¡Santa Cuaresma para todos!
Cuaresma sufrida; Pascua florida.
Una reflexión a partir de la película "Ostrov".
La película rusa OCTROB (La
isla) es una obra maestra del arte cinematográfico. De temática religiosa,
es un film que provoca la oración. De difícil acceso, su interpretación hay que
hacerla también en clave orante y hasta, quizás, es menester sumergirse en
su ethos místico para lograr descifrarla acabadamente.
La trama permanecerá apenas oculta a
lo largo de todo el roadaje. Mas, aunque su argumento pueda aparecer claro
hacia el final -la théosis de un hombre aparentemente loco, o
más preciso “bromista”- esto no significa que el mensaje central de la obra
podamos asirlo y empaquetarlo, como si se tratase exactamente de una película
más. De hecho, a medida que uno más veces la contempla, más y nuevas noticias
se descubren. No interesa saber quién es su director y cuál haya sido la
inspiración del mismo al escribir su magnífico guión para animarse el simple
aficionado al buen cine a sacar sus conclusiones, o al menos intentar explicar
el sentido del mismo. Sea como fuere, dado que he mirado dicha película ya
varias veces, me arriesgaré a compartirles algunas intuiciones.
La obra rusa en cuestión es un ascenso
místico. Una redención del tenor de obras como la de
aquellos otros inmensos rusos de la literatura -Dostoievsky y Tolstoi- que
gustan de patentizar en sus escritos. En necesario prestar suma atención a
todos los detalles del film, aunque nos parezcan algunos tal vez demasiado
nimios o insignificantes. Hay que verla con “muchos ojos” y atesorar todo lo
que va aconteciendo desde el principio hasta el fin. Puesto que todo en la
película significa algo, señala algo, sugiere algo. Desde la música, pasando
por los colores y las tomas de los paisajes, hasta las acciones de todos sus
personajes y los trascendentes diálogos entre ellos. Todo es elocuente, aún las
pausas de silencio, y nada se puede echar por tierra por mera distracción
(…probablemente sea ésta una de las causas por las que poca gente se tome el
tiempo de pensar y contemplar la susodicha película).
Pero volviendo a la primera idea,
este ascenso se comienza a desvelar en la primera imagen del relato: la
caldera de fuego ardiendo. El protagonista -Anatoly- no es más que un pobre
muchacho, enfermizo y raro, cuya labor es ser carbonero. Sí, en esta primera
escena se ve el estado de su vida -en el fondo, de su propia alma-: el
infierno. Miserable como es en donde se encuentra, muy pronto se lo verá
lloriqueando en una actitud cobarde y deplorable, traicionando a su supuesto
amigo y capitán -Thikon Petrovich-, para finalmente darle un tiro de puro
miedoso y vil; y todavía más, regocijarse luego como un lunático de semejante
crimen hecho a su camarada y a su patria. Así se muestra a las claras como un
ser desgraciado que se merece lo peor; tanto que la explosión ulterior del
barco repleto de carbón donde Anatoly había quedado sólo y con vida, vendría a
ponerle un justo fin a ese mozalbete canalla y chillón.
Sin embargo, en la escena siguiente,
se lo ve a Anatoly arrojado sobre una playa llena de barro y turba,
siendo rescatado por tres monjes… ¡El Brazo de la gracia providente
entraba en Acción! Cuando se está como el joven Anatoly, en trances de morir,
en ese preciso instante, aparecen misteriosamente los Tres para salvarte: la
Trinidad Santísima. Cuando se está tendido sin esperanza, “con el agua
hasta el cuello” y todo deshecho, el Dios Unitrino se encarga de hacer de tu
lodazal donde postrado estás una isla de misericordia divina. Y una vida nueva
comienza…
Pasan, pues, los años -poco más de 33
años, lo que hace de la cifra numérica quizás otra sugerencia- y vemos al
mismo…loco. Pero, ¿por ventura es éste el mismo chiflado de la juventud
oscura? Poco a poco iremos descubriendo que el protagonista, ya viejo, sigue
rematadamente loco; no obstante, su locura, ha mudado de sentido. ¿De qué
locura se trata? Responder a este interrogante tal vez sea el único enigma real
e importante a desentrañar en el curso de todo el film. ¿Habrá que enloquecer
como el ahora Starets Anatoly para comprenderlo cabalmente?
Sin duda que durante la vida de éste supuesto demente y siempre “bromista” -como
lo apodaban en la comunidad de monjes que lo había rescatado tiempo ha y donde
a partir de entonces moraba y trabajaba como…carbonero- nadie lo supo
comprender. Ahora bien, después de su muerte -sublime-: ¿lo habrán comprendido,
al menos, los Padres Filaret y Job? Es algo que no podríamos terminar de
saberlo con certeza, pero que bien podríamos sospechar que sí. Que finalmente
el misterio del personaje -en su doble sentido- de Anatoly fue develado para
sus superiores monjes.
La locura, o mejor dicho, la santidad de
Anatoly es el tema central de la película. Pero hay más… Que continúe el mismo
oficio de carbonero, antes y después de su metanoia, es ilustrativo
para destacar que su cambio completo y total, su metamorfosis, se
producirá en las mismas condiciones y con los mismos elementos que cuando se
hallaba en la “fosa infernal”. Es un signo de que por más que la Gracia de la
conversión impacte en el alma con fuerza, no quiere decir esto que uno quede
transfigurado de golpe y que ninguna mancha ya se asome en el rostro. Anatoly
seguirá sucio y negro por mucho tiempo hasta que al fin llegue el día en que su
cara quede limpia y resplandeciente, y su corazón en paz. “Hay ángeles cantando
en mi corazón”, exclama con júbilo nuestro protagonista terminando la película.
