Mi historia con el "Dúo Nuevo Cuyo".
No guardo recuerdos de la música cuyana en mi infancia.
Difícilmente podría evocar la primera tonada, cueca, gato o valsesito
cuyano. Sin embargo, al llegar la adolescencia,
sí que podría acordarme de cómo dos hermanos pudieron conducirme a una
experiencia estética completamente desconocida para mí hasta entonces. A través
de la música y del canto, las Musas de estos artistas lograron apoderarse de mi
corazón. Y no conformándose con tenerme cautivo, esas Musas implacables
provocáronme una herida que no cicatriza…
Los hermanos de los que hablo son Gustavo y
Guillermo Micieli. Juntos, conforman el grupo musical “Dúo Nuevo Cuyo”. Todavía
me acuerdo abandonando la niñez, con imágenes imprecisas, sosteniendo el disco
“Cariño bonito” para luego escuchar canciones, por entonces aburridas y
lejanas, grabándoseme con especial intensidad “A mi compadre”. Con todo, a
pesar de haberlos escuchado en casa desde un equipo de música vetusto, nunca me
atrajo ese conjunto. Hasta que…
Un buen día asistí a una peña folcklórica organizada
por un grupo de amigos. Entre estos amigos se encontraba el no menos conocido
guitarrero y cantor Cilantro Berlín -de hecho, él fue quien había invitado a
los dos Micieli-. Yo tenía alrededor de 15 años. Aún puedo rememorar el impacto
que produjo en mi alma la aparición en el escenario de estos personajes
singulares que vestían de negro y que poseían largas cabelleras. También puedo
acordarme la introducción que el compadre Berlín hacía, contándonos de modo
ameno, sobre cómo estos hermanos se “convirtieron” a la música cuyana al escuchar una
tonada sentida, luego de haber incurrido por otros ritmos musicales, incluyendo
el Rock pesado. Decía con jocosidad el presentador: “Lo único que han
conservado del Rock son las pilchas y las mechas”. Efectivamente, no podía dar
crédito a que esas dos personas frente a mí con guitarra en mano pudiesen tocar
y cantar música cuyana…
Contrariando mis prejuicios y estrecheces de
adolescente imberbe, estos dos sujetos vestidos de noche y con sus melenas al
viento, robaron mis ojos por un tiempo inconmensurable. Captaron esa mi
atención furiosamente dispersa de mis años más tiernos. Es conocido el desgano
constitutivo del puberto que busca desesperadamente su identidad y la libertad.
Pocas cosas lo entusiasman. Se requiere de un arte sublime para conquistar a un
mozalbete. En mi caso, jamás olvidaré cómo el Duo Nuevo Cuyo pudo hacer eso
conmigo: ¡extasiarme! ¿Cuál fue el embrujo de antaño, aquel hechizo intempestivo?
No fueron, decididamente, las vestimentas susodichas porque si bien suscitaron curiosidad, la inquietud de aquella época me sugería volver a mis naderías. Y
cuando estaba por regresar a las ocupaciones de zagal en una peña cualquiera de
un día soleado, pude oír lo siguiente que despertó en mi interior unos duendes
extraños, y, al mismo tiempo, familiares:
“Este canto
cuyano, señores…”
Aunque hubiese querido proseguir la marcha, no
hubiera podido: el caballo de Troya hallábase en los antemurales de mi castillo
interno. El asedio fue de un prodigio inexplicable, maravilloso. Supe que
estaba derrotado. Las Musas cuyanas lo habían incendiado todo, hasta la
recámara más escondida. Por culpa del Dúo Nuevo Cuyo sufro de esta locura
transida de nostalgia que se llama Cuyanismo
o Cuyanía. O más sencillamente, Cuyo.
Desde entonces, mi vida cambió. Todo tiene aire de
vendimia, olor a vino, perfume a jarilla, forma de acequia, sabor a despedida,
gusto de amistad. Todo lo someto al lirismo de nuestra poesía peculiar. El
mismo sentimiento de patria se actualizó al contacto con el ritmo de nuestra
música regional. El canto de nuestra tierruca movilizó las fibras más íntimas
de mi ser. Empecé a dejar de estar tan desorientado por entrar en comunión con
mi raíz. Lo que estaba aconteciendo no lo podía racionalizar. Con el tiempo,
lentamente, fui descubriendo dos cosas…
La primera fue la importancia y el significado
profundo de todo lo cuyano en mi
vida. Lo segundo -y aquí está mi gratitud emocionada- fue la influencia que
ejercieron estos dos mendocinos en mi vida: Gustavo y Guillermo. Tal vez ellos
jamás se enteren de mi secreta admiración y hondo agradecimiento. Ellos me inspiraron, es decir me transmitieron el
gusto por la belleza, lo que constituyó un hito para mi andadura de peregrino.
Por ellos vislumbré algo más elevado, entreví algo superior que me empujaba al
ascenso. ¿A ascender de qué o hacia qué? No lo sé muy bien. Quizás alzarme de
la inmundicia de nuestra música actual, ajena a nuestros orígenes y derroteros.
Música que nos aleja de nosotros mismos y de nuestros hermanos es la música que
no es cuyana. Como joven sospecho que
mi testimonio es todavía más fuerte -¡y confío en ello!- puesto que quisiera exclamar
que nuestra música de Cuyo no es “para viejos”. No. Es para corazones en
búsqueda apasionada de vida y de verdad. Quizás hacia algo más verdadero y
genuino elevaban -y todavía elevan- las voces y guitarras de estos hermanos solidarios.
Y en este punto, el Dúo Nuevo Cuyo, desde hace más
de 20 años, ofrece un servicio impar que hasta la fecha no ha sido
justipreciado. Mientras la gente frívola sigue su curso ligero, estos aedas del
canto cuyano deleitan a un puñado de paisanos que se resiste a ser inauténtico
y banal como melodía comercial. Por todo ello -y más cosas que pensaría y aun
diría en un fogón de compadres-, brindo por el Dúo Nuevo Cuyo; hermanos mayores
míos que guían sin saberlo, que consuelan sin buscarlo, que confortan sin
quererlo.
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