lunes, 10 de junio de 2019

La Partida

Terminaba la madrugada… Los rayos del sol hacían aparecer las horas del amanecer. Una gran tiniebla protegía la ciudad, bastante frío al sentir, escarcha por todo el verde pastizal. ¡Hora de levantarse! Más de uno en esta situación diría “un ratito más”…, pero ¡no! Un gran día los esperaba a ellos dos.


Luego del aseo cotidiano pusieron la tetera en el fuego, y los mates aparecieron. La mochila ya estaba preparada de antemano, así que estaba todo listo para partir. Tenían que llegar a la embarcación antes que zarpara el barco; de lo contrario, no tendría sentido después que el barco hubiese partido. Pero no era el problema el horario pues tenían mucho tiempo, sino el camino y lo que éste les deparaba. De la ciudad al puerto habían dos etapas: primero una gran parte a pie hasta llegar a la ruta; luego un vehículo los llevaría directamente al barco.




Los dos, despacio, salieron contentos sabiendo cuál era el destino. Después de unos pasos donde cada uno iba pensando en silencio, Don Theresiano le preguntó:

-¿Qué será más: lo que dejamos o lo que buscamos?

-¿Qué dejamos? -le responde Don Hilario.

-“¿Qué dejamos?” -inquiere Theresiano-. Muchas cosas: amigos, familia, trabajos, costumbres, farras, bellos momentos… no sé, muchas cosas buenas que nos han pasado en la vida, en esta ciudad, y otras no tan buenas pero siempre de algo nos sirvió todo en sí.

-¿Qué buscamos entonces? -vuelve a insistir el De Jesús.

-Te diría que a Dios… -comenzó a contestar el Campos-, pero si lo pienso mejor se me ocurre que en las cosas que dejamos también estaba Dios. Porque para mí, en todas esas cosas pasadas de mi vida, la Presencia divina era manifiesta.

-Volvamos, entonces. Para qué alejarnos demasiado si la tenemos tan fácil -contesta impetuoso el Hilario.

-No depende de nosotros, ya lo hemos hablado. Tenemos que ir, es el momento. Algún día nos iba a tocar -dice con melancolía el Theresiano.

-Entonces no piense tanto en el pasado, mi querido amigo. -Y elevando la voz, continúa el viejo- Fueron momentos muy felices los que supimos vivir. No hay que pensar qué será de los demás tampoco, o qué pasará de ahora en adelante con la ausencia de los seres queridos. Piense más, en cambio, a dónde iremos que eso lo pondrá contento.

-Eso es precisamente lo que me preocupa: no saber de ese lugar más de lo que se comenta, pero como son todas cosas buenas, la gente y demás, el lugar me resulta magnifico. -Aspirando el suave aire matutino, exclama el nadador:- ¡Sí, es verdad, quiero habitar en aquel lugar!

Los dos siguieron caminando hasta encontrarse con un viejo amigo, del cual no es conveniente siquiera pronunciar el nombre ya que era conocido por tener costumbres “non sanctas”, aunque le tenía un gran respeto tanto a Hilario como a Theresiano, y apreciaba mucho a ambos. Tomaron unos mates y charlaron un buen rato con este personaje, además de aprovechar para descansar las piernas.

Sabiendo el amigo oportuno hacia dónde se dirigían Hilario y Theresiano les aconsejó que lo acompañaran a él que conocía un camino mejor. Pero los dos viandantes se miraron rápidamente y acto seguido le dijeron que no, a una sola voz. Sabían acerca del camino que los quería llevar. Desdichado era aquel hombre que caminaba por dos sendas. El pecador anda dos caminos cuando su conducta contradice sus palabras. Lo que busca, a la postre, pertenece al mundo y a sus vicios.

Retomando el camino los dos peregrinos se allegaron a la parte más difícil del trayecto. Cada paso hacía que el barro les llegara hasta las rodillas y había que hacer un gran esfuerzo para proseguir la marcha. Las mochilas cada vez pesaban más y el frío descendía a medida que pasaba el tiempo. Se les caían gotas de agua, que no se sabía si eran de resfrío o de lágrimas. Bastante mal la estaban pasando...

En este trance engorroso el pregunta vacilante Theresiano a su compañero de viaje:

-¿Será necesario pasar por esto? ¿Estaremos en lo correcto?

-No lo sé del todo -contesta el interrogado-, pero recuerda lo que hemos leído en las Sagradas Escrituras: “Camina en mi presencia, hijo mío, y sé perfecto”.

-Sí, claro, si no sería imposible -comenta Don T., que volvía a interrogar inquieto-, aunque… ¿habremos elegido el destino o el camino adecuado?

-Y, pensándolo bien, Dios nos ha dado la inteligencia para que conozcamos al Verdadero -remata Don H. en seco, prologando un silencio contemplativo.

Por fin, cuando todo parecía tinieblas, se vio a lo lejos la ruta, y súbitamente, casi sin darse cuenta, estaban en el vehículo que los llevaría al puerto lejano. No hablaron ni una palabra con el chofer durante el camino. Sólo pensaban en sacudirse la tierra de las botas y frotarse las manos para pasar el frío crudelísimo.

-¡Acá es! -dijo el chofer, un gordo parecido con candado y gafas anchas.

Se bajaron con sus bolsos y se quedaron atónitos. Jamás en sus vidas vieron ni el mar ni un barco tan grande, capaz de pasar por grandes olas del océano profundo como si nada.

Apresuradamente, revisaron sus boletos y subieron a bordo…




-CONTINUARÁ-


Don Theresiano Campos

1 comentario:

  1. ¡Qué intrigante historia don Theresiano!
    ¡Tengo un abanico de dudas y preguntas acerca de esta historia, por favor no demore en la segunda parte, quisiera saber en qué se resuelve!
    Le agradezco su entrada y espero con ansias el desenlace.

    Como se dice en el folclore: "que se venga esa segundita..."
    Camilo

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