jueves, 25 de julio de 2019

Encuentro

Bajo un cielo encapotado de nubes, la ciudad, sin apuro, emprendía el camino hacia un crepúsculo plomizo. La gente caminaba de aquí para allá. El viento, como cantando poesía, siseaba rumores de lluvia. Ella, a mi lado, frenaba su paso para no dejarme atrás. Mi corazón, volando, apresuraba mi caminar para no perderla.
Había olor en el ambiente. Algo dulzón, embriagador. ¿Era el olor del amor? ¿de la confianza? ¿la seguridad? ¿la belleza? No, nada de eso. O todo eso junto. Dudo que haya concepto que pueda encerrar completamente la esencia de ese olor.
Era un olor que se captaba no sólo por el olfato. Los ojos también lo veían, y los oídos creían escucharlo. ¿Era entonces un color además, o un sonido? Puede ser. Pero si era un sonido, entonces era el de alguna melodía de antaño, suave, mayor, clara. Y si era un color, entonces era un color verde, opaco, fuerte, profundo.
Era una sensación que trascendía los sentidos, quienes, saturados por alguna característica excelsa de lo captado, pedían a gritos colaboración de la inteligencia.
La voluntad, advertida por ésta última, también era sometida por los poderes de aquella sensación. Las potencias anímicas, como dos borrachos o como dos niños, hacían sus aportes a esta aventura. La primera, embriagada por un ser desconocido, divagaba por el mundo ideal, bebiendo reminiscencias de las formas esenciales. La segunda, atraída por un amor profundo, se determinaba con afinidad hacia el mencionado aroma.
Mi ser entero se encontraba como en éxtasis, sin poder (y sin querer) comprender el por qué. Había algo que lo superaba. Ese aroma, o ese color o ese sonido lo superaban. Parecía ser algo que participaba calibradamente de la hermosura, ya que no había potencia alguna para asimilarlo propiamente.
Pero una cosa era evidente: mi alma estaba cautivada por esa sensación. Y ese cautiverio era el fundamento de una intuición. Intuición confusa, pero cierta. Intuición difusa, pero profunda. Y esa intuición estaba intencionada hacia la causa de la sensación: el encuentro. Encuentro entre mi alma y la suya. Un encuentro que se daba a partir de una mirada, de una cercanía espiritual, de un roce de manos, de una degustación de su voz. Encuentro apadrinado por el brillo asombrado de sus ojos y por el rostro de su sonrisa.
Mi ser entero, sin tener noción clara de lo que estaba viviendo, se dejaba lacerar por aquel encuentro. Y desgarrado por aquella sensación, se dejaba elevar hasta las cumbres de lo poético, para, desde allí, entregarse al perfume del amor vivencial.
Había olor en el ambiente. Algo dulzón, embriagador. ¿Era el olor del amor? ¿de la confianza? ¿la seguridad? ¿la belleza? No, nada de eso. O todo eso junto: era el aroma de un encuentro.
Ella, a mi lado, frenaba su paso para no dejarme atrás. Mi corazón, embriagado y silente, apresuraba mi caminar para no perderla.

jueves, 18 de julio de 2019

Noviazgo en palabras del Curita

            Cierta vez le preguntaron a un excelente padre sobre el verdadero significado del noviazgo. Este, echando un sorbo de un buen malbec respondió:

           -Poco ha de saber de vinos, quien nunca probó la uva. Pero el noviazgo visto de un modo más esencial... Bueno, puede que sepa una o dos cosas.-
               Dio el siguiente sorbo y comenzó diciendo:
         -Hoy en día la gran mayoría de las personas, hombres y mujeres; gallardos o progres de la tierra, suelen tener en la cabeza que la idea de estar de novio es pura y llanamente sentimental. Muchas canciones, películas, libros o artículos nos muestran el amor entre un hombre y una mujer como algo totalmente cursi: el chico que corre hasta el aeropuerto para impedir que su enamorada tome el avión que los separará para siempre; la amante que llora porque su amado no le corresponde en lugar de afrontar el problema maduramente; las famosas habladurías de "éramos el uno para el otro pero las circunstancias nos separaron"-
             El sacerdote hizo una pausa entonces, mirando a todos en la sala y continuó diciendo: -Pues yo pregunto: ¿Cuándo fue que se perdió la esencia de lo que significa amar a alguien? (Me disculparéis pero todos los ejemplos anteriores me parecen una sarta de estupideces.)¿Cuándo se perdió la sencillez y sacralidad del noviazgo?¿Cómo fue que la cursilería barata reemplazó tan ampliamente a los verdaderos actos románticos?. El noviago mundano es puramente físico: gente que se conoce en una fiesta tras un encuentro amoroso y que sigue en contacto. Hombres que ven a una chica en las redes sociales y comienzan a hablarle, arrastrándose por el físico de esta y rogando una muestra de atención. Mujeres vanidosas, mostrando su cuerpo y cambiando de novio como si de vasos descartables se tratase. Inmadurez y terror a la seriedad y el compromiso que flotan cada vez mas por nuestra mente.-

