domingo, 17 de mayo de 2015

Don Hilario y los Rezantes.


 
  Así como había comenzado la Cuaresma -tan aguafiesta ella-, así también quería terminar este tiempo con otro retiro. Más exacto, quería vivir don Hilario con intensidad el Triduo Pascual. Aunque, si la última retirada al desierto terminó siendo extravagante y llena de rarezas, esta vez sería aún más extraña e impactante. Esta vez, el anacoreta barbudo, se retiró bien lejos de la city, para poder concentrarse totalmente en los misterios más importantes del Cristianismo: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En efecto, se encontraba en un valle fértil y hermoso, a unos noventa kilómetros de su humilde barrio Liquidámbar. El valle era conocido con el nombre de Usco. Y así fue nomás, que este viejo solitario, pudo pernoctar en una sierra de Usco, para entregarse a la oración. Sin embargo, iba a ocurrir lo imprevisto, lo que no estaba en la mente del anacoreta liquidambareño.



  Pudo instalarse en un arroyo seco, y dentro de todo, cómodo. Mientras iba a buscar leña, para proveerse de un fueguito a la noche, alcanza a vislumbrar una Fortaleza antigua, y a un tiro de piedra de esa gran Fortaleza, un Santuario enorme edificado para la Gloria de Dios. Hilario ve esto, y se queda completamente atónito, pero esto no era nada comparado con lo que vería más tarde. Se abren en ese instante, las puertas de este Alcázar inhóspito, y sale desde dentro una carruaje con cuatro caballos bien fornidos y bien hermosos. El carruaje pasa a gran velocidad por las narices del viejo Hilario y no atinó a parar para observar al viandante misterioso. Lleno de polvo queda el viejo debido al galope brusco de las bestias sobre la calle de tierra.


Este se sacude, y se lanza a inspeccionar ese sitio tan encantador y tan misterioso. Logra observar a lo lejos un lago con agua clara, por allá unos gigantes árboles de múltiples colores, más acá un arroyo cristalino. A su paso se encontraba con toda clase de aves y de bichos. Y sin notarlo, se encontró rodeado de viñas, hartas de uvas violetas. Ese lugar verdaderamente estaba hechizado y uno podía tranquilamente percibir la presencia de Alguien que protegía ese lugar y que lo mantenía mágico. Cruzando las viñas, pudo ver fácilmente un campamento. Sí, un espacio lleno de carpas desperdigadas, al amparo de largos y frondosos álamos. ¿Qué era todo eso?

   
   Bien. Mientras alcanzaba su pipa Feli, la única que le quedaba, una figura extraída de los cuentos de hadas se le acerca al barbudo para interrogarlo. Tal figura era singular: una túnica áspera, color tierra, que le cubría el cuerpo entero, ceñido por un cinto ancho, del mismo color que la túnica. El porte de esta figura era grandilocuente. Lo llamaban en el valle de Usco: el Señor de los Penduleos. Como decía, interrumpe este sujeto al viejo Hilario con las siguientes palabras:

  -¿Con que ha caído de bruces en este vergel mitológico? -le pregunta el hombre corpulento en un tono calmo y claro.

  Repasa en su mente el viejo peregrino, palabra por palabra, para no contestarle una barbaridad, a tal transeúnte extraordinario. Y así fue que le respondió:

  -Así es, mi señor...

  -¡Athonita! -le contesta rápidamente el de la túnica marrón, y prosigue:- No se asuste por todo lo que se le presenta a la vista. De a poco se va a ir enterando de todo: del lugar donde está parado, de quiénes somos, por qué estamos acá, etc... Por ahora le ruego, si Ud. lo desea, a quedarse unos días con nosotros, que también queremos vivir intensamente los Días Santos de nuestra religión católica -finaliza su invitación cortés.

  Se asusta el de barbas negras porque pensó que el nuevo sujeto que estaba conociendo le estaba leyendo la mente.

  -Como lo veo intranquilo -continúa la presentación el Athonita-, debe saber que nosotros (yo y mis hermanos que visten igual que yo) somos una familia que se dedica a alabar y servir a Dios todo el día, todos los días, hasta la muerte. Lo hacemos mediante el trabajo y la oración. Nos llaman: los Rezantes. Y los jóvenes que ve son amigos de nosotros que vienen aquí con el mismo fin que Ud."

  Traga su saliva el viejo, yendo en contra de los códigos de cortesía, y comienza a hablar, despacio:
 
  -Muchas gracias, don Athonita, es Ud. muy amable. Déjeme que busque mis cosas, al otro lado de la sierra, y enseguida vuelvo para instalarme en este campamento de.. ¿eremitas?".

  -Algo sí, algo sí... Pero, vamos de a poco, mi querido...

  -Ah, Hilario, don Hilario de Jesús es mi nombre -contesta apresurado el viejo, que al lado del otro hombre robusto, era tan solo un pichón.