Pero vamos despacio…
También se puede colegir, en el hecho
de que siga siendo carbonero, que él quiere borrar su delito quemando
todo el cuantioso carbón que se había conservado en el barco que,
ciertamente, estaba destruido por la explosión producida por el buque de guerra
de los Nazis en la segunda Gran Guerra (42´). Este mismo barco atracó
precisamente en esta minúscula isla de monjes perdidos. Y así se pasó más de 30
años echando el mismo carbón, más negro que la noche cerrada, sobre el fuego
de otra caldera que arde. Así figuran las dos calderas.
La primera era estéril y cruel; esta segunda acrisola para hacer relucir
el oro precioso en la Eterna Vida. En la primera el carbón obscurísimo nunca se
acaba y las puertas de hierro jamás se cierran. En la segunda sí se cierran,
una vez que el carbón del buque de carga averiado es totalmente incinerado.
Entonces no seremos más carboneros, ni vestiremos más de luto ni andaremos más
mugrientos…
Además de todo lo anterior, hay un
Anatoly taumaturgo y profeta, que a su vez admite otras tantas lecturas. Vale
aclarar, antes de que siga el comentario -un tanto extenso, es cierto- que en
boca de Anatoly hay más palabras de la Sagrada Escritura, especialmente de los
Salmos, que de su propia autoría. Y en esto también -el “loco por
Cristo”- se distingue, en que su dicción tenga más Palabra
Divina que palabra humana. Desde que se levanta -como lo vemos en una
de las primeras escenas- hasta que se acuesta, lo primero que profiere en sus
labios es: “Gospodi”, ¡Señor!
Pero volviendo a este perfil
profético y milagrero de Anatoly, pareciera que su celo estará en que no se lo
tenga por tal. Evita con violencia y con todo tipo de artificios extravagantes
exhibir sus dones sobrenaturales (…¿o mostrarlos?). A priori uno
constata que Anatoly miente por este afán de ocultarse, pero si uno observa
detenidamente el Starets termina dando a entender que él es
el Profeta y el Taumaturgo. Vale la pena insistir
que, entre milagro y milagro, o profecía y profecía, la oración todo lo
envuelve. Anatoly ora continuamente, siempre recurre a la oración y es en
ella y desde ella que obra prodigios. Cierto es que lo prodigioso de su obrar
no se debe pura y exclusivamente a la oración, o mejor expresado, en verdad sí
se debe a ello el que acontezcan maravillas en virtud de su plegaria pero esta
misma poco podría sin una vida penitente detrás que la
respalde. Es así que, por sobre todo y ante todo, Anatoly es un orante
y un penitente. Y es viviendo así, en intensa oración y penitencia, durante
tantos años, que terminó convirtiéndose hacia el final de su historia en Exorcista…
“porque a esta casta se la expulsa solo con oración y ayuno.”
Entonces allí lo vemos -ahora sí que
vamos concluyendo- erguido, hidalgo, con “espíritu de príncipe”, dispuesto
a batirse por última vez con el peor de sus enemigos, con el más mortal, y
dañino y malvado; con el mismísimo Satán. Podríamos suponer que el enemigo del
Mundo muy atrás quedó, que el de la Carne lo había dominado recientemente con
la quema de todos los carbones -testimonio de toda una vida ejemplarmente
ascética-, y que, entonces, solo un Enemigo le faltaba derrotar
definitivamente. A éste último lo “conocía personalmente” por lo que se deduce
que se ha cruzado en pugilato con este Adversario en otras ocasiones. Pero
hasta aquí, el último round, el último cuerpo a cuerpo.
Como así eran las cosas, Anatoly, cual caballero medieval, debía ponerse una
armadura nueva y vestirse con austera elegancia para el lance final. El
miserable Anatoly con su impertinente y continua toz, hecho una piltrafa humana
entre el hollín y las brasas, yace ahora ínclito, vertical, todo pulcro y
refulgente, con ganas de acabar con todos sus feroces enemigos y tenderse
sereno en una “caja” para dormir…, y despertarse en el Paraíso. Y así lo
ejecuta; como fue “preordenado”. Triunfa sobre el Diablo como un
campeón. Se merece la “corona de gloria”. Esta escena, a
mi juicio, es la mejor de todas.
Mas luego de la lucha final, y
aunque cueste reparar en ello, Anatoly se sabe purificado por entero. Por
eso se desviste de su arruinado hábito negro y se pone una túnica
blanca e inmaculada. Hay mucho para comentar en el escueto consejo
final que le da a Job, pero eso quedará para otra instancia. Parte nomás en paz
a su Gospodi. “Peleó un buen combate, corrió una noble
carrera, conservó la fe”, pero pudo hacerlo todo por la gracia
divina que nunca lo abandonó y siempre estuvo presente a lo largo de
toda la magnífica película (… ¡la nieve!).
¡Que el Dios de los
locos y de los bromistas tenga piedad de todos nosotros, pobres pecadores!
Amín.
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