Muchas historias y leyendas suelen habitar en
los confines más íntimos del Mar Desconocido, mi hogar. Bajo cada roca cubierta
de musgo en la Isla de los Corsarios puede hallarse un mito escondido; al pie
de cada pino un cuento olvidado toma forma y el viento mismo parece cantar
mientras roza los afilados peñascos de aquel pedazo de suelo olvidado.
Pero de estas leyendas no hay una más soprendente que la
mítica pelea entre el corazón y la mente.
Y fue que
un día, por diferencia de razones y argumentos,
el corazón decidió abandonar a la inteligencia. Pues ella tenía grandes deseos de
grandeza y éxito. Y se la pasaba encerrada razonando. Actitud, en verdad, insípida y estúpida.
No había nada
mejor que perseguir el amor y es por ello que emprendió el viaje por montañas y
mares. Siempre siguiendo el rastro de aquel que parecía eludir todas sus trampas
y emboscadas.
Mucho tiempo
lloró el corazón, pues no podía abrazar aquello que quería; y mucho tiempo también
viajó, pues gozaba de una vigorosidad y voluntad constante. Conoció ciudades y castillos,
entró en mercados y plazas pero nunca encontró aquello que deseaba.
Y fue un día,
meta suspirar y latir, que cayó en un pozo del que no pudo salir por más de que
lo intentó varias veces. Pues estaba lloviendo y el borde era resbaloso. Pero el
corazón siguió y siguió intentándolo durante
mucho tiempo. Tan ofuscado estaba en su tarea que no se dio cuenta que en el fondo
del pozo había una soga.
Ahora bien,
la mente había quedado en casa, contenta de la ausencia de su compañero.
"No más cursilerias" se decía "ahora me concentraré en lo importante.
Y compró papel y lápiz con los que hizo millares de planes y mapas...
en unos se concentraba en como lograr ser rey mientras que otros trataban sobre
la correcta colocación de los cubiertos en la mesa. Tomando la Filosofía Tomista
hacía las mas curiosas averiguaciones y teorías y pasaba noches en vela discutiendo
consigo misma sobre si debía echar uno o dos cerrojos a la puerta, o si Platón mostraba
la apología de Socrates de una manera exagerada.
Pero nada
de estas cosas servían en absoluto, pues la mente no tenía en su ser el movimiento
ni la voluntad. Podía debatir durante años la brillantez del sol, pero nunca salir
al jardín a admirarlo. Pues a ella no le interesaban tales cosas.
Fue entonces
que, un día, un cirujano pasó por la casa de la mente y la vio toda enterrada en
papeles escritos y arrugados. Y como era hombre respetuoso no intervino en aquello
ni llamó a la puerta, pues sabía que la mente no podría abrirla y aquello solo serviría
para importunarla. El doctor siguió entonces su camino. Recorrió muchos caminos
y pasó por muchas ciudades ofreciendo sus conocimientos a los necesitados.
Un día caminando
por el campo, le pareció oír un sordo sonido como de rasqueteo en la tierra. Y, asomándose al pozo, vio que el corazón
se encontraba allí, el pobre todavía intentaba subir por el borde.
-Buen día-
dijo el médico.
-Para usted-
respondió el otro sin detenerse en su trabajo inutil.
-¿Porque rascas
el borde?
-Pues, para salir.
-¿No ves que allí, en el suelo, hay una soga con la que puedes salir?
-Oh- dijo
el corazón contrariado- no lo sabía, pero de nada sirve aquello.
-¿Por qué
es eso?- preguntó interesantísimo el doctor.
-Pues, porque
no sé como se usa. La mente sabría, pero no me cae bien. Es muy orgullosa.- dijo
el corazón cruzándose de brazos y deteniendo por un momento su tarea.
El doctor dijo entonces:
-Si te ayudo
a salir ¿vendrás conmigo?
-Por un tiempo
al menos, porque tengo que buscar al amor- respondió el otro.
-Pues bien
entonces- dijo el médico estirando una mano.
Y, habiéndolo
sacado, lo llevó a la casa de la mente. Al ver a donde se dirigían, el corazón quiso
huir, pero el hombre lo sostuvo con fuerza y lo llevó cargado. Al llegar a la casa,
buscó hilo y aguja y unió a las dos partes como una. Puso al corazón debajo para
que caminara y se moviera. Y puso a la mente encima para que viera el camino.
Y desde aquel
día se dice que el hombre no es solo inteligencia ni solo sentimiento pues uno nunca existirá en esta tierra uno sin el otro.
El Corsario Negro
Estimado Corsario, interesante relato nos comparte. Relato con sabor a mito. Idea original la suya, bucanero. Estas ideas, inspiraciones, debe tenerlas sin duda durante sus aventuras en cielo, mar y, a veces, tierra. O quizás haya experimentado interiormente esto que describe en sus viajes a países ignotos. Como sea, resulta interesante, y aún más, cautivante. Hya mucho para cavilar sobre el binomio que plantea: corazón-cerebro. Me acuerdo de Jane Austen y su "Sensatez y sentimientos". En fin, me quedo pensando... con y en el corazón.
ResponderEliminarSuyo,
Hilario+