jueves, 14 de diciembre de 2023

La puerta del reino a la que llegó el Bautista.



 

«Desde los días de Juan el Bautista el reino de los cielos padece fuerza, y los que usan la fuerza se apoderan de él». 
(Mt XI, 15)
«La Ley y los Profetas llegan hasta Juan, desde ese momento el Reino de Dios se está anunciando, y todos les hacen fuerza». 
(Lc XVI, 16)

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Reino especial es este Reino de los cielos...

Reino que tiene vida en sí mismo, una vida que desborda y arrolla; reino en movimiento, reinado impetuoso.

Primero el Reino de los cielos se tiene que apoderar de uno, capturarlo, cautivarlo. Primero, la Gracia, para que pueda el hijo de mujer conquistar ese Reino escondido.

El Reino de gracia, la Gracia del reino, posee y padece una energía, un poder infinito que está al alcance de todos, que se tiene que alcanzar y tomarlo, ¿por asalto?. Es ésta fuerza misma la que nos permite el ingreso al reinado de Amor, y no la propia fuerza humana. 

Mi fuerza no vale de nada para semejante empresa, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, ¡Él es mi salvación! (Is XII, 2). Mi Salud existencial y mi Reino interior.

El Bautista usó su fuerza descomunal, su espíritu salvaje, para poder arrebatar las llaves de este Reino elusivo. Su propia aventura, la singularidad de su vocación lo llevó hasta el umbral de la Puerta prometida: y la reconoció como Cordero. Llegó hasta la frontera, pero no pudo ir más allá, pues su poder procedía de la Ley y los Profetas, insuficiente para lo que se estaba inaugurando: la era mesiánica. Juan fue llamado "mayor" por haber estado tan cerca de tocar con su dedo la Salvación, pero sólo lo señaló de lejos, y después desapareció; menguó.

Hasta ser degollado, por su grandeza.

Juan el Bautista, el varón Mayor, si bien elogiado por su Señor, quedó subordinado en la nueva escala evangélica que instauraba su primo menor, Jesús de Nazaret. En adelante, habrían personas "mayores" que él. Y esos "más grandes que él"  serían "los más pequeños de aquel Reino" que tanto anhelaba el hijo de Zacarías.

Sorprendente afirmación del Maestro. Sufrida contradicción del Precursor. Tensión entre ambos, amorosa tensión de dos apasionados. Y todo por este Reino nuevo, pequeño como un grano de mostaza,... casi reino de nada...

El Bautista, con su increíble potencia, quedó reducido a la impotencia. Valió su esfuerzo y su ascesis de toda una vida, sí, para descubrir su límite. El Reino de Dios que comenzaba a anunciarse le era desconocido, totalmente misterioso. Inconquistable. Desde ese momento, dicho Reino abría sus puertas de par en par a todos los hombres amados por EL-que-había-de-venir: Jesucristo, de cuya plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia. Hasta Juan, la Ley de Moisés; después de Juan, la gracia y la verdad (cf. Jn I, 16-17).

Es decir: REINO.

Éste, de aquí en más, se recibe como niño; como un niño que nada sabe, nada quiere, nada puede y nada hace. Sólo confía. Confía en que el Padre le dará ese Reino, le dará todo lo que le pide. Le dará al mismo Rey, su Hijo bienamado. Sólo hay que creer en este Reino invisible... invisible para los que no son como niños,... para los que se han quedado en la Ley y los Profetas... 

El Reino de Dios se está anunciando todavía hoy, ¡ahora!, se sigue anunciando en mi vida, en mi corazón, en el mundo entero. ¿Todavía se anuncia? ¿No será mucho...? Pero no lo veo, no lo siento, no lo oigo ni percibo. ¿Me habré quedado sin oídos para oir, sin ojos para ver a este Reino, a este Rey...?

Se dijo que este Reino se conquista con la fuerza secreta... del mismo Rey. Pero también este Reino sufre otra fuerza, mejor dicho, otras "fuerzas" para que no se instaure, para que no se anuncie, para que no se cante y se celebre. Para no acogerlo en la propia biografía, especialmente a través de mis heridas...

Sufre resistencias, primero en mi ser. Soy yo el que me opongo, consciente o inconscientemente, a su extraordinario dinamismo. Todo y todos le hacen fuerza, dentro y fuera, arriba y abajo, en el Este y en el Oeste. Este Reino de Amor -el Evangelio anunciado- es tan poderoso y, al mismo tiempo, tan frágil...

Misterio de la fragilidad de Dios y de su reinado, que el rudo Bautista no pudo comprender.

Adviento es el tiempo para colaborar con este Reino que viene, pero que siempre está viniendo.

Es el momento para hacer que el Reino de los cielos sea real entre nosotros, en mí, en vos.

Para ser discípulos del Reino e hijos del Rey.

¡Somos ese Reino que se está anunciando!

¡Ya está aquí!


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