-¡Silencio! –Gritó el Hidalgo en
medio del alboroto- A ver si en el silencio escuchan esa voz que dicen tener en
su interior.
Todos callaron, más intimidados
por el vetusto Quijote que por hacerle caso voluntariamente.
-¿Y? ¿Escuchan algo? –dijo con
tono de burla.
Los gallardos callaron haciendo
un acto de verdadera ascesis, por venerar al anciano gruñón, pero más de uno
pensaba que un buen piñón en el pómulo izquierdo le vendría de maravilla.
-Son unos zopencos si piensan
tener una voz interior –añadió el Manchego, pero mejor hubiera sido no hacerlo.
Don Virula no pudo contenerse
más, tiró al suelo el vaso de whisky que estaba tomando y pegó un grito de
desahogo que pareció un puma feroz y hambriento. Ares lo había poseído, pero
aún quedaba parte de Apolo en él que lo frenó.
-¿Calentito? –comentó el Quijote
con sorna, ya para rematar.
Y aquí sucedió todo de forma tan
rápida que no sé muy bien si sabré explicarlo. La escena era la siguiente: don
Virula saltaba con sus cuatro patas hacia el Hidalgo, que se ponía en guardia
con los puños en alto, en un estilo propio del boxeo antiguo, moviéndolos en
círculos. Don Camilo, que bebía su coñac, lo escupía por la nariz mientras,
sorprendido y preocupado, se levantaba rápido para frenar el trayecto de su
hermano. Sancho dejando la pata de pollo que comía y limpiándose con la manga
la boca, se levantaba para colocarse delante de su amo. Jimmy, a la izquierda
de don Virula asomaba con su honda, listo a encajarle un piedrazo en el medio
de la frente al Quijote. The Young Writer se paraba extendiendo su brazo y
gritando a la vez, avisando al Manchego del hondazo que se le venía. Y el
Marqués de Godoy se servía un whisky en su copa, sentado en su sillón
contemplando jocoso la escena que frente a sus narices se desarrollaba.
Conclusión de todo esto: el
provocador Hidalgo recibió ese piñón en la cara, el calentón de don Virula recibió el hondazo fallido
de Jimmy en la parte de atrás de la cabeza, don Camilo un codazo de su hermano,
y a Sancho se le cayeron todos encima. Estaban ahora todos en el piso, habiendo
recibido su parte y sin ganas de continuar la pelea. En eso se oyó una voz
sofocada:
-¡No puedo respirar, por favor! ¡Sálganse
que me aplastan!
Era el pobre Sancho.
Todos tornaron a sus respectivos
asientos, silenciosos y culpables. Al rato tomó la palabra el Quijote
rascándose el chichón que le había salido:
-Quiero pedir disculpas. Me dejé
llevar por la efusividad de la discusión, todo esto ha sido mi culpa.
-La culpa fue mía –dijo don
Virula encendiendo un cigarro-, pasé fácilmente a las manos sin poder
contenerme.
-¡La culpa es de los dos! –Gritó Sancho-
¿Dónde está mi pata de pollo?
Todos soltaron una carcajada que
aligeró el ambiente tenso que había. Don Quijote y don Virula se dieron un abrazo
reconciliador.
Recargaron todos sus tragos y
prepararon y encendieron sus pipas y puros. Estando así un rato, y habiendo
añadido leña al fuego que menguaba, tomó la palabra el Marqués de Godoy:
-Me alegra que se hayan
reconciliado, compadres, vienen bien a veces unas piñas como estas. Pero
quisiera retomar el tema en cuestión que quedó sin concluir, y que me pareció
bastante interesante. Si me permiten seré el moderador para asegurar un final
cordial.
-Tengo entendido, entonces, que
nuestro caballero andante sostiene que no hay ninguna voz en nuestro interior
que se llame conciencia, y que tampoco la conciencia es algo innato con lo que
nacemos. Por el lado contrario, sostiene don Virula que la conciencia es la voz
de Dios en nuestro fuero íntimo. Explíquenos, Hidalgo, ¿qué es para usted la
conciencia, pues?
