Es esta una modesta teoría que tengo en mente hace rato pero que, por no poder consolidarla en palabras, nunca me animé a expresar. Así de etéreos se encontraban mis pensamientos el otro día, cuando por gracia de Dios, encontraron un cauce que los encajonara y les diese forma. No está pensado como tópico sujeto a discusión, no porque no la pudiese tener, sino porque mi intención es que despierte en el lector una revisión de su cosmovisión, si hiciera falta.
Y es que la cosmovisión de un hombre, esto es, su mirada global del mundo en relación a el y las demás personas (que siempre existe, por lo menos subconscientemente), puede ser determinante para su felicidad. Lamentablemente, en las últimas décadas el desbarranco hacia la más angustiante oscuridad emocional ha sido la tendencia en los seres humanos.
Los ejemplos de ello abundan, siendo más notorios y patentes por lo general en hombres con arraigadas ideologías, pero también justamente en aquellos otros con profundo desinterés por toda ideología. Claro se ve en Sartre, pero también en la señora sentada al lado mío en el 42, con su cara cansada y una expresión corporal que habla de lo cíclico de su vida.
Y es en este último caso en el que me quiero detener. Filósofos hay muchos y muy buenos que pueden ayudar a aquellos encerrados en las cárceles del pensamiento, y abundan magníficos libros para sacar del hastío a esos pobres diablos; pero, ay de aquella señora en el transporte público! Ay de aquel estudiante que vuelve su vista continuamente a las bien llamadas redes sociales! Redes, si: más fuertes que las telas de araña para los insectos, y más cerradas que aquellas que arroja el pescador en el Nilo.
Bien sabía Saint-Exupéry que la diferencia sustancial entre la mirada diáfana y cristalina del cosmos y su más terrible inversión, es decir, la opacidad de la misma, aparece reflejada en aquellos niños, cuenta el principito, que miraban por la ventana del tren hacia el exterior. Sus manos, pegadas al frío vidrio empañado; sus ojos en vaivén dirigidos hacia afuera, yendo y viniendo. Los adultos, en cambio, con la expresión vacía en sus ojos, reflejando una mirada líquida hacia la nada misma. Sabio médico de las mentes, asertó el francés en síntoma, causa, y remedio. Todo en un cuento de escasas páginas. Creo que el lector se dará cuenta hacia donde apunto. Empero, para conservar un poco más el misterio, me atendré a acercarme sigilosamente y en forma espiralada al corazón del problema.
Se dice con frecuencia que la gente que hace preguntas tontas no merece respuestas: a pregunta tonta, silencio acorde. Creo que no es exagerado decir que con ese simple pensamiento comienza a carcomerse el espíritu intrépido del ser humano y con el, la amplia gama de colores con que ve el mundo se desdibuja en un ácido blanco y negro. Un profesor de física podrá reírse con la inquietud del alumno que no sabe por qué cae la manzana. Sin embargo, rascando y urgando un poco más en el asunto, vemos que la moneda tiene dos caras. El alumno bien podría arguir que el profesor, al hablar sobre la ley de gravitación universal, está describiendo un mero "cómo", y no un por qué. Podrá este cínico comprobar una y otra vez en el laboratorio que la fuerza de atracción entre dos cuerpos es directamente proporcional al producto de las masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Lo que nunca podrá saber es por que sucede tal maravilla: ni la balanza, ni Newton, ni Einstein podrán descifrar jamás el misterio de la gravedad. La "ley" de gravedad muestra que los cuerpos en caída libre pueden modelarse según una ecuación, pero justamente se establece como ley porque se observa una repetición inverosímilmente continua de un fenómeno. Es decir que el fenómeno hace a la ecuación, y no la ecuación al fenómeno. El matemático y el físico pensante saben que el pasmo generado por la caída de la manzana no muta a pesar de que una ecuación muestre cómo funciona el misterio, porque el por qué del mismo continúa completamente velado.
Del mismo modo, el joven podrá mofarse del anciano que no sabe utilizar el celular, y reírse ante el pedido del octagenario de que le enseñe a marcar un número de teléfono. Joven insensato! ¿Acaso sabe por qué diantres uno aprieta una secuencia de botones carcaterizados con números y al instante se escucha una voz que responde a más de 10.000 km de distancia?¿Puede explicar por qué a partir de un sonido que se emite en Nueva York se escucha en Moscú? Estúpido! Ni "El gran truco"de Christopher Nolan se animó a tanto. Maldita juventud acostumbrada: más te valdría no haber nacido.
He aquí la más peligrosa de las enfermedades, la más cruel y voraz de todas las herejías: la pérdida del asombro. Cualquier relativismo e indiferencia por la verdad proceden de ella. Tantos espíritus desganados por el mundo, tanto raciocinio en las cosas comunes, tanta cizaña sembrada por la cotidianidad. Oh mundo creado! Eras árbol verde y vigoroso y te han transformado en leño gris y marchito, eras fino como la seda y te volvieron tosco como el metal, eras un cuadro de Monet y te han convertido en obra de Warhol! ¿Cómo sobrevivir en tus tristes lazos que nos atan férreamente al aburrido devenir de las cosas? ¿Cómo florecer en el asombro en esta tierra reseca y baldía, azotada por el viento y sacudida por el polvo? ¿Cómo no clamar, en fin, por el advenimiento de un nuevo diluvio?
Podría pensar uno que la esencia del
asombro consiste en un rayo luminoso y pletórico que la inteligencia arroja a
las cosas a través de un genial descubrimiento o experiencia mística, por medio
del cual despierta en la misma admiración por lo alumbrado. Vanidoso y fatídico
error. Apuntaría otro que es Dios que ilumina el objeto y el hombre lo ve con
una nitidez y claridad extraordinaria. Bien intencionado pensamiento, pero
lejos se encuentra del Dios de Abraham el remover a las cosas de su estado
natural; lo hecho, hecho está. Las cosas son; y son porque participan del Ser.
