Madre
de los Dolores, enséñame aceptar la espina lacerante que traspasa el alma
entera. Hazme ver cuánto bien se halla en soledad, donde sólo habita tu Hijo.
Que
permanezca el candente hierro que purifica las malezas de mi alma. Instrúyeme
en el arte del dolor, que recuerda lo importante, y el camino lento hacia la
muerte.
Que
pueda yo besar la cruz, que acerca al Divino Sufriente, y sentir el olor de la
madera ensangrentada.
Que
descubra tras las horas de sollozo, el lugar del huerto y la agonía. Llévame
Madre Santa, por el camino estrecho del amor doliente, y muéstrame la puerta
oculta que conduce a lo escondido.
Que
se queme entonces el corazón hasta inflamarse, que comprenda el lenguaje del
andar peregrino.
Insísteme
en apurar el paso por este mundo de miserias, y que solo me atraiga la voz
profunda, escondida en la montaña.
Que
bendiga los dolores de parto, que presagian una vida nueva, un mundo de luz perpetua.
Que
entienda de una vez y para siempre, que el polvo es polvo, y la sombra, sombra.
Por
todo esto, recibo Madre las horas y los días tristes que doblaron hasta el
suelo mis rodillas, la destrucción total de torpes y bajos anhelos.
Madre
Dolorosa, mira que soy flaco, no permitas que vacile, que no enturbie la vista
los afanes pasajeros. Y aunque me valga la vida entera, mantén mi corazón en
las alturas, amén.
Don Virulana de los Gamos