LA ORACIÓN DEL PUBLICANO
Por: Un Cartujo.
Siento la necesidad de pararme en el episodio del publicano algún tiempo porque estamos ante una verdadera oración teologal que pone la mirada sobre Dios y nadie más: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, tan distinta de la oración con la que el fariseo expone sus peticiones, complaciéndose en su propia persona. Es una oración que busca a Dios. El mismo Jesús nos lo garantiza. Es una oración que se refiere a nosotros porque nadie tiene nada que decir salvo implorar la misericordia divina por nuestra condición de pecadores.
Es importante reconocer que nuestros pecados no nos impiden presentarnos ante el Padre misericordioso. Al contrario. Sólo Él puede tener piedad y hacer, por el misterio de su ternura y poder, que seamos justificados, agradables, acogidos con benevolencia por haber creído que él está lleno de compasión y misericordia.
Insisto sobre este punto porque me parece que constituye el núcleo de nuestra oración teologal como pobres herederos de Adán que somos. Algunas tradiciones espirituales falsas y una “educación cristiana” estrecha han conseguido que, en la inmensa mayoría de los casos, el pecador esté convencido de que a los ojos de Dios no tiene derecho a existir y que lo mejor que puede hacer es huir lo más lejos posible del implacable vengador del cielo. ¡Qué caricatura del evangelio!
“Dios amó tanto al mundo que le entregó a su único Hijo para que el mundo sea salvado, no condenado” (Jn 3,16-17).
Podríamos añadir numerosas citas en este sentido del evangelio y de las epístolas. El pecado se ha convertido en el revelador del amor profundo e infinito del Padre hacia sus hijos. Todos tenemos vocación de publicanos porque todos somos pecadores llamados a buscar la intimidad con Dios. Él nunca nos dirá: “Vete primero a purificarte y luego preséntate ante mí”. Al contrario, si reconocemos la verdad de nuestra pobreza y nos dirigimos a su misericordia él nos dirá: “Ven para que te purifique, ven y alegra mi corazón y el cielo entero”.
La paradoja del amor divino es tan fuerte que no me parece excesivo decir que la oración del publicano es la única forma normal de oración teologal para nosotros. Nunca podremos presentarnos ante Dios sin llevar en el corazón obstáculos, como pecados, huellas que dejan esos pecados, obstáculos involuntarios, pero demasiado reales para dejar obrar a Dios en nuestra vida, etc. Todos y siempre nos presentamos ante nuestro Padre como el hijo pródigo seguros de que nos abrazará antes de que empecemos a darle explicaciones.
Habría mucho que decir en este sentido sobre la oración de curación, la oración de esos múltiples pecadores, débiles y enfermos cuya purificación se revela en el evangelio a través de la presencia de Jesús, con una sola palabra de su boca o un simple gesto de su parte. Y esto siempre es verdad. ¿Quién puede hablar de esas curaciones rápidas y progresivas de almas heridas, de corazones presos, de sensibilidades revueltas que en el secreto de una oración dirigida directamente a Jesús se han visto curadas y resucitadas en la medida en que han creído en Él, han tenido confianza y han intentado amarle?
En esos casos realmente se trata de una oración teologal. Se produce un encuentro con el Hijo de Dios y un cambio: “Él toma sobre sí nuestras debilidades” (Mt 8,17) mientras que la vida divina empieza a brillar en nuestro corazón; no sólo nos da esta consolación, sino que también nos hace partícipes de su propia vida.
¿No es también una oración de publicano la oración de Jesús que repiten desde siglos e incansablemente los hesicastas? El texto de la jaculatoria con la que rezan está parcialmente tomado de la fórmula de publicano: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Generaciones de monjes no han tenido otra oración interior distinta de esta que a su vez les ha llevado a la intimidad silenciosa con Dios, al fondo de su pobreza.
“Tu rostro busco, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26,8-9). Este versículo del salmo, entre muchos otros, permite presentir el profundo deseo del Señor que anima tantos corazones. ¿Encontrarán el medio de llegar hasta el fin de su búsqueda? ¿No nos perderemos en el camino o cansados por la falta de éxito, nos sentaremos desanimados al borde del camino?
Me pregunto si esos buscadores de Dios a la deriva cuentan con las ayudas suficientes. Saber esto debería causar una herida en nuestro corazón. Ojalá el Padre infinitamente misericordioso escuche nuestra oración por ello.
Para terminar, tengo que reconocer la imprudencia que he cometido empezando estas páginas cuyo tema desborda enormemente mi competencia. Gracias por perdonarme. Amén.
[Fuente: Ver a Dios con el corazón. La práctica de la oración del corazón.]
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