DIA VI
El año pasa… el mar queda.
El año se va -se fue- pero el mar permanece.
El año 2019 no existe más mientras que el mar continúa como ajeno a las efemérides, de tan antiguo.
Y yo lo contemplo, y aprendo de su indiferencia ante el tiempo. El mar se burla del Cronos, o pareciera hacerlo. Inmutable como es, no lo alteran los cambios de años. No sabe de fuegos de artificio, de brindis con champán, de augurios sentimentales, de regalos con fecha de vencimiento. Él sigue allí, inconmovible, al margen de las hueras fiestas civiles de los hombres...
Pero yo soy un hombre, no un mar. No puedo -pretenderlo sería vano- sustraerme a este tipo de acontecimientos. Un año es un año, y hay que dar gracias por haberlo vivido -con sus desgracias- y quedar expectante al siguiente -con ilusión-...
Sin embargo.
Yo busco el mar entre el clamor de la celebración humana. Se aceptan los buenos deseos -no hacerlo sería descortés-, pero yo quiero que el mar me diga algo para esta fecha. Procuro y hasta ruego sus deseos, sus noticias. Por eso lo observo, largamente, esperando una señal. No un hueco “feliz año”. ¡No! El mar sabe -se lo he confesado- cuál es mi felicidad. Sospecho que lo sabe; al menos supongo que no errará al comunicarme una buena nueva, un saludo para este tránsito anual.
Y entonces…
¡La paz! Eso me muestra y me regala. La paz marina. Paz de aguas abiertas, paz de aguas profundas. Ese clamor incesante de las aguas salinas ondeando calmosamente. Ese horizonte amplio, tan amplio, que manifiesta una serenidad inalcanzable.
¡Oh apacible mar, que me pones melancólico, tráeme tu paz que la preciso!
Este mundo maquillado de paz me empuja hacia ti, que tienes un rostro poco pacífico. Pero yo sé que tu paz es distinta; es real y verdadera; es fiel. Tanto que aún en medio de borrascas y tornados mantienes tu paz y la compartes para el que sabe ver, para el que sabe oír. Para el que sabe y quiere y desea profundamente recibir tu paz.
Esa paz que el 2019 no me dio, entrégamela en este 2020 que comienza.
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