Hacía ya varios días que había comenzado la malhumorada Cuaresma, y don Hilario tenía la sana costumbre de irse, como todos los años para ese tiempo, a la montaña. Iba a la montaña para orar y estar a solas con el Señor. Por tanto, habiendo terminado de preparar su bolsito de peregrino, se predisponía a comenzar la subida al monte (no el Carmelo).
Llegando el viejo al lugar donde residiría unos tres días, hizo lo primero que suele hacerse en tales momentos: fumarse la pipa de llegada. En efecto, dos pipas se había llevado para que sean sus buenas compañeras en aquella estadía, la Feli y la Tobi (ésta última, luego de este viaje, no volvería a acompañar nunca más al viejo de barbas negras).
El lugar en el que se encontraba, no pudiera descibirlo sin poesía, pues tal lugar era completamente mágico, encantador, mítico. Hay que aclarar que el barbudo, por tender a ver a Fantasía o al Mito en todos lados, suspiró ante el umbral de aquel bello paisaje, y dijo, "¡estoy en la Comarca!". Sí, la de los gentiles hobbits. Mas, sin duda que, lo que decía el barbudo era de puro soñador nomás, y nunca imaginaría que de hecho estuviera en un cuento de hadas (..no hasta ahora).
Observando don Hilario las altas cumbres de aquel valle hermoso, amparadas por cierta niebla delgada, comenzaron los hechos extraños, que relataré a continuación.
Del aljibe que yacía en el centro del jardín, empezó a elevarse levemente una figura singular. Fácil de describir la figura debido a que no se encontraba lejos de la mirada del viejo. Estatura normal, silueta enjuta, y la vestimenta era lo raro: una cogulla bordó. El sujeto que logró ponerse en pie, estaba todo encapuchado, pero hizo acordarle a don Virula por su forma huesuda y frágil. En efecto, una voz se oyó debajo de la capucha que decía "cumpa, si piensa venir a hacer un retiro sin mí, está equivocado". Era el melancónico don Virula de los Gamos.
Acto seguido, salta de un Tilo verde que embellecía el jardín, una "cosa" que más cerca estaba de parecerse a una bestia que a un humano, hasta que se yergue, y también pudo distinguir quién era: don Ojota Fonsé, la sombra inseparable.
Hasta aquí, todo era era raro pero no extraordinario. Sin embargo...
En lontananza, tres fantasmas miraban a los tres errantes que deseaban soledad y silencio. Digo fantasmas, porque era tal la niebla, las brumas que paseaban en la cercanía, que justamente no se podía ver con claridad en la lejura. Sí, el clima en esos días no fue el mejor, ya que todo era gris, frío y de aspecto amenazante. Asique todo prestaba para considerar esas tres formas como fantasmales, aunque no fue así. No fue así porque -y acá está lo curioso y lo misterioso del relato-, detiene el ruludo al barbudo, y le dice "shh, tranquilo, vienen con nosotros". Perplejo don Hilario ante tal intervención, se queda mudo.
Llegando las tres figuras al jardín élfico, ya se las podía distinguir bien, y no vaya a creer ud., si le digo que estos tres sujetos venían exactamente igual de empilchados que el negro y el rulo. ¡De no creer! Hilario empezaba a sentirse ferozmente incómodo, y como era de conjeturar conspiraciones fácilmente, empezó a sospechar de todo el mundo, incluso de sus íntimos amigos. Mas, no pudo avanzar mucho en sus conjeturas porque el cabecilla del trío colorado, lo sorprende diciendo "¡Dios te bendiga hermano!". Aliviado el viejo ante tal saludo familiar, responde cortésmente, y pregunta "¿y tú quién eres?". Se mete el oscuro Fonsé en la conversación, y aclara "es dom Abuba, el violinista, dejadlo pasar". "Muy bien", contestó Hilario, "pero que vaya sacando el violín para deleitarnos con algo bello". Y se fue a acomodar dom Abuba, que llevaba el instrumento celeste en un estuche antiguo y poderoso.
Pasa el segundo y ya es interrogado por el viejo Hilario, a lo que responde el joven, "yo soy Branca, hijo de Franca, de la casa del tío Frank". "¡Ajá!, con que tú perteneces a los Frank's; pues bien, entra, aunque contigo no he terminado". Entra don Branca por la tranquera, obedeciendo al viejo rotoso. Mas, le convenía a Hilario que obedeciera tal sujeto recién conocido, puesto que su talante era robusto y su cabeza era enorme, casi que parecía un gigante de las altas montañas del Oeste.
Finalmente, pasa el que faltaba, que si se dijo del anterior -don Branca- que su cabeza era enorme, comparada con éste último, era pequeña. Y éste sí qué parecía muy extraño, pues su cuerpo era casi dimimuto, sus pies hiper chuecos, y su frente, oh Dios, era tan alta que si se caída de espalda, corría el riesgo de pegarse en la sién. "Muy bien, ¿qué tenemos aquí?", preguntó don Hilario un tanto asombrado por aquella figura singular. Responde el muchacho, un poco nervioso, "mi,, mi nombre, señor, es.. Jimmy". Si su cuerpo era raro, más raro iba a ser el nombre que portaba. "¡¿Jimmy?!", contesta en tono fuerte el viejo, sin disimular su extrañeza. "Sí, mi,, mi señor, soy Jimmy, el domador". "¿Qué tal?, 'el domador'. Y bué, pase nomás ch'migo, y siéntase cómodo." Pasa el chueco, con paso ligero.
Estando los cinco encapuchados, mirando fijamente al de Jesús, pídele éste al hombre de muchos rulos, que pase a darle una explicación satisfactoria de lo que estaba ocurriendo. "Don Hilario de Jesús, usté, desde hoy, debe saber, bajo secreto friki, quiénes somos. Y nosotros somos -silencio fugaz-: la Orden de los Misticongos." "La Orden de los Misticongos..", repite atónito el viejo, y continúa "..a ver, prosiga". "¡Cómo no!", responde el de Los Gamos, "Misticongo es una mezcla exacta entre la palabra 'místico' y la palabra 'mistongo' . Nada tiene que ver, porque lo veo desconfiado, con la Orden de los Castrati. Tampoco, y sería un absurdo, tiene relación con el Congo. Nosotros nos consideramos místicos, pero nuestro misticismo es de tango, no sé si me entiende." "Sí, continúe", dice el barba. "Pues bien, sería muy presumido que nos llamásemos sin más 'los místicos', por eso es que agregamos el 'mistongo'", termina la breve presentación don Virula. "¡Por mis hongos, qué raro es todo esto! Pero intuyo que se quedarán todos aquí, acompañándome en estos tres días, asique podré conocerlos más a fondo", exclama don Hilario. Sin embargo, cierra el diálogo con lo siguiente "antes de que se instalen, sería de mi agrado que fumen conmigo mientras oímos plácidamente al violinista, y contemplamos la bella postal que nos brinda el Criador."
A punto de comenzar a tocar, dom Abuba señala con el arco del violín el cielo, y a media voz, dice "miren la clima..."