lunes, 7 de octubre de 2019

Oración para ser otro Jesús.

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Conviérteme y yo me convertiré, porque Tú, Señor, eres mi Dios.

Jer 31, 18.

16 Pero al que se convierte al Señor, se le cae el velo. 17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. 18 Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu.

II Cor 3, 16-18.

 (Oración colecta)
Dios todopoderoso y eterno,
que con amor generoso
sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu misericordia
perdonando lo que inquieta nuestra conciencia
y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

(Oración después de la comunión)
Dios todopoderoso,
sácianos con el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo,
para que nos transformemos en aquello que hemos recibido.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

XVII Domingo “durante el año”.

513. La catequesis, según las circunstancias, debe presentar toda la riqueza de los Misterios de Jesús. […] 514. Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf Jn 20, 31). Lo que se ha escrito en los evangelios ha sido “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31). 515. Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena.

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte (“Los misterios de la vida de Cristo”).

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pi­des y pídeme lo que quieras!

San Agustín; Confesiones, Libro 40.

La diferencia entre Cristo y san Francisco es la que da entre el Creador y la criatura, y por cierto no ha existido criatura alguna con mayor conciencia de tan colosal contraste como el mismo san Francisco. Pero, admitida este verdad, es cabalmente cierto y de brutal importancia decir que Cristo fue el dechado que Francisco se propuso imitar, que en muchos puntos las vidas humanas e históricas de ambos fueron curiosamente coincidentes y, por encima de todo, que, comparando a Francisco con nosotros, fue cuanto menos una aproximación muy sublime a su Maestro y, con todo y ser intermedio y reflejo, un espléndido y aún así misericordioso espejo de Cristo.

Chesterton; San Francisco de Asís, Cap. VIII: “El espejo de Cristo”.

“El que me siga, no andará en tinieblas” (Jn 8, 12), dice el Señor. Son palabras de Cristo que nos exhortan a imitar su vida y sus ejemplos, si queremos ser verdaderamente iluminados y liberados de toda ceguera interior. Por eso, nuestra máxima preocupación debe ser meditar la vida de Jesucristo. 2. La enseñanza de Cristo es superior a la de todos los santos, y quien posea su espíritu encontrará en ella un maná escondido. Pero acontece que muchos, aunque escuchen con frecuencia el Evangelio, sienten poco deseo de practicarlo, porque no tienen el espíritu de Cristo. Por lo tanto, el que quiera comprender y saborear plenamente las palabras del Maestro debe asimilar toda su vida a la de Cristo.

Tomás de Kempis; Imitación de Cristo, Libro primero.

 ***

ORACIÓN PARA SER COMO JESÚS

Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre,
Dame tu imagen y tu semejanza.
Dame tu santidad.
Dame el reproducirte fielmente.
Dame tu inteligencia para tener tu lógica y tus criterios.
Dame tu voluntad para hacer tus obras y tus acciones, hasta las más pequeñas.
Dame tu corazón para poseer tus sentimientos y tus afectos todos.
Dame tu psiquis para ser sano y equilibrado como tú.
Dame tu vida para vivir como viviste y vives.
Dame tu Espíritu para vivir tus Misterios.
Dame tu Navidad y tu Pascua.
Dame tus experiencias en el Tabor y en el Gólgota.
Dame tu existencia para existir conforme a ti y mostrar tus rasgos al mundo entero.
Dame todos tus secretos para que los rumie y paladee.
Dame tus bienaventuranzas para que las cante y actúe.
Dame tus fatigas y tus labores para trabajar idéntico a ti.
Dame tus lágrimas tres veces benditas.
Dame a tu Madre, te lo ruego, Jesús mío, dámela.
Dame tus caricias para sea cariñoso a tu modo.
Dame tu pasión para vivir apasionadamente como tú y testimoniarte con esa misma pasión.
Dame todos tus sentidos internos para alcanzar tu verdad.
Dame tu humildad para hacerme de tu sabiduría.
Dame tu sentido común para andar tus huellas.
Dame tu memoria para que recuerde siempre a tu Padre.
Dame tu imaginación para que me adentre en tus fantasías.
Dame tu cogitativa para que tenga tu percepción.
Dame tus sentidos externos para que capte tu realidad.
Dame tus ojos para ver lo que tú ves y como tú ves.
Dame tus oídos para oír todo lo que sólo tú oyes y puedes oír.
Dame tu olfato para oler tus aromas y fragancias.
Dame tu gusto para saborear tus manjares.
Dame tu tacto para palpar las cosas como tú las palpas.
¡Dame tu cara!
Dame tus palabras para hablar tus palabras a los mortales.
Dame tus silencios para hacerme silencio y así comunicarte.
Dame tus testimonios para manifestar tu acontecimiento al universo.
Dame tu oración para orar como tú oraste y oras desde toda la eternidad.
Dame el convertirme en tu oración para atraer a todos hacia ti.
Dame tu fuego para incendiar la Tierra como tú lo pediste.
Dame el transformarme en tu fuego para quemar a los corazones.
Dame tu luz para ver la luz de la Trinidad y para iluminar a mis hermanos.
Dame tu fe, tu esperanza y tu caridad para ser divino como tú.
Dame tus virtudes para ser perfecto como tú.
Dame tus gustos y aficiones para disfrutar de tus juegos y recreaciones.
Dame tu entusiasmo sagrado.
Dame tu risa y tu sonrisa y que se me grabe en el rostro ahora y por siempre.
Dame tu locura para que experimente la locura de tu Encarnación y de tu Evangelio.
Dame tu Cruz para sufrir como tú y para clavarme allí, y allí permanecer.
Dame tu sangre preciosísima, y que viva ebrio en tu santísima embriaguez.
Dame tus latidos para hacerlos míos, míos, míos.
Dame tu cuerpo todo entero.

Dame toda tu forma de ser y de pensar, de sentir y de hablar, de modular y de andar, tus temperamentos y tus humores dámelos también, dame tus capacidades, dame completamente todo lo que atesores en “los más escondidos meandros de los oscuros laberintos que rodean las luminosas profundidades de tu Sacratísimo Corazón”.

Dame la transfiguradora obsesión de pensarte todo el tiempo, de buscarte, de perseguirte incansablemente, de querer poseerte y asimilarte y encarnarte; en una palabra, dame la divina manía de no poder vivir sin tu presencia y sin tu nombre.

Dame el saberte mi absoluto, mi dueño, mi hacedor, mi todo, mi vida, mi centro, mi cumbre, mi amor, mi felicidad, me encanto, mi paz, mi pasión, mi delirio, mi nostalgia…

¡Cuántas cosas más podría pedirte que me des… de ti, Señor Jesús!

Dame todo lo que, en verdad, ya me has dado pero que no siento, no vivo, no experimento, no poseo, no tengo, no alcanzo, no descubro, no veo. Eso, eso que necesito, que eres tú mismo, en toda tu humanidad y en toda tu humanidad; tu Persona: ¡eso dame! Entrégateme, “y no seré yo quien viva…”

Y todo esto que te pido, oh Señor mío, dámelo ya, ahora, en cuanto antes, en este siglo malo, en este mundo aparente, en esta tierra desolada, en esta vida pasajera.

Amén. Que así sea. ¡Ven Señor Jesús!

1 comentario:

  1. ¡Qué oración maravillosa, tan vivaz, profunda y verdadera!

    Gracias.

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