salvemos aunque sea “tanquam per ignem”, a través del fuego. Peor es nada.

La bomba atómica puede convertir a Europa, dice Belloc; y si no convierte a Europa, paciencia; por lo menos me puede convertir a mí...

lunes, 22 de enero de 2024

Montaña: Soberanía, Sociedad y Destino.

 

Nanga Parbat


«Y subió a la montaña, y llamó a los que Él quiso, y acudieron a Él.»
Mc 3, 13 

 

Montaña, escenario de llamadas superiores.
Montaña, ámbito de recurrentes epifanías.
Montaña, marco ideal de fundaciones.

Montaña...
Ethos preferido del Maestro.
Instancia de escucha y decisión.
Desafío supremo; seguimiento absoluto.

Hay que subir, elevarse y escalar: son las primeras condiciones del Rabí Montañés.
Abandonar los bajíos existenciales y ponerse en movimiento a lo trascendente. Atacar las cumbres que van apareciendo en los caminos de la vida. Aclimitarse durante días, a veces temporadas, en lugares altos y desolados. Avizorar las zonas de muerte. Aceptar los límites, y al mismo tiempo, probarlos. Probarse. Resistir con alma y cuerpo el ascenso fatigoso, arduo,  aun terrible. Hay Alguien que espera en la cima, que llama desde Arriba: consuelo y confianza de todo montañero. Él optó por ese lugar de encuentro, de comunión profunda y decisiva. Por algo será... ¡Amemos la montaña, pues!

Hay Vida donde parece no haber vida.
Hay Vida en espacios donde nada crece.
Hay Vida en la muerte..., "Sociedad en la nieve".

Hoy casi nadie cree en los milagros. Porque dejan de rastrear y buscar, porque no la ven, ni siquiera con la última tecnología. La Posmodernidad ya ni vibra ante el heroísmo -sólo lo consume detrás de una pantalla, para luego digerirlo y olvidar. No hay voluntad de rescatar a los que viven, a los que a pesar de todo cargan con su existencia, a los que sobreviven en un mundo totalmente adverso y hostil, en un extraño sitio rodeado de peligros y demonios.

Es difícil perseverar en los aviones caídos. El hombre ha sido diseñado para volar y viajar por los cielos, cruzando fronteras, desafiando al tiempo y al espacio. Pero ¡qué desastre si cae de la altura a la que está llamado! ¡Qué desgracia si se estrella contra rocas desconocidas! Y, sin embargo, tales accidentes parecen ser más frecuentes en esta época. La consigna es no desesperar, ¡no desanimarse! A veces son necesarios ciertos aterrizajes violentos, estrepitosos. Humillantes. Aunque nuestras existencias estén rotas, abiertas a la intemperie, sin comida y sin cobijo, todavía es posible el milagro. Es posible también seguir confiando en el poder y la gloria del espíritu humano. El alma es todopoderosa cuando quiere. La comunidad de corazones puede lo imposible si se lo propone. Es cuestión de fe, de entrega incondicional, de servicio recíproco. De lúcida cooperación y de fino discernimiento. De cor-aje. Se juega la vida y la muerte en el corazón del Ande. Por eso "no hay amor más grande que dar la vida por los amigos".

El Amor mayor, no obstante, es el que atrae a tales elevaciones... Él da, pero también exige. Sabe lo que podemos, hasta dónde podemos. No pedirá de más, pero pedirá todo. Todo el ser ha de elevarse allí donde Él se encuentre. Subir y bajar, ascender y descender, bordear moles de piedra y adentrarse en la espesura: puesto que toda cordillera, cada altura, tiene sus variadas formas y curiosos perfiles, sus trampas y sus grandes dificultades, sus grietas mortales y sus rincones oscuros, sus abismos abruptos y sus múltiples extremosidades. De ahí que se prueben tantas cosas en la montaña del Señor. Muchas habilidades se han de activar y cultivar en el ascenso, aprendiendo a cada paso, aprendiendo de los errores, corrigiendo multitud de cuestiones, y las coordenadas... Detectando los fantasmas que habitan en las montañas: alucinaciones, "males de altura", imprudencias fatales, ambiciones desmedidas... Agonía y éxtasis de una aventura extraordinaria. Llevo de crampones la oración y la belleza; y de piqueta, la santa confianza.

