La Salud, el Dador, se ofrece a todos, sin excepción, sin acepción de personas. A todos se entrega, durante el camino. Se da en este viaje, como maná en el desierto. Es el viático del Éxodo, de todos nuestros éxodos. El Camino se posiciona en el medio del camino y entre los caminos. Se ubica en las fronteras, en el centro de las líneas divisorias y en las abandonadas periferias.
El que alcanza a tocar la Salud se sana, se une al Camino, y queda unificado. O queda herido de Unidad, de ser uno, mónos, uno en el Uno. "Solo ante el Solo". Solitario en la Comunidad. Unido en la Comunión. Buscador de esta Comunión cristiana y trinitaria. Portador de la Paz. Pontífice entre samaritanos y judíos, entre saduceos y fariseos, entre publicanos e israelitas, entre prostitutas y vírgenes, entre huérfanos y ancianos, entre viudas y doncellas, entre pobres y ricos, entre pequeños y poderosos, entre fracasados y exitosos. Ser puente. Puente, para ser pisado por los hombres, con tal que los viajeros lleguen a destino. Puerta para que el Reino de los cielos entre y salga por este mundo.
La Salud es Unidad. Mas también la Donación es limpieza de cuerpo y corazón. Y porque el Médico es movimiento, se adelanta siempre y se atreve a entrar hasta la última aldea, al confín de la patria. Hasta el pueblo y aun hasta el rancho más lejano y perdido va este Médico y Pastor de almas, a buscar la oveja descarriada, porque no quiere "que nadie se pierda" y procura "que todos se salven". Sí, los que están lejos de la Luz y del Templo de Dios también esperan la Salud, la Salvación.
El Maestro entra la pequeña aldea y sorprende con su visita. Sube hacia Jerusalén, eso lo tiene claro. El ascenso es seguro pero la subida misma no es rectilínea y uniforme. Ninguna vocación lo es. Menos la misión que Jesús recibió del Padre. O mejor dicho, todos los llamados y todos los envíos de la Historia de los hombres tienen a Cristo, Hijo de Dios, como espejo y signo, parábola y paradoja de todo itinerario humano-divino. Así este relato -como muchos otros relatos bíblicos- nos muestra a un Hombre misterioso, andariego, itinerante, que llama la atención con su aparición, con sus presencias inesperadas, y también con sus ausencias repentinas. Tiene un halo de magia que fascina y que encanta, atrayendo a multitudes, especialmente a los enfermos y a los desheredados de la sociedad de su tiempo... y de todos los tiempos.
A un tiro de piedra, pues, barruntan su figura señorial e indefiniblemente tierna un grupo de leprosos, que por causalidad se encontraban por allí, de paso. Sus pasos dieron con el Paso salvífico de un Dios escondido, oculto tras esas vestiduras de la época, del ambiente bucólico de la Palestina del siglo I, y con una larga melena y una tupida barba cubriéndole el rostro, salvajemente elegante, finamente viril. Los leprosos no se han olvidado aun que son hombres, según las crónicas de Lucas. Son "hombres leprosos". Hombres buenos que se contagiaron de lepra. Varones sanos que se enfermaron. Humanidad pura y caída, en estado de tensión y conflicto, gimiendo con dolores de parto la "nueva creación": la filiación. Hombres manchados, llamados a ser hijos y discípulos de un Reino que todavía no conocían...
Pero justamente por saberse inmundos y contaminados supieron gritar. Toda su carne putrefacta les enseñó a gritar. Sólo el grito podía acercarlos ante aquel Visitante que rebosaba vitalidad. Es el gemido orante el que acorta las distancias, la Gran Distancia. Por eso, aunque se quedaron a cierta distancia, se hicieron cercanos al que podía sanarlos de su enfermedad y liberarlos de su mal. Y esta primera confianza, confianza incipiente y común a los diez leprosos, fue el primer paso para la salud definitiva...
Sin embargo, la vida continúa. Y en la vida de los humanos, en la vida de la fe especialmente, son importantes los ritos y las reglas, el ley y el orden. Es necesario obedecer las costumbres santas y las sabias prescripciones para quedar curados, para mantenerse sanos, para abandonar la lepra. Pero... justo cuando todo parecía estar en calma y las cosas en la aldea mostraban su curso rutinario, sucede lo inesperado, acontece lo tremendo, ¡se produce el milagro!. Realmente se capta y se percibe, se ve durante el camino, a pocos kilómetros de la aldehuela quizá, que algo en la marcha ha cambiado. El cambio no está fuera, no, está dentro. El caminante es el que ha sufrido una metamorfosis. ¿Qué ha pasado?
