lunes, 25 de febrero de 2019

Meditando en torno al "lex orandi-lex credendi-lex celebrandi-lex vivendi".

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Al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. El les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espurnarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» El les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.» Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración»
[Mc 9, 14-29]

“Este es el misterio de la fe”. La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (primera parte) y lo celebra en la Liturgia sacramental (segunda parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (tercera parte). Por tanto, este misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración."
[Catecismo de la Iglesia Católica, 4ta parte, 1ra sección.]





Rumiando el Evangelio de hoy (Mc 9, 14-29) es que se me presentó a la consideración la vinculación que existe entre oración y fe. Vinculación que por cierto muy a menudo desatendemos, desgraciadamente. Ésta tiene su importancia crucial en nuestra vida cristiana y, por eso mismo, se me ocurren estos pensamientos que iré destilando desordenadamente.

Primero está el texto evangélico de este día en toda su belleza y su fuerza transformadora. Texto largo con sus preguntas que interpelan a la generación de hoy como la de ayer, con sus cuestionamientos frontales hacia nuestra persona, con sus gritos auténticos desde lo profundo, con las maravillas inagotables de Jesús. De entrada nomás contemplamos, entre tantas cosas sorprendentes y hermosas, cómo la gente se asombra ante el Nazareno apenas lo ve y acude hacia Él corriendo. ¡Cómo no nos pasa lo mismo en nuestras existencias al percibir la Presencia del Amado en nuestras almas, y sumergirnos rápidamente hacia Su encuentro en el más profundo centro! Luego de ponernos el Evangelista en clima, dispara el Maestro la primera pregunta: "¿Sobre qué estaban discutiendo?" Siempre el Señor nos sorprende en discusión permanente. (¿Acaso no sucede esto mismo todo el tiempo en la oración del Nombre? Discutimos internamente con nuestras mil solicitaciones vanas mientras el Nombre de Jesús aparece en nuestros labios y en nuestras mentes de tanto en tanto para frenar la bulla vocinglera, para apaciguar tanta discusión con personas de carne y hueso que no están presentes, y así dejar por un rato la venenosa murmuración). Después viene el reto divino con su tronador: "¡Oh generación incrédula!..." La de hoy, sí, la nuestra del siglo XXI que va perdiendo la fe vertiginosamente. ¿Hasta cuándo estará el Señor con nosotros soportándonos? Dijo hasta el fin del mundo... hasta el confín de mi mundo donde todavía queda algo de fe genuina. Y el llamado de atención colectivo se hace individual, y ahí es cuando me estremezco pues hacia mí se dirige aquella Voz poderosa: ¡Oh, joven incrédulo, hasta cuándo habré de soportarte! Después tenemos al causante de tanto lío y alboroto: el demonio sordomudo del muchacho que viene desde la infancia acechándolo. Ese demonio bien podría ser el demonio de la incredulidad -que Cristo nos reprocha- que llevamos dentro, o el demonio de la acedia que no le interesa la Divinidad ni siquiera la santa Humanidad de Jesucristo. Ese demonio que no nos deja oír la Palabra de Dios y, por lo mismo, no nos es posible anunciarla a voz en cuello, celebrarla con brío y vivirla en carne propia. Es el demonio que ataca arteramente las cuatro leyes del orar, del creer, del celebrar y del vivir cristianos. De ahí que pidamos, con el padre de dicho muchacho endemoniado, socorro y piedad. No obstante, somos todavía muy tímidos y torpes, y por ello nuestra fe como nuestra oración carece de profundidad y de claridad. Puesto que al mismo Dueño de lo Imposible, al Todopoderoso, le decimos ingenuamente: "si puedes..." Y nuevamente el Maestro vuelve a levantar la voz para decirnos: "¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para el que cree!" Así brota auténticamente  nuestro grito entrañable "CREO". Brota luego de una experiencia de bruta miseria; de saber que nuestra vida espiritual es ruidosa, inmadura e inauténtica; de caer en la cuenta que el peor demonio que llevamos dentro es el de la falta de fe y confianza en el Dominus, en el Conditor, en el Rabunní. Tan raigal ha de ser esta vivencia que ha de dejarnos humildes, simples, sencillos. Abandonados en Él. Como el padre del muchacho que luego de su honda confesión de fe pide una sincera ayuda por ser tan débil para creer las palabras del Maestro, para creerle a Él mismo.  Esta base es necesaria para que las cuatro leyes susodichas hagan pie. Entonces irrumpe la Magia: entra en Acción el Señor ordenando al demonio que llevamos desde la niñez que se aleje de nosotros y no vuelva más. El Cristo-Médico nos cura con su Palabra-Fármaco, según una bella imagen de los Padres. (Hay más, Él mismo es nuestro Fármaco que recibimos en la Eucaristía). Y una vez liberados de semejante enfermedad o posesión diabólica, emerge la última pregunta, ahora de los discípulos: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?" ¿Por qué no podemos sacarnos este incrédulo que llevamos dentro de una buena vez? La respuesta conclusiva que da Jesús es: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la ORACION." Mientras la oración aumenta, la fe crece, y el feroz incrédulo/escéptico que todos cargamos irá desapareciendo hasta ser expulsado para siempre del corazón. Y viceversa, mayor fe/fidelidad a Dios, más fuerte y más pura será nuestra plegaria. Y ambas, fe y plegaria, se nutren del ánima humilde, franca, pura. Así las cosas, el que reza asiduamente, cree intensamente, y, entonces, el alma se va enamorando de más en más en el Amado al que se trata y se cree. Deviene el Amor, la historia de amor entre Dios y el hombre. ¿No decía San Juan de la Cruz que "el alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente"? Todo nuestro combate radica en esta falta de Fe, falta de Caridad, falta de Esperanza. 