Dios quiere que subamos, sí, pero la meta siempre es Él. No la cima, no muchas veces. No la cima que creíamos. No los objetivos y las metas que pensábamos. Podemos llegar a olvidarnos de porqué subimos, a qué subimos, hacia Quién nos dirigimos. Subimos a la montaña no para estar en la montaña tampoco sino para hallarlo a Él y permanecer con Él. Y Jesús está ya en el camino, él es el Camino del ascenso, de todos los circuitos existentes, de rutas posibles... e imposibles. Él es nuestra Montaña. Es bueno, es sabio, ir descubriendo Sus huellas en cada mojón del sendero, en cada confortable campamento, en cada valle árido como en cada veguita, en cada afilado peñón, e incluso en los glaciares y seracs más temibles. Es hermoso el hecho mismo de caminar, ir caminando, tomando consciencia de su Presencia en la montaña (tal vez con ocho pisos y oficinas dentro),  de cómo nos llama y quiere que le sigamos, que acudamos a Él, que le hagamos compañía en los altos limpios.


Vallecitos

En la majestuosa naturaleza rocosa se da la inaudita misión, acontece la insólita vocación en terrenos sublimes. Es en la desacostumbrada situación extrema donde abundan los riesgos y en donde la única seguridad sigue siendo Él; su Voz a través de furiosas ráfagas de viento, de tormentas sorpresivas, de continua nevisca insoportable... En semejantes parajes, en apariencia inhumanos, en donde tanto cuesta encontrar las vías de acceso para continuar la marcha, allí, el Señor del Universo revela su Soberanía eterna. Allí se desvela su celeste querer completamente misterioso, insondable, supraracional. Allí, el designio divino se muestra totalmente incomprensible, irrastreable, abrumador...

La Gracia, desde entonces, tiene voz de montes y collados y su ropaje es ropaje de nieves eternas. Un silencio andino susurra el secreto del Gran Rey de las montañas. Y las serranías de la Palestina del siglo primero se me antojan cercanas, tangibles. Me apropio de la escena. En un pequeño versículo: ¡todo el itinerario! Me incorporo en las subidas, con los Doce, con María, también con la Magdalena. Lo busco con el impetuoso Cefas, porque "todos los buscan" a fin de cuentas.  Persigo su fuerte olor como sabueso de los cerros. ¡Es mi Presa, más también mi Cazador!

Subió a la montaña... y sigue subiendo.
Llamó a los que quiso... y sigue llamando.
Vinieron con Él... y siguen viniendo al encuentro del Amigo de las Montañas.

¿Siguen? 

¿Viven?

¡VIVEN!


H.

lunes, 15 de enero de 2024

Nueva creación, nueva creatura.

 Mc 2, 21-22

A Evangelio: cuerpo nuevo, mentalidad nueva, corazón nuevo.

El Evangelio tiene que necesariamente hacer reventar la personalidad antigua; la bestia pasada y pesada de cargas y rutinas -convencionales, insulsas, extenuantes, absurdas...
Se pierde la Gracia al tiempo que se derrama y extravía aquel "buen nombre" que intentaba atolondradamente y cándidamente acoger la Buena Noticia: el nombre de aquel hombre viejo debe morir, aquella reputación mundana del Yo vanidoso tiene que perecer antes de la decisión total y del riesgo seguro por vivir el Evangelio completo: el vino fuerte y fresco que revitaliza todo el ser. Y que salva.

Siempre habrá tirantez, siempre habrá tensión extrema, siempre el conflicto y hasta la contradicción en el hombre interior que busca pero que no acaba de rasgar ese ropaje de miserable bufón que lleva desde la temprana adolescencia, de quitarse por fin el vestido viejo de su existencia -creyente, social, ideológica, afectiva...-, de desnudarse a la vista del mundo en la plaza pública ofreciendo un espectáculo digno de lástima mas también digno de gracia e incluso de escándalo. Una escena que cause risa y confusión, sí, y furias contenidas... Por saberse desnudo, pero antes por haberse animado a arrojar lejos de sí el aspecto andrajoso y lamentable de una indumentaria que no es hecha a la medida de uno, de una vestimenta inferior al hijo del hombre creado a imagen de Dios. Porque más ridículo y patético, profundamente trágico, es el continuar zurciendo el vestido viejo con retazos de paño nuevo; con arranques creativos que se frenan, con instintos santos que no se siguen como fiel sabueso de olfato distante, con tímidas reformas de hábitos esenciales, con impulsos vitales que no logran sostenerse ante el opresivo Cronos, y, sobre todo, con aspiraciones absolutas que no devienen estilo y destino humano y divinos.

