Año 1820
Avanzada la noche, después de
bailes y cantos teñidos al metal por el parlante, nos arrimamos al fogón.
Éramos un grupo reducido: tres guitarras, unos cantores y un racimo de oyentes
alrededor. Todos jóvenes, menos uno. Allí estaba, con la presencia de un fierro
machacado y endurecido por la vida, inconmovible, y parco a veces. No he
llegado a contar con una mano los que te tienen por inteligente, querido amigo.
Andaba la noche lenta y espesa,
como un buque que surcara aguas tranquilas. Unos tocaban, otros cantaban,
pasaban el mate, el vino a escondidas, y alguna frase indecisa osaba filtrarse
entre las melodías.
-Ella sabe que la estás mirando- me
interrumpió P. a mi derecha.
Lo miré risueño
y respondí:
-¿Qué me importa?- Y volviendo el alma a
la punta de mis ojos y mi mirada al centro de su rostro, dije:- Te juro que
podría contemplarla así toda la vida.
Y en ese momento
me olvidé de P.
Empezó Patio de Nogales. Pasé mecánicamente el
mate, volví luego a lo mío.
``Un desafío cifrado
para mí: ’’, me decía, ``eres un amanecer en cerrojos’’. Una extraña resonancia
despertaba, como si hubiéramos derramado lágrimas gemelas. Pero tu hondura era
más violenta que la mía (apenas la sutura de un posible, de algo que el Cielo
no permitió). La estela de una noche que pasó y cambió tu vida, borró
implacable mil estrellas… Y tu mirada… Podía adivinarse en tus ojos la muda
imploración de tu enorme soledad. Una inmensa interrogación clavada y
entrevista a la tímida lumbre del fogón, entre cantos varoniles que templaban
la noche.
Negra era la
noche…, como tus cabellos, como tus vestidos, como tus ojos profundos apretando
dos noches; tan negro era todo… Pero nada era tan negro como tu pena y esa muda
imploración de tu enorme soledad adivinada en tu mirada. Y tan hermosa…, que
podría contemplarte todo una vida. ¿Cuál es tu secreto, mujer? ``Eres un
amanecer en cerrojos, o tal vez un misterio’’, remembraba yo viejas palabras.
Acabó la velada
y cada uno partió adonde debía, con el pecho hinchado y el alma contenta, plena
de paz y alegría. Tal vez sólo quien estuvo allí sabría la verdad que esas
sencillas y últimas palabras significan. Como ellos, volví en paz; pero con una
imagen quemándome el alma todavía.
El
Alpataco
Estimado Alpataco del campo montañés;
ResponderEliminarHondas y sentidas palabras las suyas. Experiencia íntima, sabrosa, como el néctar granate que corrió copiosamente aquella noche. Descripción simple y bella, directa al corazón. Tópico siempre acariciado y remirado: la mujer, enigma que nos cautiva. En su caso, Aquella mujer de ojazos negros...
Le dejo mi saludo amistoso y literario, cifrando mi esperanza en que este escrito será el primera de varios, el destape de un corcho liberando un vino fresco y joven -que reclamaba derramarse para alegrar corazones juveniles y dar lucidez a las mientes gallardas...
Suyo,
Hilario +