jueves, 1 de junio de 2023

Sobre el amor, la vida, el corazón, y otros fuegos...

 *Las notas a continuación, escritas de un tirón, son el fruto de varias charlas animosas y prolongadas con ciertos amigos gallardos, a saber: Don Virula de los Gamos, El Marqués del Godoy y Zaqueus de la Guerma. Aún así, cabe aclarar que todo lo expuesto en el siguiente texto, no necesaria y cabalmente responde a todo el pensamiento o criterio al respecto de cada buen amigo y mejor conversador que acabo de mentar. Por tanto, asumo la responsabilidad de lo que me brotó del corazón, y volqué ayer en el celular. No obstante lo dicho, sí me atrevo a afirmar que entre estos amigos, al dialogar gustosamente como habituamos, compartimos y cultivamos una actitud contemplativa, observadora y escrutadora ante los fenómenos y/o acontecimientos del hombre de hoy y su mundo, y especialmente de la Iglesia actual (aunque en los apuntes que siguen no trato explícitamente del tema eclesial). Y creo que esto es muy importante en la amistad -además de otras razones, indudablemente-: que haya una afinidad en la mirada, una simpatía común, un parentesco espiritual a la hora de contemplar la realidad de las cosas, de abrirse a la vida y a la verdad -que se traduce en un estilo determinado para charlar y, sobre todo, en unas ganas de escuchar al amigo interlocutor-. No puedo excederme ahora, en este punto, aunque quisiera (tal vez otro amigo gallardo de los mencionados podría recoger el guante literario) ya que estas breves líneas sólo pretenden ser una aclaración -tal vez, innecesaria- del escrito de marras que podrán comentar libremente a continuación, o sencillamente leerlo con atención y pensarlo -que si los lleva a pensar, creo que ya me daría por contento-.

H.

 

Claude Monet


Nacimos para gozar.

Experimentamos, por la tensión o el drama de nuestras vidas, el llamado vehemente e insistente a un gozo ilimitado y completo, perfecto y excelente que se padece porque se lo vive desde el deseo profundo del corazón. Y tal deseo nos hace sufrir constantemente por su contingencia y fragilidad, por su volatilidad y su tendencia radical a la dispersión y a la multiplicidad de los objetos y de las criaturas. Hemos dicho que el hombre es su deseo o lo que anhela. Que el hombre es el deseo que lo devora. Pero, ¿esto es así? En verdad no. 

El hombre es el corazón. El hombre es espíritu. Es consciencia, preferirán otros. Se mantiene la verdad de que el hombre está hecho para el gozo y la contemplación. (O que el gozo consiste en la contemplación.) Pero, ¿qué es lo que se contempla? ¿Qué es lo que causa gozo cuando se lo contempla? ¿Qué sea lo contemplado que produce gozo y claridad? El amor. Va mejor: el Amor, con mayúsculas. Entonces, el corazón, el hombre, está hecho, ordenadamente diseñado para el amor, para contemplar el amor. Contemplar es un modo de poseer, de recibir y de acoger lo contemplado, haciendo tuyo el objeto de contemplación pero también asimilándote a lo contemplado: este es el milagro de la contemplación amorosa, que une e integra, marida al que contempla con lo contemplado. Es, pues, la posesión de ese amor lo que colma el corazón de dicha y de quietud.

Nacimos para la contemplación del Amor.

Pero, ¿se puede tener esa experiencia ahora, aquí, en esta vida mortal? ¿Se puede vivir plenamente en nuestra condición humana, en y desde la herida esencial? La plenitud de la vida, o más exactamente, la plenitud personal que es la vida en abundancia tiene su significado y su orientación sólo y por el amor. Porque el corazón busca el amor esencialmente. Porque el amor es el ser y es la vida, y es la verdad y el bien. Y todo es uno y lo mismo. Y el corazón es uno y único, intocable en su ser propio. Y el corazón tiende con vehemencia a la Unidad y a la Perfección, en una palabra, al Ser. El corazón quiere el Ser, no otra cosa. Y nosotros sabemos -o vamos aprendiendo a saber en los caminos de la existencia- que el corazón empuja y retorna a la vez a ese centro y a esa raíz, a esa Nada y a ese Todo. No le molesta al corazón esta paradoja de su realidad íntima, de esta contradicción que se manifiesta y expresa ante el mundo. Al que es hombre de verdad, entonces, tampoco debería molestarle o angustiarle, o incluso hacerle desesperar, esta paradoja vital. Porque esta paradoja vital, y por aquí va un secreto, no hay que comprenderla; hay que asumirla y vivirla con intensidad, honestidad y simplicidad.