Hasta ahí, mas o menos, lo que meditaba al principio con el Evangelio de Marcos. Sin embargo, me dejé llevar por las Musas religiosas o mi Ángel custodio, y terminé en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) -aquel que fuera dirigido por el entonces brillante Joseph Ratzinguer. Vale agregar que este libro fundamental del católico actual es una verdadera obra maestra a la cual no hay que desestimar ni subestimar ni lastimar-. Acudí al CIC porque me acordé que allí se desarrollaba genialmente esa verdad elemental, tradicional -que ya dije lo olvidada que se la tiene en la actualidad, pese al mismísimo Catecismo "para el tercer milenio"- sobre la relación lex orandi-lex credendi: "la ley de la oración es la ley de la fe". Este adagio antiguo indica que la Iglesia cree como ora. Pero, si bien este dicho es más conocido, esto no empaña las otras dos realidades vitales de la Iglesia: la que celebra -lex celebrandi- y la que vive/obra/actúa -lex vivendi/operandi/agendi-. Ésta interconexión esencial es una de las ricas cualidades que constituyen el CIC. Entonces, pensando estas leyes y pescando algunas frases sueltas del CIC, fue que me iba conmoviendo ante la verdad grande como un piano, sabrosa como el pan caliente y útil como el agua clara que hay en la mentada interconexión. Veamos algunas consideraciones sin demasiada precisión y con floja prolijidad...