             Y continuó diciendo: -Para estar de novio uno debe ser maduro, no imprudente; romántico, no cursi; responsable, no inconsciente. Porque el noviazgo es un compromiso para con el otro, tanto terrenal como espiritual. Debe ser visto como un acto de amistad, como una aventura (en el mejor sentido de la palabra); o mejor,como dos compañeros que caminan por tierras oscuras, ayudándose mutuamente (con Dios al lado, por supuesto). Estar de novio significa que te den un sopapo cuando te equivoques y que tu contra-parte te haga rabiar, te moleste y te agobie por tu propio bien. Porque es una preparación para el matrimonio.-
                
                 Uno de los discípulos preguntó entonces:

                -Maestro, ¿Qué es ser romántico?-

              -Lo romántico no es cursi- respondió el sacerdote dando otro trago -lo romántico es sincero, es una poesía, una llamada, ver juntos las estrellas. Enseñarle al otro las cosas bellas que uno descubre en el mundo y que este haga lo mismo; es compartir y amar lo aprendido. Lo romántico se trata de hacer, no de decir. No es decir cosas como "prefiero morir a no estar contigo". Se es romántico cuando se muere por ella (llegado el caso) sin decir palabra alguna.-
                 
                Para finalizar el Maestro dijo:

              -Pero siempre deben tener en cuenta a Dios, recen para que les muestre a su amada, oren por su alma aunque todavía no la conozcan, pídanle a la Virgen por su familia, y por sus hijos. Y rueguen por ustedes mismos, para estar listos cuando el Padre se las muestre.-




El Corsario Negro

viernes, 12 de julio de 2019

Niño- Poeta- Corazón Enamorado


Es probable que el hombre que se considere bueno, o más bien, tenga deseos de serlo, se arrepienta de muchas cosas en su vida de juventud. O en algún que otro caso reconozca que una vez decidido a cambiar para ser una persona recta vea que toda su vida fue algo de que avergonzarse, principalmente durante la etapa más jovial.

Permítanme re-ordenar mi análisis de una manera más sencilla: todo Varón se avergüenza de muchas cosas de su adolescencia o temprana juventud.

Estará avergonzado de algunas actitudes, hechos cometidos, expresiones dichas o amistades tenidas y obviamente de sus pecados; pues si quiere ser hombre bueno (no mirándose a uno mismo, sino mirando a Dios) estará arrepentido de todas sus faltas.

Por segunda vez sintetizo el análisis: Hombres y jóvenes deseosos de virtud, saben que en la adolescencia hicieron cosas o actuaron como hoy de seguro no harían.

A pesar de lo introducido, se deben hacer varias salvedades. Uno sabe que en aquella etapa no tenía la conciencia ni el mínimo de experiencia o madurez que, pasados algunos años ya se adquiere. Siendo así, que hay también un cúmulo de cosas de las cuáles no se arrepiente, o ni consideraría examinar porque son parte de esa etapa de la vida.

Es por aquello que recuerda, cual epopeya digna de ser rememorada por juglares, las hazañas realizadas con amigos para tomar la primera cerveza, fumar el primer cigarrillo o escaparse de la clase más monótona con el más vil de los profesores. O venera, cual canto de musas y sirenas, el relato de alguna piñadera o un gol marcado de la forma más extraordinaria en algún potrero.
(Dom Abubba junto al Marqués años atrás con sus amigos del Godoy)

Muy bien, afirmado todo esto, considero que (en un gran porcentaje de casos) es para todo hombre deseoso de virtud cosa muy seria el primer amor. Para los gallardos, en su gran mayoría espero, es tema de grandísimo rigor.

Trataré de explicar, sin mucha capacidad, el porqué de mi anterior afirmación. Ya que analizándolo puedo pensar que es así en la mayoría de las ocasiones, aunque de seguro no en su totalidad, por lo que dejo el entero análisis a todo tipo de observación. Pero un verdadero varón nunca se avergonzará de su primer amor.