Así transcurren los días y los años como vino joven y poderoso que amenaza con estallar y echar a perderlo todo: fervor del Espíritu que se va apagando e historia personal que corre el peligro de la frustración y del rechazo subterráneo a la sostenida Gran Propuesta: la entrevista Jauja. Posibles y terribles pérdidas de una desatención a las llamadas superiores de la Consciencia. Negligencia blanda y sombría que no permite el ingreso de lo incondicional y supremo en lo cotidiano y pequeño. Triste escenario -¿¡y posible!?- de haber fallado al Propósito único e irrepetible de la propia biografía a fuer de continuas dudas, de incertidumbres mal asumidas y, fundamentalmente, del repetido aplazo a una Conversión que cada vez se torna menos impostergable -que nunca lo debió ser- y cada vez, más ardientemente perentoria.

El despojo radical es tan irrevocable como el cambio permanente.
La plaga del prejuicio se termina con la apertura valiente y sincera a lo distinto, y con la sacrificada aceptación de la Realidad -la propia y lo que hay.
La infecunda rigidez estructural se detiene -o se enfrenta- con la renovación y reivindicación de la singularidad de la persona humana, hija amada de Dios.
Tal perspectiva choca con la lógica de la ilustre mundanidad, o la del severo Fariseo de turno.
Es tan revolucionaria esta posición como usar odres nuevos para vinos nuevos o de ofrecer el vino mejor al final de las Bodas..., son las ocurrencias de un Maestro danzante que cautiva y enamora a cada paso, con su sola presencia, con sus infinitas locuras...

Y detrás está siempre la diabólica Tentación que obstaculiza el ascenso y la transformación: el angosto camino ascendente y la metamorfosis del nuevo Tabor.
Es la primordial Tentación que subrepticiamente nos adhiere más a la piel el vestido viejo y rotoso que impide la auténtica liberación.
Es la Tentación que refuerza los cueros viejos; demonios del odre ajado que no retiene el vino puro del Reino de los cielos, que es inminente, más aun, que está presente.

¡En vano sufres, alma mía, la rotura de lo nuevo con lo viejo!
¡Sal de aquella vil hendidura!
Deja de zurcir ansiosamente... la misma lastimadura.
Deja el cuero feo y viejo que te angustia.
¡Rompe el rancio odre que en nada aprovecha!
El vino de la parábola, si no se renueva, se envenena.
La vid añosa, que no se poda y se cuida, se vuelve cargosa y apestosa.

Nueva creación: nueva creatura.


H.

miércoles, 10 de enero de 2024

¿Tus siervos escuchan?

 


1S 3, 1-21 


Todavía hay jóvenes que sirven a ancianos sacerdotes...
¿En verdad quedan Samueles al servicio de Helíes?
¿Dónde están?

En aquellos días la palabra del Señor era rara...
¿Y hoy no es cosa rara la palabra de Dios?
¿Raro que Dios llame?

En aquel tiempo las visiones proféticas no eran frecuentes...
¿Acaso vemos profetas en la actualidad?
¿Se cree aún en el espíritu de profecía...?


Viejo Helí, que sigues cómodo en tu puesto desde hace tanto tiempo, comienzas a perder la vista completamente, ¡estás ofuscado!, no puedes ver con claridad y te cuesta discernir el actuar de los consagrados al Señor. Sufres porque no alcanzas a entender que Dios todavía sigue llamando a sus escogidos de antemano.

Viejo Helí, desdichado de ti, hijos tuyos serán castigados por Yavhé porque hicieron lo que era desagradable a sus ojos, y tú no supiste o no pudiste corregirlos en el tiempo oportuno. ¿Y ahora? Ahora es tarde... Por suerte, algo escuchas, y conservas en ti la dignidad sacerdotal para aceptar, con humildad y grandeza, que tus días terminan y tu misión se acaba en esta tierra. Llegó la hora de Samuel.

Todavía no se ha apagado la lámpara de Dios...
Arde, en el Santuario del corazón, y en el alma de esta Iglesia aparentemente vencida. Dios sigue presente. Las vocaciones apenas brillan pero están, están vivas y ardiendo... La presencia del Señor que llama es tan frágil como ese fuego que apenas llamea sobre el candil, que a un leve soplo se consume, que basta una suave brisa para apagar la llama y toda ilusión, para dejar el sagrado altar oscuro, frío y humeante...