La oración se forma -o se deforma- en la Liturgia. Los textos litúrgicos son garantía de una oración auténtica, profundamente católica, de calidad probada. La oración, por los mismos textos litúrgicos -tan sabios-, se va haciendo cada vez más interior y eclesial, lo que viene a significar esto último que, básicamente, destruye el subjetivismo siempre al acecho de nuestra plegaria. Yo no rezo, reza la Iglesia toda; como yo no creo ni celebro, sino que es toda la Iglesia la que cree y celebra. De ahí la tragedia y el pecado grave de modificar los ritos de la Liturgia que aseguran la fe verdadera porque resguardan la piedad robusta del creyente; o, al revés, que cuidan la oración pura del fiel porque el Credo se mantiene intacto, íntegro e invicto en su prístina expresión. La fe de la Iglesia es anterior a la fe de cada uno ("No mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia"). Yo no invento la fe; la recibo desde los Apóstoles hasta ahora. Como recibo la Liturgia. Así la Sagrada Tradición articula y mantiene sólidamente la norma universal y perenne del creer, del orar y del celebrar. Por eso no celebro como me pinta, como no rezo como me pinta ni creo el Credo que me pinta. También es cierto -tan cierto- que si modifico alguna de estas tres patas son las mismas tres las que serán perjudicadas. Su estrechez es insobornable; directísima su influencia. Si voy a una misa, no digo payasesca en atención a los lectores de esta bitácora, si no apenas alterada, ya lentamente comienza a alterarse -por no decir contaminarse- mi vida de fe y mi vida de oración. Ciertamente que la Liturgia juega un papel primario en esta relación, pues como decíamos al principio de este párrafo es la Liturgia lo que forma la oración. Aunque de todos modos el error puede provenir por cualquier vía, ora que comienzo a rezar mal, ora que comienzo a creer mal. Con todo, el primer error más a la mano que nos puede rodear en esta circulación bendita proviene de la cuarta pata que no hemos venido mencionado: la vida misma, nuestras obras. Siendo cristiano vivo como un pagano; ergo, buscaré una misa mundana, acomodaré mi fe "a la carta" y mi oración será lánguida ("Cuando ustedes oren, no hagan como los paganos...") En cambio, siguiendo este dinamismo interesante, una misa cuidada, cuida mi fe, mi plegaria y mi propia vida de creyente. Luego de una Liturgia bella y correcta, sigo rezando con un corazón lleno de fe, y es este clima el que me permitirá vivir como un cristiano cabal, hasta volver nuevamente al ámbito litúrgico donde sé que me encuentro con la Santa Trinidad. Esto, desde ya, no quita que seguiré siendo un pecador y un pobre miserable. Pero si prestamos mucha atención a este dinamismo precioso y medular, nos preocupamos por pensarlo y por ponerlo en ejercicio, le iremos cerrando más puertas al pecado en nuestra vida. Al pecado que se respira en el mundo hodierno como a nuestros innumerables pecados de cada día. Habituarnos a esto puede ser un remedio a nuestros males, un camino genuino para vivir en la santa libertad de los hijos de Dios y de la Madre Iglesia. Para vivir en la verdad y en el amor, ya que precisamente por descuidar esta influencia y retro-alimentación de estas cuatro necesidades del ser cristiano es que vivimos en la mentira y en el desamor. Estas cuatro realidades han de llevarnos a un Cristo real, existencial, que puedo ver, tocar, escuchar, gustar y oler. Estas cuatro leyes sirven y apuntan a la contemplación, y la contemplación es el fin de la vida cristiana: contemplar a Dios cara a cara eternamente. En la vera contemplación se caen nuestras máscaras, y se vuelve el corazón hacia el Señor (¡Sursum corda!). Entonces, tan sólo entonces, se hace realidad el Cantar de los Cantares en nuestro cristianismo... que deja de ser simplemente un Decálogo, un Credo o los siete Sacramentos, sino una Persona: Jesucristo, Uno de la Trinidad.

De más está decir que hay mucha tela para cortar con estos cuatro "lex". Esta entrada es sólo una aproximación a los mismos, y no hubiese sido posible, además, si el Espíritu no hubiera inspirado estos pensamientos. Por ello mismo hay que pedir luces al Paráclito para que, en este punto, nos enseñe a PENSAR LA FE. Es lo que más nos urge en esta vida pasajera; muchísimo más que pensar de qué voy a trabajar en el futuro, qué voy a estudiar o con cuál mujer me voy a casar, por caso. Ya lo decía el Señor 2.000 años atrás: "Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura" (Mt 6, 33). Y para concluir, no hay que olvidar que todo este dinamismo empieza -luego de meditar en estas cosas caras a nuestro cristianismo- con la confesión y el reconocimiento veraz de nuestra miseria, gritando misericordia, llorando nuestros pecados, para que de este modo Dios haga proezas con nuestra fe, nuestra oración y nuestra vida entera.

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Hilario.   



















