Conviérteme y yo me
convertiré, porque Tú, Señor, eres mi Dios.
Jer
31, 18.
16 Pero al que se convierte al Señor, se le cae el
velo. 17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde
está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. 18 Nosotros,
en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria
del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez
más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu.
II
Cor 3, 16-18.
(Oración colecta)
Dios todopoderoso y eterno,
que con amor generoso
sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu misericordia
perdonando lo que inquieta nuestra conciencia
y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
(Oración después de
la comunión)
Dios todopoderoso,
sácianos con el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo,
para que nos transformemos en aquello que hemos recibido.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
XVII
Domingo “durante el año”.
513. La catequesis,
según las circunstancias, debe presentar toda la riqueza de los Misterios de
Jesús. […] 514. Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la
curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida
en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf Jn 20,
31). Lo que se ha escrito en los evangelios ha sido “para que creáis que Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”
(Jn 20, 31). 515. Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron
al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron
compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron
ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena.
Catecismo
de la Iglesia Católica, Primera parte (“Los misterios de la vida de Cristo”).
Pero
toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que
me pides y pídeme lo que quieras!
San Agustín;
Confesiones, Libro 40.
La
diferencia entre Cristo y san Francisco es la que da entre el Creador y la
criatura, y por cierto no ha existido criatura alguna con mayor conciencia de
tan colosal contraste como el mismo san Francisco. Pero, admitida este verdad, es
cabalmente cierto y de brutal importancia decir que Cristo fue el dechado que
Francisco se propuso imitar, que en muchos puntos las vidas humanas e
históricas de ambos fueron curiosamente coincidentes y, por encima de todo,
que, comparando a Francisco con nosotros, fue cuanto menos una aproximación muy
sublime a su Maestro y, con todo y ser intermedio y reflejo, un espléndido y
aún así misericordioso espejo de Cristo.
Chesterton; San Francisco
de Asís, Cap. VIII: “El espejo de Cristo”.
“El
que me siga, no andará en tinieblas” (Jn 8, 12), dice el Señor. Son palabras de
Cristo que nos exhortan a imitar su vida y sus ejemplos, si queremos ser
verdaderamente iluminados y liberados de toda ceguera interior. Por eso, nuestra
máxima preocupación debe ser meditar la vida de Jesucristo. 2. La enseñanza
de Cristo es superior a la de todos los santos, y quien posea su espíritu
encontrará en ella un maná escondido. Pero acontece que muchos, aunque escuchen
con frecuencia el Evangelio, sienten poco deseo de practicarlo, porque no tienen el
espíritu de Cristo. Por lo tanto, el que quiera comprender y saborear
plenamente las palabras del Maestro debe asimilar toda su vida a la de
Cristo.
Tomás de Kempis;
Imitación de Cristo, Libro primero.
***
ORACIÓN PARA SER COMO JESÚS
Señor Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre,
Dame tu
imagen y tu semejanza.
Dame tu
santidad.
Dame el
reproducirte fielmente.
Dame
tu inteligencia para tener tu lógica y tus criterios.
Dame
tu voluntad para hacer tus obras y tus acciones, hasta las más pequeñas.
Dame
tu corazón para poseer tus sentimientos y tus afectos todos.
Dame tu psiquis para ser sano y equilibrado como tú.
Dame
tu vida para vivir como viviste y vives.
Dame
tu Espíritu para vivir tus Misterios.
Dame
tu Navidad y tu Pascua.
Dame
tus experiencias en el Tabor y en el Gólgota.
Dame
tu existencia para existir conforme a ti y mostrar tus rasgos al mundo entero.
Dame
todos tus secretos para que los rumie y paladee.
Dame
tus bienaventuranzas para que las cante y actúe.
Dame tus fatigas y tus labores para trabajar idéntico a ti.
Dame tus lágrimas tres veces benditas.
Dame
a tu Madre, te lo ruego, Jesús mío, dámela.
Dame tus caricias para sea cariñoso a tu modo.
Dame
tu pasión para vivir apasionadamente como tú y testimoniarte con esa misma pasión.
Dame
todos tus sentidos internos para alcanzar tu verdad.
Dame
tu humildad para hacerme de tu sabiduría.
Dame
tu sentido común para andar tus huellas.
Dame
tu memoria para que recuerde siempre a tu Padre.
Dame
tu imaginación para que me adentre en tus fantasías.
Dame
tu cogitativa para que tenga tu percepción.
Dame
tus sentidos externos para que capte tu realidad.
Dame
tus ojos para ver lo que tú ves y como tú ves.
Dame
tus oídos para oír todo lo que sólo tú oyes y puedes oír.
Dame
tu olfato para oler tus aromas y fragancias.
Dame
tu gusto para saborear tus manjares.
Dame
tu tacto para palpar las cosas como tú las palpas.
¡Dame tu cara!
Dame
tus palabras para hablar tus palabras a los mortales.
Dame
tus silencios para hacerme silencio y así comunicarte.
Dame
tus testimonios para manifestar tu acontecimiento al universo.
Dame
tu oración para orar como tú oraste y oras desde toda la eternidad.
Dame
el convertirme en tu oración para atraer a todos hacia ti.
Dame
tu fuego para incendiar la Tierra como tú lo pediste.
Dame
el transformarme en tu fuego para quemar a los corazones.
Dame
tu luz para ver la luz de la Trinidad y para iluminar a mis hermanos.
Dame tu fe, tu esperanza y tu caridad para ser divino como tú.
Dame
tus virtudes para ser perfecto como tú.
Dame
tus gustos y aficiones para disfrutar de tus juegos y recreaciones.
Dame tu entusiasmo sagrado.
Dame
tu risa y tu sonrisa y que se me grabe en el rostro ahora y por siempre.
Dame
tu locura para que experimente la locura de tu Encarnación y de tu Evangelio.
Dame
tu Cruz para sufrir como tú y para clavarme allí, y allí permanecer.
Dame
tu sangre preciosísima, y que viva ebrio en tu santísima embriaguez.
Dame
tus latidos para hacerlos míos, míos, míos.
Dame
tu cuerpo todo entero.
Dame
toda tu forma de ser y de pensar, de sentir y de hablar, de modular y de andar,
tus temperamentos y tus humores dámelos también, dame tus capacidades, dame completamente todo lo que
atesores en “los más escondidos meandros de los oscuros laberintos que rodean
las luminosas profundidades de tu Sacratísimo Corazón”.
Dame
la transfiguradora obsesión de pensarte todo el tiempo, de buscarte, de
perseguirte incansablemente, de querer poseerte y asimilarte y encarnarte; en
una palabra, dame la divina manía de no poder vivir sin tu presencia y sin tu
nombre.
Dame
el saberte mi absoluto, mi dueño, mi hacedor, mi todo, mi vida, mi centro, mi
cumbre, mi amor, mi felicidad, me encanto, mi paz, mi pasión, mi delirio, mi
nostalgia…
¡Cuántas
cosas más podría pedirte que me des… de ti, Señor Jesús!
Dame
todo lo que, en verdad, ya me has dado pero que no siento, no vivo, no
experimento, no poseo, no tengo, no alcanzo, no descubro, no veo. Eso, eso que
necesito, que eres tú mismo, en toda tu humanidad y en toda tu humanidad; tu
Persona: ¡eso dame! Entrégateme, “y no seré yo quien viva…”
Y todo
esto que te pido, oh Señor mío, dámelo ya, ahora, en cuanto antes, en este
siglo malo, en este mundo aparente, en esta tierra desolada, en esta vida
pasajera.
Amén.
Que así sea. ¡Ven Señor Jesús!