Hace
tiempo que en los ambientes católicos pululan dictámenes y sentencias morales
que no hacen más que socavar todo proceso de conversión o cualquier iniciativa
para colaborar con las familias, las parroquias y las instituciones sociales
que contribuyen a la realización, al menos parcial, del bien común completo. Y
creo que estas sentencias o juicios simplistas y apresurados son consecuencia
de una errónea concepción antropológica.
Resumidamente
el inconveniente es el siguiente: desde que se empezó a enfriar la caridad, el
pensamiento racional que daba luz a la recta doctrina inscripta en la ley
natural gracias a la divina, empezó a dar lugar a lo que he convenido llamar
cientificismo-moral o moralismo-científico. De tal modo, que la vida moral
empezó a ser escrita o dicha no por auténticos moralistas católicos, sino por
científicos moralistas que se creen católicos. Por supuesto que esto se ha
dado, en gran parte, de manera inconsciente y con las mejores intenciones, aunque no siempre.
Es
que un error en la concepción de la persona humana puede derivar en imprudentes
juicios o razonamientos sobre la intencionalidad de sus actos o sobre la
responsabilidad de los mismos. Lo que en última instancia significa que, en un
desenlace trágico o fatal, un hombre puede ser sentenciado injustamente.
Ahora
bien, debo aclarar que este escrito no pretende abarcar exhaustivamente el
tema, ni creo que eso sea posible, sino que intenta algunas aproximaciones sucesivas a la naturaleza
insondable del hombre. Lo cual ayudaría, desde algún punto de vista, a echar
luz sobre tema tan simple pero profundo a la vez. Adelantamos entonces que un
acercamiento adecuado al misterio
humano será crucial para sortear reduccionismos cientificistas, que en estos
temas son tan espurios como inconducentes.
Distinción
importantísima esta, entre problema y misterio, de carácter terminológica o
conceptual que posibilita una mayor comprensión de la naturaleza del hombre.
Según el filósofo existencialista Marcel (1951):
“Un problema es algo
que encuentro, que aparece íntegramente ante mí y que por lo mismo puedo asediar
y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido,
y que por consecuencia sólo puede pensarse como una esfera donde la distinción
de lo que está en mí y ante mí pierde su significado y valor inicial. Mientras
que un problema autentico puede resolverse con una técnica apropiada en función
de la cual se define, un misterio trasciende por definición toda técnica
concebible.”
Es
decir, el gran problema es ver todo como un problema. En cuanto a la
metodología de la investigación el problema hace las veces de guía en el
estudio. Y no está mal. Pero no pueden trasladarse tales criterios o parámetros
a la vida moral de la persona y pensarla como algo que se soluciona con una
técnica apropiada o un recetario de actos morales.
El
misterio, por su parte, es algo que nos rodea, que nos es propio y nos
sobrepasa a la misma vez. Aquello que no puede tomarse como objeto, ni como
algo mesurable. El Misterio se desenvuelve en dos ámbitos: en el de lo
meta-técnico y en el de lo meta-problemático. Es decir, aquello a lo que la
técnica no tiene acceso y en donde lo problemático es insuficiente. Y además,
comprende justamente todos aquellos factores que creemos entender y tener por
ciertos, entre los cuales podemos contar los biológicos, psicológicos,
culturales y espirituales. Por supuesto, que en cierta manera podemos acceder a
ellos, sobre todo a los primeros tres. Pero, su rostro más profundo está totalmente
velado. Y este rostro es el que me interesa que no se intente descubrir, pues el
mismo intento es cuanto menos un desafío a lo sobrenatural.
Pedro
Laín Entralgo describe en su libro “Teoría y realidad del Otro” los tipos de
relaciones o encuentros que podemos tener con las demás personas. Uno de ellos
es en el que se genera una relación de ‘objetuidad’ y como nota principal
resalta lo siguiente:
“La abarcabilidad. Reducido a objeto, el otro es, en
principio un conjunto de caracteres o propiedades perfectamente abarcable… Sea cualquiera
mi modo de objetivarle, el otro en cuanto objeto es para mí un conjunto
abarcable de datos particulares.”
Para
esta concepción luego de una exhaustiva descripción fenomenológica del
objeto-persona puedo definirlo acabadamente y por tanto predecir su
comportamiento, como se hace con las variables de un fenómeno estadístico. Y no
solo esto, sino que puedo catalogar su accionar en determinados esquemas de
pecado. Básicamente son tres los movimientos intelectuales que se necesitan
para lograr esto: Aprender las leyes morales universales, ver el caso en
particular y dictaminar si se aplica o no. Pero lo que se escapa en estos
casos, es una pequeña cosa, no vaya a creer que es mucho. La pequeña cosa que
se escapa es “el hombre”.
Sin
embargo sé que hay muchos que no caen en este error, ahora recuerdo uno que tal
vez en este blog todos conozcan. Estoy hablando del P. Brown que logra aceptar
esta imposibilidad o mejor dicho esta paradoja o tal vez este misterio y por
eso cuando explica su método dice:
“Yo no intento eludir al hombre. Lo que yo intento es
meterme dentro del asesino... en verdad... ¿No ve usted que esto es mucho más
que lo otro? Me meto dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de uno, muevo
sus brazos y piernas; pero espero y trabajo hasta hallarme dentro de un
asesino, pensando sus pensamientos, acunando sus pasiones; hasta que logro
vivir en su postura encogida y su odio concentrado; hasta que veo el mundo con
sus mismos ojos ensangrentados y entreabiertos asomando por entre las rendijas
de su abstracción medio loca, corriendo tras de la perspectiva de un callejón
recto que desemboca en un pozo de sangre; hasta llegar a ser un verdadero asesino”
.
En
Chesterton la mirada es in toto, en el todo. Se desenvuelve en una psicología
integral de la persona. La piensa como él piensa y por eso puede acercarse aún
más a ella. No es un objeto externo donde cabrían elucubraciones matemáticas,
es él mismo en la posibilidad de cometer un crimen. Su pensamiento no es
meramente intelectual o analítico, es hondamente vivencial. Para el P. Brown, y
lógicamente para Chesterton, cabría este párrafo precioso de Unamuno que dice:
“Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que
con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea específico para pensar;
mientras otros piensan con todo el cuerpo
y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones,
con el vientre, con la vida.”
Por
ahora agregamos que para adentrarse en estos temas es necesario dejar de lado
la concepción problemática de la vida y dar lugar al Misterio de la vida. No
sería prudente cansar al lector, por lo que más adelante seguiremos profundizando sobre
estos temas. Paciencia, querido amigo…