CARTA
I
***
24.09.2019 - Cuyo
Querido amigo:
Movido por
una inspiración he decidido contestar por carta a todas tus inquietudes y
cuestiones que me vienes planteando sobre la amistad de un tiempo a esta parte.
La inspiración me movió a la idea de escribirte en vez de hablarte sobre estos
temas que nos preocupan, pero has de saber que la razón última que anima estas
líneas es el sincero amor que tengo por ti y por el resto de los amigos
entrañables, y también un profundo afán
por encontrar la luz que ponga fin a las sombras que acechan nuestra bella -y
ya un poco añeja- relación amical. Ojalá que esta íntima y pobre carta ilumine
nuestra amistad, especialmente para que crezca el amor genuino entre nosotros,
de corazón a corazón.
Y bien. Me
dices, con cierto pesar y melancolía, que la amistad nuestra ya no es lo mismo
que antes. Que desde cuándo se ha tornado la amistad un problema. Que porqué
hay cada vez más rencillas que antes no existían, o si existían eran pocas y se
resolvían con rapidez. Que cómo es posible que ya no exista una confianza total
entre todos, que cada uno se refugie en su caparazón y mida al otro con tanta
distancia. No puedes creer tampoco que abunden tantos prejuicios, que existan
resentimientos y susceptibilidades, que se manifiesten a menudo destratos y
agresividades, que haya tanta incomprensión, y en consecuencia, tan poca compasión
con el amigo de siempre. Y por último, que los deseos y el entusiasmo por los
altos ideales estén en peligro de extinción. Estos interrogantes que te agobian
y que hemos conversado algunas veces son los que ahora intentaré hacerles
frente procurando vislumbrar alguna respuesta satisfactoria que remedie, al
menos como punto de partida, los males y errores que se han deslizado en el
seno de nuestra preciosa amistad.
Sin mucho
orden dejaré que mis cavilaciones sobre estos caros temas broten de mi alma y
tiñan esta carta confesional, y, al mismo tiempo, pertinente -si es que no es urgente-.
Por eso, lo que me falte en la misma, por escribir así de excitado, te ruego
que lo atribuyas a mi impulso amical y a mi deseo de hacerte saber todo lo que
siento y veo al respecto. Es importante que leas entrelíneas mi recta intención
y mi cariño auténtico, para que así puedas completar lo que a mí me faltare en
este mensaje, y juntos podamos arribar a una verdad común para bien de la
amistad y consuelo de nuestros corazones.
Así las
cosas, amigo, lo primero que se me ocurre decirte es que quizás el problema de
fondo en esta amistad y en toda amistad sea la falta de amor o del desamor
fruto del desconocimiento o de la ignorancia. Para que haya amistad verdadera
tiene que haber primero verdadero conocimiento del otro; tiene que reinar la
verdad de la otra persona tal y como es, y de la relación en sí. Te sonará
verdad de Perogrullo lo que te digo pero desgraciadamente esto sucede en toda
relación humana y mucho más de lo que uno cree. Podremos decir con San Agustín
incansablemente que “nadie ama lo que no conoce”; no obstante, pareciera ser
que no nos molestamos demasiado en conocer bien, en conocer profundamente la
“res”, la cosa, la realidad -en nuestro caso, al amigo-. Puede conspirar contra
esta verdad elemental -que sin conocimiento total del otro no llegaré a amarlo
de verdad- varios factores. Por ejemplo, y sin un orden de prioridad, los prejuicios
minan este conocimiento real, y, por ende, dañan el trato amical -viril,
franco, sincero-. Es extremadamente fácil y frecuente prejuzgar o juzgar
precipitadamente al ser querido -todavía más, aunque resulte contradictorio,
que al extraño-. Entonces sucede que me fabrico una idea de mi amigo que no
existe, o que existe parcialmente -lo
que equivale a decir que tampoco existe porque la verdad es íntegra y no
fragmentada-. Así es como llego a temer y reverenciar la idea de amigo que
tengo sobre alguien, o llego a rebelarme y pelear con la idea de amigo de otro,
o llego incluso a querer y respetar la idea de amigo de otro más que habita
sólo en mi mente. En definitiva, el problema es siempre el mismo: la falta de
conocimiento real y experiencial del amigo de carne y hueso que tengo en
frente. Le quito o le añado cualidades que no tiene. Claro que generalmente
tiendo a sumarle errores y vicios, que adornarlo de virtudes y talentos. Pero
ambas cosas suelen suceder, y si es lo último se trata de una ramplona
idolatría o adulación. Más si se trata de lo primero, generalmente es envidia o
egoísmo a secas. Como sea, siempre es dañino anidar prejuicios sobre el amigo,
y nunca mientras éstos existan se podrá avanzar en la amistad real fundada en
la verdad completa y en la caridad cristiana.