Sin embargo, también aquí se esconde el secreto del inconmensurable poder de una chispa divina que lucha por mantenerse encendida, dionisíaca, siempre ascendente, siempre elusiva. ¡El fuego no se agarra! Quien lo intente, ya sabe qué pasa. Es el Fuego devorador quien aún mantiene encendidas esas llameantes, tímidas y gráciles vocaciones sobre el candelabro de nuestra condición humana, en este tiempo y en este espacio. Es acá. Es ahora...

En este juego de luces y sombras en los amplios salones del Templo de Yavhé radica la extraordinaria belleza de todo llamado religioso. Es el espacio vital, íntimo, inviolable donde ocurre el dinamismo samuelístico que conmueve los cimientos del orbe. Que atraviesa toda la Escritura. Porque el fuego es de Él, porque el Templo es de Él; mejor dicho, Él mismo es el Fuego y es el Templo. 

Es el Espíritu. Espíritu que sigue levantando a los jóvenes con vocación, aunque se duerman, aunque tiemblen y se espanten. Quiere hacerlos renacer, el Pneuma, que extrae energías inagotables de materias inertes, que genera fuerzas descomunales en cuerpos flacos. Que hace del dubitativo discípulo, un ser de escucha y de acogida. Al dormido lo despierta, y lo empuja a correr. Le exige que dance, como lenguas de fuego, como llamaradas pentecostales. Dios hace correr, y corre con nosotros. Tiene prisa. ¡El Amor siempre tiene prisa! Nos hace responder: Él da la capacidad de responder a su Voz que descuaja los cedros del Líbano. El que saca de nosotros las ganas de entregarse sin medida, sin reserva, sin condiciones al Omnipotente.

No obstante, mucho ha de sufrir el elegido. Tres veces fuiste llamado Samuel, y cientos de veces más los que sigan tu ejemplo. Tres veces -¿fueron tres?- te acostaste, te levantaste y corriste para ponerte a disposición del anciano Helí, casi ciego, casi sordo, pero todavía padre(madre) y maestro.

¿Qué habría pensado y sentido Samuel en sus correrías nocturnas por causa de una vocación?
¿Qué no habrán pensado y sentido los llamados por la misma Voz misteriosa a través de los siglos?
¿Qué no piensa y siente hoy un simple consagrado, el buscador de un Dios que aún no conoce, que aún no le habla claro y fuerte?

Pero Samuel era demasiado joven... No había caminado lo suficiente en la vida, no había sufrido lo suficiente el dolor del mundo, no había tenido aún la experiencia de un Dios celoso y aterrador. Tremendo. Inflexible. Invencible.

Samuel no conocía al Señor ni su Palabra había acontecido en su corta existencia.

Por eso debía seguir buscando. Tenía que seguir insistiendo. Una vez, dos veces, tres veces... Alza la voz, muchacho, no tengas miedo. ¡Oh Samuel!, hijo de Ana, la madre orante y confiada a Yavhé, sigue rogando sin cansancio: "Aquí estoy porque me has llamado". Eso es, vuelve a decirlo desde tus entrañas quemadas y tu cuerpo cansado: "Heme aquí, heme aquí, Dios de mi vida y la alegría de mi juventud, heme aquí, no me escondas tu Rostro, que no quede frustrada mi esperanza. Heme aquí, confío en ti. ¡Soy de tu propiedad!". Y no vaciles en tu interior, Samuel, no murmures en tu desierto, gimiendo: "¿En realidad me ha llamado, mi Señor? ¿A mí, siendo tan torpe, débil e inmaduro? ¿A mí, el pecador, un miserable? ¿No habrá habido una equivocación en todo este asunto vocacional? ¿No habrá delirado mi devota madre? ¿No habrá fallado mi docto padre, Helí? Por qué habría de ser todo tan difícil y complicado, me pregunto. ¿Por qué este caos? Si Él me llamó la primera vez, ¿por qué no fue claro de entrada? ¿A qué tantas vueltas? Este ritmo de acostarse, levantarse, correr y responder para volver a dormir otra vez, a veces me irrita, a veces me angustia... ¿Querrá mi Dios probar mi fidelidad o mi docilidad? ¿O simplemente estará jugando conmigo?".

Pero no, no y no. Samuel, hijo de Elcaná, de la montaña de Efraím, no murmures en tu tormento. No te quejes en tus exodos. No abandones tu plegaria.