  Este sería el inicio de un relación que duraría para siempre, pero que sin embargo exigiría un libro grueso para plasmarla con lujo de detalles.
      Mas eso no quita que anote algunos hechos notables del retiro vivido en aquellos "días borrachos". Sí, efectivamente el cronos estaba embriagado, y el sol jugaba a las escondidas. Pudo el viejo descubrir entre esos jóvenes, a sus amigos Misticongos, que conocían este sitio misterioso desde hacía algún tiempo, pero que nunca se atrevieron a revelárselo a su amigo viejazo.



Éstos, le informaron al viejo Hilario un poco más acerca de dónde se encontraba y quiénes eran esos tales "Rezantes". Se enteró, por ejemplo, de que al Jefe de esa tribu lo llamaban: "Papi", por cariño y por respeto. Lo que sí, nadie sabía de dónde provenía Papi, y algunos sospechaban que tenía más de cuatrocientos años. Rumores, nada cierto hasta entonces. También se enteró, y esto sí lo comprobó el viejo con sus propios ojos, de las artesanías que hacían estos humanos irrepetibles. Y todo lo que hacían era bello y rico. Aunque Hilario reclamaba en voz baja, diciendo: "Acá faltan pipas bien talladas, con un buen tabaco; también faltan cervezas caseras; y, ¡cómo no!, unos deliciosos whiskys." Pero claro, él allí no podía opinar. Y algunos cosas más sucedieron, dignas de anotar, pero que harían al escrito algo denso.



   Aunque sí es digno y feliz de relatar cómo terminó aquel retiro singular. Sucedió que, en la noche de la Vigilia Pascual, terminada la misa, todo los tradihippies se dirigían a un modesto salón para tomar suculentos vinos y comer manjares poderosos en el Ágape de la Resurrección. En efecto, Cristo ha resucitado, y los corazones de todos los presentes estaban exultantes e hinchados de gozo y alegría. Mucho se tomó esa noche, otro tanto se comió, y qué decir de las risas que hacían de ese yermo silencioso, un lugar lleno de sonidos puros y celestiales: una verdadera fiesta cristiana. En fin, mucho júbilo había en tal momento gozoso, y en el interior de don Hilario, Ángeles cantaban con gran alborozo. Todo era maravilloso. Y el Cielo, efectivamente, se había traslado a la Tierra; e Hilario pudo comprobarlo.


3 comentarios:

  1. Cualquiera hubiese pensado que era versado en climatología y preví el viaje para llegar después de los incómodos chaparrones con el cielo lloraba la muerte de su Señor. Pero no. Fueron obligaciones temporales las que impidieron que, junto a Bulgarov y Pedro el ermitaño, llegáramos antes de tiempo a aquel paraje silente de plegaria continua. Y así fue como pude presenciar estos momentos casi mìticos con que don Hilario -y otros tantos mocosos tradihippies- se adentraba aún más en aquel yermo promisorio.
    También yo, hace un buen tiempo, recibí una impresión dulce y fuerte al conocer esas casullas terrosas que me hablaban de Dios... Y sin dar muchas vueltas, escribí este soneto que ahora, a modo de presentación y saludo, les comparte mi corazón:

    El cielo, la montaña penitente,
    un aire azul, el nardo florecido;
    el Espíritu Santo que, escondido,
    vivifica tu encanto prominente.

    Un dintel invisible por el frente
    umbral de ese jardín desconocido
    donde duermen las hadas; y el gemido
    de un secreto de Dios se hace presente.

    En la cima del yermo: mi semblante,
    un surco mineral y el nenufario
    reposan a los pies del Monasterio…

    Los monjes semejando al Cristo orante,
    descubriendo en los pliegues del breviario:
    el mito, la plegaria y el misterio.

    Y eso es todo, mis estimados gallardos. Suyo,

    El poeta.-

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  2. No quisiera bajo ningún aspecto ponerme a la altura de nuestro amigo el poeta, pero en aquellos días santos, también improvisé unos versitos, un tanto alocados.
    Recuerdo cuando con usted, Don Hilario, coincidíamos en que la poesía es la mejor manera de describir realidades complejas, poco perceptibles. (No es mi caso)
    Ahora me veo tentado a escribirlos tal como los dejé:

    ¡Qué locura!

    Qué cuento es este
    en que estoy entrometido,
    la locura es cordura
    y la vida, muerte.

    El reflejo de la fuente
    parece ser viviente,
    y el jardín donde habitaba
    una cárcel decorada.

    Resultó que los buenos
    con mentiras seducían,
    y los hombres que temía
    rescataron mi vida.

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  3. Ambos poemas -sobre todo el primero- han hecho trizas mi discreto relato. Pero no por eso me voy a poner mal. Al contrario, es un derroche de luz y sapiencia que comenten, y comenten desta manera poética y estelar.

    Mi gratitud a los dos, Poeta y Poetastro.

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