Uno cuando niño tiene todos los sentidos puestos en el jugar y le parece bochornoso el tener que dirigirse a una niña, ese indescifrable ser del sexo opuesto. Sólo la referencia a ellas puede llegar a ser cómo la de “jugadora” cuando se decide incluirla en la “escondida”, “mancha” o “ladrón y policía”, ya que es necesaria su participación para alcanzar el número suficiente para ejecutar el juego, no porque su intención sea contactarse y relacionarse con tal criatura.

Pues bien, cuando adolescente, la cosa cambia. Es en esta etapa donde la inocencia se mezcla con las emociones, quién fue enteramente niño ya no lo es; y se cree potencialmente capaz de interactuar con una fémina e incluso llegar a enamorarla.

Y se concretan aquellas fascinantes interacciones donde comienza a brotar el niño-caballero, o más precisamente, el niño-poeta-corazón enamorado. Porque no posee el aplomo que da el frecuentar trato con mujeres y su inocencia es su principal virtud. Sentirá por primera vez reacciones que nunca antes había tenido, las que luego se repetirán con los próximos amores.

No sé si logro expresar con gran exactitud el tema indagado. Será porque son cosas del pasado y los pocos recuerdos certeros son el decir “Me gustas” y tras unos eternos segundos, sumado a un cálido sonrojarse, oír las gloriosas palabras “Y vos a mí también”. O traer a la mente aquellos dos meses (¿o fueron tres?) en que ambos sabían que debían interactuar el uno con el otro, con la perfecta convicción de que la otra persona estaba ansiosa de esa pequeña conversación.

Uno por ahí no se acuerda bien cómo paso, o no trae a la memoria el por qué pasó. Pero de seguro no olvida que la gran victoria del año era decirle con el mayor coraje del mundo “Que linda que sos”, haciendo un sobrehumano esfuerzo para mirarla a la cara y no hacerlo con el rostro tembloroso mirando el suelo y rascándose la nuca. O saber que, la mayor proeza que uno había realizado, había sido tomarla de la mano en las más extensas e interminables dos cuadras y medias del mundo que caminaban para acompañarla a la parada del colectivo. Y porque no, transpirar de los nervios cuando en aquella fiestita de 15 sonaba la música bailable de a pareja (ojalá hubiese sido un “lento” o un baile colonial, o mejor aún, una zamba) siendo esa la gran e irrepetible oportunidad de mostrarse juntos delante de todo el mundo.

De seguro habrá sido por aquella niña que uno descubrió en su interior las capacidades poéticas. Por ella la cabeza habrá dado muchas vueltas añorándola, hasta tener el coraje de agarrar pluma y papel para plasmar torpes versos que luego casi como trabalenguas se recitarían delante de ella.

Cabe preguntarse si aquella primera niña no fue la razón de conocer que dentro nuestro había un hombre de letras; y me arriesgo a decir un futuro gallardo.
(imagen de Don Virula en una de sus primeras conquistas)

En fin, concluyo que es de vital importancia aquella primera “noviecita” porque al conquistarla en una época de total simplicidad y sencillez, sumada a una cuota de ingenuidad y cabal inocencia, convierten lo que suena a travesura en una gesta inigualable, regidora del más sincero e inigualable enamoramiento, que para el futuro del niño-poeta-corazón enamorado será el cimiento perfecto del futuro y verdadero amor.

Y fundamental la primera porque es cuando uno por fin conoce la emoción de ser correspondido, sentimiento que entrará de la forma más pura. Escalofríos nunca antes sentidos. Sin duda estos se repetirán en el futuro, pero con la gran experiencia de aquella primera vez.

Puede que tenga una cuota de inmadurez, puede que en muchas ocasiones uno hubiese realizado las mil y un tratativas y estrategias para realizar la conquista, sin el fruto deseado o con un gran rechazo, digno de ser mofado y vituperado por todas sus amigas. Pero cuando aquel pequeño niño poeta comienza a explorar aquellos tenues destellos de virilidad forma la base de lo que en el futuro serán instrumentos de loar a cualquier dama, mejor dicho, a su dama.

