martes, 19 de enero de 2021

Otra crónica cuyana

 

Mi historia con el "Dúo Nuevo Cuyo". 


No guardo recuerdos de la música cuyana en mi infancia. Difícilmente podría evocar la primera tonada, cueca, gato o valsesito cuyano.  Sin embargo, al llegar la adolescencia, sí que podría acordarme de cómo dos hermanos pudieron conducirme a una experiencia estética completamente desconocida para mí hasta entonces. A través de la música y del canto, las Musas de estos artistas lograron apoderarse de mi corazón. Y no conformándose con tenerme cautivo, esas Musas implacables provocáronme una herida que no cicatriza…

Los hermanos de los que hablo son Gustavo y Guillermo Micieli. Juntos, conforman el grupo musical “Dúo Nuevo Cuyo”. Todavía me acuerdo abandonando la niñez, con imágenes imprecisas, sosteniendo el disco “Cariño bonito” para luego escuchar canciones, por entonces aburridas y lejanas, grabándoseme con especial intensidad “A mi compadre”. Con todo, a pesar de haberlos escuchado en casa desde un equipo de música vetusto, nunca me atrajo ese conjunto. Hasta que…

Un buen día asistí a una peña folcklórica organizada por un grupo de amigos. Entre estos amigos se encontraba el no menos conocido guitarrero y cantor Cilantro Berlín -de hecho, él fue quien había invitado a los dos Micieli-. Yo tenía alrededor de 15 años. Aún puedo rememorar el impacto que produjo en mi alma la aparición en el escenario de estos personajes singulares que vestían de negro y que poseían largas cabelleras. También puedo acordarme la introducción que el compadre Berlín hacía, contándonos de modo ameno, sobre cómo estos hermanos se “convirtieron” a la música cuyana al escuchar una tonada sentida, luego de haber incurrido por otros ritmos musicales, incluyendo el Rock pesado. Decía con jocosidad el presentador: “Lo único que han conservado del Rock son las pilchas y las mechas”. Efectivamente, no podía dar crédito a que esas dos personas frente a mí con guitarra en mano pudiesen tocar y cantar música cuyana…

Contrariando mis prejuicios y estrecheces de adolescente imberbe, estos dos sujetos vestidos de noche y con sus melenas al viento, robaron mis ojos por un tiempo inconmensurable. Captaron esa mi atención furiosamente dispersa de mis años más tiernos. Es conocido el desgano constitutivo del puberto que busca desesperadamente su identidad y la libertad. Pocas cosas lo entusiasman. Se requiere de un arte sublime para conquistar a un mozalbete. En mi caso, jamás olvidaré cómo el Duo Nuevo Cuyo pudo hacer eso conmigo: ¡extasiarme! ¿Cuál fue el embrujo de antaño, aquel hechizo intempestivo?

No fueron, decididamente, las vestimentas susodichas porque si bien suscitaron curiosidad, la inquietud de aquella época me sugería volver a mis naderías. Y cuando estaba por regresar a las ocupaciones de zagal en una peña cualquiera de un día soleado, pude oír lo siguiente que despertó en mi interior unos duendes extraños, y, al mismo tiempo, familiares:

“Este canto cuyano, señores…”

Aunque hubiese querido proseguir la marcha, no hubiera podido: el caballo de Troya hallábase en los antemurales de mi castillo interno. El asedio fue de un prodigio inexplicable, maravilloso. Supe que estaba derrotado. Las Musas cuyanas lo habían incendiado todo, hasta la recámara más escondida. Por culpa del Dúo Nuevo Cuyo sufro de esta locura transida de nostalgia que se llama Cuyanismo o Cuyanía. O más sencillamente, Cuyo. 

Desde entonces, mi vida cambió. Todo tiene aire de vendimia, olor a vino, perfume a jarilla, forma de acequia, sabor a despedida, gusto de amistad. Todo lo someto al lirismo de nuestra poesía peculiar. El mismo sentimiento de patria se actualizó al contacto con el ritmo de nuestra música regional. El canto de nuestra tierruca movilizó las fibras más íntimas de mi ser. Empecé a dejar de estar tan desorientado por entrar en comunión con mi raíz. Lo que estaba aconteciendo no lo podía racionalizar. Con el tiempo, lentamente, fui descubriendo dos cosas…

La primera fue la importancia y el significado profundo de todo lo cuyano en mi vida. Lo segundo -y aquí está mi gratitud emocionada- fue la influencia que ejercieron estos dos mendocinos en mi vida: Gustavo y Guillermo. Tal vez ellos jamás se enteren de mi secreta admiración y hondo agradecimiento. Ellos me inspiraron, es decir me transmitieron el gusto por la belleza, lo que constituyó un hito para mi andadura de peregrino. Por ellos vislumbré algo más elevado, entreví algo superior que me empujaba al ascenso. ¿A ascender de qué o hacia qué? No lo sé muy bien. Quizás alzarme de la inmundicia de nuestra música actual, ajena a nuestros orígenes y derroteros. Música que nos aleja de nosotros mismos y de nuestros hermanos es la música que no es cuyana. Como joven sospecho que mi testimonio es todavía más fuerte -¡y confío en ello!- puesto que quisiera exclamar que nuestra música de Cuyo no es “para viejos”. No. Es para corazones en búsqueda apasionada de vida y de verdad. Quizás hacia algo más verdadero y genuino elevaban -y todavía elevan- las voces y guitarras de estos hermanos solidarios.

Y en este punto, el Dúo Nuevo Cuyo, desde hace más de 20 años, ofrece un servicio impar que hasta la fecha no ha sido justipreciado. Mientras la gente frívola sigue su curso ligero, estos aedas del canto cuyano deleitan a un puñado de paisanos que se resiste a ser inauténtico y banal como melodía comercial. Por todo ello -y más cosas que pensaría y aun diría en un fogón de compadres-, brindo por el Dúo Nuevo Cuyo; hermanos mayores míos que guían sin saberlo, que consuelan sin buscarlo, que confortan sin quererlo. 






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