sábado, 5 de agosto de 2023

Crónicas de un idilio patagónico.




Para aquélla Elfa sureña.


Creíamos que la lira había definitivamente enmudecido, que el tiempo de las canciones habíase acabado, que las aventuras de amor y pasión habían concluido.

Que aquellos tiempos de romanticismo cuando el alma estaba despierta eran idos.

Que la jovialidad, que el soñar alegre, que la dulce melancolía habían desaparecido.

Que todo aquello que supo hacer feliz el corazón de un hombre sensible había sido el tiempo de otro tiempo que ya no volvería.

Nos habíamos olvidado, hay que decirlo, de aquello de Bécquer: "Mientras haya una mujer hermosa habrá poesía". Y si hay poesía hay vida, vitalidad, nuevas energías y esperanzas nuevas...


Pero nos olvidamos. Somos olvidadizos los mortales con las cosas esenciales. Y qué atentos, ¡ay!, para las frivolidades y estupideces de la vida.

Nos olvidamos de las rimas del poeta español, y de tantos otros poetas que cantan las dulzuras de la vida y que no callan los riesgos de vivirla. 

Nos estábamos aburguesando, una vez más, y no nos dábamos cuenta. El meditado entusiasmo por el amor, el delirio amoroso, lo habíamos guardado en el baúl de los nostálgicos recuerdos. La vida "normal", la vida corriente -con una corriente eléctrica siempre artificial-, nos había privado de aquellos raptos y de aquellos ritos antiguos tan necesarios para la realización del hombre.


¿Dónde había quedado lo humano, lo natural, lo genuninamente cordial?

¿Dónde, los arrebatos, las Musas, las heroicas hazañas aunque modestas?

¿Dónde el sentirse trovador, juglar o conquistador?

Tan brutalmente han de imponerse las modas...

Ese reprimir lo que brota del corazón gratuitamente, ese ocultar las expresiones quijotescas, ese silenciar programático del lenguaje puro de un afecto sincero.

Estas cosas nomás, al parecer, ya "no daban" -como suelen decir los jóvenes entendidos de mi aldehuela.

No cabía mostrarse así; así de apasionado, de intenso, de transparente; así de corajudo para mostrar los sentimientos y los pensamientos sin miramientos; así de valiente para dejarle una rosa y un poema a una mujer de ojos profundos y límpidos. Y hacerlo todo con el peligro de hacer el ridículo. No, ¡qué va!, todo esto estaba derimido ya.

Lo importante ahora es mantener una imagen convencional en las redes sociales que cumpla con los requisitos del 'influenciador' de turno. 

Dame un "like", te "sigo", el "posteo", me "stalkeaste": cosas de enanos, ecuaciones mezquinas y vanidosas que no conducen a nada -o que de seguro a la plenitud no conducen...

Brillante "red" que logras cautivar a cardúmenes masivos y entre esos pececillos, ¡helás!, quedan algunos de gran valor y hermosura.


Pero nos fuimos desviando de un tema, como los de antaño, que suscitan verdadero entusiasmo al humilde y simpático testigo del mismo acontecer. O, por lo menos, a los protagonistas de dichas pequeñas-grandes historias. ¡Vaya si no entusiasma esta alegría por la vida que es bella! ¡Y por las mujeres que lo son en mayor medida! ¡Y por la naturaleza! ¡Y por los vinos, las flores y los amigos!


Decíamos que, en el momento preciso de descorazonarse un servidor ante tamaño panorama, apareció una luz. Y un gran signo.


Evidentemente este cuento no será como tantos otros que abundan en cancioneros rockeros de dudosa reputación. O en trágicas leyendas de hondos pesimismos. 

Aquí todo fue distinto. Creemos que lo fue. Creemos que fue un cuento dichoso con su triunfante obertura, su magnífico in creciendo y su happy end. Podríamos exagerar pero no es eso lo que opinan los duendes del plenilunio que nos miran absortos.


Todo comenzó, pues, un 1 de enero del 2022. Y comenzó -ya la nota inicial es inusual- en un Misa por la Madre de Dios, en una capilla rústica, en la denominada "Jardín de la Patagonia". Contextos agradables y benditos, si los hay.


Pudimos advertir nomás en la entrada, por abrir la puerta de la Casa de Dios, a tres... ¿Cómo lo diremos, queridos amigos gallardos, sin traicionar lo percibido? ¿Ángeles? ¿Elfas? ¿Hadas? Todo es mucho, y, al mismo tiempo, es poco. Nos ajustaremos lo más fielmente posible a las crónicas y diremos que tres mujeres jóvenes de especial encanto ingresaron al templo donde la ceremonia estaba por comenzar. Tras ella fuimos como a la zaga de un misterio de mujer.

