La tarde caía triste, y no era por el espectáculo cósmico que se presentaba ante los ojos gallardos, sino por una noticia que había caído como rayo en el medio de la mar. Se trataba de Dom Abubba. Éste violinista que domaba su violín al mejor estilo Jimmy con las damas, anunciaba su partida. En concreto, compartía su dicha que era la de poder participar de un prestigioso grupo de músicos, en una gira nacional, durante una cierta temporada indefinida. Y esto era lo que a los románticos sin gala los ponía un poco melancólicos. Porque ciertamente que era una feliz noticia la del pálido Abubba, pero el tema era que no sabían si volverían a verlo nuevamente, en alguna otra Wiskitulia, de esas que tanto le gustaban a él.
Como sea, todos los presentes tuvieron que hacer fuerza para que Ella, la Melany, no los cautivara con su encanto y su hechizo. Yo creo que se logró (salvo, bueno, en el inconsistente Virula no se logró). Pero como la mayoría lo lograron, el derrotero de la conversación fue más ligero y hasta lúdico. Tan livianos y alegrones estaban todos, que comenzaron a hablar sobre la mujer. No de ella en sí misma, sino en relación a los machos gallardos. Para ser más claros, el tópico propuesto por -¿y quién si no?- don Ojota Fonsé, fue: "¿cómo conquistar a una dama en el siglo XXI?". El título parecía un poco pedante, y además le faltaba poesía, aunque todos estaban de acuerdo que de ese tema, por mucho que se ha hablado, se ha hablado con inexactitud y hasta con grosería.
Por eso es que, repito, todos querían hablar de ese tema tan apasionante, pero de otra manera, con una pizca de belleza, o al menos plantearlo de forma novelesca. Así es que se lo ocurrió a don Hilario el siguiente título: "El arte de cazar". Este título se le ocurrió porque varias veces ya había oído a sus amigos mayores -me refiero a el Poeta, a don Pedro el Ermitaño, a don Bulgarov, entre otros- utilizar tal imagen, "la destreza del cazador", para hablar de cómo hay que cortejar a las chinas criollas. Y por azar, o por embriaguez, o no sé qué, a todos les encantó tal nombre para abordar tal tema sugestivo que se desarrolló del siguiente modo.
-Hans!!!, trae más bebidas espirituosas, y mata al chancho Berg y cocínalo para ahora, ya que vamos hablar de un tema palpitante el cual no sabemos cómo ni a qué hora va a terminar -levantó la voz el anfitrión don Abubba, que se sentía extremadamente cómodo y tranquilo en su casa del Santo: lugar bello en medio de la montaña. Hans era su sirvienta, una mujer gorda y de tez blanca, saturada de pecas, que hacía algunos años había venido de Rusia porque su esposo la había abandonado. El Violinista le termina gritando desde la chimenea: -apúrate Hans, si no te cocinaré a ti!!!
No podría decirse que don Abubba era un indecente, un desubicado o un animal, pero a esas horas de la noche, con muchos tragos encima, con una doble sensación de alegría y de tristeza, y estando en su propia casa, no era para menos su actitud violenta y amenazante. Aunque no implicara que todos sus amigos gallardos estuvieran de acuerdo en el trato feroz que tuviera con Natacha Hans, además sabiendo que esta mujer era de noble estirpe, de la antigua Rusia, y para colmo, anticomunista hasta los huesos. Por esto, interrumpe el delicado Jimmy:
-Escúchame, si no te tranquilizas, tendré que actuar. Te la has pasado maltratando a...
-Bla, bla, bla... Al diablo con tu sensiblería barata, Jimmy, el Marica. El dueño de casa pone las reglas, ¿ok? -corta en seco y con aire autoritario don Abubba.
-Don Abubba querido, no te olvides de tu decencia y de tu alma de artista. No trates así a Jimmy, que encima algo de razón tiene. Pues, así como la belleza salvará al mundo, al buen decir de Fiodor, la violencia destruirá al mundo. Además, íbamos hablar de un tema interesante que a todos nos convocaba, y ya se están olvidando... -sale airoso don Branca que se veía venir una estúpida riña entre el domador de violín y el domador de Ortiz.