Luego los caminos de todos son insondables, y hasta aquí llega mi análisis, puesto que puede pasar que en algunos sea a los 12 años, en otros a los 15,16 o más edad. Aunque permítanme darle una muestra de aquella nobleza que se escondía en el primer amor de quien hoy escribe:

Si el sol mira el río lo ilumina,
Si mira tu rostro, se encandila

Las estrellas alumbran la noche
Tus ojos como faroles hacen la noche día

Me gusta que canten las aves
Pero tu risa es un contagio de alegría

Si algo impresionante es pisar la luna,
Para mí lo más increíble es ver tu sonrisa

(uno de los primeros poemas escritos por el torpe escritor, que se le entrego a aquella pequeña dama y elemental para ganar su “Y vos también me gustas a mí”)

Puede ser criticado de imberbe, inmaduro o patán, supongo que depende el caso. Tengo la convicción de que aquella gesta que se realiza por los pequeños niños-poetas es la base fundamental de futuras gallardías.



Dedicado a los inocentes primeros amores, cimientos de gallardía
Don Ábila de la Mancha

lunes, 1 de julio de 2019

Luz en las tinieblas...



Luego de mis oraciones vespertinas y de la lectio diaria, salgo al patio a meditar sobre el paisaje melancólico que se me presentaba: un paisaje triste que llevaba inexorablemente a la Santa Nostalgia (...y aquel que diga que este tipo de vista hace mal, pues no ha entendido nada.) Pero había algo que resonaba en mi interior, algo que generaba tanta inquietud que ya no podía meditar como lo hacía siempre. Algo pasaba… Por lo tanto, aquella tarde de contemplación, la había perdido a causa de mi malestar...

Después vuelvo a entrar, molesto, a mi celda, y me dispongo a comenzar mi sano ritual… saco de mi escondite un Johnny Walker robado del ancestral armario de mi viejo, saco mi pipa de boca larga tallada por los enanos de Erebor y la lleno hasta el tope de una mezcla exquisita: Latakia con Black Danish. Luego de haber volcado como una cascada perfecta aquel liquido color caramelo y de haber atizado bien el tabaco, me siento en el cómodo sillón que tengo en mi cueva - ya un poco gastado por las horas de uso en meditación o en tertulias que terminan en el amanecer con amigos frikis-.
Todo estaba en orden: la celda llena de humo y mi paladar deleitado por aquella deliciosa combinación de tabaco y whisky. Pero no logré encontrar la paz interior que habitualmente encontraba… Y la razón de esto fue lo que sucedió esa misma mañana en mi casa de estudios, en mi facultad. Era por esto que me encontraba inquieto sin saber qué hacer, hasta que una voz se oyó en mi interior, una voz salvífica, la cual me dijo con suavidad: ¡Escribí, estúpido! Podríamos abrir otra discusión sobre el origen de esta voz pero no es el tema que hoy he de tratar.  Obediente a esta voz me senté en el escritorio, saqué mi pluma y comencé a derramar la tinta sobre las amarillentas hojas, en las cuales se lee lo siguiente:

Viernes 17 de mayo. Luego de rezar Laudes me dispongo a partir hacia la facultad, cansado y apesadumbrado, no por ser el último día de cursado sino por lo que vivo allí adentro en ese pozo de alimañas. Harto de analizar escritos y posturas nefastas como las de Marx o Hegel y de los tontos útiles que no paran de hablar sobre los derechos humanos y bla bla bla... entro al aula, cabizbajo, y me siento lo más lejos posible de aquellos orcos. Saco mis cuadernos y me preparo para tomar apuntes.
Llega la hora de comenzar la clase y algo raro sucede. No escucho los pasos pesados y lentos del troll que habitualmente entra a enseñar estupideces creyéndose un gran profesor o intelectual. Esta vez se escuchaba un caminar suave y musical, y un dulce silbido que alguna vez había escuchado... Ya esto me había asombrado, pues alguna vez leí al célebre autor de hermosos libros, Alejandro Dolina, que decía que la gente ya no silbaba y eso reflejaba la tristeza del mundo.
El silbido cada vez se escuchaba más cerca, volteo para ver quién era aquel místico hombre que iba a entrar a la clase y cuando llega a la puerta, semi abierta ,una luz blanca poderosa impide a mis ojos ver aquella figura; esta persona irradiaba una luz elfica. Se plantó delante del curso y pude verlo. Era él, el grandote calvo que había sido profesor mío en el secundario y luego se convertiría en mi mentor. Me miró y  sonrió, como entendiendo mi padecer. Llevaba la misma sonrisa que antes, esa sonrisa esperanzadora que dice que todo está bien. Yo no lo podía creer, no podía creer que aquel hombre siguiera con la misma presencia de antes en aquel espantoso lugar, en “Mordor” diría algún compadre mío. Los ojos se me empañaron al recordar lo que aquel gigante había hecho conmigo, pues él me había introducido en el mundo del misticismo y de la literatura, había despertado en mi corazón las ansias del conocimiento, de llegar a la Verdad de una forma más romántica.
Pero yo seguía ciego, seguía sin entender lo que hacía este excelentísimo profesor allí dentro, y mil pensamientos oscuros se introdujeron en mi cabeza: comencé a pensar que estaba atrapado, que estaba encadenado como un prisionero allí adentro y que no podía ayudar en nada a aquellas bestias.  La acedia se había apoderado totalmente de mí. Pero observé a mi alrededor, el aula oscura empezó a iluminarse, los ojos rojos encendidos por el fuego del odio de los orcos empezaron a tomar su color natural. Observé por las ventanas que la lluvia pesada desaparecía y el sol empezó a asomarse entre las nubes, creando por consecuencia un arcoíris en el cielo. Claro, este hombre irradiaba belleza, la Belleza que a todos nos salva.
Estaba predicando, predicando a  Dios a través de la verdad y de la belleza, pues cumplía con su apostolado. Cualquiera a quien la desesperanza lo haya dominado podría decirme que esto es inútil porque no hablaba de Dios explícitamente y no predicaba el evangelio a viva voz, y que todo su trabajo era en vano porque los corazones de aquellas bestias eran de piedra, pero yo no me atrevería a afirmar esto tan rápidamente. Simone Weil alguna vez escribió: "En todo lo que despierta en nosotros un sentido auténtico y puro de belleza, ahí se encuentra, en verdad, la presencia de Dios. Hay una especie de encarnación de Dios en el mundo, de la cual la belleza es señal". Este místico hombre había entrañado e interiorizado este juego de la verdad, belleza y amor, para así en un ambiente podrido, de almas extraviadas, mostrar el verdadero Camino que conduce al Padre.
Claro que él estaba luchando donde Dios le había pedido, había entendido que era un “ruso contemporáneo” como señala Dostoievski en “El sueño de un hombre ridículo”.Se podría haber quedado en la escuela en donde hablar del Evangelio no sería una cosa nueva, pero eso sería escapar de su misión divina. Soplos, soplos de belleza daba este hombre, haciendo volver a su hábitat natural los rostros tumefactos, distorsionados, difusos de aquellos que niegan la Verdad. Yo estaba impresionado desde la lejanía de mi lugar, boquiabierto como un niño cuando conoce algo nuevo y se deja llevar por el sano asombro. Peleando solo en medio de bestias feroces, dando palizas de sabiduría a los necios, pero con el fin de limpiar sus almas, de sacarles la viga de los ojos, de Se podría haber quedado en la escuela en donde hablar del Evangelio no sería una cosa nueva, pero eso sería escapar de su misión divina. Soplos, soplos de belleza daba este hombre, haciendo volver a su hábitat natural los rostros tumefactos, distorsionados, difusos de aquellos que niegan la Verdad. Yo estaba impresionado desde la lejanía de mi lugar, boquiabierto como un niño cuando conoce liberar el anhelo del corazón humano, despertar la santa inquietud por el conocimiento de lo Bueno. Porque había entendido que la belleza, ya sea del universo natural o del arte, justamente porque abre y extiende los horizontes de la conciencia humana, apuntando a más allá de nosotros, trayéndonos frente a frente con el abismo del Infinito, puede convertirse en un camino a lo trascendente, al misterio último, a Dios. Luego de que terminó de dar su prédica, ya que eso fue y no una simple clase, me acerqué hasta su escritorio y sin poder formular palabra alguna lo abracé, le di las gracias y me fui.


En fin, este es el relato de un hombre que todavía no se da por vencido. Dejé caer mi pluma sobre el grueso papel, recargue mi vaso de whisky, encendí el tabaco de mi pipa medio quemado y salí a contemplar el cielo una vez más. Noté que había cambiado, salió el sol, y las nubes que lo escondían ahora estaban naranjas porque Aquel las había pintado...
Y así como el paisaje espiritual interior se refleja exteriormente, del mismo modo el paisaje Nostálgico del cielo iba de acuerdo con mi relato.


                                                                                                              CONTI D. FLORES