¡Le mystère de la femme!

Claro que al entrar al recinto sacro nos tuvimos que reubicar existencialmente. Sin embargo, no diríamos toda la verdad si no confesamos que, de tanto en tanto, siempre de soslayo, no quitábamos la vista a esos tres seres luminosos parcialmente opacados por una mascarilla funesta.

Creíamos que, al cierre del santo Sacrificio, esos tres misteriosos seres desaparecerían de nuestras vidas para siempre. De hecho, suele acontecer así en la "vida real". Pero estos sucesos empezaban a colorearse con todos los trazos de una balada mitológica.

¿Y esto por qué?

Pues porque aquellas tres doncellas de ojos claros nos provocarían -y hechizarían- con una muestra de simpatía sin precedentes. Y este fue el inicio del embrujo, o de la cacería.

O de ambas.


Mucho podría un fiel cronista relatar sobre esa primera noche -la primera del año-, de cómo almas desconocidas hasta entonces encontraban su espejo y su nombre recíprocamente. De cómo unos varones y unas damiselas celebraban el vigor de la juventud, el triunfo del júbilo y la pasión por la ilusión. Todo rodeado de buena música, de risas frescas, de baile estremecido.

En esa situación exacta fue que la vimos furtivamente apoyada en el balcón, con pose de principita. Sus ademanes develaban una ternura y una bondad especiales. No se le escapó al ojo avizor ese donaire que la envolvía resplandeciente y que a su vez celaba candorosos secretos. Así de conmovidos continuábamos presentes y ausentes en la cita veraniega.


Pero tuvimos que esperar. La velada recién empezaba. Los ánimos apenas se iban desperezando; no estaban prestos aún. ¿Prestos a qué? No lo sabíamos con certeza. ¿Lo sospechábamos? Ni remotamente.


Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos... Después del baile, y los cantos, y los juegos, y las charlas, y ese delicioso placer de estar con mujeres lindas, listas y libres, vino una cierta quietud que le permitió a este servidor arrimarse, con cierta timidez y pudor, a Aquella-niña-de-ojos-policromados. Y en estando con ella, verán, descubrimos que el pulso cambiaba a un ritmo que, hacía años, no oíamos internamente. Poco a poco nos fuimos percatado, con emoción, de lo que estaba ocurriendo, mas no resultaba sencillo discernir la cifra de ese palpitar. Sencillamente nos dejábamos llevar... y en la coda de aquel concierto angelical, patagónico, un sutil abrazo y un beso furtivo coronaron la obra que llegaba a su fin.


Este fue el primer día del año, con su primera noche. Y el cronista vio que todo había sido muy bueno (y el protagonista coincidía con ello).


Pero hubo otra mañana y una tarde. Este era el segundo día del año. Así de generoso se presentaba el 2022. (¿Continuaría así hasta el final? No podríamos saberlo).


Esta vez el Hermano Señor Sol, oculto tras las nubes sureñas, cantaría el idilio. ¿Dijimos "idilio"? Nos parece mejor que amorío, devaneo, flirteo, romance, aventura, rollo, asunto, seducción o galanteo. [Para los curiosos, van dos acepciones del término elegido: 1) Relación amorosa entre dos personas que generalmente es vivida con mucha intensidad y es de corta duración. 2) Situación de un mundo ideal en el que todo se desarrolla conforme el bien y la belleza.]


Bien. Dejando a un lado disquiciciones lingüísticas, tratemos de ir al meollo de la crónica, a su clímax, a su "splendor formae", a "lo gótico del eros" (neologismo inventado por la nueva comunidad trafuleña).


Nos hallábamos los dos, de pronto, sin anuncios, caminando por una costanera de inconmensurable belleza. Orillando el lago de temperaturas agradables, cruzamos un puente de inevitables reminiscencias venecianas. En efecto, fue un suspiro cruzar ese puentecito de río -del río más corto del mundo, dirán algunos- y desde allí encarar para otro lago inmenso y legendario. Circuito que devenía en parábola de aquellos dos corazones que, por un pasaje mínimo e inadvertido se unían y se estrechaban en gozoso intercambio de vidas simples como ese arroyo cristalino y caudaloso. En este preciso y verdadero "locus amoenus" se produjo lo inesperado: los tres besos y los otras caricias que sellarían este amor... este amor de verano.


Mucho, pero mucho más se podría decir de aquella experiencia inolvidable. Sin embargo, es conveniente que haya cierto encubrimiento de aquel misterioso encuentro amoroso entre un varón y una mujer, entre el montañés y la pilarica.


Entre ella y yo.


•••


Hache.

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