-¡Así es, canejo! -resonó la voz chillona de don Jema Tosso, que observaba todo con suma atención-. Y como disparador, diré lo siguiente: "el hambre hace al cazador".
-Bravo, querido. Inauguraste esta conversación que se hizo desear. Estoy de acuerdo contigo, y también lo estaría Gandalf si estuviera aquí entre nosotros, diciendo: ´la necesidad dicta camino´. Porque si no hay un impulso interior, no hace falta salir de caza -dijo Hilario.
-Claro, si Fortunato aún no llama, porqué salir con la escopeta al hombro a cazar bichos -dijo el dueño de casa, mas no de caza.
-Empecemos a aclarar la cuestión. "Bichos" es una palabra muy general y muy confusa. Aparte no sería análoga con lo que comúnmente señalan los mundanos como "bichos": chicas feas y fáciles. Pero en esto no hay poesía; al contrario, hay prosa barata y cochina. No es nuestro estilo -apuntó otra vez don Hilario.
-Estoy de acuerdo con usted, cumpa. Seamos específicos. Hay un bosque en toda caza, y es el lugar de la cacería. En este bosque (y acá sí hay un poco de convencionalismo así se da entender el mensaje que queremos dar) hay sólo cuatro tipos de animales para cazar: el conejo, el jabalí, la gacela y el zorro. El conejo es el más fácil de cazar, y de comer luego. El jabalí cuesta más y llena un poco más el vientre. La gacela ya requiere de una habilidad bastante especial, requiere de sabiduría en el arte de cazar y de algo de experiencia. Y el zorro, es el zorro, animal astuto por antonomasia -apunta con ciencia estudiada don Virula.
-¡Carambolas!, la teoría se va desarrollando con dinamismo y con puntería. Pienso lo mismo que todos ustedes, pero agregaría algo más. Hay dos formas de cazar, para mí. Una, yendo solo, cual francotirador en la Gran Guerra. Y la segunda, yendo acompañado con algunos colegas cazadores. Ambas tienen su pro y su contra. Pero la primera, indudablemente, es más difícil y requiere de más capacidad -dijo el llavaquero don Ramón, con suficiente experiencia en tal arte.
-¡Apa! Me gustó lo último, fraile Cardona -dice sorpresivamente don Jema, que no se detiene en el discurso-, ya que todos, supongo, hemos tenido experiencias en ambos ataques hacia la presa. El ir solo tiene su ventaja en cuanto a que podes tomarte tu tiempo, ir a cualquier rincón del bosque sin dar explicaciones, usar el arma que uno quiera (escopeta, flechas, cuchillos.. granadas, etc) y sobre todo, no tenés que preocuparte de la lealtad de tus colegas -termina bajando la voz y llevándose el vaso de licor de chocolate blanco a su pletórica boca.
-¡Guau!, muy cierto eso de que puedes despreocuparte por la fidelidad de tus colegas cazadores, ya que la experiencia misma dice que hasta tu mejor amigo te puede engañar en una caza nocturna -dispara el melancólico huesudo y mira por encima del hombro al viejo Hilario.
-Sí, es cierto, es cierto... -balbucea el palio Abubba- pero para mí deberíamos oír, antes de proseguir, el "oráculo de Gustav" para ver qué nos dice al respecto.
En ese momento se oye desde el fondo del jardín, un silbido etéreo, altisonante, una melodía que ni el músico Cómitre de Tautopía -sumido en sus laberínticos pensamientos- podía percibir.
-Buenas noches a todos, jojo -saluda con voz gruesa y profunda el anacoreta del Santo-. Escuché que pedían mi auxilio por eso vine de inmediato, jojo. No les voy a decir "miren la clima", jojo, esa frase ya está muy usada en estos pagos, pero lo que sí les diré es lo siguiente: "el Monse siempre tuvo la razón". Jojo, eso es todo, ahora me vuelvo a mi ermita. ¡Aleluya! -y así como entró, se fue. Nadie pudo retenerlo un rato más en el recinto. De hecho quisieron atraparlo, pero despareció dejando tinieblas...