           

Sinodo del hombre en cuanto al bien y el mal


La noche nos sorprendió temprano, a las 20 hs tuvimos que hacer alto a la caminata y acampar, pues era peligroso continuar sin luz.
—“Zac, ¿Traes encendedor contigo? Sería oportuno prender un fuego” Me dijo Don H.
Le alcancé lo que pedía  y fui a sentarme en una piedra incómoda que seguía caliente por la luz solar que había recibido durante el día. A mi lado se desplomó un agitado Don Rionnes dando gracias al cielo por haber aliviado el dolor de sus pies con la llegada de la noche.
Distraído Don Virula miraba el cielo aún con la mochila al hombro, vaya a saber en qué, o mejor dicho en quién, pensaría. Algunos pasos más allá desafiaba a la prudencia el temerario Don Alcandora Tuk asomando la cabeza por un acantilado inmenso. Más cerca nuestro se encontraba nervioso Dom Abbuba que luchaba consigo mismo para no alejar de un puñetazo en la nariz al cariñoso Marquez del Godoy (probablemente en el fondo de su corazón sabría que en una batalla su alto amigo sería un rival peligroso), que abrazándolo le contaba historias románticas hablándole a 2cm del largo bigote del Staretz. El Bagual observaba con atención a Don Hilario que intentaba prender el fuego, dispuesto a dar una mano si así fuese necesario. Alejado de todos Don José del Alba miraba el horizonte (que por la oscuridad no estaba más lejos que unos 7 metros), una luz se encendía cerca de su cabeza mientras hacía refugio con su mano de la suave brisa que corría, como cubriendo algo. El Corsario Negro había sido invitado también, haciendo honor a su nombre se había sentado en el punto más oscuro del yermo. Haciéndole compañía al encargado del fuego, ya tomaba cerveza y fumaba un cigarro el barbudo Emigrante. Don Camilo acomodaba las guitarras a un costado, mientras compartía una charla con sus amigos Medina y el de La Mancha.
Mientras yo sacaba mi pipa se puso de pie Don Hilario, que había encendido ya el fuego, y comenzó a hablar:
—“Amigos queridos, han sido convocados aquí con un objetivo: Formar parte del “Sínodo del hombre en cuanto al bien y el mal”. Sí, el nombre es largo, probamos distintas opciones, “el sínodo del hombre" era muy amplio, “el sínodo del bien y el mal” tampoco aplicaba al caso.”
—“¿Y por qué tuvimos que caminar 2 días a la intemperie en la montaña para hablar de esto?” Preguntaba Don Virula.
—“Nos parecía una ocasión propicia para hacer una salida entre gallardos.” Respondió E.N
—“¿Y por qué Sínodo?” Pregunté listo para rasgarme las vestiduras ante la posible soberbia.
Otra vez contestó el noble Emigrante, que al mirarme a los ojos adivinó mi intención, y además venía preparado para este tipo de preguntas, diciendo:
—“La palabra sínodo proviene del griego synodos (syn: con/junto, odos: camino). Este es un encuentro amical que busca esclarecer el camino Zac”
