lunes, 14 de octubre de 2019

Leyendas del Mar Desconocido (I)

Muchas historias y leyendas suelen habitar en los confines más íntimos del Mar Desconocido, mi hogar. Bajo cada roca cubierta de musgo en la Isla de los Corsarios puede hallarse un mito escondido; al pie de cada pino un cuento olvidado toma forma y el viento mismo parece cantar mientras roza los afilados peñascos de aquel pedazo de suelo olvidado.

Pero de estas leyendas no hay una más soprendente que la mítica pelea entre el corazón y la mente.
Y fue que un día,  por diferencia de razones y argumentos, el corazón decidió abandonar a la inteligencia. Pues ella tenía grandes deseos de grandeza y éxito. Y se la pasaba encerrada razonando. Actitud, en verdad, insípida y estúpida.
No había nada mejor que perseguir el amor y es por ello que emprendió el viaje por montañas y mares. Siempre siguiendo el rastro de aquel que parecía eludir todas sus trampas y emboscadas.
Mucho tiempo lloró el corazón, pues no podía abrazar aquello que quería; y mucho tiempo también viajó, pues gozaba de una vigorosidad y voluntad constante. Conoció ciudades y castillos, entró en mercados y plazas pero nunca encontró aquello que deseaba.
Y fue un día, meta suspirar y latir, que cayó en un pozo del que no pudo salir por más de que lo intentó varias veces. Pues estaba lloviendo y el borde era resbaloso. Pero el corazón siguió  y siguió intentándolo durante mucho tiempo. Tan ofuscado estaba en su tarea que no se dio cuenta que en el fondo del pozo había una soga.
Ahora bien, la mente había quedado en casa, contenta de la ausencia de su compañero. "No más cursilerias" se decía "ahora me concentraré en lo importante. Y compró papel y lápiz con los que hizo millares de planes y mapas... en unos se concentraba en como lograr ser rey mientras que otros trataban sobre la correcta colocación de los cubiertos en la mesa. Tomando la Filosofía Tomista hacía las mas curiosas averiguaciones y teorías y pasaba noches en vela discutiendo consigo misma sobre si debía echar uno o dos cerrojos a la puerta, o si Platón mostraba la apología de Socrates de una manera exagerada.
Pero nada de estas cosas servían en absoluto, pues la mente no tenía en su ser el movimiento ni la voluntad. Podía debatir durante años la brillantez del sol, pero nunca salir al jardín a admirarlo. Pues a ella no le interesaban tales cosas.
Fue entonces que, un día, un cirujano pasó por la casa de la mente y la vio toda enterrada en papeles escritos y arrugados. Y como era hombre respetuoso no intervino en aquello ni llamó a la puerta, pues sabía que la mente no podría abrirla y aquello solo serviría para importunarla. El doctor siguió entonces su camino. Recorrió muchos caminos y pasó por muchas ciudades ofreciendo sus conocimientos a los necesitados.
Un día caminando por el campo, le pareció oír un sordo sonido como de rasqueteo en la  tierra. Y, asomándose al pozo, vio que el corazón se encontraba allí, el pobre todavía intentaba subir por el borde.
-Buen día- dijo el médico.
-Para usted- respondió el otro sin detenerse en su trabajo inutil.
-¿Porque rascas el borde? 
-Pues, para salir.
-¿No ves que allí, en el suelo, hay una soga con la que puedes salir?
-Oh- dijo el corazón contrariado- no lo sabía, pero de nada sirve aquello.
-¿Por qué es eso?- preguntó interesantísimo el doctor.
-Pues, porque no sé como se usa. La mente sabría, pero no me cae bien. Es muy orgullosa.- dijo el corazón cruzándose de brazos y deteniendo por un momento su tarea.
El doctor dijo entonces:
-Si te ayudo a salir ¿vendrás conmigo?
-Por un tiempo al menos, porque tengo que buscar al amor- respondió el otro.
-Pues bien entonces- dijo el médico estirando una mano.
Y, habiéndolo sacado, lo llevó a la casa de la mente. Al ver a donde se dirigían, el corazón quiso huir, pero el hombre lo sostuvo con fuerza y lo llevó cargado. Al llegar a la casa, buscó hilo y aguja y unió a las dos partes como una. Puso al corazón debajo para que caminara y se moviera. Y puso a la mente encima para que viera el camino.
Y desde aquel día se dice que el hombre no es solo inteligencia ni solo sentimiento pues uno nunca existirá en esta tierra uno sin el otro.


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El Corsario Negro

1 comentario:

  1. Estimado Corsario, interesante relato nos comparte. Relato con sabor a mito. Idea original la suya, bucanero. Estas ideas, inspiraciones, debe tenerlas sin duda durante sus aventuras en cielo, mar y, a veces, tierra. O quizás haya experimentado interiormente esto que describe en sus viajes a países ignotos. Como sea, resulta interesante, y aún más, cautivante. Hya mucho para cavilar sobre el binomio que plantea: corazón-cerebro. Me acuerdo de Jane Austen y su "Sensatez y sentimientos". En fin, me quedo pensando... con y en el corazón.

    Suyo,
    Hilario+

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