Y siempre ellas
Y siempre ellas...
No faltan. Nunca.
En todas partes se encuentran, con o sin invitación, estando el deseo enardecido por ellas o no. O no estándolo, sencillamente. Acaso estando el deseo en otra parte, avivado y tenso hacia otras realidades.
Pero da igual. No hay caso.
Ellas aparecen igual, de distintas maneras, bajo mil escaramuzas. Insistentemente ellas aparecen y atraen, irresistiblemente atraen.
Excitan. No, no es la palabra a veces, no en este caso.
Interfieren. Eso. Siempre interfieren, para bien o para mal. A menudo para mal...
Son las rivales perfectas.
Son las rivales en el amor del mismo Creador -y no lo digo yo...
Son como el mar, como las olas de mar...
De un mar que nuevamente intento contemplar, en la tarde final de mis vacaciones. En una tarde extraordinaria, de intensos rosados colores salpicando aguas y nubes, dunas y espumas. Explosión de la Naturaleza que se despide del verano, en un adiós estival de tonos melancólicos y agridulces sabores.
Las olas reflejan la acción de las hijas de Eva.
Ese ir y venir constante, mecánico, implacable. No dejan un instante de lamer la tierra herida. Retornan incansablemente a las costas pacíficas para dejarle minúsculas partículas marinas, de origen desconocido, incierto. Peligoroso...
La influencia que ellas, las olas, tienen sobre la arena blanda es poderosa. Hace miles de millones de años ejercen el mismo poder sobre infinitas playas, hasta en las islas más remotas.
Notable influencia, deslumbrante ejercicio.
Las agrietadas costas piden a gritos la solidez de las rocas, las fuertes escolleras, los gigantes acantilados. Para que las olas se estrellen, sin más, y no dejen huellas en el barro.
Para que el limo costero no sufra permanentemente la pleamar y la bajamar, rítmicas en su oleaje musical.
No se puede estar siempre en guardia. Es agotador...
Pero las aguas seguirán estando. Más violentas o menos violentas, seguirán su curso regular. Tienen una ley inscrita: ellas cumplen.
Ellas son, existen. Así son ellas, mon ami.
¡Y cuánto atraen las olas!
¡Qué poder magnético se esconde entre sus crespas cabelleras!
¡Qué hechizo se acumula en las aguas inconmensurables!
Embrujo de marineros.
La suprema "Tentación" para algunos santos amantes y juglares, como el Pobrecillo.
Musa y maga de poetas enamorados.
Enemiga de amores mejores para orantes apasionados y pecadores.
Y al mismo tiempo...
Son ellas las que permiten arribar al puerto añorado.
¡Ellas!, la misma puerta del cielo -al menos una Mujer lo es...
Con todo, hay que acostumbrarse a lidiar con estos fenómenos del cosmos, de un mundo caído que clama a gritos la liberación. Y en la Esperanza aguardamos la anhelada y dichosa liberación. Hay que aprender a estar con ellas -con Ella- buscando que sean oasis de paz y de compasión, canales de gracia y de comunión. Fuentes de castidad.
Para eso, hay que luchar.
¡Cuánto habrá que luchar, amigo mío!
El mayor don en la tierra también es el mayor riesgo y la fatigosa conquista.
Además...
Ellas somos nosotros.
Ella soy yo. Mi correlato existencial y mi costilla mística. Todo ha de ser salvado y saneado.
Y aunque el mar siga allí, imperturbable, en un continuo reflujo de aguas saladas orillando sus encantos, yo sigo mirando la Estrella de la tarde.
Mi Undomiel.
Con las manos sucias y el cuerpo ajado descanso en la Pietas...
¡Esposa y Madre, no me sueltes!
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