—“Si ya terminaron de interpelar, sigo” Dijo Don H. “Como somos amigos, es justo y necesario que vayamos construyendo juntos una vida entregada al Señor. Con el Nostálgico hemos estado pensando en esto y, luego de pensar distintos temas, llegamos a la conclusión de que este es bueno para comenzar, pero para que se vaya construyendo peldaño por peldaño queremos que ustedes hablen y de a poco ir llegando a la “verdad” que nosotros creemos haber alcanzado, o incluso mejor superarla. Así pues, comencemos ¿Qué opinan del hombre en cuanto al bien y el mal?” Cerró el discurso preliminar dando lugar al silencio meditabundo.
Luego de estar un tiempo callados, se animó a hablar Dom Abbuba diciendo:
—"Los hombres malos son quienes se alejan de Dios deliberadamente y así un buen hombre es quien se acerca deliberadamente"
Casi todos quedamos medianamente conformes con la respuesta, pero rápidamente intervino el misterioso Corsario, desde el fondo, diciendo:
—"Si me permiten, voy a dar mi opinión. No creo que un hombre sea malo con ese criterio, o mejor dicho, si eso fuera real si sería malo ese hombre, pero es una farsa. Nadie puede alejarse deliberadamente del Señor, sino que es victima del mal que, al tentarlo, lo apresa y le hace perder su sano juicio. Pues para elegir hay que hacerlo de manera razonable, y si hablamos de alejarse de Dios, esto no sería razonable, al menos no desde las verdades que consideramos poseer, por eso no sería deliberado su acto."
Valiente intervención la suya, pero generó mucho revuelo entre los gallardos que opinaban todos al mismo tiempo y a los gritos. Por un lado coléricos y sanguíneos saltaron agarrando piedras y bramando ininteligibles opiniones mezcladas con insultos. Los Flemáticos alzaban una mano pidiendo calma (mientras con la otra se rascaban el ombligo) y compasión con los melancólicos que se tapaban los oídos con las manos y se acurrucaban entre ellos. El mismo Don Hilario, que debía dar una imagen seria, dejándose llevar por la sangre y cuando nadie lo veía le propinó un fuerte puñetazo en las costillas a Don Alcandora que comenzó a dar saltos y lanzar patadas a diestra y siniestra.
—"¿Que no existen los deliberadamente malos? A ver que opinas de esto!" Gritó Don Alcandora mientras dirigía su ágil pie derecho a la frente del Corsario, que vale aclarar lo esquivó sin mucho esfuerzo.
—"¡Mira cómo me tiene preso la tentación!" Replicaba con malicia Dom Abbuba mientras saltaba para caer con el codo en la espalda del Marques, aprovechando para desquitar la incomodidad que había sufrido más temprano.
El largo, a quien no le pasó desapercibido el rencor de su amigo, lo tomó por los hombros levantándolo 20 cm por sobre el suelo y lo arrojó con tal mala suerte que fue a caer en la cabeza de avestruz que intentaba meterse en la tierra del Viru.
—"!Ahhh!" Gritó enfurecido el melancólico mientras se colgaba del cuello del, hasta entonces sereno, Emigrante, que nervioso al sentir los dientes del flacucho enterrarse en su cuero cabelludo lo lanzó contra unas piedras, donde José del Alba le ofrecería su propio cigarrillo para tranquilizarlo.