Es así que se podrá ir viviendo, ir sabiendo vivir desde ahora, una vida plena, libre y pacífica. Una vida donde haya luz, y ninguna sombra. Donde haya sinceridad pura, y ningún repliegue ni doblez. Donde haya humildad y comunión, y no la "soberbia de la vida" que destruye y que aísla. Con el corazón se vive en la intemperie, pero sin miedos; al contrario, sólo existe la confianza y el coraje. Con el corazón se vive en el océano, pero sin dudas ni vértigos; sino con espontaneidad y en el baño inmenso del sosiego y del silencio, que nadie ni nada podrá arrebatar. Porque el corazón también es -o, por lo menos, éste es su hábitat natural-: el océano y la intemperie. Y la majestad de la montaña, donde el espíritu se encuentra en su lugar.

¿Se puede vivir así? ¡Hay que vivir así! Si queremos, precisamente, vivir: ¡éste es el único camino! Camino que al mismo tiempo es, en verdad, posición y estancia. Presencia. Instante presente. No hay caminos para el corazón. O él mismo es el camino. O, quizás, todo lo que llamamos "camino" sea el viaje hacia el propio corazón, es decir, la búsqueda del hombre. Y cuando esté el hombre, entonces sí, ya estaremos en condiciones de vivir la vida como hay que vivirla. Como el Ser impele y atrae a vivirla. O se vive únicamente así o no se vive de ninguna manera. O alumbramos el corazón o abortamos.

Porque si se vive, se vive en la verdad; en el amor y en el dolor a la vez. De lo contrario, estaremos condenados desde ahora a llamarle "vida" a lo que no es otra cosa que "muerte", falsedad, mentira. Esta impostura de la verdadera vida es lo que propone, o, más bien, impone el mundo de hoy al hombre gregario. Esta sociedad que es fundamentalmente consumista, ególatra e hipócrita, e irremediablemente superficial. Todas las estructuras temporales y todos los esquemas formales de pensamiento hay que destruirlos en uno, para que, lentamente y delicadamente, nazca el Hombre con corazón, del propio corazón. El Hombrecorazón. Esto entiendo por "abolición del hombre": todo conspira para que no nos volvamos al corazón.  O dicho de otra manera, para que no nos encontremos con nosotros mismos. Y si esto no acontece, en cuanto antes, ¡ay de nosotros! ¡Amalaya con tales existencias! Ésta es, quizá, la crisis profunda que atraviesa la humanidad en nuestros días. Porque ir al corazón profundo- ser hombre- me vuelve humano, y por lo tanto solidario con los otros hombres, sin hacer acepción de personas. Aunque lo principal de esta tarea -y esta gracia- es que, retornando al corazón, no sólo arribo a la humanidad sino que descubro -otro gran secreto- divinidad...

Sí, hay divinidad en mí, además de humanidad. ¿Por qué se le dice a la gente otra cosa? ¿Por qué se le miente, se la maldice y atormenta sin llevarla a esta realidad profunda y esencial? ¿Por qué se la juzga y condena previamente arrinconándola en los márgenes de la civilización? Hay un dios en tal enfermo, en esa prostituta, en el borracho aquél, en este mendigo. En la viuda y en el huérfano se esconden cielos inexplorados. Sólo el FUEGO puede despertar a los deshechos humanos del sueño infernal, de provocarlos y elevarlos, aunque sea por un breve instante, a la altura de su condición humanodivina. Para eso hay que ser fuego, y sólo el corazón es el receptáculo adecuado para el Fuego que siempre está viniendo, para todos los fuegos que han de incendiar la tierra hasta la consumación de los siglos.

Es cierto que hay otros Poderes oscuros y ocultos muy interesados en que los hombres no lleguemos a esta certeza y convicción inamovibles, a esta claridad y orden en el misterio de nuestra creación y de toda la Creación. "Somos eternos, somos eternos, somos eternos". Este es el rumor de nuestro latir que oímos diariamente, todo el tiempo y en cualquier parte. Todo esto tiene un nombre -entre varios- en la tradición bíblica y cristiana: 《VIDA ETERNA》. ¿Y si la recibimos de una buena vez? No hay otro requisito que éste: abrir los brazos. Tener sed, querer recibir. ¿No es hora de creer que en nosotros hay realmente Vida Eterna? El corazón, hablando con propiedad, ya cree esto; lo sabe, lo aguanta, lo es. Queda que nosotros descendamos hasta allí. ¡Qué sorpresa nos llevaríamos!

Sólo en el corazón habita la Presencia del Ser.
Sólo allí descubro Unidad, Orden, Verdad, Bondad, Belleza y Perfección.
Sólo desde allí podré vivir en serio y a fondo la vida, y me daré cuenta que esto significa vivir para los demás. Que el corazón busca corazones. 
Este es el dinamismo fundamental del espíritu, que es sabiduría y es misericordia.

Que amor busca amor.

Que amor saca más amor.

Que amor se paga con amor. 

Que todo es amor.

Que《el amor es más fuerte que la muerte》.

Que《DIOS ES AMOR》.

 

 D.H.

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