La Isla del Tesoro
Caía la noche. Sentados en un pequeño bar frente al puerto dos amigos tomaban una pinta de cerveza. Sobre el silencio apenas si se lograba distinguir los susurros de los dos hombres, apagados, en su mayoría, por el tenue sonido de la brisa marina.
Pero... si alguien se acercaba lo suficiente podía notar que lo que hablaban les oprimía el corazón pues ambos deseaban un tesoro que no tenían.
-Creo que nunca podré encontrarlo- decía el primero, un hombre al que llamaremos Smith. Era alguien más bien flaco jefe de un hermoso barco azul, "el terror los mares", tenía una nariz larga y cabello rizado, varias de las muchachas del pueblo le lanzaban miradas cuando pasaba pero él solo pensaba en el tesoro.
-¿Que no puedes encontrarlo? Mírame a mi, si tu no puedes conseguirlo es mejor que me tire al mar, tienes muchas más posibilidades de las que yo siquiera puedo aspirar a tener, solo te falta el empuje, un viento propicio y la valentía para ir isla por isla, buscando el tesoro.
-Cosas que tú si tienes- alegó el primero.
-Tal vez, pero mi barco es más pequeño y hace agua por tres lados- dijo el segundo hombre tirando de su corta barba pelirroja. Era alguien más ancho y bajo que el primero, una niña del puerto había cometido ese día la desfachatez de llamarlo enano (nombre bastante acertado por cierto) aunque la mayoría de la gente solía llamarlo Guran, "El Corsario Negro".
Navegaba en un pequeño buque de velas oscuras que era conocido por sus fieros y fulminantes ataques por la noche.
-Pero... ¿vale realmente la pena encontrar el tesoro?- preguntó Smith
-Bueno, por lo que sé, y es muy poco, te lo aseguro, muchos son los peligros que lo rodean, pero cuando logras dar con él, lo conservarás toda la vida.
-Las leyendas dicen que hay muchas islas con tesoros falsos, que se gastan fácilmente y duran poco tiempo ¿Existirá en realidad el Tesoro Verdadero? ¿O solo son cuentos?
-¡Pero claro que existe!- exclamó Guran riendo -el truco esta en buscar las islas correctas pues hay dos tipos de ellas. Las islas del Archipiélago, que son muchas pero casi todas iguales y se puede desembarcar en ellas muy fácilmente. Pero también están las islas lejanas, que son muy difíciles de encontrar y vistas de lejos parecen áridas y extrañas pero, en cuanto te acercas, notas que allí hay algo muy bello, son esas las islas que valen la pena, las islas que la gente común no quiere.
-Aún así- dijo Smith abatido -Una vez encontré una isla como aquella que describes pero el viento y las olas no dejaron que mi barco se acercase.
-No todas las islas son para uno- respondió Guran -Aquello que cuentas me ha pasado incontables veces. Durante la última mi barco se ganó la tercera pinchadura en el casco. Las islas extrañas tienen ese problema, pero descuida. Si logras desembarcar en una te aseguro que el tesoro que encontrarás allí será invaluable.
-Pero es muy difícil encontrarlas ¿Cómo podré hacerlo?
-No hay mapa ni libro que guie a la isla correcta, si eso es lo que preguntas. La encontrarás algún día de la forma más alocada, imprevista y extraña, o eso se dice. Mientras tanto trata de mantenerte fuerte y preparado porque puedes llegar a la isla pero, si no tienes la fuerza suficiente para cargar la pala y la preparación para cavar hasta dar con el tesoro, de nada servirá el haber llegado hasta allí y, créeme, las islas correctas no son conocidas por su variedad.
-Habrá que probar entonces- respondió Smith.
-Ese es el espíritu. ¡Ya amanece! "Prepara asoltar amarras e iza las velas navegante", decía mi abuelo, la Isla del Tesoro aguarda.
El Corsario Negro
Bella entrada la suya para dar inicio a su pluma en este blog, en verdad le digo que me alegré en demasía al ver un escrito firmado por usted, espero que sea el primero de muchos! Saludos en Cristo, que todo lo da.
ResponderEliminarEstimado Marino, "Corsario Negro" de mares indómitos:
ResponderEliminarUd. ha dicho -y ha dicho bien- que hay que buscar la isla correcta si uno quiere dar con el tesoro verdadero.
Eso lo dijo un viejo amigo, argentino él (en su doble acepción) y de pocas pulgas. Sólo transcribiré las dos últimas estrofas de su poema inmortal, para que vea ud. la notable coincidencia:
"Busco la isla de Jauja, sé lo que busco y quiero
Que buscaron los grandes y han encontrado pocos
El naufragio es seguro y es la ley del crucero
Pues los que quieren verla sin naufragar, son locos
Quieren llegar a ella sano y limpio el esquife
Seca la ropa y todos los bagajes en paz
Cuando sólo se arriba lanzando al arrecife
El bote y atacando desnudo a nado el caz.
Busco la isla de Jauja de mis puertos orzando
Y echando a un solo dado mi vida y mi fortuna;
La he visto muchas veces de mi puente de mando
Al sol de mediodía o a la luz de la luna.
Mis galeotes de balde me lloran ¿cuándo, cuándo?
Ni les perdono el remo, ni les cedo el timón.
Este es el viaje eterno que es siempre comenzando
Pero el término incierto canta en mi corazón."
Yo también busco Jauja, mientras sigo aquí, en mi Viejo Navío.
Suyo,
Capitán Dalroy.-
Mi estimado Capitán Dalroy, heroe de la taberna errante e irlandés por exelencia
EliminarLe pediré si no es mucha molestia que me pase el nombre de la persona que ha escrito dicho texto... Es una coincidencia, en verdad, que me llena de sorpresa pues los mares que circundo en lo que es literatura no son (normalmente) de índole argentino, suponiendo que se trate de algún autor conocido. Por lo que le agradezco, me alegro que busque la isla y espero su respuesta.
Suyo.
El Corsario Negro
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ResponderEliminarBienquerido Corsario:
ResponderEliminar¡qué tiempos tiranos estos, que no lo dejan a uno despuntar el vicio!
Mire, el poema en cuestión lo escribió el cura loco, Leonardo Castellani. No sé si fue o no un gran poeta -ese es un debate largo y viejo como las pirámides-, pero "Jauja" dijo que son sus mejores versos; y la buena crítica lo confirma.
Puede encontrarlo completo en cualquier blog amigo. Vale la pena leerlo.
Mi abrazo irlandés y marino,
Capitán Dalroy.-
Estimado Capitán
EliminarAgradezco su respuesta y esta misma tarde buscaré tales versos. Poco conozco del famoso Castellani más que algunas novelas como "Su Magestad Dulcinea" pero a su debido tiempo dirigire mi navío por las bellas aguas aquellos mágicos escritos llenos, seguramente, de sabios consejos y admirables reflexiones.
Suyo y con afecto.
El Corsario