Otro
atentado a este hondo conocimiento del amigo es el resentimiento. El
resentimiento es una pasión corrompida y peligrosa, insaciable y
desproporcionada, que me lleva a defenderme de todo aquel que me ha inferido
algún mal o algún agravio. Los amigos se tratan asiduamente, y por lo mismo, se
rozan continuamente. Si no manejo bien esta pasión que nace de la ira, tarde o
temprano terminaré encapsulándome y dejándome intoxicar por el rencor que les
tengo a todos aquellos “amigos” que me han herido a lo largo de los años de
amistad. ¿Cómo se llega a tenerle rencor-resentimiento a un amigo de la tierna
juventud? Por muchas razones, pero diré algunas. La primera seguramente, y creo
no equivocarme, es el orgullo, el terrible amor propio. Éste no me permite ver
con ojos limpios y con buen corazón la “buena leche” de mi amigo, o incluso las
fallas reales de mi amigo pero que son inintencionadas. Entonces mi amor propio
queda profundamente herido y no acepta lo que hizo el otro, ya sea hace 8 años,
o ya sea hace una hora. Lo mismo da, porque la memoria del resentido es vivaz e
implacable: no deja pasar una. Y no perdona, no sabe perdonar y olvidar los
choques del pasado para que las heridas cicatricen y la relación renazca con nuevo vigor y
frescura.
Hay más
para decir sobre los prejuicios y el resentimiento, pero esta carta no ha de
terminar en un ensayo, querido amigo. La cura a estos males son siempre el
realismo humilde, o dicho de otro modo la humildad y la veracidad
-que casi se confunden estos términos entre sí-. Mientras más consiente soy de
“mi” verdad ante Dios, ante mí mismo y ante el universo, más fácil se me hará
tratar a los hombres, especialmente a los más cercanos. Y sin afectaciones, ni
trabas ni reparos, ni dobleces de ningún tipo. Los trataré sencillamente -sin
actuaciones-, espontáneamente -sin cuidar demasiado mis palabras y mis gestos-,
directamente -sin premeditar sobre lo que piensa o siente el otro con respecto
a mí-. En una palabra, verazmente. La veracidad en el trato cura, sana, ayuda
al pensar bien y al sentir bien. Es sinónimo también de transparencia
-¡cuántas cosas se ocultan entre amigos!- y hasta de candidez: sin
llegar a ser inmaduro y niñato, puedo tratar al amigo con sana infantilidad. Y
este modo de proceder me llevará a la humildad, y viceversa. Trabajaré la
humildad, primero, en la soledad de mi relación con el Creador: allí me
reconoceré y me confesaré criatura pecadora una y mil veces -hasta la muerte-,
y desde allí se expandirá la magia y el remedio de saberme nada y de necesitar al
amigo sabiéndolo también un miserable pero alguien indispensable que me ayuda a
ser feliz y a “llegar en bondi al Cielo” juntos. Es dulce contemplar esta
verdad e intentar -y alentar a- vivirla entre amigos parejamente. ¡Cuánta
libertad da!