El Arca de la Alianza todavía se encuentra en el Templo de Dios. El Amor de Dios ha sido derramado en tu corazón: cuídalo. De la Alianza con tu Creador depende tu salvación -y la de muchos. Es dentro del arca interior que se encuentra en el templo interior dónde está todo lo que le da sentido a tu existencia y a tu misión. Y aunque en nuestros días sea rara la palabra del Señor, aunque falten profetas y no hayan visiones proféticas, aunque apenas arda la lámpara de Dios y el Sumo Sacerdote Helí no pueda ver, tú, Samuel, hijo de Ana, hijo de Elcaná, de la montaña de Efraím, mantente fiel en el Templo de Yavhé, custodia tu llama que es santa y guarda tu Alianza con el Adonai. No te alejes del altar espiritual que bien conoces. Si permaces vigilante y atento, seguro que Él se dignará a cumplir el deseo de tu inquieto corazón. Sí, si lo esperas con todo el ser, Él se te revelará; tú lo escucharás y lo contemplarás radiante. Podrás crecer en su Presencia y atesorar sus palabras que son espíritu y vida y la luz de tus ojos.

Tú solo escucha, como siervo que eres.



H.


martes, 9 de enero de 2024

El escriba no tiene autoridad.


 Mc I, 21-28

Jesús tenía autoridad porque tenía la vida y la verdad en sí mismo. Tal vida-verdad le venían por el amor que su Padre le tenía continuamente, especialmente manifestado en el Bautismo. Ese amor-vida-verdad era el Espíritu, que lo empujó al Desierto. En el desierto se probó esta fidelidad y se transformó en autoridad. O mejor dicho, la autoridad que tenía desde siempre, fue acrisolada y sellada. El Hijo del hombre fue tentado por Satanás, molestado por las fieras. Pero los Ángeles sirven al que lucha en el desierto, al que confía en el Padre y al que es movido desde dentro por el Espíritu. De esta relación, de este combate, le viene el poder y la gloria.


Y es de esta manera como puede convencer y cautivar cuando va de camino a orilla del mar de Galilea -al borde de la personalidad, en los lindes de cada biografía...- y se detiene para ver a unos rudos varones bajo el sol Mediterráneo. Es así como puede hacer discípulos, con la Trinidad en su corazón. Se va produciendo la conversión al paso de Jesús de Nazaret. Los demonios no quieren saber nada con este divino Intruso, al par que la masa discute, miedosa, sobre tal Novedad... Es la salvación que avanza, el Reino que se acerca, la Buena Nueva de Dios que se proclama a todo ser viviente (después de que Juan -la Ley y los Profetas- quedara encarcelado...).


Los escribas, los entendidos en la ley, los expertos en materia litúrgica, los hábiles doctos de moral y dogmática, no tienen autoridad. Esto afirma el evangelio: que enseñaban, sí, pero sin autoridad. ¿Cómo puede ser esto? ¿Por qué? Porque no tenían a la Santa Trinidad en sus existencias. No habían experimentado el amor del Padre y la unción del Espíritu. No habían sido llevados al desierto por el Señor, no habían luchado hasta la muerte, ni habían sido tentados y atormentados sin tregua por Satanás. No habían aprendido a convivir con las bestias del campo -con sus propias fieras interiores-. No conocían la noche. No habían visitado el infierno. ¿Qué sabían del Demonio del Mediodía? El que sale vencedor de esta tremenda tentación puede enseñar como quien tiene autoridad... Tal es la lección de los Padres del Yermo.


¿Qué poder, qué fuerza, qué sabiduría, qué experiencia podían -y pueden hoy- tener los escribas, los eternos "doctores de la ley", si jamás habían vivenciado la misericordia del Padre y la salvación gratuita, si nunca habían sido humillados en el desierto y en la noche de una existencia enferma y perdida...? El escriba, por ende, no tiene discípulos -aunque sí soldaditos adoctrinados o partidarios domesticados-. No podría hacer discípulos porque no tiene vida-verdad-amor en sí mismos; carece de Luz... No puede expulsar demonios, pues ni siquiera conoce los suyos. No tiene autoridad y por eso le aterra toda novedad de doctrina y de testimonio. Sólo sabe discutir y señalar con el dedo al "Loco" -al "¡Santo de Dios!", como se animan a gritar los demonios-. El legista se escandaliza de una salvación gratis, de una guerra entre ángeles y demonios, de hombres poseídos, y de prostitutas y de comilones... Por eso sufre de impotencia, le carcome la envidia de la pronta fama de aquel Nazareno por toda la región, y su relación con este Rabí se convertirá en odio y persecución hasta la cruz: porque no acepta su Persona y su Mensaje de esperanza: una nueva era de Gracia para los pobres y heridos de la Tierra.



H.