jueves, 2 de noviembre de 2023

LÁZARO FELIZ



Jesús ama a su amigo que está enfermo.

Porque lo ama, por un amor fuerte de amistad, quiere curarlo. Se decide ir hasta al fondo del abismo donde sea que se encuentre. Nada lo detiene. Se guía sólo por el amor. El Señor siempre obra por amor, por un amor apasionado, constante, obstinado. Entonces es por amor que va en busca de su amigo, al rescate del enfermo que yace en las tinieblas y "en sombras de muerte". ¡Que hace tanto tiempo se encuentra en franca descomposición, en muy mal estado, y que huele fatal! Los pecados, los errores del pasado, los defectos morales y físicos, los desequilibrios psicológicos, en fin, todas nuestras miserias apestan.

El EGO es lo más nauseabundo que existe.

Lejos del Amigo, del Maestro, del Médico y del Señor de la luz y de la vida uno se encuentra sepultado, con una enorme piedra encima del alma, totalmente atado por los mil complejos, apegos y desórdenes que se han ido juntando con el paso del tiempo y de nuestra sufrida historia. Nuestro Lázaro interior está enfermo, atado, bloqueado, incapacitado para explorar la vida en abundancia y la verdadera libertad. ¡Hasta se ha acostumbrado a vivir en su oscuridad, se ha enamorado de sus propias sombras! El estado de mi Lázaro interno es realmente lamentable. Y no me di cuenta, sinceramente, que podía estar tan mal. Me faltaba desierto profundo, quizás... Mucho ruido para escuchar. Mucha dispersión para recogerme. Mucha preocupación y agitación por los negocios de la vida adulta no me permitieron cultivar la paz y amar el silencio. Ahora me encuentro que hiedo, recostado en las penumbras, confundido y con miedo. Me pregunto, en el seno de esta tumba (como Jonás en el vientre de la ballena), si el Maestro se acordará de mí en esta hora aciaga de mi vida. Estoy casi desesperado porque no veo la salida, el fin del túnel, la boca donde entra la iluminación de fuera y de Arriba. Tan en tinieblas estoy que a veces pienso que yo mismo soy esas tinieblas, me identifico inconscientemente con ese mal de los infiernos. Pero confío en los seres que verdaderamente me aman, en los Santos, como mis hermanas Maria y Marta, pues los que son así, fieles discípulos del Señor que escucharon su Palabra y acogieron su Presencia en Betania, tales podrán interceder por mí para que Jesús tenga misericordia de su amigo, que está profundamente herido y postrado sobre horribles miserias. Que anda desconsolado, y con espanto pues son demasiados los demonios que me rodean que, si el Salvador no viene a defenderme, caería en la desgracia sin cuento.


Pero aún espero. Confío. Vigilo. Deseo con vehemencia la visita del Altísimo. Y lucho con violencia (contra mi amor propio y contra mis demonios interiores: los malos pensamientos, los sentimientos tóxicos y las energías negativas), aguardando que, por fin, se abra la mole endurecida y áspera que me tapa y me impide el encuentro con la Victoria, con la Salud, con la Caridad y con la Fuente vital. La dureza y la pesadez de esta roca que he dejado por negligencia e ignorancia que se pusiera en el centro de mi corazón (¿o es el mismo corazón?) sólo podrá ser arrancada y destruida en mil pedazos por el Dios Fuerte. Esta tumba oscura y hedionda que yo mismo he cavado y a la que me he dejado arrastrar con amargura podrá ser inundada por la desbordante, vencedora y salutífera vitalidad luminosa del Dios Santo e Inmortal. Del Dios trinitario. 


Y sé que esto acontecerá.

Yo soy Lázaro y conozco a Jesús. 

Somos amigos.

Los dos estamos heridos.

Sus heridas, de hecho, me curaron ya. Sus llagas siempre están abiertas, y allí se exponen, a nuestras miradas, para recordar que Él también es hombre, también sufrió -los tormentos más indecibles sufrió- y sabe perfectamente de qué estamos hecho. Somos barro, somos masa, somos polvo que arrebata el viento. Pero Él se acuerda de mí, y de todos sus amigos, de los que aceptan que están enfermos y heridos, y sepultados en las sombras malolientes de la soberbia y de la mentira, del odio y de la violencia que nos devoran por dentro -¡acaso sin que nos demos cuenta!...


Él quiere darnos su Espíritu que es Verdad y es Libertad. El querría ser más amigo de nosotros pero para eso hay que ser como Él es: humilde, pobre, manso, pacífico, dulce, veraz, sincero, firme y fiel. Obediente al Padre, ¡siempre! Vive del envío del Padre, y no escucha razones de supuesto sentido común ni las reglas de convención. Tampoco atiende a las burlas y a la autosuficiencia de los provincianos de Judea. Si fuera así, no podría salvarme; salvarnos. Por fortuna, Dios no se rige por nuestros criterios mezquinos, calculadores y racionalistas. No. ¡No es tampoco "justiciero" como nosotros! Este amigo mío llamado Jesús de Nazaret, a quien desde que conocí personalmente teniendo una experiencia intensa y auténtica de su Amor todopoderoso y misericordioso; a este Rabí, digo, yo no lo suelto más... Desde tal encuentro íntimo con Él, desde que saborée su amistad, su presencia y su sabiduría, ¡su santidad!, lo sigo a todas partes, a donde Él me atraiga. Creo que por eso pudimos hacernos tan amigos en tan poco tiempo. Y por esto mismo creo decididamente que Él no me abandonará jamás. Que no me dejará estar por mucho tiempo en el caos y en el desconcierto, en cualquier tribulación. Que si Él a veces tarda en mostrarse luminoso y consolador con su servidor, siempre es para mi bien, para mi instrucción y para fortalecerme. Él lo sabe todo. Por algo también me ha dejado aquí una temporada, en esta tumba cerrada, sin oxígeno, sin luz, sin vida. Sin ninguna posibilidad de salir por mi cuenta, de escaparme de una buena vez. Sólo puedo esperar. Sólo puedo y debo esperar en silencio su salvación, con una confianza ilimitada, incondicional y radical.