Nadie puso un grito en el cielo para frenar la riña, ninguna voz de prudencia intervino, ni tampoco se escandalizó ninguno ante la diversión torpe y violenta de los amigos. Más el cansancio de caminar y la repercusión física que conlleva tener costumbres relacionadas con el tabaco y el alcohol, fueron apaciguando el ambiente hasta que el silencio y las estrellas volvieron a tomar la montaña. Sin hablar de lo acontecido tomó la palabra Don Hilario:
—"Gracias Corsario, su aporte va armando la ruta para llegar a destino.  Veamos, ser preso de un mal ya sería tener un vicio, cuestión que no queremos ahondar. El objetivo es ir a la base, al "mal" ¿Qué, amigos míos, es propiamente el mal?"
Hubo nuevamente un silencio, que era lógico ya que todos teníamos que sopesar sus palabras y ver adónde quería dirigir la conversación (cosa que él vendría masticando hace días). Hasta que habló Don Rionnes diciendo:
—"Creo entender a lo que se refiere, nos pregunta qué es el mal propiamente, cuando justamente el mal carece de "propio", de propiedad. Tal como si nos preguntara qué es el frío, o qué es la oscuridad"
—"Excelente Rionnes, esto establecería que el mal es ausencia de bien, así como el frío ausencia de calor, y la oscuridad ausencia de luz. Ahora apuntando a lo que se postuló en un comienzo, el hombre en cuanto al mal... ¿Podríamos establecer que el hombre no puede ser malo? Hablando claro de posibilidades reales, como mencionaba el Corsario." Completó el Marques
—"Claro, es aquello de la libertad y el libertinaje. El hombre es libre cuando elije una posibilidad real" Sumó el joven de la Mancha.
—"Bien, muy bien, que alegría saber que en la Patria se conserva el buen pensar. Para aclarar ideas la conclusión sería: El mal como esencia no existe, sino que lo que existe es la ausencia de bien, y para que se dé eso el hombre tiene que "elegir" estar "vacío",o sea tiene que descartar todos los posibles bienes y entonces así "abrazar" la nada misma. Ahora bien, no se entienda que eso no es malo, simplemente pactamos que no existe el mal en sí, pero aquello de la falta de bien sí que es malo. Esto se dará por el bien aparente que nos muestre la tentación en cada situación, pero tampoco queremos ahondar en eso, al menos no por hoy." Dijo contento el Emigrante
—"Bien, por mucho que le sirva de victimización el hombre no es capaz del mal ¿Y que hay del bien?" Pregunté fascinado por el rumbo de la charla.
—"Pues si que somos capaces del bien, ya que es algo real y posible" Dijo un tanto dubitativo Don Calixto de Medina mientras miraba de reojo a sus amigos.
Todas las miradas de los gallardos se cruzaron, ¿Quién sería el primero en aventurarse a desmenuzar este tema? Hasta que rompió el silencio Don Hilario diciendo:
—"Complejo asunto, pues si y no. Veamos: Uno no es capaz de dar de sí lo que no posee, luego podríamos decir que no podemos dar bien. El bien que somos capaces de alcanzar gira en torno a la libertad antes mencionada, nosotros podemos decir "SI", como lo hizo nuestra madre, Si a la posibilidad de bien que nos ofrece el Señor, Si a ser libres, Si a que él haga bien en nosotros, a que haga todas las cosas nuevas, a que nos haga nuevos"
Tímidamente alzó la mano El Bagual para decir:
—"Bueno, yo creo que aún no tengo mucho para aportar en todo esto, pero mientras decías eso pensé lo siguiente. Quizás eso suene muy humilde, pero creo (tal vez me equivoque) que oculta una trampa. Y es que, deja de lado lo que es la voluntad del hombre, que es buena y necesaria. No funciona todo de manera tan fría, tenemos un corazón de carne, tenemos pasiones, gustos y deseos. De ahí que nosotros queremos cosas por nosotros mismos (sin negar que cuando sean buenas Dios será fin último). No recomendaría esto de vivir solo diciendo "si", o mejor dicho, lo complementaría con nuestra voluntad. Es como nos muestra nuestro Señor Jesucristo en el monte de los Olivos: "Padre, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".
—"Es bueno lo que dices, amigo, pero ¿Y el bien que podemos alcanzar, entonces, cuál es?" Pregunté tímidamente.
Quien interrumpió fue Don José del Alba que había estado meditando todo en silencio y dijo:
—"Para ordenar ideas, aunque creo que el Bagual ya estaba llegando. Lo bueno entonces, para mí, sería formar un criterio propio y un carácter y no temer a desear cosas que no sean necesariamente la voluntad de Dios, siempre y cuándo queramos que, si es así, se haga la suya y no la nuestra; y también es bueno ver a la luz de esto que el "SI" del que hablamos más temprano será también deseado, y no solo aceptado. Al final no cambia la esencia de aquello que señaló correctamente Don Hilario: "Todo bien proviene del Señor". Pero se le agrega esto de la voluntad propia que es muy importante"

