El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.
Jorge Luis Borges
***
Glosar un poema bello y
profundo de Borges sin conocer nada sobre su vida y su obra puede constituir
una real presunción, ser un tamaño disparate o sencillamente cometer un
atentado hacia su texto en cuestión. No nos juzgamos aptos para decir
"algo" sobre esta preciosa joya de la literatura argentina. No
obstante, ante un reto literario amigo, no podremos mantenernos indiferentes ni
menos recular en dicha tarea. ¡Así que allá vamos, directamente a la
"ergástula oscura", tan sólo con una linterna de pocas pilas para
explorar este hondo tesoro borgeano e intentar, con temor y temblor, extraer
algún diamante en bruto u oro en polvo!
Por supuesto que muchos son
los temas que el Poeta aborda aquí, cuyas proyecciones infinitas e insondables
son siempre una auténtica poesía que habla de lo eterno, y, todavía más, se
inscribe en él. Sin embargo, nos limitaremos a aquello que ha resonado en lo
profundo de nuestro corazón peregrino.
Se destaca en el poema,
antes que nada, un determinismo existencial: todos estamos condenados a
existir. El Autor concibe esta existencia del hombre como una vida sin salida.
Una siniestra aporía. Vivir es un acto irremediable, contundente y necesario.
No se puede escapar ante esta Moira que se muestra, en el transcurso de los
primeros versos, como terrible y justiciera. Las imágenes no pueden ser más
expresivas y hasta desesperantes: "Quien se aleja de su casa ya ha
vuelto". El presente sugerido no es aquel que libera y que linda con la
eternidad -al menos en el inicio del poema-, sino un presente inexplicable y
sinsentido que enloquece y humilla al pobre individuo de la raza humana. En
esta existencia no hay creación, fruto del amor, sino que todo se reduce a un
destino implacable: aprender a sobrevivir como lo ha hecho siempre la humanidad
entera.
Hasta aquí, como podemos
ver, se presenta un cuadro horroroso, asfixiante y pesimista. Nuestra suerte
está echada. Nuestro porvenir, sellado. Espacio y tiempo nos ahorcan. Futuro y
pasado nos espantan. Mas, cuando todo parece concluir en una resignación
nihilista sobre la vida del hombre en este mundo sublunar, aparece un grito de
esperanza: "Nada nos dice adiós". Ahora es cuando el Autor nos quiere
llevar a un plano superior, a una nueva dimensión... Nos avisa que no todo es
lo que parece; y canta con la marcha: De pie que ya despunta el sol, y
queda atrás la cerrazón. Haciendo esto plantea, implícitamente, una
búsqueda. Por eso la exhortación insinuada: ¡Humano, no desesperes, y sigue
buscando! ¡Eres inmortal! Se invita a hacer una experiencia de lo que
permanece, y desde allí, dirigir los pasos hacia la puerta secreta que me
conducirá a ese estado perdurable "donde nada nos deja".
Bien. Ya estamos, a nuestro
parecer, dejando la segunda parte argumental del texto para pasar a la tercera
y última que lo definirá todo (¿o lo cuestionará todo?).
Caminamos en completa
oscuridad desde el comienzo hasta que un rayo mágico de luz con una voz potente
nos detiene y nos despierta. Y cuando por fin encontramos la solución a
nuestras angustias y tristezas, y decidimos confiados ir tras esa lumbre, una
advertencia final nos deja atónitos. Efectivamente, "el camino es fatal",
pero hay un más allá que puede ser descubierto. Eso sí,
¡atención!, porque el Dueño de ese más allá es un "Dios
que acecha". En este punto -final o inicial, depende donde se lo mire-
brotan los interrogantes escalofriantes, vertiginosos. ¿Acaso Dios es un León
feroz que se divierte con su presa, el hombre, cuándo éste está en trance de
liberarse y de ser feliz por siempre como su alma se lo susurra? Aquí,
claramente, no hay un Dios-Amor en busca del humano perdido. Pero hay más...,
¿podría ser ese Dios un Gran Bromista que se ríe de nuestro
"encierro" y se recrea detrás de las rejas como un payaso disfrazado
de guardia? Estas consideraciones estremecen y columbran el tormento del alma
que inspiró estos sentidos versos finales.
Con todo, podemos ir aún más
lejos-siempre en materia poética se puede ir más lejos. Quizás, y tan sólo
quizás, una posible vía superadora sea que Dios definitivamente esté entre las
grietas acechando porque es necesario esto al hombre, como le fue necesario a
Jacob y a todas las miríadas de creyentes tener que pelear con un Dios -o con
sus Ángeles- hasta vencerlo -¡vaya paradoja!- logrando así atravesar esas
"grietas" que nos guiarán, ¡por fin!, a ese lugar donde "nada
nos deja ni nos dice adiós" y cuyo nombre es: Reino de Dios.
(Monte de las Bienaventuranzas.)
Hermoso analisis. De Borges ya está todo dicho. Insuperable.
ResponderEliminarYo creo que al final quiere tiene una mirada positiva sobre la figura divina. El camino es fatal como la flecha PERO en las grietas está Dios que acecha. En ese pero, quiere darle otro sentido a la fatalidad de la vida. Dios está en la grietas, manejando los destinos ya escritos y los que tú mismo vas escribiendo. A nada temas.
Éste poema me llevó a conocer un Borges que desconocía abierto a lo espiritual... y yo lo ví a este Dios que acecha como que pese a las apariencias lo eterno y lo infinito están invitando a que no nos quedemos agobiados por nuestro presente y nos abramos a una realidad que está allí iluminando aún cuando ahora sea la pequeña luz que proviene de una grieta.
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