El texto que transcribiré a continuación me dio que pensar, y al mismo tiempo, me hizo acordar a mis dos últimas publicaciones relacionadas con el "fomes peccati" y cuestiones afines, y todavía más, también me trajo a la memoria temas vistos en la actual cátedra de "La restauración de la vida rural", ideas de John Senior ("La restauración de la vida cristiana") y de Rod Dreher ("La opción benedictina"), debates y conversaciones con un puñado de amigos gallardos, y por último, el magistral ensayo de fray Petit de Murat que no tiene desperdicio: "Carta a un monje trapense". De todo esto me acordaba mientras leía los apuntes de Shoo, y para colmo de vivencias providenciales -y con esto me callo y dejo que el lector atento disfrute por fin de lo que vine a compartir- hace poco conocí a un personaje singular, un auténtico gallardo, en la librería ´Tiempo del Ángel´, quien me contó que hizo una "patriada" en el Sur más sureño, allá por la Provincia de Santa Cruz, en los valles cordilleranos de la zona conflictiva entre Argentina y Chile de la "Laguna del Desierto". En aquel paraje quiso "fundar" un pueblo argentino. El proyecto no le salió por muchos motivos que no vienen a cuento. Lo importante fue su testimonio de hombre religioso y patriota. Lo importante es el IDEAL...
Ahora sí, vamos en derecho al texto de marras:
"La única salvación posible que le queda a nuestra juventud en estos momentos trágicos de la civilización decadente- es replegarse a la soledad de las tierras vírgenes y congregarse para emprender la obra fundacional que dé sentido a sus vidas, comprometiéndolas, en torno a esas tierras y de esa obra, en el conocimiento y amor de Dios.
Estoy convencido que no queda otro camino. Por ello mi interés -en atraer a estas ideas- a jóvenes que sustentando un estilo de vida, totalmente incompatible con el que se desarrolla en las grandes ciudades y pueblos, puedan vivenciarlo y acrecentarlo, sin sufrir castraciones inevitables como las que se dan -en las comarcas de los hombres- a través de la vida y del tiempo.
La juventud está emparentada con esta civilización. Es difícil desarraigarla de los adelantos de la técnica, de la ciencia -que tienden a conformar sus mentes y planificar sus vidas- dándole a cambio las penurias que significan emprender, para la Patria, la conquista de las tierras aún ignotas de nuestro dilatado sur patagónico, inmerso en la soledad, frente a las manifestaciones primarias de la naturaleza. Se necesita una predisposición personal para vivir así y en eso.
Creo comprender que los testimonios de cada uno deben darse en la medida de la propia conformación espiritual e intelectual, en la medida de las posibilidades individuales. Cristo Resucitado dará en pago a cada cual conforme sus actos, y en relación a lo recibido. Esto lo comprendo.
Lo que no alcanzo a comprender cómo darán ellos este testimonio dentro de una sociedad derrumbada en la moral y conducida por el enemigo de su propio ser y sentido. No sé cómo lo dará. No sé. Para mi precaria persona humana -aquí y ahora- me es imposible testimoniar -plenamente- la filosofía que acepté para siempre, no puedo, me faltan los recursos del hombre religioso, no poseo elementos del místico, del ético.
No puedo. Pero hay algo más importante que el no poder, algo que nos compromete en una decisión que no admite otras salidas: No querer.
Sé que desde los primeros años de mi vida me sentí atraído por la nobleza silenciosa de la naturaleza. Cómo no recordar mis primeros pasos por la pampa desierta, libre de las maldades del hombre, limpia, inmensa. Cómo no guardar entre los tesoros de mis recuerdos el paso por las montañas sureñas, cargadas de soledad y nieve, mostrando en sus valles y faldeos, en sus cumbres y en sus hielos eternos, el mensaje maravilloso de la conquista inconclusa de mi Patria que ahí se me ofrecía, comprometiendo mi espíritu, mi mente.
Aún siento vibrar mis íntimas fibras juveniles ante la comparación entre las cosas del campo y las de la ciudad sin tierra, sin aire, sin sol y sin Dios.
Paréceme que en el principio, cuando el Señor creó el mundo visible e invisible, todo era naturaleza virgen e ignota. El hombre ha hecho converger hacia sus propios intereses la obra de Dios. Todo fue bien, mientras ellos servían para la glorificación del Señor de los Cielos. Cuando el hombre fue extendiendo sus obras, ensanchando sus dominios apartándose de los fines de alabanza y gloria, que como hijo de Dios, le competían, fue acercándose a su destrucción y a su infelicidad.
Así -de siglo en siglo- hemos llegado hasta aquí, y ahora se nos presenta un horizonte ensombrecido por las vanidades humanas, injusto en las realidades sociales, confuso.
La sociedad actual no es solamente infrahumana, es fundamentalmente anticristiana. Aquí está el drama más escandaloso de la humanidad, el deseo de matar a Dios, como diría Nietzsche: "Hemos matado a Dios". No es que Dios el Eternos muera. El hombre ha intentado su muerte imposible, con la inaceptación de su Persona Divina.
Paradójicamente, negando la existencia de Cristo Vivo -Dios Trinitario-, hoy más que nunca el hombre busca a Dios, fabricándolo a su medida, recorriendo caminos equívocos para acercarse a El.
Hay otro drama que caracteriza la actual sociedad, es la soledad del hombre frente al hombre mismo.
¿Cuándo ha estado más lleno de las cosas humanas, el hombre, que ahora? ¡Nunca! Sin embargo no ha encontrado su propio camino. Está solo. Frente a frente, solo.
El hombre de la ciudad, del tumulto, del escándalo de la multitud, el hombre del anonimato, está solo y espera. Sí, espera un nuevo mundo, una nueva hora que muchos creen será la nueva panacea universal. Tal piensan los constructores de la Nueva Torre de Babel. Los idealizadores -planetarios- del Hombre del Tercer Milenio.
No lo tienen a Dios. Están aniquilados por el peso de la sociedad absurda e injusta que han constituido, que han deseado y esperan la nueva hora de la humanidad, la hora de la resurrección del hombre "auténtico" liberado de las esencias comprometedoras de su yo religioso, la hora de la unidad universal, de las justicias de los hombres.
Mientras tanto, ¿qué puedo hacer yo y mis amigos, frente a este derrumbe inevitable? ¿Qué puedo hacer encerrado en los límites de mi precariedad humana, frente a este poder demoníaco colosal? ¿Qué puedo hacer?
Sólo queda un camino. ORAR Y FUNDAR. Frente al demonio el signo de la Cruz y la oración silenciosa, mistérica, triunfadora ("Pedid y recibiréis"). Inmerso en la ciudad del hombre, replegarse a las tierras vírgenes y abandonas, tierras de Dios, y fundar.
Frente a la ciudad del hombre debemos levantar la Ciudad de Dios. Frente a las obras del demonio, nuestra oración.
Esta es la única y mayor esperanza que le queda a la humanidad creyente: Orar y fundar.
Esta oración y esta fundación deben aferrarse a las más genuinas tradiciones de la Santa Iglesia y de nuestra Nación.
Pero los pueblos sin poesía no pueden escribir su historia. Dijo un luchador-mártir español:
"Hay del que no sepa levantar,
frente a la poesía que destruye
la poesía que promete".
Hemos relegado al olvido y a la incomprensión -en nuestra Patria- a sus más grandes poetas, como por ejemplo don Leopoldo Lugones, sin el mensaje vívido de su obra la Nación se detiene. Por ello esta obra fundacional debe ser emprendida poéticamente".