Pero debo
seguir, querido amigo, para no cansar. Tomando lo último que anoté, la libertad,
¡qué necesidad hay de caer en la cuenta que la vera amistad se da entre hombres
libres! Y volviendo aún más atrás, ¿acaso el prejuicioso o el resentido o el
orgulloso pueden ser libres? ¿Acaso no están encarcelados en las construcciones
fantasmales que se han hecho de sí mismos y de los otros? Y no exagero si
pienso que por momentos, más que una cárcel, debe ser un infierno para el que
es víctima de sus temibles fantasmas. En este caso de la amistad, es una
desdicha ser así y vivir con esto porque sencillamente me va dejando sólo, me
va aislando de los amigos: de aquellas personas que más me quieren y me
conocen. Me encierro cada vez más dentro de mis muros impenetrables y me torno
más insoportable, más arisco y menos amable. Me vuelvo incapaz de dar y recibir
ternura, de dar y de oír un consejo, de dar y recibir misericordia, de abrirme
y dejar el corazón al descubierto entre los íntimos… Obrando así, ¿quién querrá
ser amigo mío? O bien, ¿qué clase de amigo puedo ser? No puedo ser amigo de
nadie si ni siquiera puedo ser amigo de mí mismo. Si no estoy en paz conmigo
mismo. Como dice Aristóteles, lo primero en la amistad es ser amigo de uno mismo.
Puede pasar que uno mismo no se comprenda, ni se aprecie correctamente ni se
sepa tratar como corresponde. ¿Y cómo es que desemboqué a semejante aislamiento
y orfandad en la amistad? Por error y por vicio. Por no ver con la inteligencia
y no obrar con toda la voluntad: ver la realidad e ir tras ella con todas mis
fuerzas. Los afectos me jugaron una mala pasada y me terminaron
desequilibrando, incapacitándome para ser un buen amigo. Las susceptibilidades
me derrumbaron. Las pasiones me tienen dominado. Y con todo esto nos relajamos
y conformamos amistosamente creyendo que podemos así “ir tirando”…
No
quisiera, querido amigo, que a esta altura de la carta te vayas tomando ciertas
cosas que expreso a modo personal. Para empezar, todo esto que te confieso es
porque lo veo primero en mí como un gran riesgo, y como una carga que tengo que
soportar y como una serie de obstáculos que debo superar. Lejos estoy de ser un
ejemplo de amigo y de estar libre de todos estos errores y vicios que voy
mencionando en el transcurso de la carta. Es importante que esto te quede bien
en claro para que juzgues correctamente lo que quiero decir y para que saques
provecho de lo que diga. Aclarado esto, avanzo tecleando...
Ya cité a
Aristóteles como autoridad en este tema, quien también ha dicho un montón de
cosas más sobre la amistad que son de una claridad impresionante y que son,
además, una lección siempre actual. Es para aquí y ahora, para nuestra amistad,
y todo se puede y se debería aplicar sin inconvenientes. Entonces, por ejemplo,
dice el Filósofo que hay tres grados de amistad fundados en: la virtud, el
placer y el interés. Si la amistad está fundada en lo primero, es una amistad
profunda -traducida a nuestro idioma, es católica-. Si está fundada sobre
lo segundo y tercero, es amistad, pero una amistad superficial. Dentro
de la amistad fundada en la virtud siempre se puede crecer de más en más, como
castillo cimentado sobre columnas firmes y seguras. También dice el Filósofo
que la amistad se dará entre semejantes o los hará semejantes. Claro, porque si
la amistad es verdadera, y entonces hay amor, el amor es unificador: acá está
el secreto por el que decían los Antiguos que la amistad “es un alma en varios
cuerpos” (como de los Santos Basilio y Gregorio Nacianceno, o la de David y
Jonatán). La amistad primera y mejor empieza a decaer o a corromperse cuando
pasan a predominar el placer y/o el interés sobre la virtud. ¡Y no es tan
difícil que esto pase, querido amigo, porque lo difícil radica precisamente en ser virtuoso y amigo
de la virtud! Ser amigos en y por la virtud es arduo y áspero pero sólo en ella
es que se cumple lo primero que decían Aristóteles y los Antiguos al hablar de
la amistad: que es “una ayuda para la Felicidad” y “el Don más grande que los
dioses les han otorgado a los mortales”.