-Bueno… es una pregunta difícil,
la verdad –puntualizó el Quijote-. Aún no lo tengo del todo pensado y corro el
riesgo de equivocarme; pero como estamos entre camaradas, les confío mi idea de
conciencia para que la pensemos. Veamos si sé exponerlo breve y claramente.
-Creo que ha habido una tendencia
errónea desde Lutero a esta parte, y es el hacer de la conciencia un
«sustantivo» cuando en realidad es un «verbo» (lo mismo que se ha sustantivado
la libertad, que siempre ha sido un mero adjetivo). Me explico, la conciencia
no es una potencia como lo es la inteligencia y la voluntad, no es un
«sub-apartado» de ninguno de ellos. La conciencia es un acto propio de la
inteligencia, una acción, o al menos eso dice Santo Tomás. Si tuviera que
definirla, diría que la conciencia es un acto reflexivo del entendimiento. Por
este acto reflexivo, el entendimiento es consciente de lo que el hombre conoce
en la realidad (la naturaleza de las cosas), a la vez que es consciente de su
modo de obrar. Y, comparando ambas cosas, se da cuenta de si obramos conforme a
la naturaleza de las cosas, o de si obramos contra ella.
-¡Muy interesante! –Exclamó don
Camilo- Hay en Ética un principio llamado de «unidad de conciencia» que, dicho
en cristiano, sería así: obra como piensas, o acabarás pensando como vives. Y
creo que es porque cuando somos conscientes de que nuestro obrar no condice con
la naturaleza de las cosas, sabemos que estamos haciendo mal, y eso nos
incomoda.
-Claro –dijo Jimmy- y, ante esa
violencia interna, hay dos salidas: cambiar de modo de obrar, que es la salida
virtuosa; o cambiar de modo de pensar, que es la manera viciosa de salir.
-Tiene sentido… -añadió don
Virula-. Por eso, el ideólogo es el que toma esta segunda salida, de adaptar su
pensamiento a su modo de obrar. E incluso va más allá, intenta cambiar la
realidad, porque en el fondo se da cuenta que la realidad no es como piensa.
-¡Excelente! –Gritó Sancho- ¡Este
pollo está verdaderamente excelente!
Soltaron una carcajada general
por la ocurrencia del Panzón de Sancho. Pero, después, volvió a tomar la
palabra don Quijote:
-Caballeros, dicho todo esto,
quería terminar concluyendo que cuando la Iglesia dice que Dios nos habla en
nuestra conciencia, es cierto. Pero hay que saber entenderlo. El modo en que
Dios nos habla es a través del orden impreso en su creación, a través de la ley
natural que conocemos en la esencia de las cosas. Digamos que lo que conocemos
son las leyes por Dios impresas en las cosas, por tanto, sí, Dios nos habla,
pero no en sentido literal, salvo contados milagros históricos.
-Ea, pues, querido Hidalgo –dijo don
Virula-, celebro que hayamos podido charlar este tema en el Alcoholoquio de hoy.
Quien siga con discrepancias frente a la idea de conciencia aquí planteada, que
hable. Y si no hay más discrepancias, pasemos al asado, que el gordo de Sancho
con el pollo ese, me hizo rugir de hambre. Pongamos algún matambre, llenemos
nuestros vasos, y brindemos por nuestra amistad.
Dicho y hecho, aquella noche
guitarrearon, comieron y chuparon hasta que se hizo día y el sol salió de su
escondite. Y es que la voz de la conciencia les decía que hacían bien…
Emigrante: veo que el aire monacal le está sentando bien. Y compruebo cuánta inspiración le brindan aquellos dos grandes de España.
ResponderEliminarNunca pierde su profundidad (y elegancia), pero últimamente lo noto más acertado y claro.
Lo invito a compartir con el resto de los gallardos, aunque no por este medio, su escrito sobre la Ley Natural.
Espero que pronto la piel de toro vuelva a ser testigo de algún encuentro gallardo.
Un abrazo,
Mr. James
Excelente entrada querido Emigrante!
ResponderEliminarGracias por tanto y perdón por tan poco.
Le mando un abrazo gallardo.
Don Camilo