El color de las manos ha mudado. Se anda más ligero, más liviano. Hay paz en el alma y una sensación agradable que atraviesa todo el cuerpo. Se experimenta una limpieza distinta, que se parece a la limpieza de la mirada los niños, o a la sonrisa de las vírgenes consagradas. Andando se descubre, junto a otros peregrinos, que la auténtica liberación y la profunda sanación se está operando en todo el ser. O ya se ha operado, tal vez. Súbitamente. La piel muerta comienza a desgajarse como cáscara de maní. Existe un desgarro del cuero sucio que se siente como una punzada cruel y artera. El desprendimiento de las inmundicias del cuerpo ya es un hecho. El despertar es inminente...
Entonces, ¿a qué seguir andando para ver a los sacerdotes? ¿Acaso tiene un sentido el precepto legal y el baño ritual cuando la salud total ha arribado a mi existencia cuando menos lo esperaba? Cuando un poder divino, y a la fecha desconocido, comienza a invadir todas las partículas del ser, ¿qué importa ya mi propio hacer? ¿Qué propósito se sigue al estar tan preocupado por preceptos y rituales toda vez que me hacen aferrarme a estructuras rígidas y estrechas o a amargarme por situaciones farisaicas y leguleyas? El deber por el deber, el hacer por el hacer, el cumplir por el cumplir... y la rueda de la existencia devota sigue girando sobre su propio eje, mecánicamente, inconscientemente, vertiginosamente.
Mientras, el extranjero ya ha pegado la media vuelta. El samaritano está más libre y predispuesto, menos presionado por la pesada carga de la Torá y del Talmud. Su situación de extranjería le permite estar más atento a los signos de la vida y de los tiempos. El cumplimiento de la Ley no lo subyuga como a sus compañeros judíos. Tampoco reniega de la Ley ni minimiza su importancia y su sacralidad. De hecho, el mismo Rabí, Ieshua, les mandó con autoridad que vayan a presentarse a los sacerdotes. Qué duda cabe que la Ley es importante. Quién duda que las normas establecidas están para cumplirse, que para algo están, y que mejoran a los hombres y a la sociedad. Más aún, quién podría cuestionar los caminos ordinarios de la Gracia. Mas, sin embargo, ¿qué pasa cuando en la vida acontece algo extraordinario? ¿Qué pasa cuando el ropero realmente se abre? ¿Acaso hay que seguir en el sendero trazado sin más? ¿Acaso es necesario continuar en el misma caravana que te supo acompañar, y a veces guiar, en la vía recta y segura? ¿Y si lo correcto es girar 360 grados, cambiar el rumbo, viajar al Oeste, o simplemente escalar...? ¿Y si después de todo no es tan desatinado escuchar al fauno, matar la bruja y salvar el reino...?
Mucho se juega en tales decisiones. No es tan fácil renunciar a la dirección previamente tomada -o en la que sencillamente te encontrabas sin saber cómo, pues da igual. El caminante siempre se ha encontrado protegido y acompañado en el leprosario. En verdad, no del todo, puesto que el sabía que era un forastero. Pero él se dejaba llevar y seguía al resto, con la meta clara, al menos en la teoría, y con la clase sacerdotal aguardándonos. Sabíamos que estábamos en el buen camino y que la conciencia estaba tranquila porque había sido el mismo Señor el que nos había dicho qué hacer y cómo obrar. ¡Cómo se va a contradecir el Señor! Si Él nos mandó a presentarnos a los sacerdotes, ¿a qué desobedecerle girando sobre los propios talones para desandar el camino hacia tierras desconocidas? En Jerusalén está el Templo, los Sacerdotes y los Sacrificios perpetuos. Allí, los Ancianos, los Fariseos y los Escribas. Allí también la civilización, la vida social y política, el comercio y todo género de negocios. Sólo en este contexto sociocultural, conocido y familiar, venerable y tradicional podremos ser "alguien": unos verdaderos israelitas, cumplidores de la Ley, perfectos hijos de Abraham nuestro padre. Incluso toda la angustiosa experiencia de haber sido un leproso, un marginado, un nómada apestoso será sólo una mala pesadilla, un vago recuerdo, acaso una mera ilusión y una estúpida confusión. ¡No hubo lepra acá! Es más, ¿existe la lepra -la lepra existencial-, hoy como ayer? De ninguna manera, eso son cuentos de viejas, son fábulas del Pentateuco...
