En estos viñedos hermosos trocados de fuertes colores amarillos , rojos y verdes, aquí escribo este humilde homenaje y esta inexperta e inacabada explicación de la mezcla perfecta entre gozo y nostalgia que siente mi alma.
Luego de haber disfrutado una vez más de una clase de Microscopia y contemplar la infinitud del mundo celular y miniatura, ahora me encuentro ante la infinitud de lo grande, lo enorme, como es este colosal paisaje. Mi posición es realmente envidiable para cualquiera que fuese sensible ante lo bello. Me encuentro sentado, sólo y a la vez acompañado; ante mis ojos: espalderos a siniestra y parrales a diestra; detrás de mi, una viña escurridiza que me acaricia la espalda; debajo de mi un gran tronco viejo que pareciese que lo hubiera colocado el mismísimo Alfredo Bufano aquí que tipos como él y como los gallardos vengan aquí a escribir e inspirarse; delante de mi, viñas como ya dije, plantaciones de alfalfa para el ganado y la granja, álamos amarillos formados cual escuadrón de doble línea; mas allá aún hermosas copas de árboles altos y frondosos, más allá la Precordillera, tan bella y marrón como siempre, y aún más allá cercando a mi país, la magnífica Cordillera, con el cordón del Plata nevado como siempre, y cercano a él, el glorioso volcán Tupungato con su punta redondeada inconfundible ante nada. Siguiendo con la composición del lugar que me parece importante describir para que entiendan a lo que voy con tanto rodeo. Multitud de pájaros revolotean sobre las viñas, y a la vera del camino me hace sombrea un árbol de dos troncos crecido casi sobre la acequia que alimenta los surcos. Desde aquí veo la granja, unas vacas, incontables ciervos y numerosos olivos, cedros, pinos y álamos que me rodean y cierran todo el espectacular escenario del que participo como expectante admirador. La ciudad no está aquí, sólo los ruidos lejanos de autos apurados se mezclan con el barullo de los teros, catas, palomas y lechuzas que son perseguidos por los aguiluchos, y de algunos insectos camperos también. Creo que con esto es suficiente para que ustedes, queridos amigos literarios, puedan "meterse en mi pellejo" o por lo menos atinar a hacerlo. Hay tanta paz y tanta belleza que es difícil expresarlo, pero para cenar ésta introducción me encuentro ante el típico paisaje rural mendocino.
Como empecé, el alma queda muda...
Y gracias a Dios así fue y es, pues significa que no he perdido el principio del conocimiento, esto es, el asombro. Ayer leí algo que decía que cuando el hombre admira pero no ve a Dios detrás de todo esto pierde la capacidad y el sentido de admirar. Gracias a Él reconozco que todo es obra suya, pues el orden admirable que hay tanto en lo microscópico como en lo macroscópico no puede ser fruto de un azar; es lógico y obvio pensar que hubo un Ser anterior a todo, que creó y crea todo. Pero ésto además de verlo patente en este paisaje, o a través de un microscopio, o en cualquier parte a donde me encuentre también lo se por gracia de Él mismo. ¡Cuántas cosas recibidas de su mano larga, generosa y magnificiente sin tener yo derecho alguno a exigirle nada, y sin mérito alguno!. Y aquí me detengo: "sin mérito alguno..." resuena esta frase en mi interior una y otra vez: "sin mérito alguno...", "cuánto me ha dado...", pies para desandar caminos, ojos para asombrarme y llorar, voz para hablar y cantar, manos para escribir, guitarrear, trabajar y abrazar. Tacto para sentir el calor del fuego o el frío de un viento helado. Y saliendo de mi: familia, casa, amigos, una china hermosa, una guitarra, u estudio, una hoja y lápiz, un árbol, dos tres, cientos, miles,... en fin: el mundo entero con todas sus maravillas. ¡Qué increíble!, y siguiendo aún más, hacia lo intangible: amor, cariño, entendimiento, razón, fe, motivos, sentidos, etc. El alma de sólo pensar en los millones de dones, o mejor, "gracias" que ha recibido se colma y se rebalsa de gozo, de llanto, de contentos, de santa NOSTALGIA.
Así es, tanta belleza ante mi, tantas cosas detrás de mi, tantos motivos para alabarlo y amarlo por sobre todo, y el hombre ciego, si, ciego no quiere reconocerlo. Yo, pecador, lo niego como Pedro en cada falta. Tanto amor hacia nosotros, y nosotros, que nos sobran motivos, nos faltan las obras que son en definitiva la verdadera expresión del amor. Como decía una Santa: "obras son amores y no buenas razones". Esta frase esconde y a la vez revela una profunda y gran verdad. "Obras, obras" eso es lo que le hace falta a este alma tan feliz pero que se cree "llena de amor" para con Él; pero sin obras, no soy nada. Y anteriormente, y a la vez conjuntamente: sin oración tampoco soy nada, y sin Él tampoco soy nada, nada de nada, nada más miseria, nada más pecado, vanidad de vanidades, nada, sepulcro blanqueado, raza de víboras... Sin obras, sin expresión del verdadero amor, no estoy amando de verdad; por la mujer que amo soy capaz de todo, pero por Cristo no soy capaz de mover un dedo, ni de arrancarme un pelo, y me convierto en "Licenciado en excusas", como diría mi buen amigo Emigrante.
La nostalgia de Cielo me invade y a todos estos seres vivientes aquí también, y con su belleza lo expresan a gritos, pero sin amor no puedo merecerlo, a decir verdad, jamás voy a ser merecedor; sin amor, sin obras, sin oración, sin Él, sin dejar que Él mismo me haga por sus méritos merecedor de aquello que todos aquí anhelan fervientemente, no podría nunca llegar al Cielo que tanto añoro y espero. Esta es la cruda realidad de mi alma, que al oír el "amarás a tu Dios por sobre todas las cosas" un escalofrío le corre por la médula de los huesos; y al pensar que este no es más que le primero y principal mandamiento siento que estoy tan lejos de alcanzar a Dios como la cima de los picos nevados que mencioné antes. Todos los aquí presentes, que también ya nombré, son merecedores del Cielo: montañas, árboles, pájaros y animales, todos, pues todos ellos están entregados absolutamente a su Voluntad y Providencia, todos, menos yo.
Camilo di Benedetto