Luego hubo silencio, las estrellas ya casi habían cruzado el cielo y una luz anaranjada comenzaba a asomar por el Este. Nadie habló, pero todos entendieron que este sínodo no solo era bueno en cuanto a la verdad del asunto, sino que era un gesto de amor entre amigos, y eso calentó el pecho aún más que las bebidas y pipas.


Zaqueus de la Guerma

miércoles, 20 de febrero de 2019

HILARIO VUELVE

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Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
-la tarde cayendo está-.
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
“ya no siento el corazón”.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.”
Antonio Machado




Era verano. Poco más de un año había transcurrido desde la partida de Don Hilario de Jesús. Nadie sabía con exactitud su destino, ni su misión ni su vocación. En verdad, ninguno hubiese creído que de un momento a otro, sin dar explicaciones, se marchase el Viejo hacia el Oeste, montaña adentro. "¿Se iría a Chile?", comentaban los más jóvenes de la la Comarca cordillerana. "No, decididamente no osaría Hilario cruzar la Cordillera para establecerse en tierras traicioneras", contestaban rotundamente los más patriotas del grupo de amigos. No obstante, todos, en el fondo del corazón, dudaban de hacer cualquier afirmación sentenciosa con respecto a la vida y a los pensamientos del de Jesús...

  Sin embargo, fue una semana de febrero en que la plácida y tórrida Comarca del Oeste comenzaba a agitarse por señales hilarantes... Don Virula de los Gamos se hallaba whiskieando a las 11 de la mañana en su casa, un día cualquiera, cuando el conejo que allí tenía se arrimó a su dueño con una esquela atada al cuello. Éste toma al conejo por las orejas, lo alza, le saca la esquela del cuello y lo arroja por el jardín. Luego con avidez desenrolla el papel, y lee con rapidez el siguiente mensaje:

Este sábado, a la medianoche, en el Rincón de la Dalila. Traiga un "100 PIPERS"
¡Hasta la vista!

Vuelve a enrrollar el papel, lo guarda en el bolsillo y se prende un cigarro. De pronto su corazón empezó a palpitar con violencia. Los ojos comenzaban a iluminarse, y mientras se servía otra medida de whisky, asentía levemente con una sonrisa en la cara, murmurando: "Vuelve..."

Mas no fue únicamente el ruludo Virula quien recibiera dicha invitación misteriosa, aunque probablemente haya sido el primero. Uno a uno fueron los compadres del Hilario enterándose de tamaña mítica reunión. Así, Don Ojota Fonsé leyó un WhatsApp inesperado de un número desconocido con palabras enigmáticas: sábado-medianoche-rincón de la dalila-urgente. Dom Abubba advirtió un significativo comentario en su Instagram con palabras similares, cuestión fácil de desentrañar para el Starets. El Marqués de Godoy es avisado por un peón de la estancia de su Marquesa sobre dicho evento. El Emigrante Nostálgico con su inseparable Granadino son invitados a la curiosa velada por el camarero de la taberna donde se encontraban bebiendo ya le 7ma cerveza. Los pequeños dinosaurios -Medina, el menor de los Gamos, Cozzetti, de la Manchita y el Libanés- recibieron el mensaje por parte de Elviralacio, después de una misa semanal. Jimmy es anoticiado del acontecimiento por un mensaje privado en Facebook. A Zaqueus se lo comunica el portero de su barrio. A Don Rionnes se lo informa su propia empleada, fiel y guapa. Al del Alba se lo cuenta un cliente asiduo de su taller de carpintería. A The Writer le llegó un escrito a su Blog con la mentada informaciónTambién son invitados al concilio personajes como Pericles, Jens y el Irlandés que estaban filosofando en un campo del pedemonte. Y Don Alcandadora Tuk no se enteró de la cita por ninguna vía; pero finalmente hubo un compadre que se desbocó y lo puso al tanto del encuentro (¿o reencuentro?), sobre todo porque era menester un mago del fuego que encendiera uno a tono con la ocasión -pues hay fuegos y fuegos... fuegos que encienden otros fuegos.

De más está decir que aquella semana se pasó volando. Todos los invitados a la asamblea del Anónimo fueron presa de una ansiedad virulenta. Y ciertamente que entre ellos ni una palabra se dijeron sobre tal invitación. Así las cosas, cada uno se calzó a su manera: Abubba con su narguile y sus bebidas tropicales, Virula con el whisky susodicho mas cigarrillos a granel, los mini-dinosaurios con sus Damajuanas y sus puchos baratos, el Emigrante y el Granadino con sus cervezas, los filósofos del campo con sus licores variados y sus pipas, Zaqueus con gintonic, The Writer con su bebida energizante, Don Rionnes con su agua mineral de manantial, Alcandora con su fernet, Fonsé y Jimmy con un añejado coñac, y el Marqués con las manos vacías. Todos estaban alistados, y el día se aproximaba con presura. 