Cuando las oscuridad se disipó, todo el mundo tomó aliento para seguir con la conversación, aunque ninguno tenía verdadero ánimo de seguir. La presencia del mítico Gustav había cambiado el humor de todos los presentes. Simplemente se animaron algunos a agregar un poco más de información al respecto (aunque tal vez siguieron hablaron del mismo tema, y hasta concluyeron con éxito, pero tal información no ha quedado registrada en ningún lugar). Ya era de noche, y la luna llena se asomaba como para sumarse a la críptica plática.
-Hablaron, y comparto, las ventajas que tiene el hecho de ir solo, pero también es muy peligroso ir solo. Pues, qué pasa si aparece un gran zorro en el camino, o algún otro tipo de animal que proviene de otro bosque contaminado, o si tal animal termina venciendo al cazador y éste no puede pedir ayuda. Se complica la cosa. En cambio, fíjense, ir con amigos cazadores evitaría cualquiera de esos peligros. Detectarían bien la presa, ya que van en una camioneta bien equipada, con grandes faroles. Vas protegido, y si no sos ducho en tal arte, podes pedir consejo -irrumpe el Joven Escritor, tomando datos en su libretita desde que llegó.
-Si, pero, si vas acompañado, tenés que elegir muy bien con quién. Porque sino, algo dijo ya el ruludo, pero te puede aconsejar mal que el que te acompaña en el acoplado, el que maneja puede guiarte por el mal camino, el que lleva la luz te puede alumbrar un zorro y no una gacela, el que te lleva las municiones puede tirarlas en el camino o hasta puede quitarte el arma misma... -avanzaba el negro Fonsé.
¡Qué pesimista, ojón! -le responde don Branca-; pero así como tirás negativas, también te puede auxiliar un buen cazador, y dejarte media muerta alguna presita. ¿Y ahí qué me decís?
-Eh, puede ser, puede ser... -responde el morocho un tanto confuso.
-O sea, no es moco de pavo ir cazar. Tenés que ser prudente, circunspecto, inteligente, ágil. Aventurero y explorador... -iba resumiendo Jimmy que tanto sabía de este arte, ya que una gacela lo esperaba en su hogar.
-Sí, y tener buen gusto y saber esperar. Porque hay algunos que se conforman con minucias, es decir, con conejitos. Otros van por más, pero el hambre devorador les termina ganando y se quedan con el jabalí. Pero están los que tienen buen gusto y esperan una elegante gacela, para disfrutarla solito -afina el anterior comentario, el casi borracho don Abubba.
-Jeje, qué curioso pero a la vez qué obvio eso de disfrutar "solito" la presa. Porque, claro, uno piensa que la presa que se caza luego se la comparte con los amigos cazadores en el club de los cazadores, pero error. Ya sea que vayas solo o acompañado, tu presa es tu presa y no se comparte con nadie. Y en esto creo que están todos de acuerdo. No se trata de ser egoístas, para nada, se trata del hambre del cazador, como decíamos al principio, y esta regla si no se comprende bien desde el primer instante, es decir, antes de salir a cazar (en el club), puede traer malas consecuencias. Porque si hay un cazador que está disfrutando de su gacela, no puede su colega tener celos, y menos que menos, robarle una patita. Acá hay que tener ojo al piojo porque está en juego la continuidad de tal cazador en el club de los cazadores. Y tampoco hay que despreciar al que mastica con brutalidad un diminuto conejo, porque de tal cazador tal cacería -finaliza el viejo Hilario, el mismo que había rotulado tal charla con el mote de "el arte de cazar".
Muchos interrogantes quedaron en las mentes y en los corazones de los gallardos presentes, pero mucho ya se había hablado y discutido al respecto, que el Silencio ya reclamaba su presencia con urgencia. Asique todos callaron, prendieron sus chalas y llenaron sus gargantas de licores variados. Y aún se podía oír en lontananza el rumor de Gustav.