Seguramente no era lepra lo que tenían los diez protagonistas de la narración lucana. El tiempo al tiempo. Todo se irá aclarando. Además, los sumos sacerdotes nunca se equivocan. ¡Jamás! Ellos nos dirán que estamos sanos y bien pero probablemente nos llamarán la atención para que seamos más cautos y cuidadosos en el futuro. Para que dejemos los viajes peligrosos, las malas juntas con peregrinos y migrantes, absteniéndonos del trato con bandoleros, mendigos y en definitiva toda clase de gente que pueda poner en riesgo la limpieza de nuestra raza -la estirpe de Abraham-, la pureza de la ley, la integridad de nuestras costumbres, el rigor de nuestra moral y la excelencia de nuestra doctrina. La consigna es corta: no se hagan más los "evangélicos". Si no, van a acabar mal. Estamos en tiempos de crisis donde los romanos nos oprimen cada vez más, los herodianos son una casta de degenerados y miles de divinidades nos asedian por doquier. Hay mucha diversidad y pluralismo en este país, también en el Monte Sión. No se separen y no se alejen del Templo ni falten a las Fiestas. Escuchen a los Doctores de la Ley. Sométanse a lo que dicta el Sanedrín. Ofrezcan sus sacrificios y holocaustos todas las veces que puedan, mientras más mejor. No se olviden el diezmo, del sustento diario para el mantenimiento del culto y para el sostenimiento de la Cada de Dios. Sean generosos, pero sean sobre todo prudentes y moderados. Agradezcan lo que tienen, confórmense con lo que hay. Miren la magnificencia de estas piedras sagradas. Admiren nuestros ritos heredados de generación tras generación por nuestros padres, y por los Profetas.
Hacen bien, por tanto, en presentarse a los sacerdotes Ojalá aprendan de una vez que es en este lugar y en este grupo donde se encontrarán a salvo, asegurados de toda idolatría y de toda ideología. Dejen de buscar tanto afuera. No se aventuren demasiado. El modernismo de los griegos, por ejemplo, está metido en todas, en todos los altares de dioses extraños. No conozcan a nuevas personas, ya la comunidad de creyentes que hay en Judea es bien grande. Tenemos que cultivar y afianzar la relación entre nosotros, asique dedíquense a fortalecer esa relación ya existente. No hagan vínculos nuevos que puedan desestabilizar lo que queda del rebaño fiel. Y la última advertencia: ¡ojo con ese Rabí itinerante! Sabemos que no se queda quieta, va de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. Sabemos que prefiere a estar con gente humilde y pobre, y también con los más raros y criminales de la sociedad. Ustedes lo vieron entre Galilea y Samaria, saquen sus conclusiones. Es un Hombre que le gustan los límites, le gusta meterse en villorrios de mala muerte, abrirse con personas paganas y supersticiosas. No es un buen ejemplo ni tiene buena reputación ese Nazareno. Por todo esto, no le den cabida. Está bien que, de cuando en cuando, escuchen sus parábolas y contemplen sus prodigios, algunos de los cuales han sido para beneficio de ustedes. Pero hasta ahí nomás. No se pasen de rosca. No se hagan los locos ni intenten seguirlo o hacer las cosas que Él hace porque Él es Él y nosotros somos nosotros. El que se atreva a imitarlo va a quedar en ridículo, primero. Y segundo, sepan que el que elige de verdad, en serio, seguir a ese Rabí, va a tener dificultades. El que de corazón se adhiera a su enseñanza, el que sin condiciones acepta su Anuncio, además de perder la cabeza, se va a meter en grandes problemas, y más encima en estos tiempos que corren. Sólo tenemos que esperar al Mesías preanunciado por nuestros Profetas. Ya viene. Y verán cómo pone orden en esta asamblea y en toda la tierra, como Rey poderoso y vengador, como Juez justo y temible. No se distraigan ni divaguen en vano. El tiempo es oro, por tanto no pierdan el tiempo con ese "Evangelio" que se anda predicando en todos los rincones de nuestra patria. Eso es para chiflados, para consolar a los necesitados, para aliviarles a los enfermos su dramón. Pero nosotros sabemos que no hay que dramatizar tanto. La vida sigue, todo fluye...
-CONTINUARÁ-
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