jueves, 21 de diciembre de 2023

¡La voz de mi amado!

                      

¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven.  Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi amado, y me dice:

«¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Paloma mía, que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante».

(Cant II, 8-14)

Primero es la voz, después la presencia. Primero la escucha, luego, la visión.

Él viene y está; yo soy el que debe esperar y el que debe permanecer con él, y en Él.

Hay vida en el que viene, abundante vida, por eso salta, brinca y danza.

Posee una vitalidad excesiva, una energía desbordante, incontenible, que se derrama y expande por doquier, por do vaya…

Y tiene una agilidad, una elegancia, una fuerza y una sagacidad tales que parece una gacela.

Si percibo su voz sabré que viene, y que viene a mi encuentro. Viene por mí, viene a decirme algo, lo intuyo...

Él viene, siempre viene, él es el que siempre está viniendo, y siempre viene saltando y brincando entre montes y collados, como Hombrevida, como Tom Bombadil, como un divino Payaso...

No hay montaña, no hay colina, que lo pueda detener.

Él atraviesa y supera todas las paredes de piedra, por muy altas que puedan ser, por muy duras e impenetrables que puedan resultar.

Él viene igual -en parte ése es su oficio y su ejercicio: venir, estar viniendo.

El viene a buscarme, a buscarnos. Él tiene una cita conmigo, con la humanidad, a la que no puede faltar. La cita es urgente, impostergable, pues tiene algo importante que anunciar.

 

Gracias a esta Palabra de su Cantar sé que Jesús es el Amado.

Sé también que es mi amado y para mí, que pasta entre azucenas.

Sé que tiene una voz, que viene, que baila y juega, que corre veloz y con gracia, cual cervatillo.

Pero también sé que está, que ya está aquí, pero ¿dónde está?

Que puede detener su carrera y dejar de brincar, lo veo, más ¿cómo puede ser esto? ¿Por qué?  

Si fuera por este misterioso cervatillo él podría seguir corriendo y saltando y buscando a su amada.

Sin embargo, llega un punto en el camino donde tiene que frenar, detenerse y esconderse. Es un momento esencial para la amada, ¡vital!, pues ahora ella ha de actuar.

Es su turno. La hora de la amada. La hora de la respuesta.

El ciervo joven más no puede hacer porque se interpone un muro entre ellos, mas ese muro lo construyó la amada -acaso por desconfiada y miedosa.

Los muros no son jamás invención del Amado; él aborrece los muros y antemuros.

Muros y murallas separan a los amantes, aíslan a los seres vivientes, dividen a todas las criaturas.

(Podrían proteger, como a un jardín cerrado, pero éste no es el caso, muchas veces no es el caso.)

Porque el muro es de la amada, y no de él, el amado ha de quedarse justo detrás del mismo, oculto e invisible, y desde éste secreto lugar espía y observa a su paloma herida…

 

Hasta que le habla y le susurra palabras de amor y pasión para atraerla en pos de Sí, para inspirarla, para levantarla.

La ventana, el enrejado, son las heridas de la amada: desde allí nos mira la gacela, y nos acecha.

El muro todavía sigue allí, ¿y quién lo puso? La amada, aunque no sólo...

¿Cuál será la naturaleza del muro aquél? ¿Qué es? Porque es evidente que existe, y que aprisiona. No deja ver al Amado…

El muro es la existencia sufriente, la natura humana caída, el ego posesivo, la soberbia de la vida.

Pero si se mira bien, hay grietas en el muro -en todos los muros, por inexpugnables que parezcan-, y por allí se puede descubrir al que viene a salvarnos.

El desafío es apostarse allí mismo, en cada hueco, en cada llaga, y prestar atención al amante que quiere rescatarnos… de nosotros mismos.

Sólo él podrá sacarnos de las murallas de la muerte, del yo encastillado.

Y lo hace de la única manera que puede y sabe hacer: con Amor.

 

Amando despierta y levanta, llama y atrae, sana y protege.

Él conoce todo sobre nosotros, todo de mí.

Conoce los tiempos, los climas y las estaciones de nuestro ser.

Él sabe cuándo pasan las lluvias y los inviernos, y cuándo arriba el tiempo de las canciones.

Conoce la frialdad de mi ánimo y la esterilidad de mi mente.

También los gemidos y las lágrimas, que él recoge una por una en sus ánforas.

Él aprecia ese débil canturreo de una oración que apenas hace pie, pero que ya tiene alas.

Él ama mi tierra, nuestra tierra.

Él admira los frutos y las flores y los perfumes de nuestro huerto;

Todo lo ve, lo cuida, lo disfruta.

Cada viña en flor, cada breva, él la ama y la celebra.

Es el Señor de la vida, de los sembrados y de las cosechas.


El joven bello y fuerte de piel dorada busca a su esposa, busca a su amada.

Quiere una amiga, la niña de sus ojos, que no la encuentra por los bosques ni en la mar.

La torcaza ha puesto su nido en las grietas de las rocas, ¡y ha hecho bien!

Pero no puede quedarse más allí: ¡ha de salir, ha de volar hacia su amado!

Dejarse caer y planear, por el poder de la Palabra que la llama.

Suspendida en el aire por la Voz del que llama -el amado de mi alma.

¿Y qué quiere el infatigable Buscador? Quiere un rostro y quiere una voz.

¡Quiere mi rostro, quiere mi voz!

El rostro hermoso y la suave voz de la paloma en vuelo.

El semblante sereno de un corazón en paz.


¿Y por qué se esconde la tortolita? ¿Por qué es tan huidiza?

¿Por qué se expone a lugares peligrosos?

¿Por qué no desciende y se aleja de su nicho familiar?

¿Por qué no deja las zonas de conflicto -abismos y pendientes-, y se recuesta por fin en su dulce amado de las montañas?

 ¿Por qué dudas de tu voz, pichona?

¿Quién te dijo que eres fea, morena linda?


El Esposo ha puesto en ti sus ojos, y te ha embellecido.

Tu encantador Amigo se ha enamorado de ti, por ello cantas melodiosamente.

Déjate de historias, paloma, y entrégate a tu marido.

Él es el que viene.

Él es el que te salva.

¡¡¡Él!!!, el que te conoce y te ama.




H.


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