¡Qué bien
haría volver a leer a los grandes que nos han iluminado con respecto a la
amistad! Mucho más hay para aprender de Aristóteles, por caso cuando habla de
la virtud de la “urbanidad” o “finura de espíritu”. Por desconocer y/o
descuidar esto es que muchas veces nos hacemos daño en los encuentros amicales
y malogramos una noche de ocio y eutrapelia. Ésta virtud, que está relacionada
con la cortesía y el buen humor, se refiere a la elegancia,
dignidad y decoro en el trato con los demás. Tiene que ver con los buenos
modales en público, y a la atención y respeto que le debo al próximo. Se
despega de sus dos extremos opuestos, según el Filósofo, de la bufonería/frivolidad
y de la rusticidad/hurañía. El primer caso es de aquel amigo que siempre
se la pasa haciendo chistes y hablando
de temas superficiales. El segundo caso es de aquel amigo amargo que no tolera
humoradas y que es de pocas y secas palabras. Ambos tienen en común que no
saben hacer bromas (ubicadas, atinadas, oportunas) al otro y que no aceptan ser
objetos de chanza y “tomadura de pelo” entre amigos. Al menos en lo social,
¡cuán repetidas veces caemos en estos extremos por faltarnos fineza de espíritu
o simplemente delicadeza!
Me fui un
poco, pero así como se dice que “Dios está en los detalles”, también podríamos
decir que “la amistad se define en los detalles”. En torno a un fogón,
entonados y con mucha bulla, “todos somos amigos”. Ahora bien, la amistad se
afina y se pule en el contacto personal y directo entre un amigo y otro. Allí
se manifiesta, de hecho, lo más propio, lo más hermoso y puro de la amistad.
Allí está la realidad, en todo su esplendor, y a veces, en toda su crudeza.
Pero siempre la verdad es lo que me hará libre, feliz, sano y bueno. ¡Ojo!,
aunque duela y cueste, pues siempre la amistad real entre hombres de verdad
tiene su precio y su prueba. Sin embargo, prefiero mil veces sufrir lo que haya
sufrir cuanto de la amistad y de mis amigos se trate con tal de degustar y
disfrutar -desde ahora, y ni qué hablar con el tiempo- a amigos virtuosos,
auténticos y, si Dios lo quiere, santos.
Amigo
querido, siéndote honesto, tengo mucho más para compartirte y comunicarte al
respecto, pero ahora sí que podría abusar de tu benevolencia y de tu paciencia.
Dime, primeramente, tu parecer con esta misiva confiada, y luego vemos si
continuamos este intercambio epistolar.
Cordialmente,
tu amigo y hermano.
Carisimo Don Hilario,
ResponderEliminarComparto todo lo dicho anteriormente. y debo reconocer que con esta carta ilumina a muchos gallardos que tienen las mismas inquietudes pero que tal vez no se animan a publicar en el blog tales verdades.
Por mi parte nada que agregar, espero con ansias la segunda carta amical, si es que hay.
abrazo grande desde mi cercanía.
Carísimo amigo ("anónimo"),
EliminarMe alegra que comparta el contenido de la carta y que le sea de provecho.
Pronto, Dios mediante, aparecerá una segunda cartita.
Su amigo, Hilario.
Ahora veo que es el intrépido Conti D. Flores. ¡A su salud, rubio marinero!
EliminarGracias, estimado don Hilario. Se nota la experiencia de su alma joven deseosa por cultivar esa amistad profunda que es un tesoro para el hombre libre.
ResponderEliminarUsted puso ejemplos de amigos entrañables... yo quiero agregar uno, que hace pocos días volvió a conmoverme hondamente: la de Niso y Euríalo (creo que se narra en el canto IX de La Eneida). Un amistad arquetípica que los convirtió en héroes, y que nos sigue enseñando.
Suyo en la inmensidad del mar,
Capitán Dalroy.-
Estimado Capitán Dalroy, le agradezco cordialmente sus comentarios sentidos y atinados. Me anima saberlo presente en esta nave de jóvenes gallardos. Su veteranía en viajes de mar, y hasta en naufragios, es invaluable y por lo mismo, es una tranquilidad tenerlo cerca.
EliminarMi saludo cordial y marinero,
Hilario Cruz.