17Pero entonces, no soy yo quien hace eso,
sino el pecado que reside en mí, 18 porque sé que nada
bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien
está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no
hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero
cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que
reside en mí. 21 De esa manera, vengo a descubrir esta
ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque
de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, 23 pero
observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y
me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Ay
de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?
Carta a los Romanos 7, 17-25.
53 Cuando lo que es corruptible se
revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte
ha sido vencida. 55 ¿Dónde está, muerte, tu victoria?
¿Dónde está tu aguijón? 56 Porque lo que provoca la muerte
es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley. 57 ¡Demos
gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Primera Carta a los Corintios 15, 51-56.
Agranda la puerta, padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.
Miguel de Unamuno.
Corazón al descubierto,
horizonte de poesía,
timbre eternal y durmiente
en esas voces que afinan
el universo cascado
-lágrima, sudor y espina-.
Mirada cordial e intensa
su idioma que no declina.
Alfabeto de esperanza,
niñez de belleza herida
trayendo esquelas del Reino
en su esencia de semilla.
José Ferrari, Romance de la niñez inmaculada.
—Entre nosotros los seres
parten después de un tiempo. Maleldil les saca el alma y la ubica en otro
sitio: en el Cielo Profundo, esperamos. A eso le llaman muerte.
—Oh, Hombre Manchado, no es
extraño que tu mundo fuera el elegido para ser el recodo del tiempo. Viven
mirando el cielo propiamente dicho y, como si eso fuera poco, Maleldil los
conduce a él al final. Han sido favorecidos más que todos los mundos.
Ransom sacudió la cabeza.
—No. No es así —dijo.
—Me pregunto si no te
enviaron aquí para enseñarnos muerte —dijo la mujer.
—No entiendes —dijo Ransom—.
No es así. Es algo horrible. Tiene un olor inmundo. El mismo Maleldil sollozó
al verlo.
Era obvio que tanto la voz
como la expresión facial de Ransom eran algo nuevo para ella. Durante un
instante vio sobre el rostro de la Dama el estremecimiento, no de horror sino
de total perplejidad, y después, sin esfuerzo, el océano de su paz lo cubrió
como si nunca hubiera existido y ella le preguntó qué había querido decir.
—Nunca podrías comprenderlo,
Dama —contestó—. Pero en nuestro mundo no todos los sucesos son agradables o
bienvenidos. Puede existir algo ante lo cual te cortarías los brazos y las
piernas para impedir que ocurra... y sin embargo, ocurre entre nosotros.
—¿Pero cómo puede uno desear
que cualquiera de las olas que Maleldil hace rodar hacia nosotros no nos
alcance?
C.S.Lewis; Perelandra, cap. V.
Cuyo, 16 de Octubre de 1.996
Yo, Ransom, ya
de vuelta en mi Tierra baldía me he propuesto volcar en papel, tinta
y sangre humana, todas mis vivencias en aquél lejano planeta que, estoy seguro,
me han marcado para siempre. La herida física que me dejó este viaje cósmico
puede que se remedie como puede que no -me da lo mismo ya-, pero la otra herida, la del alma, esa
no tendrá cura en esta vida, sino en el hospital de Arriba, en el Cielo
Profundo: allí Él, Maleldil, me enjugará las lágrimas y me curará todas y cada
una de mis hondas llagas. Pero hay cosas que jamás podré olvidar de aquél
mundo-jardín… Esa Dama Verde, su presencia tan… supernatural, y al mismo
tiempo, tan cercana y entrañable, ha operado un cambio radical en mi corazón.
Sí, me está haciendo ver las cosas de otro modo, me da una óptica para ver la Realidad de otra manera. Me está auxiliando para que
pueda volver de la vejez a la juventud primordial. Me ayuda a entender la razón
de mi envejecimiento acelerado y el motivo de mi desdicha al no sentirme joven,
al saberme marchito, mustio, desflorado como jardín barrido por el zonda
despiadado. Y no me refiero a la edad, a la salud, a este cuerpo que se dirige
irrevocablemente a la muerte. No. Es el espíritu el que envejece y se debilita de
día en día. ¿Por qué? ¿Cómo frenar esa caída, esa segunda caída? ¿Cómo escaparme de esta doble cárcel: la del cuerpo y la del mundo?