Se nutren de El Que Es de un modo continuo, permanente, incesante. Y ese Ser es
la Verdad y la Bondad. Pero también la Belleza. Y si las cosas participan de
aquella luz, ¿cómo podrán ser re-iluminadas? No. La respuesta es otra: la savia
del asombro, su constitución más profunda, es todo lo opuesto a la luz. Sin
embargo, es evidente que uno detecta más fulgor en las cosas cuando se asombra.
Pero si hemos dicho que esas cosas no mutan, ¿qué es lo que cambia?
Asombro. Ad
umbra. Hacia la sombra. Vemos luminosas las cosas, en su magnífico
esplendor, porque somos cubiertos con un velo de oscuridad, un parasol
existencial que quita la luz. Solamente la sombra permite diferenciar al sol;
únicamente lo oscuro deja delimitar la luz. Nosotros somos asombrados: lo demás
permanece. Siempre fue magnífico el cantar del mío Cid, pero solo resalta a
nuestros ojos cuando despertamos del letargo de trilladas lecturas. Somos
conscientes de la belleza y del bien de este mundo porque constatamos la
fragilidad y pequeñez de nuestro espíritu. En cuanto el hombre levanta ese
pedestal luciferino llamado soberbia, el asombro desaparece. Tiramos el
sombrero y todo es igual, no hay punto para comparar, ni bien que se escinda
del mal. El profesor de física y el joven irrespetuoso no se asombran porque
creen que entienden, que están por encima de la realidad.
Humildad. Es al asombro lo que el agua a las plantas. No puede haber asombro
sin humildad. Y es el sendero marcado para recuperarlo. Mientras que el devenir
del cosmos nos parezca normal, mientras dure esa fútil visión, no habrá
escapatoria: la cotidianidad devendrá en monotonía, y esta en tristeza. Debemos
recuperar el sentido de contingencia del mundo. La manzana no tiene por
qué caer, el jugo de la vid no necesita fermentar, y
al atardecer no le es menester saludar por el oeste.
Podrá decirse que nosotros no
negamos el sentido de la vida, ni la inmanencia marca nuestros pasos. Sin
embargo, la simple confesión del Credo no nos garantiza la visión acertada del
orbe ni mucho menos la felicidad en la vida terrena. Estos asuntos exigen mucho
mayor sacrificio por nuestra parte. La dicha de vivir, la dicha de existir,
será fruto del reconocimiento de nuestra pequeñez en todo momento y frente a
todo acontecimiento. Solo ese ejercicio constante y fecundo devuelve el dulce
sabor a toda actividad humana, como fue pensado en el origen.
Condiciona esta cosmovisión
también nuestra vida sobrenatural. La adoración del Dios verdadero, en espíritu
y en verdad, únicamente es posible bajo la sombra. "Y separó Dios la luz
de las tinieblas. Y a las tinieblas las llamó noche" recuerda el Génesis.
Dios asombra. Dios da sombra. No en vano dice Dostoievski que
Dios da la suficiente luz para creer, pero deja la suficiente sombra para
dudar. La Escritura ha querido asentar esta convicción en el inmenso relato de
la Anástasis: el lienzo vacío, el sudario enrollado. No surge triunfante el
Señor como Rey de este mundo: todavía no ha llegado la hora. Prefiere el signo
del capullo, de la crisálida convertida en mariposa, como notablemente díria un
monje amigo. Nos estremecemos de gozo por la gloria de la Resurrección a partir
de la sombra de la crisálida.
¿Retornará la sal al mundo,
dándole sabor de eternidad?¿Reverdecerá el leño seco, florecerá la rosa
marchita?¿Podrán los hijos de los hombres devolver el calor a sus frías y
robóticas vidas? Quiera Dios asombrarnos, para que podamos recuperar en los
vestigios del Edén perdido.
El Marqués del Godoy
Simplemente magnífico mi querido Marqués, simplemente pregunto si el asombro perdido por aquella viejita atrapada en la rutina y el odio al desarrollo constante y monótono de su vida, le es propio o es justamente la sociedad quien la condena a perder lo que en tan bello texto ha podido Ud expresar.¿Somos en parte culpables de la falta de asombro social o culparse no es más que un orgullo teñido de una humildad inexistente?
ResponderEliminarMis saludos cordiales al Marqués del Godoy y repito que este texto ha sido estupendo.
EXCELENTE!!!!
ResponderEliminarQuerido Marqués, dueño y protector de nuestras tierras, permítame decirle cuánto me gustó su entrada. Plagada de frases profundas y verdaderas, ásperas como el camino que lleva a la Vida. Es un verdadero lujo saber que usted se enlista en nuestro pelotón.
Gracias por este escrito de alto vuelo! Realmente lo degusté feliz!
Lo saludo respetuosamente,
Don Camilo
P.D.: le pido por favor (si no es mucha molestia) que trate de hablar con el Sr. Intendente para que trate de agilizar un poco el trámite de la limpieza mensual de las acequias, pues ya llevan casi un semestre sin hacerlo. Desde ya muchas gracias
Fantástico querido Marqués. Mire que es difícil escribir sobre este tema tan fundamental en la era del tedio y de las pantallas. Fundamental el asombro para la vida humana y espiritual. Sin el asombro, nada se puede. Hay que re-descubrir al estilo hombre vida todo, nuestra casa, nuestro entorno, nuestra vida y nuestra fe.
ResponderEliminarSin más nada que agregar a su delicioso escrito, lo saluda
Don Virula