Entre amigos de verdad es crucial semejante confianza absoluta. Entre discípulo y maestro, entre hijo y padre, es fundamental que exista una confianza y un amor que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo aguanta y que todo lo excusa. Sólo puedo agradecer mi relación con el Señor, con mi Amigo, pues Él ha sido bueno conmigo. Siempre me ha manifestado su bondad, su compasión, su grandeza y su perdón. Por todo ello le creo sin reservas, acepto todo lo que me dice y me manda, aunque puedo admitir que mucho me cuesta y me duele a veces, y confieso que es un Maestro exigente. Mas es necesario, en definitiva, que sea así Él y eduque como lo hace. No habría otra manera, si no, de poder alcanzar nuestra estatura como hombres creados a Su imagen. No podríamos vivir conforme a nuestra vocación celestial. No alcanzaríamos la gloria divina a la que hemos sido destinados. Pero también -y esto es igual de importante-, sencillamente si Jesús no enseñara como lo hace y no nos diera su ejemplo claro a seguir, no podríamos conquistar esa libertad que tanto deseamos y esa felicidad que tanto buscamos. Para ser personas plenas, hay que vivir con el Espíritu de este Galileo que conocí hace años, andando de camino por esta tierra bendita...

La esencia del Espíritu del Mesías quedó definida en su archi-conocido (pero vivido y gustado por algunos pocos) Sermón de la Montaña. 


Yo soy Lázaro, y sé en quién he puesto mi esperanza.

Aguardaré a que se obre el milagro de mi existencia.

Intuyo que Jesús está viniendo en camino, con los apóstoles y con una muchedumbre de discípulos y testigos que lo acompañan, para despertarme: Él me devolverá a la Vida eterna, Él me hará renacer y me renovará con su potencia y dinamismo infinitos.

¡Él es la Resurrección y la Vida!

Su energía pascual irrumpirá majestuosamente y sorprendentemente en medio de mis penas y de mis ansias: en el centro de mi existir doliente y anhelante.

Sólo Él es capaz de sanar mi personalidad entera; Él, el único que puede redimir mi biografía; Él, quien me dará una segunda oportunidad para vivir en abundancia y para servir con alegría en su paz, en su amor y en su soberanía... ¿Quién hay como el Santo de Dios, el Hijo de David?


Marta, hermana, grita más fuerte, alza tu voz, que todos los del pago chico, los parientes y los conocidos te oigan:

 "Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene a este mundo". 

Marta, hermanita, sigue creyendo porque si crees, con fuerza y en serio, verás la gloria de Dios.

Marta, Marta, mira que mi enfermedad no es mortal; mi enfermedad es para gloria de Dios, para que el Hijo amado sea glorificado.


Recuerda que la amistad y la enfermedad son los puntos débiles de nuestro querido Señor, son los signos claros de su Presencia amorosa entre nosotros, son las heridas sagradas para que el Médico sabio nos sane y la garantía segura de que el Maestro hermoso nos llama por nuestro nombre propio y excepcional; singular.


No hay que temer ni dudar ni preocuparse en vano. Jesucristo va allí donde justamente huele más mal, donde están las piedras más duras y pesadas, donde se encuentran las cuevas más oscuras y siniestras, donde están los cuerpos más postrados y los nudos más complicados y difíciles de desatar. Donde falta el aire para subsistir, la luz para contemplar la Belleza. Ha eso vino y viene y está viniendo Aquél que nos amó primero. Sólo hay que desear ardientemente su venida y sus visitas secretas, suaves, fogosas; de puro amante. Al instante puede curarte, si tú quieres... Sólo hay que abrirse, disponerse, silenciarse, vaciarse y prepararse. Éste es todo el entrenamiento ("ascesis" significa: entrenamiento, preparación, esfuerzo amoroso). Y por sobre todo: rezar como bienaventurado del monte, como el Profeta en el fondo del Leviatán. Sólo así Dios hará que la bestia abra sus fauces y nos lance a una playa nueva, con vida, sanos y salvos, para cumplir la misión que Él nos encomendó. 


Por todo ello, escuchen la orden dada con poder y brío:

 "¡Quiten la piedra!" 

¡Quiten el ego arrogante!

 "¡Lázaro, ven afuera!"

¡Amigo, ven a Mí, ve hacia la Plenitud!

 "¡Desátenlo para que pueda caminar!"

¡Libre ya de todo lastre y vanidad, camina en la verdad del Evangelio!



Amén. Aleluya. Alabanza y acción de gracias.



[Días después...] Yo, Lázaro, me estoy escapando y me voy alejando de todos los fariseos, de los doctores de la Ley y de los sumos sacerdotes de mi comarca, que me conocen, porque dicen que muchos por mi causa se apartarán de ellos -de sus meticulosos rituales y de la estricta observancia legal- y se convertirán al Nazareno: pasarán a creer en Jesús, el Hijo del Dios vivo y verdadero. Me quieren matar, y eso que algunos de ellos fueron testigos del Gran Milagro. Pero estoy tranquilo y aún contento, pues no estoy sólo en esta persecución y aventura, sino con Aquel que me resucitó y vive para la eternidad. Sí, en Él todo lo puedo, y soy. ¡Alabado sea por siempre!

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