Oh, Dama
Verde, que hay cosas que hubiese querido decirte y que tal vez mucho más me
hubieses iluminado de haberlas vos sabido. Pero no, no debía yo hablarte sobre
los mitos -reales, por demás- de mi esfera cuando tu mundo recién se está
inaugurando y tú eres la Señora de esa nueva creación. Lejos de mí el
envejecerte vertiginosamente, Señora y Dueña mía. Tu servidor sólo se desahoga…, aquí, ¡tan
lejos de ti!, ahora, en esta hora tenebrosa. Procuro saber el secreto, mientras
escribo y pienso, de tu juventud poderosa, inconmovible, inmortal. Yo sí ya que he
envejecido y no tengo otra alternativa para mi liberación que la de retornar a esa juventud dichosa que
se me fue en el ayer, en un abrir y cerrar de ojos. Dime, Señora Verde, cómo
podré volver, siendo ya viejo, a la juventud soñada, aquella que vi radiante en
Ti. Cómo puedo no saber lo sabido, ni razonar lo razonado. Cómo logro convertir
esta vida mía, gastada, cansada, en una diáfana aventura siempre novedosa y sorprendente. Cómo
alcanzar tu serenidad sin tormentas cuando mi experiencia telúrica me arrastra,
me hunde y me aplasta. Cómo conquistar el fuego de un asombro magnífico y virginal habiéndome
tendido en las cenizas de una existencia gris y resabida. No conoces mi desarmonía,
no entiendes las agonías que padezco por mi aguijón... ese sabor hediondo del pecado, tú, Mujer, ni lo sospechas. Mi carne es tu carne, y a
su vez, no es tu carne pura. ¡Paradoja que nunca entenderás! "Paradoja"… este concepto con su denso significado se encuentra a kilómetros de
distancia de tu realidad. Maleldil trajo esa palabra y le otorgó un símbolo exacto que no pude
columbrar en tu mágico terruño: dos maderos cruzados haciendo la forma de cruz… Tú,
tú que no has probado el fruto prohibido, tú que juegas con los animales y los
vegetales con infante ternura y graciosa destreza, tú que eres transparente como
un cristal finísimo y límpido sin mácula que lo empañe, tú que eres felizmente
libre y libremente feliz, tú que oyes constante el susurro de Maleldil: ¿cómo
podrás aconsejar y consolar a un Manchado como yo, a un doblemente Caído, a un
Herido profundamente de muerte trágica?
Hay cosas que
tú haces y que yo no hago pero que deseo con toda el alma hacerlas. Las persigo, mas no las puedo asir. Yo veía
cómo tratabas a los seres todos con extrema delicadeza, con amor derrochador y
con dulzura infinita. Yo, en cambio, soy torpe y malo con las criaturas, comenzando
con los de mi especie: los maltrato y destrato todo el tiempo que estoy con
ellos, desatendiendo el misterio sagrado que habita en cada uno de ellos,
desoyendo sus reclamos de amistad sincera y sus cuitas y sus penas,
desatendiendo todas sus solicitaciones cordiales. Tú no haces esto; todo lo
contrario, espontáneamente te sale amar, y darte sin cálculos ni límites, y lo
que es más arrobador es que lo haces “de acuerdo a tu corazón”, como vos mismo
me lo dijiste en una audiencia memorable. Yo detesto un sinfín de acciones que
hago, de palabras que digo, de omisiones que tengo, de pensamientos que poseo.
¡Qué distintos somos, oh Madre y Reina de aquel mundo encantador y paradisíaco! Tú
jamás tendrías la necesidad de hacer estas confesiones que yo ahora hago, de
este otro lado del espacio, aquí donde nuestro Amado Maleldil tomó forma humana
y nos amó hasta el fin; aquí y ahora suspiro por ti, por tener otra audiencia,
por seguir en tu compañía, por continuar en tu servicio, por habitar en tu
planeta eternamente… hasta que el Cielo Profundo baje engalanada como una Novia enamorada, o bien Perelandra ascienda ingrávida entre aclamaciones dejando lejos, muy lejos,
los cielos contaminados de esta Tellus que yace en silencio desesperante, aguardando
quizás el retorno de Maleldil…
Me siento un
estúpido… Lo último que escribí no tiene ningún sentido. Es un absurdo. Me dirijo a un ser que nunca jamás volveré a ver (¿es que acaso existió realmente?). Ella no
me responderá. Lo que pasó allá, más allá de este planeta oscuro y silencioso,
quedó allá mismo, con mi Dama Verde. Aunque me hizo bien escribirle. ¡Ah, la realidad es muy otra! No es el mundo
ideal que vi en Perelandra. No. Nada queda de aquello. O quizá sí, sólo quede
este recuerdo vibrante, esta nostalgia aguda por aquella experiencia única que
ojalá algún bendito día pueda volver a tener…
Ya amanece… y
la inmensa bola roja se asoma por el horizonte. ¿Estará amaneciendo también en
Perelandra?
Dama Verde, tú
que tienes la luz de mi Edén perdido, ilumina mi interior para contemplar al Único, al Absoluto: a Maleldil.
Ransom Villavicencio~
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