Sobre el silencio del cementerio luchaban tres Oscuridades.
La primera era la más evidente. La noche la había arrojado con violencia sobre la tierra, como una cocinera a un trapo sucio, pero Oscuridad se había revelado y fue ella quien reinó entonces sobre las sombras.
Era una Oscuridad joven y hermosa, tranquila y tenue, fácil de espantar con la luz de un fósforo o con la débil claridad de las estrellas pero no había fuego cerca y estaba nublado. Por lo que ésta persistía.
Entonces surgió otra Oscuridad. Estaba en el abandono, en la soledad, fluía por las tres únicas tumbas que, olvidadas, habían sido condenadas a existir por quién sabe cuanto tiempo. Goteaba por las raquíticas ramas del viejo árbol que dominaba la loma. Solo y casi seco, ignorado por los jóvenes y olvidado por los viejos, y corría por la hierba, escurriéndose en todos los rincones.
Rápidamente esta Oscuridad dominó a la primera y se coronó reina del cementerio. Sin saber que, desde un rincón, a los pies de la tumba más antigua, una tercera Sombra la observaba con una risa burlona.
Arrodillado frente a la tumba había un hombre, y suya era la tercera Oscuridad. Y con ella sometía y absorbía a las dos primeras hasta transformarlas en parte de su reino de sombras. era la Oscuridad más fuerte y la más negra. El hombre tenía el pelo gris, pero de allí no venía la Sombra. No nacía de su poncho negro de lana o de la pequeña botella de licor que se movía en su mano, No claro que no, ni tampoco estaba en los tres nombres, casi ilegibles por el paso del tiempo, que tenía enfrente. Pedro, Esteban y Milagros Pérez.
No, la tercera Oscuridad vibraba en su pecho, en sus lágrimas y en sus ojos, los cuales, no hacía mucho, habían ardido con la bondad y la alegría pero que ahora estaban apagados, fríos, apenas vivos. Como dos carbones enterrados en la nieve.
A lo lejos el jefe de policía volvía de su ronda de noche. Echó una rápida mirada la cementerio y vio al hombre Oscuro. "Pobre teniente Perez" pensó mientras se daba la vuelta y continuaba su camino.
Pero se dice por ahí que la Oscuridad es pasajera, y fue que esta perdió poder ante un pequeño, diminuto, casi invisible rayo de luz que comenzó a molestarla con su traviesa inocencia. Sombra miró hacia arriba y observó con enojo que una rebelde nube dejaba la comodidad de su sitio.
El rayo naciente iluminó la cara del hombre haciendo brillar las lágrimas como dos diamantes del más puro corte. Oscuridad maldijo entre dientes y se propuso acabar con el rayo pero a pesar de sus esfuerzos no pudo acercarse a él y, aunque por un momento pareció que la luz cedía, esta no hizo otra cosa que agrandarse más y más.
Surgió entonces una segunda Luz, tal como había sucedido con la Oscuridad, y esta se unió a la batalla contra la Sombra. No era tan pequeña o inocente como la primera, sino que parecía más madura y fuerte. Nacía de una idea un pequeño pensamiento, llamado esperanza, que se agrandaba poco a poco en la mente del marino.
Nadie sabe el tema de nacimiento de esta idea pero la Oscuridad rugió alterada viéndose atacada por dos flancos.
Pero era necesaria una tercer Luz y esta apareció e hizo que la Reina de las Sombras chillara de rabia y abandonara el cementerio. La nube rebelde se movió aun más y el viejo teniente dejó sus ropas negras y su botella de licor para alzar la vista y ver en el cielo tres estrellas, donde yacían las almas de los muertos. El hombre se limpió las lágrimas con el puño y comenzó a cantar; y esta era la tercer Luz.
El Corsario Negro
Hermosísimo escrito querido Corsario. Tiempo ha ya de cuando leí este escrito suyo por vez primera; y serán unas tres o cuatro mínimo las veces que lo he leído. Me alegra ver que ahora esta perla suya esté en nuestro querido collar de escritos llamado Blog. Siempre encuentro algo nuevo en sus pocas palabras de esta entrada, basta con detenerse un poco más en cada palabra, cada modismo, cada frase para encontrar algo que en la primera, segunda o tercera leída no había percibido.
ResponderEliminarLe mando un gran abrazo, no olvide nunca empacar siempre su guitarra cuando se alce mar adentro en su navío.
Don Camilo