Vagué
por la Argentina, desolado ante la partida definitiva del Hidalgo Manchego y su
fiel escudero Sancho. Volvieron a su patria, y es que la tierra llama. Lo mismo
hice yo. Y allí que estaba, recorriendo los rincones más recónditos de la Patria,
por conocerla mejor.
Estando
en la Pampa, conocí un guitarrero cantor, un aguerrido poeta. Don Romualdo se
llamaba el señor, y vi en él un fulgor en su mirada y un furor en su ímpetu
tal, que intuí sería inspiración para mis relatos. Pero necesitaba conocerlo
mejor, así que pedí al párroco de la zona alojamiento en su casa por un tiempo.
El Padre Luis era un gauchazo ensotanado, sin problemas me permitió compartir
la casa parroquial con él por algún tiempo.
Tras
haberme instalado bien, pasados unos días volví a visitar a don Romualdo.
-¿¡Cómo
anda don Romualdo!? –grité yo desde lo lejos acercándome donde él ordeñaba las
vacas por segunda vez en el día.
-¡Don
Pelayo! ¿Cómo usted por aquí? –me dijo soltando la ubre de la vaca para venir a
mi encuentro.
Así es,
Pelayo me pusieron mis padres cuando chico, y así me llamo ante Dios. Se acabó
el llamarme Emigrante, pues ya volví, y mi nostalgia se tornó en gozo y
ganas de a la Patria servir.
-Venía a
ayudarle en lo que fuera menester, compadre. Ya sabe que si necesita un par de
brazos, tiene los míos, dispuestos a servirle –le dije yo, contento por la idea
de trabajar la tierra y el ganado.
-Fíjese
lo qu’es la Providencia, que justo iba a ponerme a hacer un asado, y ando
necesitando una boca más, porque no v’ia poder terminarme tuita la carne yo
solito.
Reímos
los dos un rato y terminamos de ordeñar las vacas que faltaban. Inmediatamente
nos pusimos con el asado, fue costillar la pieza elegida y algunos chinchulines.
Sacó mientras tanto don Romualdo un queso curado y una botella de buen vino. Y
charlando estuvimos un buen rato, hasta que don Romualdo cambió de tema:
-Me dijo
usted el otro día que sabe historias dignas de contar, ¿por qué no se cuenta
alguna compadre? Que ya está dispuesta el alma después de esta botella de vino –dijo,
ansioso por escuchar alguna historia.
Vivía
solo don Romualdo, era un hombre curtido por el silencio y la soledad. No
quería decepcionarlo con ninguna historia fútil, pues si no mejor era no
hablar. Así que le dije:
-Como
guste compadre, pero antes présteme una guitarra, que necesito invocar a los
santos con una bella poesía del Martín Fierro, no vaya a desmemoriarme en el
camino y no tenga sentido la historia.
Me pasó
la guitarra, y comencé a cantar el inicio del Martín Fierro, pidiendo a los
santos del cielo que alumbraran mi pensamiento y que me refrescaran la memoria
en ese momento en que iba a contar mi historia, y aclararan mi entendimiento.
--------------Continuará…-----------------
Don Pelayo
Don Pelayo, quedo a la espera de la parte segunda de este prometedor relato.
ResponderEliminarUn saludo desde La Guerma, Don Zaqueus.
¡¡Qué sorpresa y cuánta alegra oír de su retorno compadre y de su verdadero nombre!! ¡Las altas montañas aún lo aguardan anhelantes! ¡No se nos demore!
ResponderEliminarSaludos desde Los Gamos,
El menor de aquí.