Fue entonces que la juntada por fin arribaba con su noche estrellada y su luna escondida. Poco a poco iban cayendo al callejón pedregoso donde se hallaba el lugar de la reunión. Algunos llegaban caminando, fumando en silencio. Otros aterrizaban en sus coches full-full. No faltaban los que caían en bici, en longboard o en monopatín. Y otros aparecían súbitamente, como por arte de magia, como caídos del cielo. Es en esta situación que fueron cayendo en la cuenta los invitados que eran todos amigos entre sí, o más acertado, todos eran amigos de una persona en común: Hilario. Al percatarse de esta coincidencia, más violentamente comenzaron a latir los corazones, con redoble de tambores, en una expectación que iba in crescendo. Hasta que todos se agolparon junto al enorme portón blanco de estilo victoriano que daba al caserón en cuyo rincón trasero se hallaba sepultada la mascota más sagaz de los últimos tiempos: Dalila, de la estirpe de Roverandom. Al verse las caras, atónitas, atina el Nostálgico con cierta decisión: 

-Bueno... ¿vamos a entrar o qué?
-¡Entremos! -grita un Virula decidido que comienza a colgarse del artístico portón. Todos le siguen detrás, salvo Alcandadora que de un salto acrobático ya se encontraba del otro lado del portón.   

Mientras marchaban en fila india hasta el fondo del loteo, avanzando por el rosedal, luego zigzagueando una serie de arbustos y plantas de distintas especies, se van aproximando lentamente al el sitio preordenado, y allí observan a un hombre sentado sobre un tronco, apenas iluminado por una farola, que miraba al piso mientras fumaba una pipa calmosamente. En eso se oye desde la penumbra un excitado: "¡Hilario!". Seguido luego de varias voces que paulatinamente iban adquiriendo un rostro gracias a la tenue luz del faról narniano. Voces que clamaban y exclamaban: "¡Hilario, es Hilario!... ¡Ha vuelto, el Viejo ha vuelto!... ¡No lo puedo creer, joder!... Sabía que regresaría... ¡Necesito chupar, necesito celebrar!... N O O O S I I I N O O O S I I I..." Acto seguido, o al mismo tiempo, todos se abalanzaron hacia un Hilario que ya se hallaba de pie con el semblante radiante, feliz con los brazos abiertos de par en par y una sonrisa gigantesca y unos ojos desorbitados. Y se sucedieron los fuertes abrazos, las risas prístinas y sonoras, las lágrimas gozosas, los besos al hombro, las bendiciones amicales, los gestos afectuosos y las palabras cordiales. Todo era albricias, algazara y júbilo. A los saludos prosiguieron los brindis, descorchando todo tipo de botella de vidrio contenedora de algún líquido amable que acompañara al son de la alegría sobreabundante. Vinos, whiskys, birras, licores en el aire se balanceaban al ritmo de la danza de la amistad celebrada, entre cánticos exultantes y vibrantes. El fuego, ágilmente prendido, chisporroteaba con gracilidad en el centro del asombroso reencuentro. Después de un año Dalila volvía a presentir la vida desbordante sobre la superficie terrestre. Había fiesta en ese legendario rincón porque un compadre retornaba de lejanas tierras, y el corazón desgarrado de Don Hilario volvía a encontrar los pedazos que lo completaban en sus amigos entrañables. Con todo, solamente el intuitivo Virula contemplaba en la cara de su amigo vuelto un dejo de dolor abisal, impronunciable... 

No fue en esta noche que explicó el Viejo Hilario el motivo de su regreso. No fue ni en esa noche ni en muchas otras noches que el de Jesús desarrollara las razones de su ida y su venida, y de sus correrías más allá de la Precordillera. Fue mostrando poquito a poco la "aguda espina dorada" que llevaba atravesada en el pecho, y no a todos sino a muy pocos. No le era fácil hablar del asunto. Entonces, prefirió que el tema se mantuviera en el silencio, en el olvido, en el misterio oculto. Sería un secreto que llevaría en su alforja, como tantos secretos del pasado que supo ir acumulando y que tanto le enriquecían. Si algo compartía era con suma discreción, pues lo que revelaba tenía su precio y no podía ser manoseado por la gente como si fuera un chiche, como si no fuera nada. Trataba de ser fiel a aquella frase sabia de Bernanos: "Cuando nuestro sufrimiento ha pasado de piedad en piedad, como de boca en boca, me parece que ya no podemos respetarlo ni amarlo". Los amigos, a la corta o a la larga, terminarían comprendiendo esta compleja posición del amigo herido, y lo seguirían acompañando, en este punto, en el misterio de la oración envuelta en un silencio profundo.

    

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